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ROMEO MURGA

Por Virginia Vidal



Romeo Murga pertenece al tiempo en que los poetas eran jóvenes y eran poetas a los quince años. Cuando muere a los veinte años ya tiene un nombre y un reconocimiento social que se extienden como una larga sombra hasta el día de hoy. Era de la misma edad de Pablo Neruda: nació el 18 de junio de 1904, en Copiapó. Como Neruda terminó el liceo a los quince años. Partió a Santiago en marzo de 1920 y se matriculó en el Instituto Pedagógico para estudiar Francés: además, se matriculó en Castellano.

Los jóvenes, venidos uno de Copiapó y el otro de Temuco, se encontraron, fueron amigos y se intercambiaron sus poemas, participaron en los mismos concursos. Neruda gana con La canción de la fiesta el primer premio en el concurso que la Federación de Estudiantes organiza para las Fiestas de la Primavera en 1921. Murga obtiene el primer premio en el Elogio a la Reina de los Estudiantes en 1923 con Poemas de la fiesta. Entre ambos poemas hay semejanzas evidentes, correspondiente tanto al romanticismo y sensibilidad de los creadores como a la intercomunicación permanente, al tratamiento de ideáticos temas y a la lectura recíproca.

Neruda retrata a Murga en Confieso que he vivido como "Mucho más alto y desgarbado que yo". Lo describe como "un Quijote de dos metros de estatura, de ropa oscura y raída". Cuenta que van juntos a San Bernardo donde se corona la reina de los Juegos Florales. Son los poetas de la jornada y recitan, pero Romeo con su "voz aún más quejumbrosa que la mía" provoca las protesta del público: " ¡Poetas con hambre! ¡Vayanse! ¡No echen a perder la fiesta!".

Romeo pertenecía a uno de esos hogares en que los padres se desvelan por educar a los hijos y darles un futuro: este futuro se asienta en una profesión. Tanto es así que los padres se trasladan con sus tres hijos a Santiago para que se matriculen en la Universidad. Dejan la casa copiapina donde su infancia y la de sus dos hermanas transcurrió feliz. Esa infancia será su paraíso con las estancias donde estaba el piano, donde se convivía en armoniosa paz. Lo evocará como perdido, con sus muebles, lámparas de araña, piano, alfombra, cortinas y luz en Las piezas vacías. A diferencia de Neruda, Romeo gozaba del reconocimiento y cariño de toda su familia. No sólo bienestar sino formación artística procuraban impartir a sus hijos; es así como el niño había estudiado violín y tocaba el piano. Esa formación musical será clave en su poesía, tanto por el ritmo como por la riqueza de las imágenes sonoras, donde la voz humana se convierte en elemento esencial, lo cual es evidente en el poema Tu voz:



Amo tu voz tan tenue como brisa que pasa
rozándole los pétalos al clavel de tus labios,
y otras veces tan ruda, que el escucharla ha sido
como si un viento ronco me devastara el alma.

Esa misma sensibilidad musical se vierte en A lo lejos un canto:

A lo lejos se escucha un canto,
vago, tembloroso, lejano, lejano...
Una voz de niña que en él va llorando,
vibra como un dulce timbre puro y claro.

Canción del nombre de Emma, poema de refinado erotismo, recuerda la música de idéntico nombre de dos mujeres amadas en su adolescencia: "la canción infinita de dos amores muertos".

En otro tiempo ardieron llamas de corazones
en estas piezas vastas.
Voces y cantos claros como pájaros nuevos
se escaparon al sol por las anchas ventanas.

Tibios rayos alegres traspasaban de luz
cada mañana fresca que en la pieza caía.
Hoy las llena el silencio.Y a través de sus sombras,
pasan los gnomos tristes de las piezas vacías.

La claridad y la luz se imponen en su poesía. Suyas son las imágenes: "clara sombra", "toda luz de aurora y oro", "mirada azul del cielo", "pálida claridad otoñal", "la ancha tarde azul", "otra claridad en la claridad del día". Es la claridad de Copiapó, donde crecen en los patios plantas hermosas con flores de intenso color y aroma y árboles que dan frutas de penetrante perfume y dulzor relajante. Esa infancia fue también la del primer amor que describe con la imagen de dos pastorcillos en un ambiente paradisiáco en Como una égloga:

¿Te acuerdas? ¡Cómo errábamos entre el follaje trémulo
de aquella primavera que perfumara el mundo:
y a veces separados por el campo o el río,
cómo estábamos siempre, divinamente juntos!

