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PRESENTACIÓN LIBRO «LUNA ÁCIDA»
Mauricio Torres Paredes, editorial Quimantú, 2019

Por Juan Fernando Auquilla
Museo Remigio Crespo Toral. Cuenca - Ecuador



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El concepto de poesía se relaciona con el término griego poiesis-creación. Vicente Huidobro (1916) en “Arte Poética” sostiene que el poeta es un pequeño dios, pues con base de lo que lo rodea es capaz de construir universos insospechados. “Sólo para nosotros/viven todas las cosas bajo el sol.” Y con los elementos que nos rodean debemos construir un poema que exprese desde otra visión lo que se puede observar a simple vista.

La poesía es un acto que convoca, une y dispersa. Tiene la capacidad de invisibilizar lo real y visibilizar lo intangible a través de la palabra, pues como sabemos escribir poesía puede ser una acción comprometida con el lenguaje o un acto evasivo de la realidad, una manifestación válida para dar a conocer lo subjetivo o simplemente una acción catártica frente a la realidad que deshumaniza al individuo. Hablar de poesía en estos días es hablar del refugio, del espacio individual y colectivo, de resistencia como lo diría Sábato, en donde el escritor y el lector buscan la forma de no deshumanizarse. La poesía está llena de silencios que tanto bien y, a ratos, tanto mal nos causa; es necesario plantear una resistencia a través de la palabra para no caer en la vorágine que nos aleja de lo sensible; ¿qué sería de nosotros sin la búsqueda incesante de la palabra precisa? El tacto y el corte de la realidad se funden al momento de la escritura. Nicanor Parra a través de la poesía señala: “Mi posición es ésta:/El poeta no cumple su palabra/Si no cambia los nombres de las cosas.”; sin posicionamientos esnobistas, la poesía es un ejercicio y un trabajo serio con y mediante la palabra, para encontrar el poder que subyace en ella y proponer diversas posibilidades de creación lingüística y estética.

En algún momento de nuestra existencia los seres humanos nos sentimos tentados a escribir algunas palabras rimadas o no y les damos el nombre de poemas. Con el transcurso del tiempo algunos de los noveles escritores se enfrentan al desafío y continúan la labor de escribas. Pero, ¿cómo se construye un oficio de escritor?, la clave, al parecer, es ser un excelente lector. La poesía como tarea seria constructiva trasciende la anécdota personal, y va más allá de la catarsis, supera los juegos lingüísticos de pescar rimas y palabras rimbombantes.

La poesía se deshace de posicionamientos políticos o sociales y enfrenta de forma decidida los posicionamientos deshumanizantes. Desde la Antigüedad Clásica, Platón, considera al ejercicio poético como una falsedad, pues la inspiración, según el filósofo, no responde a las palabras del poeta, sino a un estado de las musas que se apoderan del artista para hablar a través de ellos, un médium, un puente, un elemento para propiciar el encuentro divino en la palabra, con la palabra; quizás la poca utilidad pragmática que se le atribuye a la poesía hace que esta forma escrituraria se convierta en un ejercicio superfluo para muchos; sin embargo, la poesía es un ejercicio de la palabra por la palabra y su compromiso exige manejar las estrategias y herramientas propicias para producir una escritura estética.


Durante la presentación

Leo el poemario Luna ácida, de Mauricio Torres, escritor chileno, a finales de octubre e inicios de noviembre 2019, justo cuando el descontento social se desborda en Ecuador, Chile, Honduras, Panamá, Haití, Bolivia y otra vez la poesía se convierte en refugio y la palabra en el instrumento para sensibilizar, para visibilizar, para levantar el pensamiento.

En la mayor cantidad de ciudades
un proyectil es mi cuerpo
incrustado
en el logrado paisaje futuro
que nos han querido dibujar
Pasados presentes transcriben
señales que aún no recuerdo
Enciendo una que otra máquina
el mundo pasado se aleja.

La creación de universos pos apocalípticos en donde el ser humano es uno más de la postal limpia, del producto pos moderno que esconde lo que no es lindo, lo que no se alinea a los espacios de poder y que rompe con la historicidad del ser humano, como si por una acción pensada, podríamos deshacernos de lo anterior. El poema se vuelve reclamo para que no se vaya o se invisibilice nuestro caminar; los acercamientos a lo tecnológico a lo no humano nos vuelve uno más del sistema que no desea que pensemos, que desea que nos escondamos, pues el miedo nos invade desde los espacios de poder, que Foucault ya lo señalaba, cohabitan las ciudades y nos llenan de miedo, nos hipersensibilizan frente a una tendencia poco relevante que dura un lapso pequeño y nos deshumaniza frente a la muerte en las calles, en los parques, en las plazas, espacios que fueron creados para el encuentro, pero que hoy son el espacio designado para la muerte, para el desentendimiento con los otros.

Luna ácida es una construcción cinestésica que te invita a la contemplación y a saborear las ideas. La palabra luna merodea el texto y la convierte en el hilo conductor de varios poemas.

“He logrado atraer la luna
y dar color a las sombras”

“Este libro habla sobre la luna
Esta vida habla con la luna”

“Antes de que salga el sol
estábamos en la luna”

Desde lo satelital, desde la marginalidad de la palabra poética el escritor construye campos semánticos para recrearlos con la imaginación. Porque “hay veces que la vida se encarga de cambiar la vida”. En este poemario nos enfrentamos a textos de largo aliento, así como a la síntesis, porque lo breve bien expresado se convierte en un vasto campo de significaciones, porque como todos sabemos la poesía es el espacio desde donde surge la palabra y cobra vida en las lecturas, relecturas y deslecturas que provoque, no se trata de estar de acuerdo y dar con una respuesta correcta, se trata de ver desde otros espacios, de sentir lo que la palabra te dice, te provoca, te inquieta.

“La cosa es que tenga sentido
y si no lo tiene mejor
Da igual”

El poemario tiene una propuesta de desdoblamiento de la voz poética

No satisfecho con asomarme
también me escribí
Nunca me tendrían que haber enseñado a decir
porque no lo aprendí como quisieron
Muy pocas cosas aprendí como querían.

Se convierte en la voz urbana que grita en medio del ruido, y que calla por instantes, como el ángel que se exilia y se convierte en el mensajero de sus propias palabras, dirigidas a sí mismo. El poeta nos reta y nos enfrenta, interpela el hecho humano de seguir lo trazado o romper el camino hacia otros destinos, como el ser que no se encuentra satisfecho del espacio en el que habita y fuga, mediante las palabras a otros espacios en donde dice de otra manera su existencia.

Para finalizar, el poemario Luna ácida es un conjunto de palabras que conjuntan imágenes oníricas, pero también lo cotidiano, lía los temas colectivos e individuales, une la palabra y el reclamo, construye, como se ha dicho el refugio desde los recuerdos y desde la necesidad de sensibilizarnos ante la mirada de los otros y aceptar que la poesía siempre es un camino, y para los que creemos en la palabra, la poesía es el camino.



 

 

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