Mauricio Torres Paredes nació en Santiago de Chile en 1973. Durante la adolescencia comenzó a experimentar con las palabras, a explorar el mundo interior y exterior a través de ellas. Su poesía se alimenta de lo cotidiano, de las cosas que lo conmueven, lo apasionan y lo declaran en rebeldía. Muchos de sus textos han sido publicados en diversas revistas y antologías nacionales y extranjeras.
Participó del Encuentro Nacional de Escritores en Santiago de Chile en 2013. En 2016 integró la Feria Internacional del Libro de la Habana, Cuba. Ese mismo año participó en el Festival de Poetas de Zamora en la ciudad de Michoacán, México. Entre los años 2017 y 2019 realizó su gira poética por México, Argentina, Uruguay, Colombia y Ecuador.
Hasta la fecha ha publicado los libros Al mundo le aze falta un orgasmo máz (1997), Adicción Adicción (1998), El futuro prometido (2001), …todas las playas del planeta (2005), Orgasmos (Editorial Quimantú, 2004 y 2014), La Rebelión de la Falla, antología 1995-2016 (México, 2017). Hacia la memoria de la falla, ensayo del libro Poesía sobre poesía (Ediciones Universidad de Humanismo Cristiano, 2019). Y Luna Ácida (Quimantú, 2019).
¿Cómo se acercó a la escritura?
El acercamiento fue paulatino, pausado. No contaba con ninguna herramienta gramatical, había leído poco, casi nada. La Biblia y las obras completas de Edgar Alan Poe eran de los pocos libros que había en casa. Mi madre nos leía la Biblia, tengo reminiscencias de estar con mis hermanos alrededor de ella cuando nos relataba el Libro de Job y El hijo pródigo, o ver a mi papá leyéndonos El gato negro de Poe.
Pero si me remonto en el recuerdo, cuando tenía unos 13 años, en el colegio se realizó un concurso literario que se llamaba ‘Al otro día del 21 de mayo’, fecha en que se conmemora el combate naval de Iquique (enfrentamiento ocurrido entre Chile y Perú durante la Guerra del Pacífico en 1879). Hoy no sé por qué participé. Me recuerdo sentado en la mesa del comedor junto con mi padre y yo preguntándole sobre el combate naval, de manera que no se diera cuenta que no había aprendido nada en la escuela. Con la poca información que obtuve, escribí un cuento acerca de lo que sucedió ese día en 1879, pero retratado en ese cuento como si fuera 1980, con la modernidad de estos tiempos. Mi ignorancia e inocencia eran tales que hasta televisores desfilaban por el relato, jaja. Sucedió que gané el primer premio, compartido con una niña del último año de la secundaria.
Después me acerqué junto a las amistades del barrio a grandes libros que me maravillaron; como fue Una estadía en el infierno de Rimbaud, Las mil y una noches, El Quijote, la Biblia, Así habló Zaratustra, entre otros. Desde ese momento comencé a entender lo grandioso que era escribir y decir lo que uno siente. Es casi inexplicable lo que experimentaba conforme iba componiendo frases o textos muy malos. Pero tenía antecedentes que demostraban que lo que escribía llamaba la atención, de ahí que me propuse aprender cómo quería que mi escritura naciera, y en eso estoy hasta ahora, aún descubriéndome.
¿Qué lo llevó a escribir poesía?
En la poesía había varias cosas que me atraían y que encontraba misteriosas, atrevidas y experimentales. Percibir lo que causa y provoca la palabra es lo que más me maravilla. Romper los conceptos, profundizar en mi interior, comprender la maravilla de la comunicación y del saber que entrega. Eso es lo que podía llegar a hacer yo, imaginaba. Escribía y me sorprendía.
Eso hizo que me adentrara en la poesía y la comprendiera. Explorando en la vida de los poetas. Cómo habían escrito sus libros, de dónde habían sacado todas esas ideas extrañas. Me encontré con un estilo de vida. Saber que la poesía fue uno de los primeros lenguajes que utilizamos como civilización. Imagínate, yo no sabía nada de eso, fue como el descubrimiento de un tesoro a crear.
También hay que considerar el apoyo de los amigos y amigas, el aliento que entregaban y la retroalimentación de otras artes que éstos también practicaban precariamente. Y luego el atrevimiento de hacerse llamar poeta y de escribir y publicar un primer libro, teniendo poca idea de qué era específicamente un libro. Me lo propuse y acá estoy, alegre por haber tomado este camino.
¿Qué temas le provocan interés a la hora de escribir?
Me interesa lo que me sucede y nos sucede como seres humanos en la vida; en el cotidiano, en las conversaciones que tengo conmigo y con los demás, lo que nos acontece en esta vida moderna, en este futuro presente.
Algunos de mis primeros poemas tienen un guiño con la ciencia ficción, pero la paradoja es que cuando escribí esos poemas ya el futuro estaba entre nosotros, convirtiéndose esa ficción en realidad. Me gusta trabajar, explorar la desarticulación de saberes impuestos desde la retórica, develar las ficciones que operan en las promesas de la modernidad. Tratar de ser un aporte para la existencia, de hacer un aporte desde mi poesía.
Los temas que se comunican y se relacionan necesariamente en mi escritura, son los que nos rodean exterior e interiormente; romper dogmas y tratar de desentrañar las formas represivas de la moral. Y los temas serían los de siempre en el arte y en la poesía: el dolor, la rabia, el amor, la muerte, el cotidiano y lo que me expresan para captarlos y tratar de mostrarlos, desentrañarlos desde mi sentir.
¿Cómo nace el libro de poemas ‘Luna Ácida’?
Nace como la mayoría de mis libros: desde la necesidad de decir, pero sin saber qué específicamente, o sobre qué voy a escribir; eso lo dejo fluir lo más posible. Que me vayan naciendo signos, sentires y palabras que me guíen. Palabras que voy desentrañando y transformando en poemas.
En ese sentido, tenía la intención de crear un nuevo libro, pero aún no sabía cuál. Contaba con algunos poemas publicados en revistas literarias, con otros que tenía sueltos, pero no con una idea central o preponderante que, desde mi perspectiva, entregara sustancia al núcleo de un libro. Así que comencé a prepararme para ir dándole forma a este.
La mayoría de los poemas están escritos desde una habitación que tiene una ventana que da hacia la cordillera, que es también por donde aparece la luna, y allí estuve alrededor de dos años trabajando en darle cuerpo al libro.
¿De dónde surge el nombre?
El nombre proviene de un colectivo de arte que tuvimos con amigos y amigas a principios de los años 90, en el sector sur de Santiago. Con ellos realizamos acciones de arte, encuentros de cómics, programas en una radio comunitaria, y publicación de revistas. También grafiteamos las calles, consumimos marihuana y alcohol. Pero el verdadero sentido de los encuentros era compartir esos momentos de esparcimiento y creación.
En la primera reunión elegimos el nombre que le pondríamos al colectivo, y como creíamos en una democracia amplia y algo mística, decidimos que cada uno escribiría en un papel -que luego echaríamos a una bolsa- el nombre que quisiera para el colectivo. Y de ahí salió Luna ácida. En la búsqueda que estaba haciendo para el título de este nuevo libro se me vino a la memoria este recuerdo y los imaginarios que teníamos, lo que me dio la idea de que ese fuera el nombre.
Además, hace muchos años atrás había pensado en que escribiría un libro de esos tiempos de amistad que llevara ese nombre. Aunque estos poemas que escribí no tratan específicamente de eso sino de una sensación más amplia y misteriosa.
Hace unos días, conversando con Marlene Zertuche, una amiga poeta mexicana, me decía que cuando leyó el libro tuvo la sensación de una luna cercana, como esas que se reflejan en las noches después de la lluvia.
¿Cómo llega a publicar con la Editorial Quimantú?
En 2002 fui invitado a una feria literaria y cultural que se realizó en la comuna de Cerro Navia, que es parte de la ciudad de Santiago. Había grandes invitados en esa oportunidad, estaban la escritora Pía Barros y el tataranieto de Baldomero Lillo, el gran escritor de principios del siglo XX, entre otros.
Pasó que fue el turno de leer los poemas de mis libros autoeditados, que eran tres, y que había llamado la ‘Trilogía de fin de siglo’. Cuando terminé mi lectura se acercaron las editoras Sujein Chang y Elisa Castillo de la Editorial Quimantú. Se habían interesado en mi poesía y querían tener una reunión para que les presentara el trabajo que llevaba realizado hasta ese momento.
Yo quedé agradecido y contento por la invitación. En esa reunión me dijeron que querían que publicara un libro de poesía con la editorial. Imagínate la dicha y la alegría que tuve. Sentí que mi escritura y mi poesía estaban interconectándose con quienes las leían y escuchaban, me di cuenta que también el trabajo que le había dedicado a mi quehacer estaba entregando frutos, y eso es muy importante para quienes somos parte del trabajo cultural.
Así que el ofrecimiento fue publicar esta ‘Trilogía de fin de siglo’compuesta por los poemarios Al mundo le aze falta un orgazmo maz, Adicción Adicción y El futuro prometido en un solo volumen que se llama‘Orgasmos’. Nos demoramos dos años en trabajar esa edición que fue publicada en 2004 y que Quimantú reeditó en 2014.
Después, en 2010, publicamos con Samuel Ibarra la antología ‘Desmanes, poesía combativa para las luchas cotidiana’, un libro que tiene más de 60 poetas chilenos que han trabajado temáticas discursivas desde el margen, por así decirlo. También, ayudé a editar con Quimantú algunos libros de grandes poetas como Pablo De Rokha, Carmen Berenguer y el poeta mapuche David Aniñir, entre otros.