Romeo es sinónimo de amante, de enamorado, y como tal se define en La égloga del amador. Murga se asocia con fiesta juvenil pues equivale a comparsa y también a conjunto musical. Sin embargo, era un joven serio y melancólico, "un hombre silencioso/silencioso para cantar". Se autodenomina "hombre triste" y la música se le va en el verso y en su capacidad para percibirla en las voces de las mujeres.

Cuando Neruda se refiere a la poesía de su cofrade dice algo muy serio: "Su lírica estaba llena de esencias e impregnaba todo sitio en que se escuchaba". Es Jorge Teillier quien escribe un acabado ensayo sobre Murga, con motivo de su participación en el Taller de Escritores de la Universidad de Concepción (ROMEO MURGA, POETA ADOLESCENTE, Atenea, año XXXIX. Tomo CXLV, Nº395, enero-marzo, 1962). Es muy certero al referirse a su arte poética: "Su particularidad (...) consistirá en una fusión admirable de continente y contenido, en una expresión aun no alcanzada, hasta ese momento, del espíritu de una adolescencia melancólica". Teillier más adelante desarrolla con ntable agudeza la idea: "En su obra, vida y poesía no se separan: esta última es plamación de la primera. Se ha dicho por quienes lo conocieron que Romeo Murga era un hombre sereno, silencioso. Su poesía responde a esta descripción: casi toda ella escrita en verso solemne, digno, medido, que contrasta con la soterrada pasión o exaltación que encierra".

Ese lirismo está al servicio del canto erótico de delicada sutileza. Son pocos los versos de Murga en que dicho canto se desboca:

Yo amo a aquellas que nunca deshojé como rosas,
He olvidado a las claras mujeres que, en un día,
Me ofrendaron su carne o el goce de sus bocas...
¡Y mías siguen siendo las que no fueron mías!

Su intensa sed de amar impregna toda su poesía. Ama a las morenas y a las rubias, a las pasadas y presentes, por sobre todo, ama a la que aún no ha llegado. De su urgencia genésica deja dolorida constancia en su Oración a San Luis, donde le clama a Luis Gonzaga, el santo casto:

Con tu divino aliento apaga
mi hoguera de sensualidad

De su lujuria se duele en Invocación. Se dirige a Cristo:

Aunque arrastre mi cuerpo sobre todos los lodos,
Alzo como una hostia roja mi corazón.

De sólida formación cristiana, se siente sumido en la culpa, se debate entre su ardiente sensualidad y su anhelo de continencia. Acaso por esto se dirige a Cristo con humildad que abarca todo el dolor humano y le pide

Perdón por los que llevan el dolor de su vida
Sin buscar tu dolor en los corvos recodos.

El poeta ama los amores que tuvo pero, por sobre todo, uno inasible que aguarda, como dice en Con baja y lenta voz:

¡Por qué no te amé siempre de lejos, de muy lejos,
como el mar a la luna, como la luna al mar!

Ya en Madres de los poetas ha definido esa intensa sed como "pasión" y ese anhelo como verdadero amor, preocupación central de su quehacer poético y norte de su vida. Este amor total trasciende como el vencedor de la muerte.

Oreste Plath en El Santiago que se fue, afirma: Neruda y Murga tenían "parecido físico y poético". El paralelismo de estas preciosas vidas acaba muy pronto: Romeo Murga muere el 22 de mayo de 1925, San Bernardo, en vísperas de cumplir los veintiún años. Lo liquida una tuberculosis fulminante, mal que en esa época no tenía remedio y causaba estragos en la población. El mal se manifestó en toda su violencia cuando ya había asumido su cargo de profesor en el Liceo de Quillota. Hubo de dejar la tarea y lo reemplazó su hermana Berta, también profesora de francés. Llama la atención que el poeta no se lamenta jamás de la enfermedad ni alude a ella, salvo en la estoica referencia de un verso correspondiente a uno de sus últimos poemas, inédito, citado por Jorge Teillier:

Mi madre está diciendo que me muero de fiebre.
No es verdad. Voy viajando por ciudades remotas.
Quizás dentro de poco mi espíritu se quiebre
por este mar donde llevo mis alas rotas.

En su madre identificó a todas en el admirable poema a las Madres de los poetas. Con ellas se conduele por

(...)vuestros hijos
tristes.
Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido
y no los conocisteis.

