Ángeles y Verdugos
(cuentos)
ENCUENTRO
..... Se dio maña para saludarlo
en la calle y convencerlo de que habían sido compañeros en la escuela
primaria allá en el sur tan lejano en tiempo y en distancia.
Recordaron a sus profesores, se rieron de las bromas espantosas que
les hicieron a algunos, de las muchachas que amaban en silencio, de
las revistas pornográficas que miraban juntos, palpitantes, amparados
en las sombras. Sin que él ofreciera demasiada resistencia, lo invitó
a beber a una cantina, y siguieron su trayectoria por el pasado remoto
y feliz. Hablaron de amores, de esperanzas, de frustraciones, de
alegrías mínimas que iluminaban una vida difícil. Llegó la embriaguez
y juntos, abrazados, salieron del bar cuando la noche se cernía
amenazante sobre la ciudad. Transitaban muy pocas personas a esa hora
y se escuchaban de vez en cuando sirenas lejanas de autos que corrían
con urgencia. Su invitado estaba muy borracho y fue sencillo
arrastrarlo al callejón donde lo degolló limpiamente, de un solo
golpe.
AMOR
CIBERNAUTA
..... Se conocieron por la red.
Él era tartamudo y tenía un rostro de neanderthal: cabeza enorme,
frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo
que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga
prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba
los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no
parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca
maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de
la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la
necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los
mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu
humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las
réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual,
similar aunque enriquecida por historias y percepciones diferentes.
Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibildad
de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la
foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una
bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó
embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de
emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia
los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los
mediocres. Ella le enviaba descripciones pormenorizadas de sus giras
por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso
encontrarse en el mundo real. Fue un amor verdadero, no virtual, como
los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos
realidad.
EL
JUEGO DE LAS SIMULACIONES
..... Sale de su casa el sábado
al mediodía en su auto. Los cambios pasan con dificultad y reniega
cada vez que la palanca se atasca. La dirección está dura y maldice a
cada vuelta. Hace calor y se enjuga el sudor con un pañuelo cada vez
que las gotas comienzan a deslizarse por su rostro. Pero no abre la
ventana para que no vayan a creer los demás que su coche no tiene aire
acondicionado. En una esquina congestionada saca el celular de la
guantera y hace como que disca un número. Gesticula, discute, simula
que escucha, contesta airado, ríe. Piensa que el juguete es una
imitación perfecta. Lo deben estar mirando con admiración, mientras
cierra negocios a distancia con Hong-Kong. En el supermercado se pasea
ostentando un carro que llena de delicatessen: whisky, vino del
mejor, quesos finos, paté francés, frutas exóticas, bombones. Se
encuentra con amigos, habla de sus éxitos y escucha los de ellos. Se
acerca cauteloso a las promotoras, mirando hacia otra parte, hasta que
está cerca y con toda dignidad prueba el producto, disimulando su
avidez. Sigue saludando, recibe nuevas llamadas, sonríe, quiere
mostrarse feliz, no vaya a ser que los demás piensen que sufre o que
es un fracasado. No vaya a ser que los demás piensen ya que no tiene
alma.
LA
COSA DE ALLÁ ARRIBA
..... Yo sé que estás allí,
dentro del ropero, puedo escuchar desde el primer piso tu respiración
dificultosa, sentir como te revuelves inquieta, maldita criatura,
siento los lamentos de la madera que se queja bajo tu peso. Si
pudieras, saldrías de ahí -a veces lo haces- y bajarías la escalera
haciendo crujir los escalones uno a uno con tus pies escamosos,
verdes, llenos de algas igual que tu piel resbalosa, cubierta de
légamo de quizás qué horrible lugar. Respiras más fuerte ahora, es
casi un bramido, el ropero se estremece. Bajo el volumen del
televisor, pero inmediatamente viene un silencio más difícil de
soportar que los ruidos de la película o tus movimientos allá arriba,
parece que si ese silencio durara más, tú saldrías de allí en todo tu
esplendor, con toda tu malignidad, con tus ojos hambrientos y
terribles, tus garras filosas, tus dientes de tiburón. Eso, podrías
llegar al fin. A veces todo se reduce a esperarte, espero la noche
para este duelo cotidiano. Yo sé que un día va a ocurrir. No sé cómo
explicarlo: sólo lo sé. Bajarás con tus tentáculos, tus ventosas, tus
brazos -lo que sean- dirigidos hacia mí y yo no podré moverme, me
quedaré mirándote, paralizado, inmóvil, así como si fuera de piedra.
