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Encuentro de Poesía SANTIAGO 4043

Por Mauricio Torres Paredes

 



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Golpeado y cincelado y puesto a gastar
Contra los días y contra mi mismo
Seguiré escribiendo.
Alfonso Alcalde

Comienzo a escribir este texto poético reflexivo, enterándome de la noticia de que el joven comunero Mapuche Rodrigo Melinao Licán, fue encontrado asesinado por dos balas a quemarropa. Sabemos que no es un asesinato accidental, sabemos como tantas otras veces que los responsables no serán encontrados, enjuiciados y todo será cubierto por la famosa “alma nacional”

Y me viene nuevamente a la memoria lo dicho por Theodoro Adorno “…escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad” pero ¿no estuvimos y/o seguimos estando en una estación simbólicamente parecida a Auschwitz? Lógicamente no hay palabra que pueda describir tanto horror, espanto y pena, pero sí en algún momento la palabra se hace presente frente a esas y estas terribles atrocidades, es la poesía que declama y canta, se hace gruñido, bramido, clamor. Se hace denuncia e historia. Se hace del dolor memoria.

Saber y enterarse en que situación estamos a 40 años del Golpe de Estado y a 43 años del Triunfo Popular es difícil de definir y precisar desde explicaciones racionales que cooptan los sentimientos más profundos que sentimos como comunidad. Sabemos que somos  una sociedad enferma, obnubilada por el consumo y en constante lamento. No somos para nada lo que se nos dice que somos, sino como nos sentimos en esos instantes de pena que no sabemos de donde vienen y que solo queremos a toda costa disfrazar. Tenemos una fractura irreparable con nuestra humanidad, una disociación que es vital encontrar para conseguir sanar.

Hoy nuevamente la poesía tiene algo que decir. La poesía tiene memoria y fue uno de los primeros registros escritos que denunció las atrocidades que sucedieron en dictadura. No fue la justicia, no fue la academia, no fue la prensa. La poesía se  escribió desde los clubes deportivos, se escribió desde los grupos de parroquia. Se escribió en pasquines,  revistas de fotocopias, a mimeógrafo, a máquina de escribir, y a mano también de poetas, de pobladores, de madres, de torturados, de hijos.

Santiago 4043 es la nueva casa de tortura, el nuevo campo de concentración en el que estamos viviendo día tras día, como diría Virgilio “todos aquí encerrados aguardan su suplicio.  Y no quieras saber  qué tormentos, qué penas se les inflingen”.  Una dirección que habita toda nuestra tierra y que está inscrita en oficinas, plazas, colegios, barrios, calles, pueblos, universidades, ropa, autos, prensa. Pero también es el espacio donde nuevamente se encuentran los poetas y la poesía teniendo algo que decir. Haciendo palpable el trazo del sentimiento, de lo humano que somos y de la memoria de tantos y tantos que han sufrido por una absurda promesa de prosperidad que nunca fue. Como bien lo plantea Emma Goldmar “la rueca, la empulgueras y el látigo se mantienen entre nosotros; al igual que el traje del presidiario y la ira social, todos conspirados en contra del espíritu que serenamente está en marcha”.

Hace ya 40 años atrás las fuerzas armadas, se apropiaron de nuestras vidas y destinos, tiñendo de sangre y de costras nuestro futuro, esos cobardes justificados por los poderosos hijos de las fieras, sacrificaron el nombre de nuestra tierra con el instinto y convicción más baja que pueda tener un ser humano, el de matar a otro, inventando justificar desde la razón. ¿De todas las excusas que hemos escuchado por más de 200 años, creen que aun se justifica su existencia? La verdad es que no, solo son la imagen retorcida de un imperio que cae, de poderosos huasos que agonizarán impotentes por el perdón, de míseras bestias que en el momento que lloran se recuerdan de su humanidad.

Imagina. Sales a la calle para ir al colegio en esas mugrientas calles de tierra húmeda por la bruma y el smog. Uno y más jóvenes con sus caras sucintamente deformadas por la tintura te miran solapadamente haciéndose presentes entre arboles queridos en donde en algún tiempo se jugaba con su tierra. Con sendos fusiles en sus manos,  a lo lejos un ruido que se acerca como máquinas no aptas para el pavimento en donde cada vez más grande se hace la imagen de invasión de tanquetas y milicos. Esos cobardes esperan verte distinto para matarte.

La poesía nuevamente los denuncia, y los nombra. Y nuevamente entrega su memoria a millares de memorias sobrecogidas. El poeta no se permite callar aunque las calles y avenidas de la gran ciudad lo ignoren y lo hagan parecer un autoexiliado de su cuerpo y de su voz.

Sabemos que nos odian y maldicen a nuestra gente por haber nacido con una esperanza que ellos nunca han siquiera imaginado. Es la oscuridad la que se acerca y maldice nuestra tierra. Por eso se ha de cerrar los ojos, contener el dolor, hacer memoria  para asomar parte de nuestra tristeza y saber que la poesía nuevamente tiene más que algo que decir. “Como lo habéis visto en estos días en esta ciudad, en este Santiago de Chile que comienza a parecerse a un bello moustro que no se avergüenza ya de alimentarse de sueños”  bien diría Rosamel del Valle.

 

 



 

 


 

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