Romeo Murga era un trabajador metódico y responsable, no sólo se tituló de profesor sin prolongar plazos, sino también se dedicó a su oficio poético con dedicación. Sin embargo, apenas alcanzó a ver publicado el opúsculo El Libro de la Fiesta (Imprenta El Globo, 1923). en colaboración con Victor Barberis. Veintiún años después de su muerte, su hermana Berta publicó los treinta y un poemas que constituyen El Canto en la Sombra (Editorial Tegualda, Santiago, 1946), obra por él revisada. Deja muchos apuntes y borradores de los cuales Andrés Sabella extrae el material para editar Clara Ternura, Ediciones Hacia, Antofagasta, 1955.

De su conocimiento de la versificación deja sobradas muestras, no sólo por la pureza de sus rimas. Como una égloga corresponde al género bucólico. Con serenidad y dulzura evoca un "amor de niños", de dos pastorcillos envueltos en un amor que tuvo poderes. El gozoso poema Gaita de Octubre corresponde a una gaita gallega, caracterizada por ser endecasílabo anapéstico, con acento en las sílabas cuarta y séptima:

Mi corazón es un ave que canta
porque su Dios le ha enseñado a cantar.
Vuela su voz desde el alba del valle
hasta la noche tremenda del mar.

En certero homenaje, el profesor Miguel Moreno Monroy lo llama "Luz de otro metal" (Revista de Educación Nº 103, Santiago 1982) y lo valora como vate capaz de augurar:

Mi voz ungida en suavidades,
que canta lo triste y lo mío,
irá a través de las edades
como el rumor de un claro río.

En sus visiones lo vivió todo: la madurez y los años dorados, es así como en Cuando seamos viejos se vio junto a la compañera de la vida transformado por el tiempo implacable, la voz cascada, pero intacta "la ternura inmensa". También vio a esa amada muerta y él, fiel inconmovible más inmortal,"junto a tus despojos", velando y dispuesto a "vivir como un muerto, mirándote dormir".

Lo cierto es que el poeta adolescente sigue conmoviendo a tres cuartos de siglo de su desaparición y el frescor y sinceridad de sus versos producen la emoción que sólo causa la auténtica poesía. Debemos agradecer al poeta copiapino Eduardo Aramburú la reedición de El Canto en la Sombra, indispensable para configurar el panorama poético de los años veinte.

 

 







Poesía

Romeo Murga

de EL CANTO EN LA SOMBRA

 

Elegía en recuerdo de mi infancia

 


Yo no sé donde está mi camino de rosas,
ni ese ancho cielo suave que miraron mis ojos.
¿Qué mano despiadada, sobre el camino en sombras
......... echó siembra de abrojos?

Hoy que el ayer no existe, se me ha muerto el gozoso
tiempo de las auroras fragantes y encendidas.
más que una edad efímera de divino alborozo
......... se me ha muerto una vida.

Se me ha muerto una vida mía,
vida de juegos y alegría
bajo el sol de los mediodías
......... del verano;
vida de risas transparentes,
y de beber en las vertientes
con el hueco de nuestras manos...

En esta evocación de lo que ya no es mío,
las alegrías viejas son mis nuevos dolores.
El presente de sombras diluye en su vacío
el son de las campanas y el olor de las flores.

Campanas de la escuela, que vibraron
cristalinas y frescas en el patio de sol.
Flores de aquel jardín que recorrió, cantando,
mi infancia, conducida por la mano de Dios.

Flores. Campanas. Juegos bajo la luna nueva.
Vida que nos inunda con ardientes efluvios.
Y la divina amada de doce años, que lleva
la mirada del sol sobre sus rizos rubios.

¡Haber podido hacer eternos los instantes
de esa aurora perdida,
y con los ojos húmedos y el corazón fragante,
haber quedado niños, para toda la vida...!



Una tristeza fiel


Una tristeza fiel cubre mi vida;
pálido cielo sobre tierra negra.
De esa tristeza suave, vive mi alma.
¿Qué sería de mí sin mi tristeza?

¿Qué sería de mí sin esta clara,
sin esta pálida melancolía,
que me llena de sueños y me libra
de la vulgaridad de la alegría?

Entre la angustia y el hastío largos,
como un camino, mi tristeza empieza;
cruza mi vida y se prolonga al cielo.
¿Qué sería de mí sin mi tristeza?

Yo la quiero, y mi amor la inunda entera,
y su pequeño amargor endulzara.
De frente al sol, mi espíritu la apura
como una clara copa de agua clara.

En mi silencio y en mis soledades,
mi tristeza es amable compañera.
Llena de suavidad las horas torvas
y hace dulces las horas de la espera.

Me embriaga de emociones y de cantos,
esta tristeza noblemente triste;
como tu amor, mujer, y como todas
las trémulas palabras que me diste.

Yo la busco en mis albas y en mis tardes,
y en el cansancio de mis noches negras;
y siento pena, cuando no estoy trisfe,
de que no esté conmigo mi tristeza.

