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Niñas con palillos
Constanza Marchant, Julieta Moreno, Daniela Catrileo y Catalina Espinoza

Malú Urriola


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Existe un lugar llamado Ítaca a quien Constantino Kavafis le dedicara su bello poema regreso a Ítaca. Oriunda de Ítaca es también el personaje mítico Penélope que aguarda tejiendo de día y destejiendo de noche, a su aventurero e infiel, Ulises, mientras le cuidaba el reino. Y así hay mitos que se van tejiendo y destejiendo por el mundo en torno al acontecimiento de tejer. Que puede adquirir también ribetes de Aracnes (discípula de Atenea) quien terminara perdida por su ego artístico convertida en araña.

El ejercicio del tejido ha hilado la historia de las mujeres. Cuando tejer es memoria recordamos a las arpilleras de la Vicaría de la solidaridad que en años de dictadura escribían hilando la historia de dolor, terror y violaciones a los derechos humanos que ocurrían en el país en los años de la dictadura militar en Chile, Ahora escrita y poetizada en parte por una generación de poetas que nacieron cuando la dictadura tanto en Chile como en Argentina (me refiero a Argentina porque una de las autoras de esta muestra es argentina) terminaban por caer en Argentina en 1983 y en Chile en marzo de 1990.

Tejer un camino y salirse anudada como Teseo para recorrer el laberinto de la poesía es también una metáfora de escribir poesía. Anudarse para buscar una salida que sólo la muerte, en teoría, podría otorgar y también la poesía.

Pero también se tejen encuentros, debate y reflexión sobre la poesía. Se me vino a la memoria a Tejiendo Rebeldías del feminismo comunitario de Bolivia que reescribió algunos versos de Neruda como, cito: Mujer, no me gustas cuando callas…

Constanza Marchant, Julieta Moreno, Daniela Catrileo y Catalina Espinoza emprenden este viaje juntas, si pensamos que la poesía es también un viaje. Y un libro es asimismo una puerta.

En este viaje las poetas ponen sobre la mesa palabras con densidad de estrella como poesía, periferia y tejido. Materiales con que se han construido sus mundos poéticos.

Desde este lugar puedo verlo caer rápidamente de Constanza Marchant, Santiago, 1988, inaugura esta muestra poética. El hablante dice: “Mezclo las hebras de olvido con un baile similar a la muerte mientras su voz me abraza en un corazón alambrado por suaves alientos”.

Los hilos de la poeta Marchant están “se nos hizo costumbre el lenguaje violento”

Este texto poético conlleva una critica al neoliberalismo, una aceptación del fracaso cuando dice “supongo que la pertenencia guarda relación con los años y los años con el fracaso cotidiano”. El hablante prescinde del capital o al menos lo pone en cuestión frente al problema de la memoria.

La calle para Marchant es la melancolía de voces. Cito: “construir un hemisferio más lejano que mi particular jaula vacía e invadir de infancia la falta de misericordia en estas calles humeantes”. Una infancia en que todo muere o desaparece.

Donde “el olvido es sagrado y se prolonga su distancia y deseo”.

Marchant nos sitúa en un espacio tiempo donde el tejido, es hacer estipulado a la mujer se hace recuerdo, remembranza de lo perdido, lo que tal vez, jamás se tuvo.

Timba de Julieta Moreno, Buenos Aires, 1990, nos habla desde un ser que quisiera volar con una ala rota, una Penélope que grita y llora un amor cojo, un Ulises que incendiará la cama con otras mujeres, el tejido ocupa el lugar de la incertidumbre, del acto de amor de “reconstruir un pedacito de ése país al que le hiciste agujeros con cigarros en el patio”. “Un amor planteado como concepto ligado al dolor”.

Ciudad Fósil de Daniela Catrileo, Santiago, 1987. Teje un mundo poético que no deja de levantar preguntas ni de hilar la historia de soledad o de la vida doméstica, del comer a solas, esa cito “sombra intima que erosiona rocas” . El “Territorio manuscrito” de una poética donde ya no quedan cuerpos que nombrar. La poética de Catrileo se muestra en dos capas, una densa colmada de preguntas y otra más cotidiana, casi de diario íntimo de un abandono que poetiza lo solitario de lo doméstico.

Ejercicios y labores de Catalina Espinoza, Santiago, 1987. Establece un hablante que en primera persona se teje, como quien se da a luz. El hablante sostiene: “Me tejo, enredo, desarmo. Soy la forma vacía de la carne”. O “El tejido es el único retorno” sentencia la poeta “escribo con las yemas de los dedos”. El tejido de las palabras como “testimonio mudo” en la inutilidad y silencio de los días del cotidiano en la poética del desmantelamiento, donde la casa es la cárcel. El sitio desde donde se nombra a la muerte o esa jaula sin sentido bordada en el vacío.



Niñas con Palillos reescriben y tejen el viejo un espacio sociopolítico asignado a la mujer: la casa y la memoria. Esa casa en que se escribe y teje esperando por un alguien, un algo que devuelva el sentido de tejer y destejer el discurso poético en una ciudad periferia donde tejido es memoria.

1 de noviembre de 2014



 


 

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Por Malú Urriola