ADAGIO PARA UN REENCUENTRO
(Cuento)
Bajaba,
después de una larga caminata en la zona de los muelles, por Grant
Avenue de regreso hacia Market Street, cuando encontré el
bookstore esplendoroso en sus cinco pisos de libros, revistas,
casetes y discos compactos, atrayéndome con su magnetismo irresistible
de sirena. Así que entré a esa nueva aventura que coronaba una estadía
de cuatro maravillosos días libres en San Francisco. La mañana
siguiente partia el trabajo duro y ya no dipondría de tanto tiempo
para vagar por las calles del puerto como había estado haciendo a
pleno gozo. Era como cumplir un viejo sueño, pero no sólo un sueño
mío, sino que también el de mi padre. Siempre hablábamos de su futuro
viaje a San Francisco, sobre todo cuando él me enseñaba la geografía
de Valparaíso, caminábamos horas por los cerros, subiendo a los viejos
ascensores, deambulando entre bares que pertenecían a otros tiempos,
ya moribundos. Nunca pudo ir, ni siquiera en la época que ejerció como
tripulante de alta mar, rodando por las costas sudamericanas para
mantener razonable distancia con la dictadura que lo había marcado con
el destierro.
..... El bookstore era
impresionante. El primer piso estaba dedicado a las novedades
literarias, léase best sellers, y no ofrecía gran interés para
mí. El segundo piso era un templo de la técnica y la ciencia, repleto
de anaqueles de libros ordenados por las materias más estrambóticas.
Más arriba estaba la literatura, clasificada por país y ordenada
alfabéticamene por autor. En todas partes había sillas y mesas donde
uno podía sentarse a leer sin que ningún vendedor se acercara cada dos
minutos, con expresión de sospecha, a ofrecer ayuda. Seguí subiendo.
Un letrero indicaba que el último piso corresondía a los videos y la
sección infantil, así que me encaminé a la sección de música clásica
en discos compactos, dispuesto a poner a prueba la riqueza de variedad
que anunciaban los carteles. Pronto me di cuenta que estaba todo, todo
cuanto podía recordar era posible hallarlo allí, convenientemente
rotulado y en el sitio preciso, sin lugar a errores. A perfect
world. De repente recordé a Barber; aunque fuera norteamericano,
me parecía difícil. Caminé hacia la letra B. Ahí estaban esperándome
cinco compactos de Barber. Me sentí derrotado, aunque feliz. Había
unos fonos y un sistema de selección digital de los compact; en
la lista figuraba uno de los discos de Barber. Me puse los audífonos y
lo elegí. Presioné el play y me dispuse a escuchar.
..... La música vino dulcemente a mí. Era el
adagio. El mundo exterior pareció disolverse a mi alrededor.
Cerré los ojos y me dejé arrastrar por la melodía, por ese lánguido
torrente que iba in crescendo, insertando en mis poros el dulce
veneno de una emoción que me hacía sentir la presencia de la eternidad
y la futilidad del tiempo. Pensé entonces que nunca escuchamos este
concierto juntos mi padre y yo, ¡cómo le hubiera encantado! El habría
estado con su pipa, sentado en su bergère, echando humo cada cierto
rato y mirándome con esos ojos que destilaban falsa severidad. Yo
hubiera estado en mi propio sillón, jugando a encontrarle la mirada
cuando una frase musical ameritaba una celebración silenciosa. Pero
no, yo me encontraba solo en el cuarto piso de un bookstore en
San Francisco, muy lejos de sus cenizas y de la muerte que me lo
arrebató hace seis años. El Adagio de Barber resonaba en mi
interior abriendo cajas de Pandora que liberaban mi melancolía
irremediable, mi sensación de escepticismo, mi convicción del
aterrador fracaso que se oculta tras los éxitos mediatos que otros
envidiarían.