Porque ella es mi descanso, entre una angustia
y una mala alegría que me pesa.
Es ella mi descanso, eternamente.
¿Qué sería de mí, sin mi tristeza?

 

Invocación


No, Señor Jesucristo, yo no soy como todos.
Yo pronuncio tu nombre con honda devoción.
Aunque arrastre mi cuerpo sobre todos los lodos,
alzo como una hostia roja mi corazón.

Y la elevo hasta Tí, hasta tu crucifijo
que aún guarda las heridas de la Santa Pasión.
Tú me habrás de mirar como se mira a un hijo:
Yo soy un hijo pródigo que te pide perdón.

Perdón por los que llevan el dolor de su vida
sin buscar tu dolor en los torvos recodos.
Yo mantengo por ellos mi lámpara encendida,
y aunque todos te nieguen, yo te afirmo por todos.

Perdón por el suicida que fué también cobarde,
y por el pobre esclavo de una mala pasión.
Por quien luego te olvida, por quien te busca tarde,
y por quien no te busca, perdón, perdón, perdón.

Por mi cuerpo doliente, tosco vaso de tierra
que envuelve la lujuria con sus llamas malditas
Cuando la carne mata todo el goce que encierra,
en el silencio enorme, eres Tú quien nos grita

Por mis manos, morenas serpientes voluptuosas
que fueron tentación para la frágil Eva;
y mis pies, lastimados de zarzas dolorosas,
que cada día fueron por una zarza nueva.

Por mi boca que supo morder los rizos blondos
y que a todos los besos les salía al encuentro;
y mis ojos, que fueron tras los deseos hondos,
desde aquellos caminos que llevamos adentro...

 

Yo soy el hombre silencioso


Yo soy el hombre silencioso,
silencioso para cantar.
No sé del grito, del sollozo
ni del ronco rumor del mar.

Mi voz ungida en suavidades,
que canta lo triste y lo mío,
irá a través de las edades
como el rumor de un claro río.

No quiero que mi voz herida,
ni que mi canción dolorida,
por sobre los humanos yerros,
.......... dolor derroche;
tal el ladrido de los perros
......... en la noche.


Mi dolor es hondo y eterno,
pero en mi canto se hace leve,
frente a la alegría encendida;
es un albo copo de nieve
para las llamas de la vida.

Mi voz no ha de amargar la fiesta
de los que se embriagan en esta
......... vida mortal;
de mi corazón al abrigo,
yo me quedo solo conmigo
......... y con mi mal.


No turbaré el albo reposo,
ni el alborozo jubiloso
de los que se entregan a amar.
En mí no hay grito ni sollozo.
Yo soy el hombre silencioso
......... para cantar.

 

Madres de los poetas


Madres de los poetas que en el pasado han sido,
vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes.
Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido
.......... y no los conocísteis.

Madres de los poetas que en el presente son,
con vuestra eternidad de ternuras y arrullo
calmaréis a los mares y al viento arrasador,
.......... pero nó al dolor suyo.

Madre de los poetas que mañana serán,
sobre la tierra fría se perderán sus pasos;
buscarán nuevas sendas, y nunca dormirán
.......... sobre vuestros regazos.

Madres de los poetas que son, serán, y han sido,
garganta de esos cantos, surco de esas semillas,
árbol que no dió flores y que en otoño ha visto
dispersarse a lo lejos sus hojas amarillas.

Vosotras que supísteis su inocencia primera,
gritad que fueron buenos y que amaban a Dios.
Grande fue su pasión por la carne terrena,
.......... pero más grande fue su amor.

Llorad por sus dolores y sus ansias secretas,
por sus manos crispadas y por sus alas rotas.
Llorad por vuestros hijos, madres de los poetas,
que yo, por consolaros, lloraré con vosotras.

 

Oración a San Luis


Mi oración, San Luis de Gónzaga,
llegue hasta tu virginidad.
Con tu divino aliento, apaga
mi hoguera de sensualidad.


Tú, San Luis que nunca supiste
del hondo deseo saciado;
tú, San Luis, que jamás mordiste
la dulce fruta del pecado;

y que ahuyentaste la lascivia
con tu virtud santificada,
y nunca probaste la tibia
caricia de la carne amada;

dame tu gracia transparente,
y hazme puro como tu voz,
sin mi pasión de adolescente
y lleno de gracia de Dios.

Y para que la carne triste
no me seduzca con su ardor,
díme tú, que jamás bebiste
del rojo vino del amor,

como es efímera la fuerte
gloria de la carne rosada,
y como después de la muerte,
no queda, nada, nada, nada...

