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Mapa rutero del
VACIO ANIMAL de Georgina Canifrú
Por Malú Urriola
Georgina comenzó a escribir a los 12 años. En octavo año de enseñanza básica, en el Liceo en los Andes, ganó su primer concurso de poesía. Por entonces leía en actos culturales. Más tarde arribaría a Santiago a estudiar Bibliotecología en la UTEM. La vida citadina y barroca comenzaría a escribir en ella este Vacío Animal.
El año 2000 fue becada por la Fundación Pablo Neruda. En el 2003 ganó el concurso de poesía de la Facultad de Humanidades de la UTEM (Universidad Tecnológica Metropolitana) donde recibió clases de la escritora Diamela Eltit y de la poeta Eugenia Brito.
El año pasado viajó por India, Nepal y Emiratos Arabes. En Dubai, Sharjah específicamente, continuó escribiendo este libro. Estuvo en Ramadán, sin poder hablar una palabra de español, sin poder comer ni beber en público, viviendo al lado lado de una mezquita, caminando por calles de un calor infinito y con un 99 por ciento de hombres en ellas.
Regresó y postuló a la Universidad Católica de Valparaíso para el Bachillerato en Arte. Fue seleccionada, pero tuvo que optar por el trabajo como bibliotecaria documentalista, que realiza actualmente.
Vacío animal es su primer libro de poesía, que comenzó a gestarse cuando descubrió por casualidad, una ventana y la fascinación de escribir lo que observaba. Cambió su escritorio a la ventana que daba a una palomera. Antes miraba hacia el techo de una casa vecina y por ese lado del cielo, no volaba ni 1 pájaro.
Esta parte de su relato, me recuerda El Arbol de María Luisa Bombal, pero acá la palomera es la suma y no la resta. La libertad y no la castración. Esto marca una diferencia reclamadora a lo Holderlin de “más bello aún se antoja el centro de la vida”.
El trazado en la vida de una poeta, es también parte de su escritura, por ello he querido tomar como antecedente su mapa de ruta, pues se hace camino al andar -versaba Machado-y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
El espacio conocido y dejado atrás, ése asomarse a mirar por última vez lo que se ha marchado, es el que remira Canifrú, esa melancolía de un paraíso en ruinas. Ése transitar por los días, éste “Oficio de vivir” Britiano, con ojos ciegos que ven la poesía convivir en la saturación de un tiempo convulso, globalizado y vacío de sentidos. En ese espacio/vacío, Canifrú elabora una hablante que interpela a la autora y otras veces se confunde y camufla con el objeto del deseo, “el deseo de lo que los pájaros no han dicho”
El absoluto gran vacío del observador, del que no se idetifica ni con los lugares ni con el viento y cuya animalidad se encamina hacia el olvido, como lo viviente se encamina hacia su muerte.
Canifrú “revive la nota antigua del espejo, abre la ventana y fija el oído en el aleteo de la mañana” haciendo caso tal vez a la recomendación Huidobriana de que “bajo cada palabra hay otra más profunda y lalente que yace debajo de la que se designa”
“Es cierto que tengo sed, pero veo el pozo”, versa la autora de estos hermosos poemas, de imaginería poderosa, de acertados versos que al desechar la fatalidad egótica del yo, se quedan reverberando dentro como “esa luz que no se conoce de antes”