..... Cuando abrí los ojos
estaba ahí, lo juro, no sé cómo ocurrió, pero estaba ahí, de pie,
mirándome con sus ojos severos bajo las cejas hirsutas que trataba de
domeñar aplicándoles gomina. Era mi padre. Se veía bien, erguido,
impecablemente vestido, atlético, como antes de su enfermedad. Me
quité los audífonos y volví a cerrar los ojos para borrar la
alucinación. Claro, San Francisco, este viaje repentino, impensado,
maravilloso que me traía tan intensamente el recuerdo del viejo, con
sus cerros, sus tranvías, el fragor del cable-car, el viento
del mar, las caminatas por Fisherman´s Wharf, el sabor
multirracial y liberal de sus calles multicolores. Abrí los ojos y
todavía estaba ahí, sonriéndome con aire divertido y su severidad
totalmente desvaída.
..... -¿Eres tú,
papá?
..... -Sí, soy yo -los ojos le
brillaban de risa y visiblemente disfrutaba mi desconcierto, aunque
también se revelaba en ellos una emoción muy honda compitiendo con su
ironía. Yo pensaba que era un sueño, un maravilloso sueño del que no
quería despertar, menos aún a fuerza de pellizcones.
..... -Pero... no puede ser -logré articular con
voz desfallecida-, esto no puede estar pasando.
..... -Claramente es imposible. Tu mente
matemática sabe que esto no está pasando en realidad. Uno muere y se
va... se disuelve y ya, no está más. ¿Te acuerdas cuando hablábamos de
estas cosas? La vida es un milagro, de pronto surges de la nada, hay
un instante para uno, luego vuelves a la nada.
..... -Pero tú estás muerto, tú te fuiste -era
increíble estar frente a él, su fantasma, su espejismo, lo que fuese
me parecía tan real como una persona de carne y hueso. Traté de ver a
través de él, para comprobar si acaso fuera una proyección holográfica
de rayos laser, pero se veía sólido, tangible, nada de translúcido.
Luego moví un poco la cabeza hacia un lado y luego hacia el otro, para
verificar la tridimensionalidad de la figura; la perspectiva parecía
perfecta. Entonces se echó a reír.
.....
Estás haciendo exactamente lo que yo habría hecho -reía con muchas
ganas y los ojos se le llenaban de lágrimas e iban quedando
brillantes, llenos de luz-, examinarme como un protozoo bajo el
microscopio, hacerme pruebas de esto y aquello, a ver de qué clase de
fenómeno físico se trata. ¡Tanto que me interesaba la física! Pero la
física práctica, con las matemáticas, el álgebra, la geometría me
entendía mal, excepto...
..... -Excepto
cuando entendiste el teorema de Pitágoras, me lo has contado cien
veces. Era increíble, estábamos teniendo una de esas conversaciones
que tanto extrañaba, mi padre estaba al frente como hace años y yo lo
estaba reprochando por contarme una de esas historias que hubiera dado
la mano derecha por escucharla siquiera una vez más.
..... -Ya sé que sabes. Pero también sabes que
una de las bases de la amistad es, en parte, hablar de las mismas
cosas una y otra vez,hasta el cansancio. Ven acá, muchacho, abrázame,
que quiero sentirte cerca.
..... -¿No
vas a disolverte si te abrazo? -sentí cómo los ojos se me nublaban-.
Júrame que no vas a desaparecer si me acerco -fui aproximándome poco a
poco, con gran lentitud, como si un movimiento brusco fuese a producir
una brisa que arrastrara muy lejos la imagen que tenía ante mis ojos,
en cámara lenta para que no se difuminara el hombre que me sonreía
desde su mirada dura abriéndome los brazos, erigido en una
imposibilidad absoluta, una contravención a las leyes
naturales.
..... - Acércate sin miedo,
hombre.
..... Tenía puesto un traje
Príncipe de Gales, sobrio y elegante, de estilo inglés aristocrático.
También llevaba sombrero y mocasines brillantes, recién lustrados. Lo
primero que toqué fue su hombro derecho; lo sentí firme, consistente.