Tal vez alcance a recordar algún párrafo de Lovencraft. Pero lo
importante es que estarás acá, de este lado, y yo no podré moverme.
Respiras, te mueves inquieta, maldita criatura. Te puedo ver casi,
agazapada en la oscuridad, tus ojos brillando. A pesar del miedo, a
veces me imagino qué ocurriría si tú bajases, qué ocurriría, qué
ocurriría si entraran en ese momento mis padres, que están prontos a
regresar, por eso creo que ya no bajarás, aunque a veces, a veces,
casi es como si lo deseara.
LOS VENDEDORES
..... Llegaron a ser tantos que
ocupaban todas las aceras de la ciudad. No había calle, por pequeña y
misérrima que fuese, donde faltaran los vendedores ambulantes. Vendían
baratijas de toda especie: clavo de olor, poleras chinas, pilas
alcalinas, libros de amor, candados antiguos, máquinas de afeitar
desechables, piña colada, ungüentos mágicos y estampas religiosas. Al
principio, los obesos comerciantes establecidos quisieron combatirlos,
pero la futilidad de sus esfuerzos y los elevados impuestos que les
aplicaban terminaron por disuadirlos: bajaron las cortina metálicas de
sus negocios y optaron por instalarse junto a los mercaderes
callejeros.
..... La policía era incapaz
de controlar el fenómeno, pese a las estrictas órdenes de la
comandancia. Mientras los agentes desalojaban una parte de la ciudad,
en la otra se instalaban decenas de miles de vendedores. Las cárceles
estaban repletas y no cabía nadie más; para arrestar a alguien, era
preciso liberar a un detenido. Entonces el general dio orden de
golpear brutalmente a los infractores para que sirviera de
escarmiento. Como respuesta, los vendedores se organizaron en grupos
de choque encargados de su defensa. Mientras tanto su número había
crecido muchísimo debido a la cesantía: los comerciantes establecidos
habían quebrado y no pagaban impuestos, el Estado recaudaba menos
dinero, pero tenía que mantener la policía y las cárceles funcionando.
De ese modo llegó a haber más vendedores que compradores, grave
infracción a las leyes del mercado, en consecuencia las ventas bajaban
constantemente.
..... Los
enfrentamientos con la policía iban en continuo aumento, tanto en
cantidad como en intensidad. Hubo víctimas y mártires por ambas
partes. El gobierno declaró que los vendedores eran en realidad
agentes de una potencia foránea enemiga y dispuso el Estado de Sito.
Los policías entraban dentro de sus tanquetas en las casas de los
comercianes ambulantes, los golpeaban, revisaban los cajones en busca
de dinero extranjero, prueba de la traición, pero sólo hallaban
harapos y desperdicios. Algunos agentes, arrastrados por la vergüenza,
renunciaron a sus cargos, siendo tratados como desertores y traidores
a la patria. Un Tribunal Militar les condenó a muerte. La ejecución
fue transmitida en directo por televisión a todo el país y comentada
por los analistas expertos de todos los canales.
..... Entonces se sublevaron algunas unidades y
distribuyeron armas entre la población hambrienta. Los oficiales
jóvenes y los dirigentes de los vendedores encabezaron el movimiento.
El gobierno se desmoronó vertiginosamente y sus cabecillas escaparon
del país a disfrutar de sus cuentas secretas en los bancos de Suiza.
