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“Nada es lo que nada existe”

A Partir de “Nada” de Malú Urriola

Por Gabriel Nicolás Larenas Rosa


¿Pero qué es lo que existe? Sólo el día que pasa, y por día, creo, entiendo trayectos. Y después del tiempo, en su medida, cuando el impacto quita la palabra, todo aquello reconocible pasa a ser lo innecesario, la materia sospechosa, cuestionable por el sólo hecho de su presencia. Es como despertar después del suicidio con la carne viva, cuando ya no queda nada, nada más que el recuerdo de aquello pensado alguna vez vivo, “no queda del vuelo sino el recuerdo”(13).  La nada existe en dicha emergencia y enunciarla como aquel lugar posterior carnaliza, contradice, la palabra (y sin embargo, le forma, continúa). Lo señalado es todo eso que ya fue. Nada. Contradicción donde chocan negación y pérdida; pérdida supuesta en la razón de la palabra no recordada, generando un espacio vagabundo que  afirma la duda, la vacilación, de la posterioridad de lo dicho. La nada, entonces, es (o no) un cuerpo efímero más allá de lo borroso. Estimula un agobio que es tanto persecución como escape; es decir, un síndrome vertiginoso en donde nada parece ser palpable, reconocible, y el cuerpo no sabe si necesita fijar la imagen o caer en ella. Imágenes aparecen, inoportunas ¿serán necesarias? ¿serán parte del azar de la mirada en vértigo?

Creo la nada como la duda de la razón oculta entre los nombres, los nombres otorgados, los nombres encontrados, un poemario sin títulos mas que nada, dudar de la capacidad del escrito lúdico en recrear el momento de nombrar el mundo, jugando, también, a que eso existió alguna vez en la historia de la ficción como un momento. En esta reencarnación ciega, “leer es la contraparte de la ficción // su vaciado interminable” (32), ya que el acto deleer es recordar, a través de la toma del material y el simbólico recorrido alfabético, que nada es nada, todo es un recuerdo probable; cada significado es una irrupción, tan existencial como antojadiza, contaminada por las costumbres emotivas de las masas impacientes.

En Nada(1), emerge la fisura al correr la voz entre dios y la nada; dios –dije, y una culpa indescriptible se apoderó de mí (10). Quienes leemos a dios desde la d minúscula podemos entender que su translúcida existencia conformada por el discurso de los otros (como si dios fuera la saliva del habla) genera una profunda inquietud; la presencia de ese algo siempre ambiguo, que es nada y todo para casi todos, menos para uno. La culpa, esa culpa exquisita que siempre se acompaña por la sonrisa, es que al encontrar la cuna de dios se le puede mecer por donde quiera. Dicho verbo es la poesía, y en Malú Urriola, en palabras de Julio Ortega, “la poesía transforma al mundo de las evidencias en una figura radical del desamparo”(2).

Es por esto que la poesía es una interdisposición de múltiples partes, escritura, fisicalidad y lectura, nada que nunca es más verdad que las propias mentiras electas. La poesía es: todo aquí, quizás ahora, posiblemente nunca más allá. “La poesía es una ilusión óptica”(43); las capas son elecciones de materias físicas y significados relativos que arremeten en contra o a favor de las sensibilidades culturales, o quizás de una particular, única, tan concretamente ficticia como dios y Dios; aquello que nos lleva a confirmar, una vez el cuerpo situado en el mí-mundo, que “soysoysoy un dios de la nada” (22), sea yo un viejo ermitaño, sea usted amante saca garrapatas.  

El cuerpo, perdido, va disipando su rango de visión en el transcurso; todo es apenas una mínima porción visible de los días(14). Intencionalmente se revierte la estrategia maquinal de la fe: si para ver hay que creer (cuando es uno quien instala mundos a través del lenguaje) quizás ya no hay nada en que creer mas que en la reacción inmediata, verborreica, de los recuerdos, del diario vivir, del diario sentir. Entonces el cuerpo, encontrado, se adentra en el mar de la nada como si pudiese respirar en el ahogo, dentro del mar, pensándose a si mismo en gestación reencarnada, un reencuentro ciego con el mundo en el cual dios ya no existe pues ya se ha vivido su inexistencia. Dicha lucidez ya no es fúnebre pues se ha acabado la muerte, la muerte es el recuerdo, el libro. Nos hemos encerrado en la saturación de las construcciones sobre la nada pero “porque estamos ciegos es que podemos ver” (57); la ausencia se recrea en palabras imperativas que instituyen figuras – poderes – para provocar órdenes y exclusiones así surgir en el calmo desborde; la reencarnación ciega es el regreso de un exilio pasado; fui arrojada del infierno por adorar la belleza(19), adorar, es decir, reconocer el material en el cuerpo y sentir el placer de aquello que ya no es nada. La atmósfera deja a ratos su nostalgia y lo íntimo no es más que aquel crudo desequilibrio en donde “mirar la nada enceguece”(58), pues nos miramos a nosotros mismos y a los monstruos que nos han abandonado, los que se han quedado y los que nos habitan desde dentro en nuestra ceguera. Las diagonales de este círculo han quebrado su esfera, y al reconstruir con ladrillo y aire, con el rol auto-oficializado por la escritura, la voz advierte: “nada soy y no tengo nada que ofrecerte” (94), es decir, toda construcción que me conforma, la cual entiendes, equivaldrá a todo lo que podría darte en el tejer de las palabras que no es vida, que no es muerte, es tan sólo otro hacer que depende exclusivamente de tu disposición y fe.

  Diciembre 2009

***

NOTAS

(1) Urriola, Malú. Nada. Santiago: LOM, 2003. // Premio “Mejores Obras Editadas”, Consejo Nacional del Libro 2004.

(2) Ortega, Julio. En <http://www.letras.s5.com/malu011103.htm> 

 

 

 

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