Entonces me dejé gobernar por la emoción: me aferré a él, sollozando
como cuando era un niño que despertaba en medio de una pesadilla,
atrapado en el vórtice de la oscuridad y el miedo, perdido en un mundo
incomprensible que me tendía sus ominosos tentáculos para erizarme la
piel; lloraba también porque estaba oliendo su aroma mitad lavanda
inglesa, mitad Half & Half y eso significaba que lo tenía a
él entre mis brazos, que no era una alucinación pasajera que fuera a
temblar levemente antes de esfumarse sin dejar rastros.
..... No puede ser un experimento de realidad
virtual, pensé, yo estoy acá y él está acá y estamos abrazados. No
tengo ningún casco proyectándome imágenes directamente a la retina, no
llevo guantes que me transmitan la sensación cierta de aferrarme a su
torso, no hay odorizaciones que me traigan su aroma, no hay parlantes
que sinteticen su voz, esto no es una mentira.
..... -No, no es una mentira, estoy aquí,
contigo.
..... -¿Ah? -me sobresalté al
escucharlo y me desprendí de él para mirarlo directo al rostro-. ¿Cómo
es que puedes escuchar mis pensamientos?
..... -Piensas demasiado fuerte -me dijo con los
ojos destellando ironía- o eres demasiado obvio, una de dos.
..... -Bueno, lo mejor es que vayamos a tomar un
trago juntos, para celebrar este encuentro. ¿Puedes tomar una cerveza,
mi adorable alucinación?
..... -No sé,
creo que sí, siento incluso que puedo beber algo más fuerte. ¿Dónde
vamos?
..... -Caminemos a Fisherman´s
Wharf, eso va a encantarte.
.....
-¿Qué diablos es eso? ¿Dónde estamos? Nunca oí hablar de ese
bar...
..... -No es un bar, papá,
estamos en San Francisco de California -sus ojos crecieron
desmesuradamente pero sus labios formaron una sonrisa; era más grande
la alegría que el aombro-. Sí, lo que oyes, San Francisco, en Estados
Unidos.
..... -No puedo creerlo, ¡al fin
estoy aquí! Toda la vida soñé con venir acá y ahora que estoy...
Vamos, vamos, eso no importa. Lo que sí importa es que me cuentes por
qué estás tú acá.
..... -Bueno, soy
consultor, tú sabes, eeh, bueno, en realidad no alcanzaste a saber. Me
dediqué a la consultoría en grandes empresas, me fue bien, todavía no
sé por qué, y ahora viajo con un cliente, un study tour le
llaman, un viaje para entrevistarse con especialistas en gestión. Tuve
la suerte de tener estos días libres y... eso es todo.
..... -Notable -me dijo con los ojos humedecidos
por una repentina emoción que procuraba ocultar-, siempre supe que
eras un muchacho brillante, que con tu inteligencia ibas a llegar
lejos.
..... -Basta, viejo, no jodas, ni
soy un muchacho, ni estás frente a la réplica de Einstein. Estoy al
filo de los cuarenta. Y quizás haya hecho bien un par de trabajos para
ganar un prestigio muy moderado. Es es todo, así que no empieces con
tu rutina de papá baboso por el hijito genio, como el pendejo de
Cárcamo.
..... -Tienes razón -reía de
buenas ganas-, estoy como ese borrachín que cree que engendró al
Kropotkin chileno. Caminemos mejor, tú serás mi guía.
..... Salimos del bookstore hacia la noche
de San Francisco. Estaba fresco y corría una brisa suave, deliciosa,
como cada día del año. En las calles se agitaba una densa masa de
californianos y turistas de todas las razas y colores: chinos,
hindúes, chicanos, latinos, negros, coreanos, griegos, italianos,
sajones. La ciudad del futuro, donde se hablan todas las lenguas y
donde se toleran todas las costumbres. El viejo examinaba cada escena,
sin perderse detalle, estaba alerta, dejando que le entraran imágenes,
emociones, aromas, colores. De pronto escuchamos la campana del
cable-car y él me miró intrigado. Le hice un gesto
tranquilizador, indicándole que esperara un rato. La campana se
acercaba y con ella el ragor del vehículo. Por fin dobló en la
esquina, hacia nosotros, se detuvo y nos colgamos de sus barras
laterales.