 

MUJER, ETERNO ESTÍO

La lejana


Como el sendero blanco porque vuela mi verso,
eres tú, toda llena de cosas lejanas.
Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
como el polvo que dejan atrás las caravanas.

Amas la lejanía y eres la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares.
Tienes el gesto claro y la blanca osadía
de las velas que parten hacia todos los mares...

Tdo camino sabe de tu huella. Los montes
y el viento te desean. Tú -sin saber, acaso-
reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
......... como sobre un regazo.

Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado
.......... yo no podría detenerte.

Me quedaría inmóvil. No me querria asir
a tu pálida veste de ensueños y de azahares;
sólo por la tristeza de mirarte partir,
como una vela blanca, hacia todos los mares...

 

Morena


Morena de ojos negros, como la noche negra
desde donde han venido mis temblorosos pasos.
Morena, la romántica, la pequeña y risueña,
cuyo cariño duerme como un niño, en mis brazos.

Dulcemente morena, como la sombra humilde
de tus livianos rizos en tus leves ojeras.
Morena, suavemente, como el reflejo que hacen
las ondas de tu crespa y oscura cabellera.

Morena como el alma de la noche más diáfana,
como el rostro invisible del silencio y la pena.
Morena como el sueño, como la sombra, y como
la cara eternizada de la tierra morena.

Morena, pero llena de claridad divina.
Morena, pero hermana de la alborada rubia.
Tras largas horas grises, amaneciste en mi alma,
como un día de sol, tras un día de lluvia.

Morena, pero es luz tu mirada y tu acento,
y ese gesto infantil que de gracia te llena.
Morena; pero alumbra las sombras de los hombres,
como un sol infinito, tu sonrisa morena.

 

CANCION EN LA HORA DEL OLVIDO


Ya nuestro amor no es nada sino un recuerdo, y una
claridad imposible sobre la vida mía.
Ya todo nos separa, ya nos aleja todo,
y entre nosotros corre, como un río, la vida.

Pasas junto a mi lado como si no pasaras,
y yo no me detengo para verte pasar.
El eco de tu voz ya no me dice nada,
y tu luz infinita no me ilumina ya.

Y sin embargo, somos los mismos que una tarde
se juntaron en ésa tu mirada profunda.
Somos los que una noche callada aprisionaron
toda la paz de Dios entre sus manos juntas.

Somos los que se amaron y los que se olvidaron,
los que perdieron ya su infinita alegría.
Pero en ese pecado que Dios no ha perdonado,
no fué tuya la culpa, ni fué la culpa mía.

Qué culpa tengo yo, mujer, si así como otros
tienen el vino triste, yo tengo el amor triste!
Y tú, qué culpa tienes, si con tu alma traviesa
no puedes comprender lo que no comprendiste.

Lo que no comprendiste: mi amor -llama y fulgores-
ardiendo tras mis frías palabras cotidianas;
mi amor -luna risueña sobre mis torvas noches,
y rubio sol ardiente que alegró mis mañanas.

Y ya mi amor no es nada, sino el recuerdo de algo,
claridad imposible sobre mi vida oscura.
Yo recojo, en silencio, las perdidas palabras.
Tú seguirás viviendo sin recordar ninguna.

Pero en mí quedará lo que fué en ti divino.
Todo yo fuí un camino que tú hollaste, al ocaso,
Todo yo fuí un camino, y sobre ese camino
no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos...

 

GRACIAS


Mujer, la de esos besos, la de esos largos besos,
la de esos besos breves, húmedos y calientes,
la del regocijado sonreir en la sombra
que iluminó la vaga blancura de sus dientes;
la de la casa humilde, con ventanas humildes,
en la calleja oscura, soñolienta y callada;
la que entre beso y beso me lo decía todo,
aunque entre beso y beso no me decía nada;
la del mirar risueño, la del reir risueño,
la del querer ardiente, violento y extenuante;
la que vivió conmigo, con nosotros, con ella,
esa noche de amor, corta como un instante;
la que turbó el solemne silencio de esa noche
con las voces amargas y dulces del pecado;
la que dejó en mis brazos, en mi ser, en mi vida.
eso que es el recuerdo de que nos han amado.
Gracias, mujer, la inquieta, la de este pueblo quieto,
la de esa noche alegre, porque tú la alegrabas;
gracias, la de los rojos besos interminables,
por esos besos rojos e interminables, gracias!

 



 

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Romeo Murga: Virginia Vidal
Rocinante, Nº 28, febrero de 2001.