En
Hija de perra y otros poemas habla una voz desenfadada y juguetona, deseosa y
algo melancólica, dedicada a verse y a volcarse sobre sus rincones, sin la aparente distancia de la máscara,
descarnada. Así pareciera anunciarse en el pórtico del poemario con un epígrafe de la psicoanalista Julia Kristeva: “Sería distinto para aquel texto que, renunciando a la representación, se convirtiera en la inscripción de su propia producción”. Esta pulsión, no sin desparpajo, pareciera ir recorriendo las fibras del libro: la de una poeta chilena, Malú Urriola, en plena contemplación, hasta tocar su intemperie y explorar las posibilidades de la ausencia desdoblada: “La Malú me dijo —oye, Urriola / evita el cigarro / quedarte sola en el techo fumando / es para volverse loca”. También inmersa en la humorada,
ella
juega con unos gatos (¿también los de Baudelaire?): “Míralos, Malú / clavándose las garras en los ojos / vaciando un amarillo decadente / míralos pelear, incrustados gato con gato / míralos tirarse los pelos / están locos”.
Una canción desesperada y un
rock and roll, un
blues de Dylan y un
mood a lo Celeste Carballo.
Piedras rodantes, se llama la primera parada de este libro. Aquí los gatos siguen siendo escurridizos, salvajes y juguetones. Arrojados en la búsqueda —laberíntica— de sus propias
flores del mal, corren —jubilosos, desesperados— por las calles de Santiago, Caracas o Buenos Aires. Este libro es derivación de un peligroso coctel: Rimbaud con
rock and roll, rabia
beat con asco posmoderno: no creer nada, esperar nada, atarse apenas al instante. Todo esto reverbera y también una voz que habla por sí misma, un
maullido propio, rodante: “Hey, Malú, asume la vida de gato/ que te toca saltar de techo en techo”. Sorna y cinismo, pareciera ser la intención de la Malú "borrarse" y abolir las fronteras entre persona y texto: desnuda queda la expresión, carne del puro síntoma.
El segundo tramo del poemario —Dame tu sucio amor— va en tono similar: escritura de la soledad y devastación. Cada vez más rota, pareciera la Malú estar escribiendo —un gesto a lo Barthes— los propios fragmentos de su discurso amoroso. De un amargo desencanto, nihilismo pero sin cursilería. El único respiro, si lo hay, está en carcajadas de bar, papelitos y servilletas, registro de trajines nocturnos, esquelas para amores del hampa: "Que alguien derribe el frío beso de la muerte".
Hay algo de cartas poéticas —escritas en papeles arrugados por el olvido— en el tono de la Malú. Dirigidas a múltiples amores, una de ellas habla de un Santiago de Chile en ruinas: "No sé si veré el futuro, si al menos lo veré pasar por estos ojos". Y más adelante, terrible posdata: "Me abandonaré al silencio, como un criminal abandona las armas y el placer de la sangre". Siempre, de fondo, trozos arrebatados, escépticos, atenuados por el juego y la joda. La Malú se hizo un autorretrato: página tras página lo va delineando, sutil y descarnada, hasta que brota un dibujo regándose en palabras bellamente rotas, a fuerza de ira y batallas contra la imagen amada, pronta a borrarse del mapa sentimental. Hay que rearmarse —desde las ruinas—y escribirse: "He soltado, desprendido, arrojado tu recuerdo, como se arrojan las pestes".
La poeta se ha visto de frente y perfil, como queriendo escurrirse por alguna hendidura del espejo: "Soy la deuda de mi escritura", no deja de recordárselo, envuelta en atmósferas de tedio y fracasos del Eros. Hay también en estos poemas —que también escurren una poética— los rastros de una educación sentimental, bastante sui géneris, ahí su valía: mostrar cómo una poeta va haciéndose a fuerza de golpes y luchas contra
cicatrices mal curadas. Y sin renunciar, así sea en el peor de los abismos emocionales, la chispa que enciende su élan vital, como si perderse y encontrarse fueran anverso y reverso de su mundo. Cuando sobreviene el cansancio, el sueño ofrece espacio de tregua, evasión: otros delirios se podrán asomar en la conjura del inconsciente y la memoria. Y es suficiente con abrir los ojos para sentir la nostalgia de un mundo perdido: "Me levanto aún extrañando la pequeña muerte del sueño".
El último tramo del poemario —Hija de perra—puede ser visto como la exploración del placer de la escritura, el vacío y una meditación sobre los medios expresivos disponibles cuando el síntoma aparece: "Estoy sola y las palabras terminan consumiéndome, promoviendo en mí un estado de total decrepitud". Se desliza en este poemario algo de lo que Michel Foucault entendió como "la inclinación a escudriñar en sí mismo todo sentimiento oculto, todo movimiento del alma". La Malú pareciera asumir la exploración de padecimientos transmutados en literatura, espejo de un desgarro, testimonio de vida interior, genealogía de las emociones: "Hey, Malú, ¿dónde estás? es el abismo quien llama, y no reconozco la voz de mi propio abismo, cuando miro hacia abajo siento que voy a caer, los huesos roídos del vértigo, los que lamo, ruedan hasta el fondo del pozo, las palabras se devuelven con la voz del pozo imitándome, los pozos hablan".
Una vía para ordenar vida interior y configurar la cadena de pequeños absurdos que suelen determinar —marcar— una existencia poética. Ella lo sabe, se vigila: "Me escribo, tú sabes que desde dentro de esta perra que soy, nadie contesta ".
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Hey, Malú
«Hija de perra y otros poemas».
Malú Arriola.
Monte Ávila Editores Latinoamericana. Colección Altazor. Caracas, 2010.
Por Alejandro Sebastiani
Publicado en IMAGEN, Venezuela, Nos.1-2, marzo 2011