..... -Esto es maravilloso -
me dijo- , ¡ qué cosa más preciosa!
Mostré mi pase al boletero y
compré un ticket para él. Los transeúntes nos saludaban y nos gritaban
frases incomprensibles en el camino, mientras el conductor movía con
destreza enigmática las palancas del carro al tiempo que contestaba
con agudos chascarros las intervenciones del público. Era un tipo de
bigotes entorchados, tal vez un emigrante polaco pobre, que tenía ya
dibujada per secula en su rostro la sonrisa burlona que debió ser la
forma de combatir las vicisitudes que tuvo que vencer antes de arribar
a la dorada California.
.... -Next stop,
ChinaTown - anunció el conductor.
.....-Bajémonos aquí, viejo, si tenemos suerte
alcanzamos a verlas tiendas abiertas.
Nos bajamos frente a la
puerta del China Town, profusamente ornamentada con dragones y bestias
multicolores que anuncian la entrada a un mundo diferente, que sigue
otras reglas y se rige por otros códigos, donde quizás nada de lo
aprendido te pueda servir.
.....-Ahí, en
esa plaza, si llegas muy temprano, encuentras a los chinos viejos
practicando tai-chi. Es un espectáculo soberbio - mi padre me
observaba con un dejo de incredulidad, sin convencerse todavía de que
estaba en la ciudad de sus sueños. Comenzamos a subir por las
estrechas calles del barrio chino. Aún había movimiento, unos pocos
turistas en medio de una multitud de asiáticos hablando lenguas
incomprensibles, algunos de ellos vestidos a la usanza de Oriente.
Caminábamos con lentitud entre aromas desconocidos, buscado hallazgos
con todos los sentidos alertas. En una esquina encontramos una tienda
donde vendían increíbles variedades de peces, mariscos, moluscos y
crustáceos vivos. Ingresamos en un mundo de semipenumbras, con una
atmósfera fuertemente cargada de olores marinos densos y penetrantes,
en la cual se agitaban con inquietud dentro de sus prisiones de
cristal los seres submarinos más extraños que puedas imaginar: babosas
gigantes de casi medio metro de longitud, gruesas y lentas y ciegas,
fuera del tiempo; cangrejos oscuros de formas caprichosas y largas
tenazas amenazantes; peces monstruosos erizados de espinas surgidos de
las profundidades abisales. Manjares apetecidos en los comedores de
Asia.
.....-Ellos comen cualquier cosa
que camine, salte, vuele o se arrastre. Basta con que se mueva un
poco.
.....Mi padre sonrió con mi broma,
aunque era bastante estándar, y contnuó explorando la tienda. Entonces
un turista dirigió su lente hacia la vitrina donde retozaba una media
docena de bogavantes, y antes de que pudiese presionar el obturador,
varios chinos se interpusieron gesticulando y aullando objeciones en
su idioma gutural, denotando una cólera que estaba a punto de
transformarse en agresión. El extranjero bajó su lente y se alejó con
rapidez entre la muchedumbre asiática que se congregó en dos o tres
segundos. El ambiente se había cargado de violencia, y salimos de allí
con fingida serenidad, abriéndonos paso entre los chinos que parecían
vigilarlos como a amenazas latentes. El griterío era tan ensordecedor
como ininteligible y resultó imposible intercambiar palabras antes de
alejarnos cincuenta metros del lugar.
.....-¿Entendiste algo?- preguntó mi padre con
aire divertido de niño que viene de cometer recién una
maldad.
