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Malú Urriola, Premio Pablo Neruda 2006.
Por
Rosabetty Muñoz
Leído en la entrega del Premio Neruda 2006.
(La Chascona, 12 de Diciembre de 2006)
La palabra tiene un poder temible: designa, señala, hace visible
cuestiones propias de la nebulosa; inaugura, hace que ocurran hechos. A algunos nos criaron
en el temor de la palabra, en lo ilimitado de su alcance; en lo delicado de su uso porque
a la larga cada sonido escapado de la boca regresa para devolver la fuerza con que fue
expulsado. Nos repetían de niños -ese tiempo en que todo se graba- que duele más una palabra
y abre canales más profundos que la triste hoja de un cuchillo en la carne.
Cuando, en lo más desesperado del ejercicio literario , se presiente que escribir
poesía no tiene sentido, vuelvo a recordar las palabras de los antiguos que sanaban
con ellas o condenaban; espantaban males y demonios o exaltaban héroes para modelo de
los rezagados. Es cierto que nuestro tiempo expulsa sin pudor a la poesía fuera de
la fiesta , también es cierto que los propios escritores suelen vivir la angustia de
su pasión aparentemente absurda en una sociedad que desprecia cualquier elemento
desestabilizador en su doctrina del embotamiento por el placer, sin embargo, el gesto
de escribir es una marca de existencia que pulsa persistente. Así lo señala con los
interiores expuestos, la poeta Malú Urriola.
Leyendo, especialmente su libro "Hija de Perra" me asaltó de inmediato la imagen
del imbunche, ese ser contrahecho que comienza siendo un niño al que los brujos raspan
el bautismo, es decir, lo arrancan de la comunidad bendita, lo alejan de los llamados
a la salvación. A los tres meses de vida le parten la lengua en dos para que no revele
sus secretos, sufre después malformaciones y torturas que terminan convirtiéndolo en
una mezcla de humano y animal que sólo gime o grita. Pero es siempre un peligro para
los brujos porque él ha visto, sabe.
La poeta, como el imbunche, da cuenta de lo desesperado de la existencia y establece que
su principio básico es ver y sentir. Está condenada a luchar con la palabra que
permanentemente puja por salir; cuando falta una boca que la diga -cuando la lengua está
partida- ahí está el brazo de Malú que ella "no le da a nadie".
"Un artista es una criatura impulsada por demonios" dice William Faulkner "no
sabe por qué ellos la escogen", continúa pero "tiene ese sueño y ese sueño lo
angustia tanto que debe librarse de él". Tal vez Malú no lo llamaría sueño, quizás
cómo se llama lo que deviene de la materia descompuesta, pero hay un movimiento interno
en las profundidades del que escribe que va tomando forma y se derrama ante otros
como un impulso vital. La poesía es ante todo vida, por más que la muerte la ronde
como pájaro feroz.
Estamos aquí por la ocasión de entregar el Premio Pablo Neruda 2006 a la poeta
Malú Urriola porque en ella hemos leído esa inclaudicable búsqueda del sentido de
la escritura -existencia y la descarnada denuncia de una realidad que está aquí y muchos
no ven. Dice Gonzalo Rojas que los premios son ruido, disipación y estruendo; tal vez,
a veces. Pero los poetas somos seres frágiles y nuestra materia de trabajo tremendamente
exigente; mientras tengamos la convicción de que nuestro único punto de comparación
es con nosotros mismos; mientras seamos fieles al principio de escribir bien y seguir
haciéndolo a costa de todo; mientras permanezcamos alertas a la realidad sin negociar
con el bienestar... entonces un premio no nos hará mella sino, al contrario, podremos
tomarlo como un reconocimiento que nos une al cúmulo de otros que conviven en la
palabra nuestra.
Insisto en que, a pesar de todo, la poesía es vida. Para cuando los perros del mal
andan sueltos allá afuera, y la duda nos hace balbucear, este río de voces que somos
va dejando un sedimento, caudal de reserva para mejores días. Invito a Malú, al
recibir este premio y a todos los compañeros en la escritura a decir, con Cyril Connolly
"Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea".