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Y “EL LOBO BAUTISTA ME DIO ALCANCE”.
UNA RELECTURA DE LOBOS Y OVEJAS DE MANUEL SILVA ACEVEDO
AND “THE BAPTIST WOLF CAUGHT UP WITH ME”.
A REREADING OF LOBOS Y OVEJAS BY MANUEL SILVA ACEVEDO
Braulio Fernández B.
Universidad de los Andes, Chilebfernandez@uandes.cl
Zenaida Suárez M.
Universidad de los Andes, Chilezsuarez@uandes.cl
Publicado en Anales de Literatura Chilena, Año 22, N°36, diciembre de 2021
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RESUMEN
El presente texto trata de dilucidar las relaciones de transtextualidad que establece Lobos y ovejas (1976) de Manuel Silva Acevedo con el evangelio cristiano. Así, convertido este en un hipotexto de alto contraste, los símbolos constituidos por el “lobo”, la “oveja” y el “pastor” pueden leerse, a raíz de la teoría intertextual, como figuras transfiguradas desde la tradición cristiana.
Palabras clave: Transtextualidad, hipotexto, Lobos y ovejas, Manuel Silva Acevedo.
ABSTRACT
The present text tries to elucidate the relationships of transtextuality that establishes a relationship between Lobos y ovejas (1976) by Manuel Silva Acevedo and the Christian gospel. Thus, converted into a high contrast hypotext, the symbols constituted by the “wolf”, the “sheep” and the “shepherd” can be read, following intertextual theory, as figures transfigured from a Christian tradition.
Key Words: Transtextuality, hypotext, Lobos y ovejas, Manuel Silva Acevedo.
INTRODUCCIÓN
A pesar de las horadadas marcas que dejan algunos de sus antecedentes, no solo de la literatura nacional sino universal, la obra de Manuel Silva Acevedo es una obra atípica de su generación, que desde los años 60 hasta la actualidad ha transitado por senderos más discursivos y atingentes a la sociedad; senderos en que la forma ha sucumbido al contenido y la preocupación por el lenguaje poético que, en la escritura de Silva se torna constante y profunda, pasó a un segundo plano, lo que provocó, con total seguridad, que su marcada metáfora, de un hermetismo inusitado, haya supuesto una rémora para la interpretación hasta para las más ilustres y habituales voces de la crítica de los años 70 y 80, que recibieron, sin embargo, con laudatorios escritos su obra temprana.
La generación del 60, a la que se adscribe la obra de Manuel, fue denominada “Generación escindida” o “generación de la diáspora” por los efectos que en sus actantes provocó la dictadura y es descrita por los antologadores de la polémica “Antología de poesía chilena” en su vol.1 como una generación marcada “por el socialismo o hipismo de los 60 y el duro golpe de Estado de 1973, este grupo da cuenta de una atmósfera renovadora, pero pendiente de la tradición precedente; con poetas que publicaron originales y maduros primeros libros, como también un espíritu de grupo, de cohesión, de unidad en la diferencia. [...] Los tópicos y temas que eran los propios de la poesía de la época sufrieron giros. Desvíos, transformaciones que les dictaba la historia y de las cuales, de una u otra manera, esta promoción se hizo cargo: la represión, el exilio, el desarraigo y la muerte” (Calderón et. al. 2012). Estos tópicos que declaran las hermanas Calderón y Thomas Harris, son, en la obra de Manuel, tratados con una sensibilidad distinta a la mayoría de los miembros de su generación, existiendo quizá solo un hilo de tangencia entre esta y la obra de Juan Cameron, a nivel metafórico.
Grínor Rojo, Enrique Lihn o Adriana Valdés han coincidido en señalar el carácter agridulce (entre irónico y desgarrado) del tono poético de Silva. Su obra, que consta de más de 20 poemarios, transita por entre la parábola de Lobos y ovejas, los versos profanos y eróticos de Monte de Venus y Campo de amarte, la disidencia, el dolor colectivo y la denuncia de Mester de bastardía o la madurez reflexiva de poemarios como Lazos de sangre o Día quinto en un recorrido que, si bien, tal y como dijo Ignacio Valente, parte exhibiendo “un lenguaje sumamente seguro y propio, sin vacilaciones, y una extraña madurez psicológica para indagar en la hondura y sobre todo la contradicción de los sentimientos humanos” (Valente 3), ofrece al lector un flujo evolutivo propio que va habitando espacios que a cada paso van sucumbiendo desde el hermetismo irónico y doliente que remarca Valdés en su obra temprana hasta la claridad melancólica de sus últimos poemarios. Su obra es, a grandes rasgos, una metáfora de enorme hermetismo, donde los referentes se encuentran en las antípodas de sus símbolos.
