Yo no sé donde está mi camino de rosas,
ni ese ancho cielo suave que miraron mis ojos.
¿Qué mano despiadada, sobre el camino en sombras
......... echó siembra
de abrojos?
Hoy que el ayer no existe, se me ha muerto el gozoso
tiempo de las auroras fragantes y encendidas.
más que una edad efímera de divino alborozo
......... se me ha muerto una
vida.
Se me ha muerto una vida mía,
vida de juegos y alegría
bajo el sol de los mediodías
......... del verano;
vida de risas transparentes,
y de beber en las vertientes
con el hueco de nuestras manos...
En esta evocación de lo que ya no es mío,
las alegrías viejas son mis nuevos dolores.
El presente de sombras diluye en su vacío
el son de las campanas y el olor de las flores.
Campanas de la escuela, que vibraron
cristalinas y frescas en el patio de sol.
Flores de aquel jardín que recorrió, cantando,
mi infancia, conducida por la mano de Dios.
Flores. Campanas. Juegos bajo la luna nueva.
Vida que nos inunda con ardientes efluvios.
Y la divina amada de doce años, que lleva
la mirada del sol sobre sus rizos rubios.
¡Haber podido hacer eternos los instantes
de esa aurora perdida,
y con los ojos húmedos y el corazón fragante,
haber quedado niños, para toda la vida...!
Una tristeza fiel
Una tristeza fiel cubre mi vida;
pálido cielo sobre tierra negra.
De esa tristeza suave, vive mi alma.
¿Qué sería de mí sin mi tristeza?
¿Qué sería de mí sin esta clara,
sin esta pálida melancolía,
que me llena de sueños y me libra
de la vulgaridad de la alegría?
Entre la angustia y el hastío largos,
como un camino, mi tristeza empieza;
cruza mi vida y se prolonga al cielo.
¿Qué sería de mí sin mi tristeza?
Yo la quiero, y mi amor la inunda entera,
y su pequeño amargor endulzara.
De frente al sol, mi espíritu la apura
como una clara copa de agua clara.
En mi silencio y en mis soledades,
mi tristeza es amable compañera.
Llena de suavidad las horas torvas
y hace dulces las horas de la espera.
Me embriaga de emociones y de cantos,
esta tristeza noblemente triste;
como tu amor, mujer, y como todas
las trémulas palabras que me diste.
Yo la busco en mis albas y en mis tardes,
y en el cansancio de mis noches negras;
y siento pena, cuando no estoy trisfe,
de que no esté conmigo mi tristeza.
Porque ella es mi descanso, entre una angustia
y una mala alegría que me pesa.
Es ella mi descanso, eternamente.
¿Qué sería de mí, sin mi tristeza?
Invocación
No, Señor Jesucristo, yo no soy como todos.
Yo pronuncio tu nombre con honda devoción.
Aunque arrastre mi cuerpo sobre todos los lodos,
alzo como una hostia roja mi corazón.
Y la elevo hasta Tí, hasta tu crucifijo
que aún guarda las heridas de la Santa Pasión.
Tú me habrás de mirar como se mira a un hijo:
Yo soy un hijo pródigo que te pide perdón.
Perdón por los que llevan el dolor de su vida
sin buscar tu dolor en los torvos recodos.
Yo mantengo por ellos mi lámpara encendida,
y aunque todos te nieguen, yo te afirmo por todos.
Perdón por el suicida que fué también
cobarde,
y por el pobre esclavo de una mala pasión.
Por quien luego te olvida, por quien te busca tarde,
y por quien no te busca, perdón, perdón, perdón.
Por mi cuerpo doliente, tosco vaso de tierra
que envuelve la lujuria con sus llamas malditas
Cuando la carne mata todo el goce que encierra,
en el silencio enorme, eres Tú quien nos grita
Por mis manos, morenas serpientes voluptuosas
que fueron tentación para la frágil Eva;
y mis pies, lastimados de zarzas dolorosas,
que cada día fueron por una zarza nueva.
Por mi boca que supo morder los rizos blondos
y que a todos los besos les salía al encuentro;
y mis ojos, que fueron tras los deseos hondos,
desde aquellos caminos que llevamos adentro...
Yo soy el hombre silencioso
Yo soy el hombre silencioso,
silencioso para cantar.
No sé del grito, del sollozo
ni del ronco rumor del mar.
Mi voz ungida en suavidades,
que canta lo triste y lo mío,
irá a través de las edades
como el rumor de un claro río.
No quiero que mi voz herida,
ni que mi canción dolorida,
por sobre los humanos yerros,
.......... dolor derroche;
tal el ladrido de los perros
......... en la noche.
Mi dolor es hondo y eterno,
pero en mi canto se hace leve,
frente a la alegría encendida;
es un albo copo de nieve
para las llamas de la vida.
Mi voz no ha de amargar la fiesta
de los que se embriagan en esta
......... vida mortal;
de mi corazón al abrigo,
yo me quedo solo conmigo
......... y con mi mal.
No turbaré el albo reposo,
ni el alborozo jubiloso
de los que se entregan a amar.
En mí no hay grito ni sollozo.
Yo soy el hombre silencioso
......... para cantar.
Madres de los poetas
Madres de los poetas que en el pasado han sido,
vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes.
Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido
.......... y no los conocísteis.
Madres de los poetas que en el presente son,
con vuestra eternidad de ternuras y arrullo
calmaréis a los mares y al viento arrasador,
.......... pero nó al dolor
suyo.
Madre de los poetas que mañana serán,
sobre la tierra fría se perderán sus pasos;
buscarán nuevas sendas, y nunca dormirán
.......... sobre vuestros regazos.