Hubo elecciones limpias y ganaron -como era de esperar- los dirigentes
de los vendedores. Se constituyó un nuevo ejecutivo, se reemplazaron
los antiguos congresales corruptos por auténticos representantes del
pueblo y los ancianos jueces obsecuentes fueron conminados a jubilar.
La euforia era increíble, se avizoraba un futuro esplendoroso. Los
discursos eran bellisimos. Habría pan y justicia para todos. El Estado
fomentaría la industrialización, mejoraría la educación, construiría
nuevos centros de salud, apoyaría la práctica masiva del deporte y la
difusión de la cultura. Una era nueva despuntaba y la humanidad podía
sentirse satisfecha.
..... Las cosas no
eran tan simples,sin embargo. Ciertas variables macroeconómicas se
descontrolaron a destiempo, configurando un fenómeno propio del
crecimiento acelerado, conjugándose con la recesión internacional y
otros factores tan fortuitos como negativos. Los gobernantes se habían
dado maña para instalar -a nombre de familiares de mucha confianza-
lucrativas tiendas donde expendían artículos de consumo financiados
con préstamos de instituciones financieras creadas ad-hoc por
ellos mismos. Las deudas acumuladas se tornaron impagable y comenzó
una reacción en cadena de quiebra de fábricas a las cuales nadie
compraba ningún producto. De esta manera, empezó a producirse un
colapso económico y la cesantía inició un ascenso vertiginoso. Los más
pobres sufrieron todo el rigor de la crisis; desesperados, hastiados
de buscar trabajo y golpear puertas sin resultado alguno, de organizar
ollas comunes donde compartían sus carencias e intentaban disfrazar su
hambre, comenzaron a instalarse en las calles céntricas para vender
unas pocas chucherías. Pronto el fenómeno cundió y se tornó
incontrolable. El Presidente conmino al país a preservar el orden,
única base del progreso estable. Algunos desganados transeúntes
aplaudieron con una mezcla de temor -mal que mal entre ellos se
mezclaban decenas de gorilas de terno azul- y de esperanzado optimismo
-les habían ofrecido trabajo estable y un par de pesos con los que su
familia comería esa noche.Pero aún ellos, a quienes los vendedores
miraban con rencor a la distania, albergaban la duda y mientras el
estadista pronunciaba su discurso, pensaban en que tal vez fuese más
conveniente estar en el centro huyendo de los carabineros y vendiendo
pilas de linterna o libros prohibidos o linternas
japonesas.
EL VINCULO
..... El papelito decía: "Brasil
con Alameda, esquina poniente, 25, 19, Victoria lleva libro verde bajo
el brazo, diario abierto en la cartelera de cines; Túnel pregunta si
le ha conocido en el cumpleaños de Enrique; Victoria contesta no me
acuerdo haberlo visto ahí; Túnel dice que es hermano de Ramón, el
músico". Aprendí de memoria el contenido y lo quemé para mayor
seguridad. Ahora lo recuerdo mientras camino por el centro haciendo
tiempo, viendo cómo se acerca la hora, miro el reloj: aún faltan diez
minutos, salí demasiado temprano de la casa, había estado inquieto
todo el día dándome vueltas, más de un año sin noticias sin ver a
nadie, concurriendo a misa todos los últimos domingos del mes a la
iglesia convenida hasta que por fin, yo escuchaba aburrido la
liturgia, como siempre, de improviso llegó alguien a sentarse a mi
lado, vi de reojo a una mujer madura, aunque atractiva. Cuando comenzó
a cantar el coro se inclinó un poco hacia mí y susurró: -Hola,
Ernesto, no mires, voy a dejarte un recado en el periódico- yo quedé
como helado, ocurrió cuando menos lo esperaba, creo que en mi interior
pensaba que esto era como un rito sin fin, que nunca iba a pasar nada,
cerré los ojos, "Tanto tiempo, tanto tiempo, ahora el corazón salta y