Entre los premios y reconocimientos que ha recibido su obra hasta el momento se encuentran la beca Fundación Andes en 1996, el Premio Eduardo Anguita en 1997, la beca del Consejo Nacional de Libro y la Lectura en 1998 y el Premio Jorge Teillier de la Universidad de la Frontera en 2012. Sin embargo, se suele pasar por alto la importancia que tuvo para su obra el profético premio Luis Oyarzún creado entre la Revista Trilce, que desde 1964 dirige Omar Lara, y la Universidad Austral de Chile, y que 4 años antes de su publicación, en 1972, lo galardonó por su obra Lobos y ovejas. Cincuenta y dos años después, y en la que quizás ha sido la más reñida edición del Premio Nacional de Literatura, Manuel fue condecorado en 2016 con el más importante reconocimiento de Chile, superando a voces como las del mismo Omar Lara, Carmen Berenguer, Elvira Hernández o el aclamado Elicura Chihuailaf en su edición.
Sea a través de la parábola, mediante el erotismo, como carta de denuncia o como reflexión vital, la obra de Silva Acevedo se ha posicionado en la tradición literaria chilena como una cúpula de pensamiento abstracto, de hermetismo transido de dualidades irreconciliables y de posicionamiento dialéctico de calidad inusitada en una generación en que era más importante el contenido que la forma, demostrando que el templo de la poesía no se derrumba aún ante el paso del verbo profano de la historia.
LOBOS Y OVEJAS UN HIPERTEXTO A LA LUZ DE LA TRADICIÓN CRISTIANA
Publicado por vez primera en 1976, Lobos y ovejas se ha leído, al igual que otras obras de la época[1], con referentes contextuales de tipo político que la crítica ha ido afianzando a lo largo de los años y que, de forma reiterada, ha afirmado que “Este texto ha recibido la mayoría de los comentarios de la crítica por su carácter anticipatorio y metafórico de la situación histórico social post 1973” (Foxley 106). Enfatizando aún más, Foxley advierte que su “fábula inscribe la visión de un conflicto ambiguo de índole privada y social, centrado en la problematización de lugar que ocupa el poder y en el conflictivo predominio de ciertas actitudes excluyentes.” (107) En el mismo sentido, Pedro Lastra y Enrique Lihn describieron en el poemario de Silva Acevedo la paradojal problemática de “un ser desgarrado entre la realidad y el deseo, entre la libertad y la opresión” (Lihn y Lastra 31) pero derivada de un contexto político que “diseña una situación de bloqueo que en la relación dominadores/dominados, que junto con inducir a la ensoñación heroica la disipa con los hechos”. (Ídem.) Lihn, en un texto de 1977 titulado “Poetas fuera o dentro de Chile 77: Gonzalo Rojas/Óscar Hahn/Manuel Silva” afirma que “Ese poema seriado —varios textos que se integran en una imagen sadomasoquista de la violencia, en una fábula de animales— espera su lugar en una antología esencial de la poesía chilena” (133).
En 1998, en el “Prólogo” a Suma alzada que Adriana Valdés le hace a Manuel Silva, la crítica señala que Lobos y ovejas:
[...] pese a la economía de sus medios, pese a su tono circunscrito y ajeno a cualquier grandilocuencia, participó la profecía. Conocido [...] en 1972, fue investido de un carácter premonitorio por los acontecimientos del año siguiente, y la lectura actual no puede prescindir de un cierto estremecimiento (15).
Para ello, Valdés se apoya, entre otras fuentes, en el citado trabajo de Pedro Lastra y Enrique Lihn, pero también en Grínor Rojo[2], que en 1977 y a propósito de la primera edición del poemario, afirma que “los poemas que el volumen incluye, escritos a fines de la década del sesenta, devienen hoy todavía más que en esos años, de una vigencia inocultable.” (12)
Paralelamente, la obra, desde las relaciones de sus personajes (el lobo, la oveja, el pastor) se ha entendido como una expresión de bestialidad erótica, medio sádica en su contenido, aunque sin negársele “su fuerza sugestiva, su irradiación hacia planos múltiples, su calidad de matriz de lecturas e interpretaciones válidas para relaciones distintas [...]” (Valdés 14). Asumiendo que toda obra está sujeta a una cantidad no definida de lecturas que la reconfiguran y reactualizan, y dados otros marcados contextos referenciales que podríamos categorizar como hipotextos, es posible aventurar la existencia de una transtextualidad de tipo religioso, concretamente cristiano-católica, en Lobos y ovejas. Este cruce se evidencia tanto en su nivel literal y en sus alusiones como en la cosmovisión subyacente. Tomando como punto de partida la literalidad de los personajes de la obra: el lobo, la oveja y el pastor, como símbolos cristianos que remiten a la fuente sagrada, trataremos de desentrañar, en base a las significancias de dichos símbolos, el modo perceptivo de la realidad que expresa la referida estructura.