.....-Nada, pero los chinos
parecían dispuestos a cortarnos en pedazos y arrojarnos dentro de sus
acuarios para alimentar a sus delicatessen.
.....-No sé si tanto así. La culpa fue de ese
imbécil de la máquina fotográfica- el viejo hablaba con seriedad de
juez implacable-; siempre he pensado que los tipos que andan por ahí
sacando fotos a todo son unos tarados que no pueden recordar algo por
sí mismos, como si necesitaran tener pruebas de que estuvieron ahí, en
la Torre Eiffel, en la Gran Muralla, en la Estatua de la Libertad.
Esse pelotudo tuvo la culpa. Quería una fotito para levar a la
casa.
.....-Lo peor es que después hacen
diapositivas- aclaré -y con ellas preparan sesiones para los amigos.
Te invitan a tomar té un sábado en la noche, te convidan unas galletas
desabridas, una papas fritas y un par de vasos de cerveza, mientras te
relatan sus aventuras tras el cocodrilo sagrado del Nilo o en la
búsqueda del yeti en los montes Himalayas.
.....-¿De verdad?- me examinó como si yo fuese
una mantis religiosa bajo el microscopio electrónico -, ¿Tienes esa
clase de amigos?
.....-A veces no los
puedes evitar- respondí avergonzado -,Más si trabajas con ellos,
hombro a hombro y día tras día.
.....Entramos en otra tienda de comestibles. Allí
había barricas a medio llenar con semillas enigmáticas, mariscos
ahumados, insectos disecados, especias, sustancias imposibles de
identificar. se respiraba una suerte de mezcla de oxígeno y de sabores
misterioso.
.....-¿Qué guisos podrán
preparar con estas porquerías los chinos?- interrogó mi padre, y la
duda parecía muy válida.
.....-Fricasé
de zancudo, estofado de libélula, sopa de mosca tsé-tsé o cazuela de
tarántula. Lo que te apetezca.
.....-Mejor vámonos a un restorán más tradicional
y dejemos las indagaciones antropológicas para otra ocasión.
.....Caminamos todavía otro par de cuadras por
China Town y volvimos a colgarnos del cable-car para
llegar a Fisherman's Wharf. La bajada del carro es alucinante,
es precipitarse en las calles de San Francisco, hechas de casas
maravillosas camino del océano. Los pasajeros gritaban eufóricos con
esas visiones.
.....Fisherman's hierve
de gente que busca un lugar donde refugiarse a comer y beber. Es una
fiesta que nunca termina, un carnaval eterno de personas felices. El
viejo obserbaba y analizaba cada detalle para conservarlo en su
memoria.
..... -Quizás después escriba
algo sobre esto -me dice-. ¿Pero, cuándo después?... Este instante es
el único que tengo. Más allá no hay nada.
..... Quise abrazarlo, pero me contuve. De pronto
lo vi como a todos nosotros: frágil, débil, precario, finito. De ndada
habría servido que lo estrechara, sólo se hubiera sentido peor. ¿Qué
era al fin sino un sueño mío, una ilusión secreta largamente
albergada, un resultado de mi imaginación moviéndose al borde de la
locura? Tan breve, tan eterno, tan fugaz como el Adagio de
Barber que creía ecuchar mientras lo veía hundido en sus pensamientos
más oscuros.
..... -Entremos aquí -le
tomé el brazo para dirigirlo a interior del Pompei´s Grotto-, éste es
un restorán italiano que te va a encantar.
..... -Bachichas, ¿eh? -la risa le ilumino el
rostro-, eso es, vamos a celebrar la vida, que es tan corta, para eso
estamos aquí.
.... Escogimos una mesa un
poco aislada del resto, iluminada por una palmatoria de aceite. Nos
atendió una muchacha californiana muy hermosa, de verdes ojos
brillantes como soles de una galaxia lejana. Ordené Spaghetti
Calamari sin leer el menú. También vino blanco de la
región.
..... -Te va a gustar, viejo, no
te preocupes.
