"Campo de amarte" de Manuel Silva Acevedo
Educación sentimental
Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio.
Domingo 5 de Noviembre de 2006
Después de luchas y conflagraciones, Manuel Silva Acevedo (Santiago, 1942) parece haber alcanzado la paz. Poeta de la generación del sesenta, asumió con ardor todas las batallas que los convulsionados tiempos ponían ante él. Y dentro de él. militante del MIR, decidió apartarse de la vía armada para colaborar con el gobierno de Salvador Allende. Las batallas del amor, en cambio, lo acompañaron por más tiempo, y se volcaron de lleno en sus poemas. Hoy, cuando "peina canas" y es su edad la que está en plenos sesenta, parece haber logrado por fin la pacificación. Y de ella han surgido nuevos poemas, que se recogen en Campo de amarte (Cuarto Propio) junto a otros ya publicados y algunos bastante corregidos: "no soy original en esto, un poema no está terminado hasta que uno se muere. Uno sigue trabajando los poemas, sobre todo cuando los vas a volver a presentar, los reactualizas desde el poeta que eres tú hoy y no el que escribió eso hace diez años o veinte años". Las palabras del esquivo Eduardo Anguita son incluidas en el libro a manera de prólogo.
- El tema del amor ha sido una constante de mi escritura desde mis primeros libros - explica Manuel Silva- , pero particularmente a partir de Monte de Venus (1979), que Eduardo acogió muy favorablemente en una crítica de El Mercurio; después reaparece en textos posteriores como Desandar lo andado o Palos de ciego, pero de una manera bastante más dura, más árida, más espinuda.
- ¿Quisiste describir tu propio proceso con el orden que le das al libro: Monte de Venus, Cuerpo a cuerpo y Unión sin ataduras?
- Esa división es muy intencionada. "Monte de venus" corresponde casi literalmente a la publicación de ese libro; "Cuerpo a cuerpo" refleja lo que Anguita señala en esa crítica, que mi Ars amandi es en realidad un Ars belli, una lucha a muerte. Probablemente por la forma en que viví el amor en aquella etapa de mi vida, como un fenómeno más destructivo, o autodestructivo, que constructivo, pero también respondía a la necesidad de intensificar y llevar hasta el extremo las pasiones, los sentimientos, casi como una forma de experimentación literaria. Estaba además una cosa abisal, querer asomarse al amor como se asoma uno a un abismo y sentir la atracción de ese abismo. Eso es algo que creo haber vivido y no sé si lo habré reflejado conscientemente en esos textos, pero lo intenté. Porque, en el fondo, los poetas solemos escribir bajo el sufrimiento, no sabemos hacer poesía de la felicidad. En "Unión sin ataduras" he buscado esa apertura, esa posibilidad de escribir desde la plenitud, desde la felicidad, o desde la alegría, la felicidad es una palabra demasiado grande. En esta última sección se incorporan textos sobre el tema del amor escritos en esta etapa de mi vida, que corresponde a una visión más madura de lo que es la intimidad emocional y de lo que es el apego.
- ¿Es la paz lo que buscas en esta etapa?
- Creo que la última sección del libro corresponde a la pacificación. No la capitulación, que puede significar rendición. La pacificación es aquello a lo que se ha aspirado, porque en el fondo la guerra se hace para conquistar la paz, supuestamente. Como en todas las guerras lo que se cosecha generalmente son ruinas y destrucción. En cambio, en el proceso de pacificación empieza a construirse, empieza a ser más productiva la vida, no vives tan en función de las pulsiones del inconsciente.
- En "Lobos y ovejas", la pulsión de la escritura también fue el quiebre amoroso.
- Así es, y, de hecho, la relación entre el lobo y la cordera es una relación que tiene que ver con Eros y Tánatos, una dualidad que está muy presente en mi poesía. Incluso algunos lo han interpretado como una visión un tanto sadomasoquista del amor. A veces nos complacemos en el sufrimiento o en hacer sufrir, cosa muy extraña de la criatura humana, pero así es como funcionamos.
- En ese poema aparece tu bestiario.
- El bestiario en el tema del amor surge con Lobos y ovejas y luego se observa en varios poemas de amor que integran Campo de amarte, por ejemplo, "A la manera de Apollinaire". Estuvo en mi propósito vivir el amor como animalidad plena, con esa libertad de instintos y ajeno a todas las formas convencionales, sociales, de lo que es conveniente, de lo que es eróticamente correcto. Eso fue una experimentación también.
- Anguita destacó el hecho de que escribieras sobre mujeres concretas, y no sobre una diosa ni un concepto.
- Claro, y fui un poquitito mujeriego, no se puede negar. Y un poquito vanidoso también. En el fondo todo el que se las dé de Don Juan tiene su vanidad y busca en la seducción la confirmación de su propio atractivo. Estaba presente eso, sin duda.
- ¿Y cómo ves esa vanidad ahora, desde esta nueva etapa?
- Bueno, con la simpatía con la que un abuelo observa a su nieto jugar...
- El libro se inicia con un epígrafe de "Qué se ama cuando se ama", de Gonzalo Rojas, un bisabuelo que todavía le escribe al amor.