Circunda la obra de Silva, un contexto ineludible y evidente que aleja este análisis del que en forma general ha hecho la crítica del poema y que está presente en cuanto función emotiva. Asimismo, como advirtió Ignacio Valente, también resuena en esta obra “la facilidad con que el autor pasa de [las] imágenes onírico-fisiológicas al tono de sabiduría remota y ascética que es su reverso” (Valente 117).
Es importante, en este punto, hacer dos acotaciones importantes:
En primer lugar, si bien compartimos las ideas de Riffaterre acerca de la interpretación del texto; o sea, que “el fenómeno literario no es solo el texto sino también su lector y el conjunto de reacciones posibles del lector frente al texto —enunciado y enunciación” (Angenot et. al. 77) y que “el sociolecto o el intertexto ofrecen un marco de pensamiento [...] o un sistema de significación que dice al lector [...] desde qué ángulo el texto puede ser visto como descifrable” (Riffatere 7); una mala lectura (Bloom) de estos principios podría provocar desviaciones de sentido o, cuando menos, circunscribir una particular percepción de modo tal que el texto quede despojado de algunos de los elementos primordiales de significación. A propósito de esto, para Adriana Valdés:
Una lectura completa del poema [...], sigue haciéndose subjetivamente difícil, al menos para nuestra generación (de Manuel y mía, quiero decir) y para las más participantes en el conflicto [político de 1973]. La dificultad consiste en hacer confluir la lectura retrospectiva de la historia nacional reciente con la lectura de “una relación cruenta, de carácter erótico sado-masoquista”, en que se diluyen los discursos basados en maniqueísmos y en justificaciones ideológicas y personales, y el interés se desplaza hacia las motivaciones inconscientes, hacia los gestos más primarios, hacia niveles infinitamente incómodos de abordar, como pueden atestiguar los psicoanalistas (15).
Según se desprende de la cita, Adriana Valdés deja abierta la posibilidad de que con Lobos y ovejas sucedan este tipo de interpretaciones, aunque en otro sentido, también señalado por Riffaterre cuando afirma que:
La literatura no se define sino por la combinación de significantes. Para que el lector perciba esas limitaciones o sustituciones es necesario que pueda, primero, identificar el sistema, reconocer qué mitología se pone en acción. Pero incluso esta definición no es posible sino por la existencia de estereotipos en el texto, de los que la lectura, incluso fragmentaria, es una especie de detonador que desencadena en nuestro espíritu el despliegue del sistema de lugares comunes o, por lo menos, nos predispone a descifrar lo que sigue con plena conciencia de la presencia de ese sistema como contexto verbal (13).
En segundo lugar, el texto sigue manifestando una objetividad lo suficientemente consciente como para delimitar ciertas apreciaciones o, al menos, acotarlas. Así, existen elementos de validez objetiva en su discurso (el del texto), ya sea como una ideología, un corpus de máximas y prejuicios que constituye tanto una visión del mundo como un sistema de valores (Genette) o, al menos, como muestra de sincronía en su función poética. A nuestra lectura podrá aplicársele, por extensión, el mismo argumento de Rifatterre, aunque sin perder de vista que, en el primer argumento que recogimos, el teórico aclara que “el fenómeno literario no es solo texto” (Angenot et. al. 77); o sea, el texto es indisociable de “su lector y el conjunto de [sus] reacciones posibles” (77). Dicho de otro modo por el mismo Riffaterre: “La poesía 'expresa algo diciendo otra cosa', pese a esto, 'el discurso poético tiene su propia lógica', la cual se funda en el hecho de que las palabras del texto se sobredeterminan unas a otras” (Riffaterre 1977: 1).
Nuestro punto de partida será, entonces, la literariedad de los personajes del poemario Lobos y ovejas; es decir: el lobo, la oveja y el pastor que, ciertamente, denotan el uso parabólico que de ellos se hace en los Evangelios, aunque para un objeto, ya sabemos, radicalmente distinto. Sucede que, el corpus inicial funciona como intertexto de dos formas: 1) literalmente; es decir, como texto contenido en otro texto; y 2) significativamente; aludiendo y refiriendo a una imago mundisuperior que, a su vez usa literalidades para significar. Así, la construcción de Silva Acevedo remite, paralelamente, a estos dos niveles, aunque, finalmente, todo apuntará a un cuarto personaje, que se reencarnará en un “yo” vidente no ajeno al relato. Respecto a esto, resultan reveladoras las siguientes afirmaciones de Antonio Skármeta quien, si bien no sigue nuestra línea hipotética de forma estricta, si nos sirve como hipótesis análoga:
El remitir la explicación del texto a lo 'insondable del alma del hombre' pone a este poemario en la filosofía que (des)guía el mundo de Silva Acevedo y que tuvo una escueta formulación en un poema de Desandar lo andado: 'No sé qué busco / No sé dónde buscarlo / No encuentro lo que busco / Pero sigo buscando'. El texto mismo, así, queda jubilosamente entregado a la revelación que será para el lector (Skármeta E8).