..... -Confío en ti, estoy
entregado en tus manos.
..... -¿Vas a
poder comer y beber? Al fin y al cabo eres...
..... -¿Un fantasma? No. Ya vas a ver de qué soy
capaz. Anda preparándote.
..... Hablamos
de lo humano y lo divino esa noche. San Francisco nos arrullaba con su
magia libre trasminando los poros. Conversamos de tranvías de
comienzos de siglo en Santiago, de los horrores de la Segunda Guerra,
del cometa Halley y las profecías apocalípticas que desencadenó su
paso, de huelgas obreras y esperanzas falidas, de las influencias
experimentales de Proust y Joyce, de la teoría de la relatividad y la
de los quanta, de mi trabajo de consultor errabundo, de mis metas que
no alcanzó a ver cumplirse, de los libros escritos robando tiempo al
sueño, de mi escepticismo político, de mujeres perdidas en el pasado
aunque jamás olvidadas, de ángeles y demonios, de viejos amigos, de
tragos exóticos, de viajes, de pasiones, de anécdotas que nos hicieron
llorar de risa, de tiempos que ya nunca regresarían. Pedimos otra
botella y un clam chowder, esa exquisita sopa de mariscos de
sabor tan intenso, para acompañar. Luego una tercera botella de vino
californiano y una tabla de quesos. La cuarta ya nos dio en el talón
de Aquiles.
..... -Déjame pagar a mí,
hijo, yo quiero invitarte -me dijo con voz temblorosa por la emoción y
la borrachera.
..... -Vaya, viejo, tú no
tienes dólares, ni tarjeta de crédito, ni cheques viajeros.
..... -Sí, es cierto, pero cómo me gustaría
invitarte.
..... Salimos de allí
abrazados como dos antiguos camaradas de juerga felizmente encontrados
en un rincón perdido del mundo.
.....
-La fraternidad de los borrachos es algo muy serio -me miraba con sus
grandes ojos muy solemnes, aunque una sonrisa leve lo traicionaba un
poco más abajo-, muy, muy serio.
.....
Abrazados caminábamos con torpeza, oscilando demasiado
perceptiblemente. Un grupo de marineros nórdicos nos gritó chanzas en
su lengua incomprensible; les respondimos con alegría y exclamaciones
en español.
..... -¡Qué les pasa,
malditos cabrones hijos de la gran puta! -les sonreíamos con ran
fraternidad, como si les deseáramos felicidad eterna-. ¡Váyanse a la
mierda, mamones, pendejos de mierda!
..... Y así por varios minutos. Quedamos
axhaustos y divertidos, ahítos de risa y de proferir insultos.
Proseguimos nuestro paseo tambaleante por la zona de los muelles.
Estaba lleno de luces y las personas se veían contentas, exultantes,
plenas de vida. Otros ebrios nos saludaban, reconociendo a los
cofrades del alcoholismo.
..... -Tomemos
el zarpe, hijo, ya es muy tarde.
.....
-El del estribo, querrás decir.
.....
-En Centroamérica hablan del zarpe, es más bonito. Eso es lo que vamos
a hacer ahora -tenía la mirada ligeramente extraviada y sonreía con
cierta blandura extraña en él.
.....
Elegimos un bar donde tocaba una banda de jazz-fusión en medio
de un entorno cargado de humo de cigarrillos y uno que otro pitillo de
marihuana. Pedimos sendos Tom Collins a un mozo joven ridículamente
vestido de etiqueta.
..... -Parece que
vinimos al Club de la Unión -el viejo alzó el vaso para chocarlo con
el mío.
..... La música llenaba cada
espacio del pub con su carga de enigmas, sonaba bien esa banda,
y mi padre escuchaba medio ensoñado, dejándose llevar por las notas
más dulces y tristes del saxo que brillaba en la media luz de la sala
con un fulgor de viento y de océano.
..... De pronto el viejo abrió los ojos y se
quedó mirándome.
..... -¿Cómo estás?
