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«Luna ácida», de Mauricio Torres Paredes: Un viaje a la inmanencia
(Editorial Quimantú, 2019)

Por Alejandra Boero Serra
Publicado en Diario Cine y Literatura, 12 de mayo de 2020



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«La poesía no puede sostener nada porque ella misma es el derrumbe,
sin derrumbe no hay poema».
Raúl Zurita

En octubre de 2019 Ediciones Quimantú edita Luna ácida del poeta Mauricio Torres Paredes. Este libro no fue escrito en el fragor de la contingencia ni de la coyuntura. Y sin embargo es allí donde, también, hace mella, donde muerde lo cotidiano y arranca con fiereza las costras, donde barre lo instituido por el establishment, donde nos desnuda en nuestras búsquedas cómodas y acomodaticias. Una poética que remece. Y que nos hace andar. Y desandar. Una poética que a pesar de interpelar a los presentes hiende en la existencia más abisal sus ojos y nos hace despertar.

Una voz en plena epifanía, «De repente desperté…», deja los lastres preconcebidos culturalmente —dinero, crucifijos— y se interna —como un Dante de a pie: «…Me puse la chaqueta de mezclilla…»— en pro de un des/cubrimiento propio: «…al encuentro de mi maestro fui».

La selva oscura se abre y lo que allí vemos es una corte de los milagros del siglo XXI, seres que vuelven una y otra vez —desde Dante hasta Torres Paredes— a confrontarnos con lo aún no resuelto. Épocas de inclemencia e intemperie que siguen regurgitando vida inmerecida, desigual, carroñera. La voz y los seres en guerra en pos de dinamitar: «…la moral del sector…» con una sola y feroz certeza: «… el fuego viene de las palabras,/ camino de negro,/ la ofensiva ha comenzado poesía nueva/ poesía poesía blanda poesía enmarcada…».

Aquí el poeta, su voz y su poesía se saben vulnerables pero no por eso inermes:

En la mayor cantidad de ciudades
un proyectil es mi cuerpo
incrustado
en el logrado paisaje futuro
que nos han querido dibujar

Pasados presentes transcriben
señales que aún no recuerdo
Enciendo una que otra máquina
el mundo pasado se aleja.

Luna ácida es pura presencia, creatividad —res non verba y aún así palabra salutífera y re/creadora— y resistencia. Lucha que no se disipa y reverbera en voces y luchas y poéticas que en Chile fueron y siguen siendo: Neruda, Lihn, Violeta y Nicanor Parra, Raúl Zurita:

Levantar la voz será levantar la vida
demostrar el descontento como el descontrol
Así los más mínimos gestos se trasplantan
Así quien cae siente la intuición de levantarse. 

Luna ácida en una palabra insurgente, una luz nocturna y sucia. Satélite natural de nuestros infortunios, de nuestros yerros, de nuestras mezquindades. Una estructura volcánica que nos acoge y nos permite, también, la redención:

Mira como la visión se desliza en todo y choca
y transita y camina, salta, vuela, recorre los cuerpos
componiendo espíritus, ayudando a entender
(...)

Me dije y me digo

Atrévete a decir que la justicia huele a podrida
Atrévete a sospechar de toda divinidad
Atrévete a componer los cantos del sector
(...)

Los universos son cicatrices
sanadas por el amor
La boca es una cicatriz
sanada por el amor
Mi escritura
es una cicatriz
que sana el amor
Los miedos son cicatrices
Nuestras envidias, cobardías
los orgullos, las avaricias
La hipocresía es una cicatriz
El amor es una cicatriz
sanada por el amor
La desdicha es una cicatriz
La felicidad es una cicatriz
El engaño es una cicatriz
El camino es una cicatriz
La apariencia
El apuro es una cicatriz
Tu mirada es una cicatriz
Mi mirada es una cicatriz
sanadas por el amor. 

Luna ácida es, también, la palabra de la tradición letrada, del pueblo en tensión, de las distopías cercanas, de la búsqueda estilística que viene pergeñando y plasmando Mauricio Torres Paredes desde su libro Orgasmos. Trilogía del fin de siglo.

Luna ácida es ese largo poema parteaguas —«Paloma»— el encuentro de las dicotomías, quizás esa «individuación» personal/social/cultural/ círculo virtuoso humano:

Intento circular a oscuras Paloma en la melancolía de aquello
que gratamente no nos pudiste dar Alegrándome que simpatizaras,
haciendo alianza con la normalidad paloma paloma paloma ay la tierra
no la van a destruir. Si de colores se trata, traigo el morado de mi piel
golpeada, el negro de mis talones piñiñentos,
el amarillo de los jóvenes políticos, el rosado de las locas del barrio,
el azul de las papas cocidas, el verde de los árboles muertos.
Se presiente, decían hace años los viejos de hoy, que algo va a cambiar
y que lo estamos haciendo bien. Tu propio Pablo, Paloma, era uno de ellos
y mira que nos dejaron y mira donde se fueron y mira cómo te crean
ficciones de terror paloma paloma dame la
otra paloma Paloma dame la otra paloma dame otra paloma. 

Luna ácida es el viaje inconcluso, siempre en marcha, siempre empezando, el viaje furioso, el viaje de la poesía: contundente, lábil, irrespetuoso, auriga. La mística de la palabra que como un I Ching telúrico se descompone y muestra el craquelado de una sociedad, de una naturaleza que no empatiza con sus criaturas, que las castiga y las impele a la rebelión. Y es también esa rebelión y esa revelación dionisíaca de la vida abriéndose paso, contestando, haciendo, blasfemando, poetizando:

Levantar la voz será levantar la vida
demostrar el descontento como el descontrol
Así los más mínimos gestos se trasplantan
Así quien cae siente la intuición de levantarse
(…)
Salimos de la manada educada
cantando el mándala secuestrado
buscando tierras públicas
para sepultar al cóndor y al huemul
Vueltos monos. 

Luna ácida: círculo refractario, espiritualidad pagana, corporalidad disidente. Una escritura que nos lee en los bordes y en las simas. Una medusa andina, límite y acicate de la palabra poética, profética:

Las máscaras que sosteníamos
eran de los viejos dioses de esta tierra. 

Mauricio Torres Paredes: un poeta que se sabe parte, porte de un saber compartido, de una voz partida en la búsqueda de sentido. Poeta de la inmanencia, de la falta, del derrumbe.

Ediciones Quimantú, una editorial que sabe de desafíos y compromiso —en el sentido de tomar consciencia del valor de la palabra en la literatura y en la vida— juega una poética carta dando a conocer Luna ácida y gana —en el sentido de tomar consciencia de que la palabra en el cotidiano acontecer crea mundos y hace la diferencia— y nos hace partícipes a los lectores de este lúcido «agenciamiento» —en el sentido deleuzeano— que nos deja en este viaje sabiendo que: » Es hora de merecer lo que has soñado hay una luz siempre hay una luz».

 

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Alejandra M. Boero Serra
 (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre). 



 

 

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(Editorial Quimantú, 2019)
Por Alejandra Boero Serra
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