A lo propuesto por Skármeta agregamos una serie de citas que grafican nuestra opinión, entresacadas del Nuevo Testamento: “Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7,15). “Y al ver a la muchedumbre sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). “Dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,6). “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos” (ídem.). “Respondió él: ́No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel ́” (Mt 15,24). “Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos” (Mt 25,32). Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda” (Mt 25, 33). “Entonces les dice Jesús: 'Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, por está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño'” (Mt 26,31). Así mismo, son de una elocuencia nada desdeñable los versículos 1 y 10 del Evangelio según San Juan:
'En verdad, en verdad os digo, el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños'. Jesús le dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces, Jesús les dijo de nuevo: 'En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre' (Jn 10, 1-18).
Todas las palabras subrayadas, utilizadas por Jesús como metáforas o parábolas con intención didáctica[3], remiten a conceptos de marcado cariz teológico que, en su conjunto, conforman un hipotexto de hondas significancias semánticas para Lobos y ovejas que se constituye como un intertexto que, como dice Ana María Cuneo para referirse a la obra intertextual de Uribe, “no es mera alusión o cita, sino que incorpora un discurso perteneciente a otra situación comunicativa, integrándose con él y fundando una nueva realidad discursiva” (33).
Así, debido a que su extensión y complejidad no nos permiten traer a este plano discursivo concreto el hipotexto referenciado, aludimos a él como un ente fragmentario, utilizando los fragmentos textuales que adhieran a nuestra cultura occidental hispana y, bajo este principio, se nos hace necesario determinar la significancia simbólica de los términos “oveja”, “lobo” y “pastor” en el hipotexto original; o sea, en los Evangelios y, aún más, dentro de la Religión católica.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica,
La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo. Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta. Él, el buen Pastor y cabeza de los pastores, que dio su vida por las ovejas (754).
Las ovejas de este rebaño son los cristianos que, como seres individuales y singulares, hacen su tránsito vital por el mundo. El lobo representa el mal; o mejor dicho, las fuerzas del mal o, en definitiva, al Demonio que no va a ser, como comúnmente se cree, una otredad equiparable de modo maniqueo a Dios, sino el comandante de las fuerzas rebeldes que lucha por echar a perder el plan salvífico de Dios en la Tierra.
En las dos primeras estrofas con que da inicio Lobos y ovejas se establecen las alusiones iniciales al mal y al deseo de este; siendo la rapacidad del lobo un elemento de alteridad; una referencia al mismo como ente dentro de la oveja que remite claramente a este deseo.
Hay un lobo en mi entraña
que pugna por nacer
Mi corazón de oveja, lerda criatura
Se desangra por él
Por qué si soy oveja
Deploro mi ovina mansedumbre
Por qué maldigo mi pacífica cabeza
Vuelta hacia el sol
Porque deseo ahogarme
En la sangre de mis brutas hermanas
apacentadas
Además, el uso que se hace en esta parábola de los signos confronta insistentemente las realidades signadas por el bien y el mal. Como veremos, el texto completo se moverá siempre entre dos ejes; uno de alusiones a circunstancias históricas explícitas y sincrónicas y otro de consideraciones de tipo ontológico y religioso sobre la condición humana. Se hace entonces preciso considerar que, según señala el propio Manuel Silva, fue un “hondo sufrimiento lo que permitió despertar una parte esencial mía y de la condición humana, desgarrada entre dos naturalezas opuestas” (Skármeta E8). Pero este mal aparece también como una rebeldía ante la precariedad de la existencia; tanto de la propia como de la del resto de los miembros del redil: “mis brutas hermanas /apacentadas”.
Me parieron de mala manera
Me parieron oveja
Soy tan desgraciada y temerosa
No soy más que una oveja pordiosera
Me desprecio a mí misma
Cuando escucho a los lobos
Que aúllan monte adentro
Esta estrofa expresa la esencial y lastimera debilidad de la condición de la oveja, reforzando la idea de fragilidad y, especialmente, la de fragilidad frente al mal. El adjetivo “temerosa” aplicado a la definición de la oveja como que blanda moralmente, se entiende sobre todo respecto al siguiente adjetivo; “pordiosera”, es decir, que depende de los demás. De ahí su autodesprecio ante los aullidos de los lobos “monte adentro” por el miedo que le produce caer en sus fauces, o sea, identificarse con ellos.