Hemos creado una gran amistad con la gente de la editorial, apoyándonos y ayudándonos mutuamente desde esta entrega cultural, intentando cambiar y transformar desde los libros y su lectura.
La presentación del libro ‘Luna Ácida’ se realizó el viernes 13 de diciembre de 2019 en el frente del Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Santiago. Ese día coincide con una de las manifestaciones más multitudinarias desde que empezó el estallido social en Chile. ¿Cómo toma la decisión de realizar la presentación en ese lugar y en ese contexto?
La semana después de haberse producido el estallido social, tuve que partir a Colombia y Ecuador a realizar mi gira poética, en la que fui a presentar el libro ‘Luna Ácida’. Chile estaba con toque de queda, con varios muertos y heridos por las fuerzas policiales. Había pensado que a la vuelta a mi país realizaría el lanzamiento del mismo. Pero cuando volví la revuelta continuaba, con fuerza y sin detenerse.
Recuerdo haber hablado con amigos que me preguntaban si había ido a dar una vuelta al centro de Santiago, a la «zona cero». Me contaban que habían desaparecido las veredas, que las calles estaban repletas de expresiones artísticas, pero que a la vez todo parecía un campo de batalla.
Ya de vuelta en Chile, comencé a pensar en qué lugar podría realizar el lanzamiento del libro, pero gran parte de los espacios culturales estaban cerrados. Recordé que por 2015, una amiga vinculada al arte, Patricia Contreras, me había ayudado a averiguar la posibilidad de ocupar la explanada en el frontis del Museo de Bellas Artes para realizar un recital poético en ese lugar, pero que no prosperó. Desde la administración del museo le habían comunicado que no había problema en ocupar el espacio. Bueno, se me vino a la memoria esa información y me fui a dar una vuelta a la zona cero, para ver en qué situación se encontraba y a evaluar el lugar para la presentación. A pura imaginación diseñé la idea. Se la comuniqué a la gente de la editorial Quimantú y le propuse a la académica Soledad Falabella que presentará el libro. La idea de que fuera en ese lugar les agrado y fue la mejor decisión sin duda.
¿Qué significó para usted? ¿Cómo lo vivió?
Fue impresionante, porque además fue mi aporte poético al estallido. Pensé que no alcanzaría a presenciar cómo se estaba desarrollando, sin embargo, estaba más vivo que nunca. Llegaron poetas artistas, amigos, amigas a acompañarme. El poeta David Aniñir le regaló al libro ‘Una rogativa mapuche’ (ceremonia ancestral de agradecimiento), el performista Sebastián Concha realizó una acción de arte, y ese día de diciembre estaba estupendo con un lindo sol.
Además, era una forma de entregarle al libro ‘Luna ácida’ un gran lanzamiento, acorde a mi imaginario de ser poeta. Y la posibilidad de que se inscribiera en el devenir de lo que estábamos viviendo y pudiese fluir en la incertidumbre. Después vino la pandemia en marzo de este año y la incertidumbre sigue viva, transformándolo todo. Es en la incertidumbre donde navega esta luna ácida.
¿Cuál es su sentir con respecto a la pandemia que nos atraviesa?
Los cambios radicales que ha dejado y dejará la pandemia son inimaginables y lo inimaginable va desde la muerte de millones y millones de personas, en su gran mayoría adultos mayores, a experimentar en carne viva el encierro, el temor, la angustia, la pena, el hambre. Se presenta en conjunto con la muerte y el desconsuelo. Y por años y años estaremos hablando de cómo vivimos y sufrimos estos tiempos. Se me viene la imagen de un terremoto terrible en la faz de la tierra, grado 10, en cada barrio, en cada ciudad, en cada continente, en el planeta entero. Debe de ser porque es lo más fuerte que había vivido como golpe de la naturaleza.
El mundo no volverá a ser el mismo, pese a que se estaba transformando algo antes de esta pandemia. Sin embargo, con este remezón doloroso vamos a tener que, además de volvernos a levantar, comenzar a sanar las heridas con las que quedaremos. Si la primera guerra mundial dio pie para la caída de la hegemonía de la razón y el encuentro con el subconsciente como reconocimientos de lo que somos en su totalidad, la pandemia que vivimos dará curso para que creemos otra manera de vivir. Más allá del sentido moral y ético que sigue pisándose los talones, dando palos de ciego, preguntando si se puede escribir poesía en estos tiempos, esa razón vestida de subjetividad también se irá desmembrando. El hombre como centro del universo, el antropocentrismo como le llamaban, nos parecerá antiguo. Por eso de alguna manera hablo de lo inimaginable.
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Mauricio Torres, poesía entre el estallido social y la pandemia
Por Mirtha Caré
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