- A mí me atrae mucho la poesía de Gonzalo y creo que es muy joven, a pesar de ser ya casi un nonagenario. Es muy jovial, muy entusiasta. Eso me atrajo por un lado, pero por otro creo que particularmente le viene muy bien ese sayo al Campo de amarte, ahí está muy bien expresada esta incapacidad de poder amar a todas a la vez. Eso representa gran parte del libro.
- ¿Y qué representa Parra, otra figura importante para tu generación?
- Las voces de Parra y de Rojas llegaron a mi generación, la del sesenta, intermediatizadas por Lihn y por Teillier. Es curioso, están vivos los bisabuelos y se murieron los abuelos. Creo que tanto Lihn como Teillier nunca apostaron a la instalación, como sí apostaron los mayores, aspirantes sempiternos al Premio Nobel. Lo digo con mucho cariño, pero hay que establecer las cosas, Teillier y Lihn no andaban pensando en el Premio Nacional ni en el Premio Nobel, andaban pensando en sus escrituras, en su poesía, su quehacer, muy comprometidos con eso y, al mismo tiempo, muy abiertos a los que los rodeaban, a poetas más jóvenes, estableciendo relaciones muy igualitarias, muy paritarias, cosa que yo no he visto en los más viejos; pueden ser cordiales, pueden recibir en su casa con las puertas abiertas, pero ellos están en su sitial, han trabajado duro y lamentablemente no les ha resultado el Nobel.
- Lihn y Teillier parecen haberse consumido en su oficio.
- Además, no fueron demasiado cuidadosos con su propia vida, la gastaron rudamente, no había un propósito de pasar a la posteridad sino que de hacer bien el oficio. Yo eso lo veo reflejado muy bien, por ejemplo, en Gonzalo Millán. Gonzalo también vivió en función de su trabajo, de su oficio, casi como un monje, un monje adusto, huraño, pero comprometido con su trabajo a concho.
- ¿Cómo te percibes a ti mismo dentro de la tradición?
- Yo no sé cómo seré visto. Entiendo que "Lobos y ovejas" es un poema que ha sido muy valorizado y que se le cita frecuentemente, se le considera que ya es una pieza del bagaje literario nacional, lo cual también me ha traído algunos problemas, porque yo he seguido escribiendo, ese poema fue publicado el año 76. Yo creo que uno tiene que hacer su trabajo sentidamente, escribir por una verdadera necesidad interior de expresión. No sé quiénes serán los que van a emitir el fallo de la historia y de la posteridad.
- Hay resonancias más o menos claras en tus poemas, ¿no pones límite a esas voces?
- Para nada, menos en este tiempo en que la intertextualidad es pan de todos los días. La poesía se va imbricando. Yo empecé a leer poesía en el Instituto Nacional, creo que los primeros poemas que leí fueron de Walt Whitman y a Whitman yo lo tengo metido en el disco duro, aunque no escriba como él, pero siempre me acuerdo, siempre lo tengo como referente; después Neruda, con Residencia en la tierra, uno queda marcado con las primeras lecturas. Es como la melodía que uno aprende, aunque el verso sea libre se agradece la musicalidad.
- ¿Reconoces también la influencia de tus contemporáneos?
- Sin duda que nuestras escrituras se cruzan en más de algún poema... particularmente con Gonzalo Millán, Óscar Hahn, Waldo Rojas, Omar Lara, cuya poesía me interesa en especial como un corpus vivo con el que dialogo de algún modo.
- ¿Cuánto ha cambiado tu percepción del poeta desde "Mester de bastardía"?
- Han cambiado los tiempos desde un punto de vista formal, el poeta no es un outsider en el Chile de hoy, en el que indudablemente se han abierto espacios, hay fondos concursables, hay premios para los poetas y eso es mejor que lo que se tenía antes. Pero la marginalidad persiste en términos del valor que la sociedad le asigna a la poesía. Desgraciadamente, tiende a confundirse con la farándula cuando se ponen los ojos sobre el poeta. Malgré lui, Parra ha sido objeto de eso, con la misma exposición, como dijo un amigo poeta, en el subsuelo de la cultura. El poeta es producto que sirve a la farándula, se presta para ese juego.
- Respecto del poder, ¿debe haber una tensión con la poesía?
- Claro, porque el poeta también es un intelectual y tiene que ser una conciencia crítica de su tiempo, no un abisagrado, ni un regalón de la corte. O sea, si queremos tener un lugar en la sociedad no es como bufones de la corte. El poeta es un crítico, un visionario, un independiente de todos los poderes. Justamente ése es el valor de la poesía, el género más libre que existe en la literatura, donde se puede decir todo, con buenos recursos, claro, no con groserías ni con vulgaridades.
- ¿Con Campo de amarte" diste por superado el tema ecológico de tu anterior libro, "Día quinto"?
- Es la misma voz, pero con distintas inflexiones, porque los poemas de Día quinto están escritos con mucho amor por esas criaturas; yo sentí mucha ternura, y me identifiqué con ellas, incluso pensé que muchas de esas criaturas corrían la misma suerte que los poetas, que son acosados. Algunos consideraron que ese libro era como un paso al lado de mi poesía. Yo digo no, un poeta tiene la libertad de elegir sus temas, por qué no, por qué no se puede escribir sobre temas ecológicos, dónde está la prohibición, en qué cláusula de la Constitución. Se puede escribir sobre lo que uno quiera, lo importante es mantener un estilo, una voz y un rigor.