El deseo del mal está potentemente planteado en los dos fragmentos que siguen. El mal —el pecado según el hipotexto— ha hecho presa a la oveja en una perfecta exégesis que lo representa, no como presencia, sino como ausencia del bien o de la luz: “conocí entonces la noche”. Es la “tiniebla / de su entraña de loba”. Sin embargo, este juego textual metafórico que plantea Silva Acevedo va más allá, pues pasa del enfrentamiento de contrarios no equilibrados a una opción de posibilidades perfectamente equilibradas, perfectamente apetecibles la una a la otra; “¿Significa acaso el deseo que todos tenemos de ser lo contrario de lo que somos?” (Valente 3):
Yo, la oveja soñadora,
pacía entre las nubes
Pero un día la loba me tragó
Y yo, estúpida cordera
conocí entonces la noche
la verdadera noche
Y allí en la tiniebla
de su entraña de loba
me sentí lobo malo de repente
La estrofa siguiente, de valor antropológico, rescata la bondad intrínseca u ontológica de la criatura en tanto fruto o hija de un Creador perfecto. Sin negar su naturaleza de “caída”, muestra también los efectos de la redención del “Buen Pastor” sobre el rebaño tras su muerte en la cruz y posterior resurrección[4]: por más que el mal atraiga, por más que el mal se desee y se lleve a cabo, la “pobre pelleja / no relumbra como la anoche negra”. “Pero qué hacer con mis albos vellones / Cómo transfigurar mi condición ovina”. La oveja no es mal esencial, en definitiva, pues ha sido creada originalmente para la luz. Por más que se oponga, por más que lo desee —“si me diesen a optar” se repite tres veces, no solo remarcando un concepto importante del discurso y como tropo literario sino remitiendo a una calidad esencial, dada por el mismo número tres—, su naturaleza, caída y todo, es naturaleza surgida de la luz.
Si me dieran a optar
sería lobo
Pero qué puedo hacer si esta pobre pelleja
no relumbra como la noche negra
y estos magros colmillos no muerden no desgarran
Si me dieran a optar
sabría acometer como acometo ahora
esta mísera alfalfa, famélica ovejuna
Si me dieran a optar
los bosques silenciosos serían mi guarida
y mi aullido ominoso haría temblar a los rebaños
Pero qué hacer con mis albos vellones
Cómo transfigurar mi condición de ovina
En este mismo sentido, el lobo juega y apuesta, por lo contrario: la naturaleza caída y, por ende, naturalmente frágil y susceptible de inclinarse hacia el mal como una oportunidad para ponerla a prueba y conquistar perdiciones para su proyecto, pues sabe que la “libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal” (Iglesia Católica 405):
Yo, la obtusa oveja,
huía tropezando con mis hermanastras
El lobo nos seguía acezando
Y entonces yo, la oveja pródiga
me quedé a la zaga
El lobo bautista me dio alcance
Se me trepó al lomo derribándome
y enterró sus colmillos en mi cuello
Vieja loba, me dijo
Vieja loba piel de oveja
Quiero morir contigo
Esperaré a los perros
La sangre que manaba a borbotones
Parecíamos un sol enterrado de cabeza
en el suelo
Con “obtusa” asistimos a una preclara declaración —y confesión— de la debilidad de la carne, lo que explicaría los sustantivos “lomo”, “cuello”, “piel” y “sangre”. Los noveles exteriores se alcanzan antes que los interiores y constituyen la puerta de entrada a estos últimos.
Sugerente es la alusión, en el mismo verso, al “lobo bautista”, en abierta y contradictoria sobre determinación pues, si además de la bondad ontológica predeterminada por ser criatura de quien lo creó, el hombre fue redimido por la cruz: “Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pescadores, vio y señaló a Jesús como el 'Cordero de Dios que quita los pecados del mundo´” (Jn 1,29), queda de manifiesto que Jesús es a la vez el siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53,7), cargando con el pecado de las multitudes, y el cordero pascual que simboliza la redención de Israel, cuando se celebró la primera Pascua (Ex 13,3-14) borrando con ese bautismo el pecado original. Es así como el “lobo bautista” adquiere una simbología de brutal contraposición de contrarios.
