Novela "Sara" de Maivo Suárez: el retrato de una familia Kindberg, 2019, 155 páginas. Por Gonzalo Schwenke Publicado en El Mostrador, 30 de noviembre de 2020
La primera novela de Maivo Suárez (Talcahuano, 1964); Sara (Kindberg, 2019) inicia con la mudanza de Estela, la hija única de Sara Godoy. Una relación difícil de llevar entre gritos, discusiones, donde la crítica banal por la condición física y sexual no pasa desapercibida. Es decir, no hay resguardo cuando las heridas de la crianza flotan en la adultez, ni tampoco la percepción de repararlas durante la adultez de manera inversa.
Después de sesenta y tres años, la madre se queda sola en el departamento de Santiago, dando rienda suelta a la fantasía del buen futuro. Aquel donde deja atrás, cuarenta años de servicio en la empresa frutícola, se ve enfrentada a los cambios de las relaciones laborales en la que son menos perdurables y una sociedad que se despoja de condiciones que las reprimen. Asimismo, aparecen los proyectos personales que habían sido postergados debido a la maternidad, el profundo deseo de Sara para que Estela le gusten los hombres, la pretensión de encontrar un mejor trabajo y la imaginación de lograr la vejez llevadera. A pesar de que en la novela el círculo de amistades es femenino, careciendo de cualquier deseo masculino y trasladando el afán entre las amigas. En tanto, el mito y la fantasía corren por lugares de la ficción que chocan con la realidad de un país gobernado por miserables. Aquella vejez que escenificada en este volumen con el hecho de comprar la once en tres cuotas de crédito. Un clásico chileno. De igual modo, retoma el tópico del tedio de personajes viviendo en monótonos departamentos santiaguinos.
La narrativa de Suárez instala a su protagonista del siguiente modo: “No pudo dar con esas anunciadas promesas de felicidad de las que se había convencido al renunciar a ByFoods” (68) e insiste luego: “Como si ya no fuera suficiente la pensión de mierda y el dolor de huesos, ahora había perdido a su única hija y además, tenía unos extraños bichos negros en la cocina” (70). Por lo que, actitud de la protagonista huraña simula a la vecina de pueblo que comenta sin tapujos y con absoluto reproche el cotidiano que la envuelve, sin tranzar con sus opiniones y los sentimientos impulsivos. A pesar de esto, intenta encajar entre las amistades: Julia, Mané, Estela y Paula. Para esto irá describiendo comentarios y acciones no solamente políticamente incorrectas, sino repudiables sobre sus vecinas y vecinos.
Esta obra va tejiendo un presente alternado con recuerdos que se mimetizan y en que el tiempo es todo el tiempo.
Si el volumen abre con la separación física de la hija y la madre, la protagonista debe participar del ocaso y el extravío mental de la figura paterna: “El padre le hizo señas para que lo ayudara. Sara lo tomó de un brazo y al levantarlo del sillón, vio el borde acolchado bajo la pretina del pantalón. Pañales. El principio del fin. Durante la última visita al departamento se había meado en los pantalones” (59). La descomposición familiar como un ente inasible e incorregible de una trama que está lejos por enmendar.
Finalmente, Sara (2019) es una de las pocas obras literarias que caracteriza la dimensión de lo que significa la postergación de las mujeres, como una identidad múltiple, dentro de la arrolladora maquinaria del capital siendo productoras de relaciones laborales, maternales, familiares, académicas, de consumo y en la alienante rutina.
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Kindberg, 2019, 155 páginas.
Por Gonzalo Schwenke
Publicado en El Mostrador, 30 de noviembre de 2020