¿Qué sientes ahora?
..... -Estoy bien,
feliz aquí contigo. No necesito nada más -sentí la radiante ternura
que me iba invadiendo-, estoy aquí, contigo, es más de lo que podría
haber pedido.
..... -Yo también
-respondió con un hilo de voz que no venía para nada con su aspecto de
recio coronel en retiro-, tampoco sé cómo pasó esto, hijo, pero
supongo que la causa es...
..... -No
digas nada -le tomé la mano por encima de la mesa y él la asió casi
con rudeza-, el Adagio de Barber, San Francisco, el amor, los
recuerdos, probablemente una mezcla mágica de esos
ingredientes.
..... Se incorporó de la
mesa con los ojos inudados de lágrimas. Yo también me puse de pie y
nos dimos un abrazo intenso, desesperado, ciego, de esos que los
hombres se dan muy pocas veces en la vida. Lo sentía sollozar en mi
hombro, era muy triste y muy hermoso, más aún con ese indescifrable
fondo de fuego y agua que era el jazz, que es el escurrir de un
torrente que baja de las montañas siguiendo la huella del sol para
derramarse en el océano.
..... -Tengo
que irme, hijo, tú entiendes...
.....
-No entiendo, ya te perdí una vez... y ahora de nuevo.
..... -No, no es así, tú sabes. Esto es una
anomalía. No puede durar mucho. Si no el mundo se trizaría ¿entiendes?
Se rompería en dos, explotaría, no se. Debo irme y eso es
todo.
..... -Salgamos de aquí, viejo.
¿Te queda algún tiempo todavía?
.....
-Poco, pero algo queda.
..... Pagué la
cuenta y fuimos a sentarnos en el Muelle 39, frente a unos barcos de
turismo descansando de su jornada. El mar lamía con suavidad los
contornos de la bahía y una repentina niebla comenzaba a descender
sobre la costa. Estuvimos varios minutos, hasta que mi padre decidió
romper el silencio.
..... -Despidámonos,
hijo -y me abrazo.
..... Apoyado en su
hombro podía ver el Golden Gate desapareciendo devorado por la
niebla que avanzaba rápidamente hacia nosotros. De repente nos
envolvió. No se podía ver a veinte centímetros. A veces se escuchaba
el graznido de una gaviota solitaria volando a ciegas sobre la bahía.
En mi interior surgió el Adagio, tierno, rebelde, trémulo,
palpitante de emoción. Entonces comprendí con precisión lo que Barber
había querido expresar: esa nostalgia arrebatadora, ese deseo de
llorar a gritos insultando a Dios por su injusticia; esa sensación de
pérdida irremediable que es al mismo tiempo la otra cara de la
felicidad; esa turbia rebelión que se agita en lo más hondo de
nosotros. Estreché a mi padre con violencia, para sujetarlo a mi lado,
pero sentí que iba perdiendo consistencia con inexorable lentitud. Lo
solté para verlo de frente. Se desvanecía segundo tras segundo, como
si la niebla se lo estuviera llevando consigo. Los ojos le brillaban
de emoción y me atrajo de nuevo a sus brazos.
..... -No quiero que me veas partir -dijo en un
susurro.
..... Al final, casi sin darme
cuenta, estuve solo de nuevo. Saqué el pañuelo del bolsillo trasero
del pantalón para secarme la cara. Avanzaba a tumbos entre la bruma,
sin saber a dónde ir. Entre los vapores surgió de improviso una
llamarada naranja. Un vagabundo se entibiaba las manos en una fogata
hecha con los restos de un cajón frutero. Era un negro muy alto, de
mirada perdida, vestido con jirones de un uniforme de
marine.
..... -¿What´s wrong,
man? -exclamó con voz gutural, hablando en medio de la jungla
asiática, eperando el ataque de un enemigo tan despiadado como
invisible.
..... -Nada, nada en absoluto
-le respondí mientras me perdía en la bruma y en la
noche.