Yo era una oveja mansa
Siempre miré hacia el suelo
Yo era sólo una oveja rutinaria
Yo era un alma ovejuna
sedienta de aventuras
Yo era en el fondo
una oveja aventurera
Yo deseaba convertirme
en oveja descarriada
Expreso aquí mis sinceros agradecimientos
a la piadosa águila humana
que me desgarró la yugular de un picotazo
En clara transposición de tipo paródico (Genette), este fragmento pretende ubicar la posición de la oveja en un nivel insulso y vano, manifestando al tiempo los primeros síntomas de “posesión”; es decir, renegar de lo que se es por incómodo y torpe, develando de paso una crítica hedonista al “dolor” subyacente a la condición ovina frente al “placer” del pecado lobezno. Así, también, la autoafirmación de debilidad o de intencionalidad hacia el ser “una oveja aventurera” o una “oveja descarriada”, apuntan en un mismo sentido de inconformidad. Así, la cualidad de oveja aparece ahora como oscura frente a la luminosidad “liberadora” de un “águila humana” no lo suficientemente preclara en este contexto, pero que sin duda remite a una condición instalada en el eje opuesto, como un claro ejemplo de moral utilitaria donde se oponen el placer y el dolor, el deleite y el sacrificio, ubicando a este último como una falacia real sino como una extravagancia ante los apetitos naturales.
En el siguiente fragmento textual, la oveja ya no es presa; ha sido vencida y su actitud no es de resignación, sino que integra en ella los rasgos e intenciones del poseedor, mimetizándose con él, asumiendo su nueva esencia.
¡No es menester un amo!
Amor es menester, amor lobuno
El lobo más feroz ama a su loba
y escarba y huele y hurga
y le clava los ojos y la escucha
y la loba celeste de las constelaciones
mueve la cola y ríe y lo saluda
Como en toda situación de vencimiento, hay un paso claro entre la constatación del hecho y el disfrute por justificación, necesaria a contra sensu, por lo demás, para sobrevivir: “El hombre hace el mal porque sufre, y al realizarlo redobla inevitablemente su pesar. Es enfermizo practicar el mal —he aquí su morbosa fascinación—, y ella reporta las dolencias subsiguientes a todos sus excesos” (López Castellón 33).
Al modo de Baudelaire, y superada la dudosa angustia original, puede entenderse en este fragmento de la obra un intento de liberación o redención a través del mal, que se manifiesta en el trueque de los roles objetivos de los personajes de esta parábola y sus significaciones: “Hay en el hombre [...] una fuerza misteriosa que no quiere tener en cuenta la filosofía moderna, y, sin embargo, sin esa fuerza innominada, sin esa inclinación primordial, una cantidad de acciones humanas quedan inexplicadas, inexplicables. Estas acciones nos atraen porque son malas y peligrosas; tienen la atracción del abismo” (López Castellón 219). Metáfora de la metáfora, el autor intenta una suerte de extrañamiento más centrado en la violación conceptual de los significados originales que en la transposición provocada en este contexto.
El lobo dio alcance a la loba
Yo lo estaba viendo
La cogió de los flancos con el hocico
lamió su vientre y aulló
irguiendo la cabeza
Yo lo estaba viendo
Yo que no soy más que una oveja asustadiza
Y puedo afirmarlo nuevamente
El lobo y la loba lloraban
restregando sus cuellos
La oscuridad les caía encima
Había un gran silencio
No había más que piedras
y los astros rodaban por el cielo
Volviendo a contraponer significados, volviendo a trastocarlos, el fragmento ahora referido representa el clímax de la caída como un acecho carnal entre brutal y sádico donde el desgarro físico es entendido como una manifestación externa, un símbolo, del desgarro interior. Así, Manuel Silva Acevedo “hereda del lenguaje místico la violenta sensualidad de la imagen —que a ratos asume tensión eróticos— para expresar situaciones de alta tensión espiritual. En el místico la experiencia de la totalidad es un momento intenso del peregrinaje del alma” (Skármeta E8). Entonces, conocido ya el hipotexto, la violenta escena sexual aquí expuesta no rompe la línea conceptual de Lobos y ovejas ni la agota o la define; sencillamente, y continuando con su clave intertextual, el autor se hace de la imagen para representar la caída.
Lobo a penalidad
Lobo y a ciegas
Lobo a fatalidad
Lobo a porfía
Lobo de natural
Lobo de ovejas
Pastor a dentelladas
Aullador de estrellas
La estrofa precedente viene a reafirmar el espíritu pedagógico en el dolor del pastor frente al desenfreno desbocado y, sugerentemente, por lo mismo “dulce” del lobo. Liviandad momentánea y mortecina antes de que aflore del todo el sentimiento de culpa, como se verá más adelante, con ciertos matices.
