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RÁFAGA DE ESTADOS CATÁRTICOS
Un ojo llamado cacería, Marcela Saldaño. Piedra de Sol Ediciones, 79 páginas.

Por Jessica Atal
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 15 de Julio 2012


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Desde el comienzo de este libro fiero, Marcela Saldaño (Santiago, 1981) sale de cacería. La caza la realiza "un ojo" que cobra vida y protagoniza una poesía fuerte, de extremos que bordean siempre precipicios, porque de otro modo, cómo desenfundar el lenguaje, cómo poseerlo. El ojo/la voz se instala en la realidad -sin "coordenadas ni geografía/ Sólo un presentimiento de algo incorpóreo"- de manera vertiginosa, arremetedora y desafiante, sometido a un estilo visual hiperactivo -como un dictado automático de conciencia-, haciendo caso omiso del tiempo (somos "pasajeros en tránsito"), o poseyéndolo, pero sí con una carga que viene pesada ("bestias" que se acarrean encima), de la cual es imposible desprenderse, a pesar de afirmaciones como la siguiente, que da título a uno de los primeros poemas en prosa en esta obra: "Las bestias son mi arma y mi esperanza". Son temibles e incluso torturadoras las imágenes del pasado, de la "patria", de aquel "origen", pero enfrentándose a los propios miedos y fantasmas es desde donde surge esta voz poderosa y tan única de Saldaño.

Esta joven poeta no usa puntuación ni versos tradicionales. Escribe casi todo el libro en párrafos cortos y sólo el uso de mayúsculas da la señal de un giro, de un salto absolutamente libre, y acaso automático, de una imagen a otra (insisto en la facilidad que tiene para prácticamente vomitar toda imagen que cruza a una velocidad sorprendente por su mente). Éste es el recurso más utilizado por la autora. Como una serpiente que muda de piel constantemente, se arrastra por el verso con una imaginación desbordante de ideas sueltas, interrumpidas, palpitantes. Creemos a veces estar ante un surrealismo puro: "El ojo sin filtro". Y es por eso interesante esta escritura interrumpida (algo que experimenta Lina Meruane en su narrativa), pues se lee por debajo una alianza secreta con el silencio, una desconfianza hacia la comunicación que el lenguaje debiera garantizar como la herramienta de expresión que supuestamente es: "Las palabras están viciadas", escribe Saldaño. Entonces, ya nada de lo que se dice es lo que se quiere decir. Más adelante, en ese mismo párrafo, leemos: "Nada tiene que ver el árbol con la flor o el fruto ya que en su misterio cada uno significa la muerte del otro Nada tiene que ver el padre o la madre en la vida de un tercero ya que su nacimiento termina irrevocablemente en la muerte de ambos". Llegamos así fácilmente a proclamar la muerte de la poesía (de la vida), como alguna vez -o tantas- se ha proclamado la muerte de la novela. Sin embargo, ¿qué? Seguimos haciendo uso de lo único que tenemos a mano, porque nada más que la palabra hemos inventado para definir ya sea una casa, un árbol, "el desagrado por todo lo que me rodea", "una garganta llena de pájaros" o los "Ojos negros en un cuerpo más negro".

Pero de pronto descubrimos a la poeta en su más desnuda esencia: "Todo fue algo parecido a un animal Al instinto de madrugada Al error Mi poesía". Brutal y valiente. Contradictoria. Desesperanzada. Fiera y feroz. Sin embargo, algo reafirma su fuerza, su intención de no dejarse vencer en la búsqueda -que va más allá de lo instintivo y alcanza niveles ontológicos, por cierto- de su escritura: "Encontrar la sustancia es la promesa Encontraré un campo de leche Un labio desbordado de ira Encontraré algo que pueda pertenecerme". Qué más merecido y suyo que la poesía.




 

 

 

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Un ojo llamado cacería, Marcela Saldaño. Piedra de Sol Ediciones, 79 páginas.
Por Jessica Atal.
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