Madres de los poetas que son, serán, y han sido,
garganta de esos cantos, surco de esas semillas,
árbol que no dió flores y que en otoño
ha visto
dispersarse a lo lejos sus hojas amarillas.
Vosotras que supísteis su inocencia primera,
gritad que fueron buenos y que amaban a Dios.
Grande fue su pasión por la carne terrena,
.......... pero más grande
fue su amor.
Llorad por sus dolores y sus ansias secretas,
por sus manos crispadas y por sus alas rotas.
Llorad por vuestros hijos, madres de los poetas,
que yo, por consolaros, lloraré con vosotras.
Oración a San Luis
Mi oración, San Luis de Gónzaga,
llegue hasta tu virginidad.
Con tu divino aliento, apaga
mi hoguera de sensualidad.
Tú, San Luis que nunca supiste
del hondo deseo saciado;
tú, San Luis, que jamás mordiste
la dulce fruta del pecado;
y que ahuyentaste la lascivia
con tu virtud santificada,
y nunca probaste la tibia
caricia de la carne amada;
dame tu gracia transparente,
y hazme puro como tu voz,
sin mi pasión de adolescente
y lleno de gracia de Dios.
Y para que la carne triste
no me seduzca con su ardor,
díme tú, que jamás bebiste
del rojo vino del amor,
como es efímera la fuerte
gloria de la carne rosada,
y como después de la muerte,
no queda, nada, nada, nada...
MUJER, ETERNO ESTÍO
La lejana
Como el sendero blanco porque vuela mi verso,
eres tú, toda llena de cosas lejanas.
Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
como el polvo que dejan atrás las caravanas.
Amas la lejanía y eres la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares.
Tienes el gesto claro y la blanca osadía
de las velas que parten hacia todos los mares...
Tdo camino sabe de tu huella. Los montes
y el viento te desean. Tú -sin saber, acaso-
reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
......... como sobre un regazo.
Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado
.......... yo no podría
detenerte.
Me quedaría inmóvil. No me querria asir
a tu pálida veste de ensueños y de azahares;
sólo por la tristeza de mirarte partir,
como una vela blanca, hacia todos los mares...
Morena
Morena de ojos negros, como la noche negra
desde donde han venido mis temblorosos pasos.
Morena, la romántica, la pequeña y risueña,
cuyo cariño duerme como un niño, en mis brazos.
Dulcemente morena, como la sombra humilde
de tus livianos rizos en tus leves ojeras.
Morena, suavemente, como el reflejo que hacen
las ondas de tu crespa y oscura cabellera.
Morena como el alma de la noche más diáfana,
como el rostro invisible del silencio y la pena.
Morena como el sueño, como la sombra, y como
la cara eternizada de la tierra morena.
Morena, pero llena de claridad divina.
Morena, pero hermana de la alborada rubia.
Tras largas horas grises, amaneciste en mi alma,
como un día de sol, tras un día de lluvia.
Morena, pero es luz tu mirada y tu acento,
y ese gesto infantil que de gracia te llena.
Morena; pero alumbra las sombras de los hombres,
como un sol infinito, tu sonrisa morena.
CANCION EN LA HORA DEL OLVIDO
Ya nuestro amor no es nada sino un recuerdo, y una
claridad imposible sobre la vida mía.
Ya todo nos separa, ya nos aleja todo,
y entre nosotros corre, como un río, la vida.
Pasas junto a mi lado como si no pasaras,
y yo no me detengo para verte pasar.
El eco de tu voz ya no me dice nada,
y tu luz infinita no me ilumina ya.
Y sin embargo, somos los mismos que una tarde
se juntaron en ésa tu mirada profunda.
Somos los que una noche callada aprisionaron
toda la paz de Dios entre sus manos juntas.
Somos los que se amaron y los que se olvidaron,
los que perdieron ya su infinita alegría.
Pero en ese pecado que Dios no ha perdonado,
no fué tuya la culpa, ni fué la culpa mía.
Qué culpa tengo yo, mujer, si así como otros
tienen el vino triste, yo tengo el amor triste!
Y tú, qué culpa tienes, si con tu alma traviesa
no puedes comprender lo que no comprendiste.
Lo que no comprendiste: mi amor -llama y fulgores-
ardiendo tras mis frías palabras cotidianas;
mi amor -luna risueña sobre mis torvas noches,
y rubio sol ardiente que alegró mis mañanas.
Y ya mi amor no es nada, sino el recuerdo de algo,
claridad imposible sobre mi vida oscura.
Yo recojo, en silencio, las perdidas palabras.
Tú seguirás viviendo sin recordar ninguna.
Pero en mí quedará lo que fué en ti
divino.
Todo yo fuí un camino que tú hollaste, al ocaso,
Todo yo fuí un camino, y sobre ese camino
no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos...
GRACIAS
Mujer, la de esos besos, la de esos largos besos,
la de esos besos breves, húmedos y calientes,
la del regocijado sonreir en la sombra
que iluminó la vaga blancura de sus dientes;
la de la casa humilde, con ventanas humildes,
en la calleja oscura, soñolienta y callada;
la que entre beso y beso me lo decía todo,
aunque entre beso y beso no me decía nada;
la del mirar risueño, la del reir risueño,
la del querer ardiente, violento y extenuante;
la que vivió conmigo, con nosotros, con ella,
esa noche de amor, corta como un instante;
la que turbó el solemne silencio de esa noche
con las voces amargas y dulces del pecado;
la que dejó en mis brazos, en mi ser, en mi vida.
eso que es el recuerdo de que nos han amado.
Gracias, mujer, la inquieta, la de este pueblo quieto,
la de esa noche alegre, porque tú la alegrabas;
gracias, la de los rojos besos interminables,
por esos besos rojos e interminables, gracias!