¡A la loba!
gritaron los hombres ya bebidos
La bestia alzó las orejas
y corrió a refugiarse entre mis patas
Me miró a los ojos
y no había fiereza en su semblante
¡A la loba!
volvió a escucharse el grito ya cercano
Ella agitó la cola
dio un lengüetazo en el agua
y vi sus ojos negros
recortados contra el azul del cielo
Después huyó hacia el monte
Entonces yo, la oveja libre de sospecha,
me vi sola ante los hombres
y sus negras bocas de escopeta
Toda la tierra es tierra para el lobo
Si lluvias, lodo
Si soles, polvo
Y de rumbo los montes, las estepas
y de casa el umbral, la roca viva
y de pan el más duro de los panes
Pare resonar en este fragmento aquello del “Príncipe de este mundo”. La oveja ya “poseída” es confundida con el lobo, se ha hecho uno con él de modo que, deconstruyendo el juego anterior, los niveles inferiores son los que determinan ahora los exteriores[5].
Yo, la tonta oveja,
nadie más ignorante que yo,
me pregunto
Quién tendrá piedad del lobo
y más todavía
Quién dará sepultura al lobo
cuando muera de viejo
miope y lleno de piojos
En el mismo sentido, tal y como ya adelantáramos, en este fragmento leemos un esbozo de la redención del mal como posibilidad. Se ha dicho que “el fenómeno dramático primordial [es]: verse transformado a sí mismo delante de sí, y actuar como si realmente hubiese penetrado en otro cuerpo, en otro carácter” (Nietzsche 2000:86). Bajo un esquema distinto, pero de similares resultados, un cuerpo extraño, otro carácter —el lobo— ha penetrado en otro —la oveja— transformando a este último desde sí en una existencia dramáticamente truncada.
Se te extraña
Se te busca
Se te indaga
Se te persigue en vano
tu oculto nombre en vano
No levantar falso testimonio
contra el lobo
contra el prójimo lobo
que aúlla por su prójima
Encontramos en este fragmento las más claras alusiones a la lectura que ha hecho tradicionalmente la crítica a Lobos y ovejas. Sin embargo, esta no deja de mantener ciertas concomitancias lógicas con el discurso precedente y con la hipótesis que estamos defendiendo. Así como presenciamos una duda ex ante, perfectamente posible dada la naturaleza desgarrada entre contrarios que se hacen de su feble constitución (de su naturaleza caída), podemos leer aquí una duda ex post; un atisbo de revaloración de los orígenes, tal vez un anhelo.
Coherente con lo anterior será la dramática imagen del verso siguiente:
Pasa el rebaño en fila funeraria
y atraviesa el pueblo con su fuente
Pasa el rebaño y pasa en seguimiento
de la oveja mayor, la más borrega
Pasa el rebaño en procesión sombría
y tras la huella los lobos cancerberos
van dejando un reguero de saliva
un rastro de sangre y poluciones
Pasa el rebaño y pasa por el puente
Pasan los vagabundos y los trenes
Pasa la loba amarga con sus tetas
Pasa el rebaño y pasa lentamente
Pasa la loba vieja, la más vieja
Pasa la oveja negra a guarecerse
Pasa la noche eterna, nunca aclara
Pasa el rebaño y bala hasta perderse
A diferencia de su símil evangélico podemos apreciar, por un lado, el drama de un pastor que no conduce al rebaño hacia el pasto y, por otro, la preclara conducción que se hacen las ovejas entre sí mismas hacia una aparente nada, “hasta perderse” como ciegos que guían a otros ciegos, pues un rebaño sin pastor no puede conducirse hacia ninguna parte. Sin decirlo, y por oposición sígnica, el yo vidente vuelve a poner las cosas en su lugar y, tras el frenesí del primer instante de derrota, viene el primer vacío mortal: el vacío como efecto de la misma ausencia de luz que ya acotábamos y caerá “la noche de bruces sobre el rebaño”.
Cayó la noche de bruces sobre el rebaño
La descastada oveja sintió la crispadura
Fatalizada se apartó del corral
No deseó nada más en el mundo
que la roja vaharada de la loba
Se declaró la peste en mi familia
Vi a mis torpes madrastras
gimiendo con la lengua reseca
Murieron resignadas
arrimadas unas contra otras
Yo resistí la plaga
Ayuné, no bebí agua
Rechacé los cuidados
Y una noche a matarme
vinieron los pastores armados de palos
A matar a la loba
La única en pie
en medio del rebaño diezmado
Esta noche que cayó sobre la loba, ahora semi-arrepentida o semi-dubitativa con su nueva condición. Al contrario que en los versos iniciales, parece que estamos ante una paráfrasis de “una oveja en mi entraña / que pugna por volver a la vida” tanto en sus intenciones como en sus efectos.
Así, la maldad parece otorgar cierto poder, superior al estado “tibio” del resto del rebaño, resignado a su condición. De hecho, es ese rebaño el que resulta diezmado y no la oveja-loba, cuya fuerza interior no solo supera la plaga sino a los pastores asesinos.