me siento como un niño", me quedé así, como soñando y cuando miré al
costado no había nadie, pero estaba el periódico plegado esperando que
lo tomase; a la primera oportunidad salí del recinto, era una
sensación tan extraña, afuera todo transcurría normalmente, caminaba
entre cientos de personas que no me miraban, pero yo me sentía como un
bicho raro con ese diario apretado contra el brazo, aferrado a él como
a la vida. Doy una vuelta a la manzana, estoy a dos cuadras de mi
destino, cinco minutos todavía, me detengo a mirar los titulares de
los periódicos por cuarta o quinta vez, simulo interés, cuatro minutos
y medio, a ver, estoy a dos cuadras, a lo más tres minutos si camino
lento, me sobra entonces como un minuto y medio, estudio la vitrina de
una tienda de repuestos automotrices, más allá una venta de ropa
interior femenina. -¿Necesita algo para su esposa? -pregunta la
dependiente que está como de guardia en la puerta -No, no, miraba
solamente- me siento idiota por la respuesta y me alejo intranquilo,
ah: tres minutos, marcho con lentitud hacia el punto, alrededor el
ruido de los microbuses atronando, nunca me ha gustado ese bullicio,
comienza a oscurecer y eso ahuyenta mi nerviosismo, enciendo un
cigarrillo, cuesta mucho a causa del viento, quemo cuatro, cinco
fósforos, aspiro el humo, tengo que doblar el diario en la página
indicada, pero cuando atraviese la calle, cruzo, un minuto apenas,
apuro el tranco, el diario está listo lo tomo en la mano izquierda
junto al libro de modo que ambos se vean claramente, sostengo el
cigarrillo con la mano derecha, cuento los pasos y los pasos son el
corazón que late por dentro, treinta segundos, hay algunas personas en
esa esquina, ¿será alguno de ellos? Hacia el poniente hay un
resplandor rojizo cada vez más débil, atravieso Brasil a las siete en
punto y comienzo la espera. Cerca de mi hay una pareja de ancianos que
descarto de inmediato; una mujer joven, bien vestida que mira la hora
con inquietud, tendría que haber visto bien el libro y el diario desde
donde está, no, no puede ser ella: por Alameda se aproxima un hombre
de barba, anteojos, con un portadocumentos, pasa por mi lado sin
mirarme, observo desilusionado como se aleja; ahora se detiene un auto
y desciende un individuo del interior, el coche parte, hay tres tipos
adentro, no alcanzo a ver sus rostros, el que se acerca hacia acá es
alto, fornido, terno café claro, me cruzo con sus ojos, imagino la
pistola que oculta bajo la axila, ¡qué bien hice en quemar el papel!,
bajo la vista para mirar el reloj, las siete y cinco, escucho sus
pasos, cierro los ojos un segundo, alguien me toma del brazo con
fuerza y pregunta la hora, enfrente hay una jovencita de rostro
risueño, veo ahora como el tipo de terno besa a la mujer que esperaba
en la esquina, -Son las siete -ni siquiera miro el reloj- ¿Te pasa
algo? Te ves nervioso -me dice, reparo en sus ojos verdes, tendrá
dieciocho, tal vez veinte años, es bonita, -No tengo nada -contesto
apresuradamente para librarme de ella- ¿No nos hemos visto antes?
-Insiste ella con sus ojos -Claro, en el cumpleaños de Enrique-, -No
recuerdo haberte visto-, -Yo sí, soy la hermana del pianista, de
Ramón, ¿te acuerdas?-, quedo en silencio, sorprendido, se toma de mi
brazo sonriendo y caminamos por Brasil abajo, -Hola Victoria -me dice
con aire divertido, -Hola, Túnel- contesto un poco avergonzado y nos
ponemos a reír como locos, tanto que la gente del barrio se fija en
nosotros y un anciano mira con admiración a Túnel, -Lo felicito-
musita guiñándome el ojo con picardía, -Gracias- contesto y aprieto el
brazo de Túnel mientras nos alejamos.
* * * * *
en Ángeles y
Verdugos
Cuentos
Mosquito Comunicaciones
septiembre 2002