Déjenme a mí, la loba
Déjenme a mí, la fiera solitaria
Déjenme a mí, la bestia asoladora
Déjenme la cordera
Déjenmela a la puritana
Yo soy su sacramento
A mí me espera
Aunque aún hay más, pues:
Mi palabra de honor, dijo el lobo
tan sólo quiero amarte, no te haré ningún daño
Está bien, no hay más remedio,
arrímate a mi lado, contestó la borrega
El lobo la miró con los ojos ardiendo
La oveja le devolvió la ardiente mirada
Se estuvieron largo tiempo mirando
El lobo y la cordera tuvieron este sueño
Uno en el monte donde azota el viento
La otra en el corral
pisoteada por sus propias hermanas
Esta secuencia se asemeja a la posibilidad de un símil del apoderamiento que hace el pecado, el mal, sobre la persona ya caída en él, transfigurado en figura de seducción o goce carnal. Efectivamente, hay una seducción que al principio se resiste, pero que luego se disfruta (“La oveja le devolvió la ardiente mirada”) aun cuando después vengan los sentimientos de culpa, como veremos en el fragmento siguiente o, lo que es peor, la marcha aparentemente imborrable del pecado original.
En un mismo sentido, recordemos que “el uso del procedimiento de la intertextualidad [...] también puede ser relacionado con el silencio. Se da voz al decir de la tradición y se oculta al hombre concreto y particular que dice” (Cuneo 41).
No seré nunca más prenda de nadie
Mucho menos de ti
pastor dormido contra el árbol
No debiste confiar en la oveja mendiga
No debiste confiar
en mis estúpidas pupilas aguachentas
Serás víctima de la oveja belicosa
Ya no habrá paz entre pastor y oveja
El pastor y la loba buscaban la cordera
Persiguiendo a la oculta treparon la ladera
Se encontraron los dos, báculo y zarpa
El pastor fue más hábil, la loba derrotada
Y a los pies del zagal, la cordera perdida
surgió de los despojos de la loba abatida
Se engaña el pastor
Se engaña el propio lobo
No seré más la oveja en cautiverio
El sol de la llanura
calentó demasiado mi cabeza
Me convertí en la fiera milagrosa
Ya tengo mi lugar entre las fieras
Ampárate pastor, ampárate de mí
Lobo en acecho, ampárame
Superando toda coordenada referencial, pero basándose en ella, el poema atraviesa el dilema bipolar “pastor/lobo” para construir su lamento hacia una tercera vía. Con todo, el verso “lobo en acecho, ampárame” sugiere una carga de la balanza hacia el segundo de los ejes: el del lobo, o sea, el del mal, pero no como una constatación axiológica —que, dado el hipotexto, no sería posible— sino por el efecto de extrañamiento de una tendencia insuperable o, al menos, perenne en la naturaleza caída del hombre, que es corregida por la Gracia, pero que como en toda experiencia de tipo místico, se ve muy lejana o, a lo menos, impropia de recibirse.
Para finalizar, solo resta añadir unas palabras de cierre. Manuel Silva Acevedo elaboró en Lobos y ovejas un sugerente texto a partir de referencias basadas en un hipotexto de características simbólicas. En esta obra hay un marcado sentido de asociación bíblica y, por ende, religiosa y, lo único que hemos querido con la visibilización de esta relación es sugerir un punto de partida exploratorio de la condición hipertextual en que se basa este célebre texto de Silva, por donde el hablante lírico y el autor empírico transitan en busca de una redención y una sublimación de la tricotomía representada por el lobo, la oveja y el pastor.
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Notas
[1] El ejemplo más claro de este tipo de lectura forzada a partir del contexto es la que se ha hecho incansablemente de La nueva novela (1977) de Juan Luis Martínez.
[2] Ver las notas al “Prólogo” de Suma alzada (FCE, 1998)
[3] El símil está tomado de la vida y los avatares de los pastores pobres, cuyo trabajo es apacentar las ovejas —fuente de alimento, abrigo e intercambios comerciales— y protegerlas de la amenaza más fuerte y directa: el lobo, su predador natural.
[4] Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así nosotros también llevamos una vida nueva. Porque, si hemos estado infinitamente unidos a él por una muerte semejante a la tuya, también lo estaremos en su resurrección. Sabemos que nuestro viejo yo fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado quedara destruido, a fin de que ya no sirvamos al pecado. Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá. La muerte ya no tiene dominio sobre él, porque al morir murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6, 3-11)
[5] Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, no se recordará la justicia que hizo. Por la iniquidad que perpetró, por el pecado que cometió, morirá. Y si dice: “No es justo el proceder del Señor”, escucha, casa de Israel: ¿Con qué es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió” (Ezequiel 18, 23-28)
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