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Muestra poética

Malú Urriola
Publicado en CONTRATIEMPO, 31 de marzo 2023


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Hija de Perra

Cuando no estás me faltas como si me faltara un brazo, daría un brazo por no sentir esta falta… daría un brazo, pero no el brazo con el que escribo. El brazo con el que escribo no se lo doy a nadie, si me deshiciera de este brazo moriría atragantada. Este brazo es el que aprieta mi vientre, el que hunde su mano en mi garganta para que las palabras salgan, porque mi brazo sabe que las palabras son como trozos de carne que me atoran, si no tuviera este brazo tampoco podría hablar, porque este brazo es mi lengua, con este brazo puedo decir lo que la lengua se calla, podrían cortarme la lengua pero no el brazo, por eso no siento ningún miedo cuando tengo la lengua dentro de tu boca, porque aunque la arrancaras me quedaría este brazo. Con este brazo me sostengo, con este brazo lucho cada día. Cuando me pierdo es este brazo quien me encuentra, cuando me desespero es este brazo quien me calma, este brazo es mi memoria, este brazo es quien me saca a flote, quien jala de mí quien me aturde para arrastrarme hasta la orilla, este brazo se compadece de mí más que nadie, me saca el agua que he tragado, me golpea el corazón para que ande, si no fuera por este brazo no sé qué sería de mí, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encontrar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las palabras necesarias, en cambio mi brazo es exacto, porque mi brazo sabe que si no soy capaz de resistir, que si me agoto de ver todo el tiempo lo mismo, que si me canso de escuchar las mismas palabras idiotas, que si me harto de ver a la misma gente como en un cinematógrafo de barrio, que si me aburre ver con mis ojos sus ojos pajes desesperados de fama, de una fama gris de estrella de cinematógrafo de barrio, porque mis ojos se cansan de ver tanto, todo igual, repetido, mi ojos se hartan tanto que se harían sal si vieran que algo nuevo pasara, porque esta ciudad se detuvo antes que llegáramos yo y mi brazo, esta ciudad sombría ya no se desempaña, esta ciudad es inalterable, esta ciudad quisiese ser rubia, esta ciudad quisiese beber whisky cuando se muere de hambre y si este brazo no fuera fuerte nos habrían arrancado medio pedazo, pero a mi brazo nada de esto lo derrumba porque mi brazo es ciego, mi brazo es sordo, mi brazo sólo escucha la sangre de él. Sabe que cuando no dé más deberá tomar la empuñadura y rajar la muñeca de mi otro brazo, sabe que aunque son pares sólo él puede hacerlo, sabe que él será el último en abandonar, lo sabe, como sabe también que será capaz de dejar de escribir porque escribir me daña a veces, mi brazo sabe que escribir daña porque es él quien escribe, cuando mi brazo escribe sabe que está doliendo, quemando, sabe que me revuelvo toda, por eso mi brazo dejaría cualquier cosa para calmarme. Es este brazo quien te olvida, no yo, porque mi brazo sabe que estando juntos somos capaces de resistir tu falta, que podemos trazar tu recuerdo, en cambio si me faltara este brazo yo me quedaría muda, me quedaría postrada, no podría resistir, no podría, por eso no te doy este brazo ni se  lo daría a nadie, porque este brazo es el único capaz de librarme de mí. 


 

El Cuaderno de las Cosas Inútiles 

nosotros – que apreciamos la perífrasis, decimos que los pájaros partieron
Dickinson 

 

Alguien le abrió la puerta a la muerte. 

Un pez saltó las perlas de la noche, 

conmovió a los picaportes, 

sobresaltó el alma de las cortinas, 

empañó los vidrios, 

lavó el ego de las estatuas,
las pisadas sin rumbo,
las que nunca volvieron,
la llave que fue a dar bajo el mueble, 

las camisas que no usaste, 

los zapatos,
los esmaltes,
los cepillos,
los cuadernos que se pierden,
las telarañas vibrando en la espalda de los azulejos, 

los calefactores, 

las tazas. 

No habías acariciado una taza tanto tiempo,
ni el mar fue tan imposible,
ni la encina tan inmerecida.
Mientras te quejas frente a los pájaros de D. H. Lawrence, 

en las puertas entumecidas toman sol los que han dormido en la calle. 

No te busqué en las filas de inmigrantes.
Creo que vi una golondrina, pero no el mar.
Las angostas callejuelas se encontraron con la lluvia. 

Las veredas desaparecieron como los mendigos. 

Resonaron truenos, rayos partieron en dos la tarde. 

Los hindúes cierran.
Los senegaleses se sientan en las puertas.
Los barcos callan. 

Las palabras han ido a dar al río.
Tal vez una naranja lorquiana alumbre.
Si tenemos suerte, habrá más de un grado esta noche.
Los ciruelos brotan impasibles.
Por la calle ruedan pequeñas esferas de nieve,
las fronteras cierran,
los aviones besan la tierra,
el miedo bebe un vermouth,
las ambulancias aúllan,
los vencejos sobrevuelan la plaza.
En medio del humo de los crematorios,
un taxista lleva gratis al hospital a un contagiado,
un hombre chino baja la cortina del almacén,
el negocio de tatuajes guarda las jeringas,
las sillas trepan las plazas.
Los quioscos de flores parecen animales enfermos. 

Casandra contempla las cabezas de los leones.
Una niña mira al cielo esperando la pelota de Dylan Thomas. 

En el Apolo, el cartel de Sara Baras y el de Flashdance
se miran suspendidos como el tiempo de Pelechian. 

La muerte anda por la calle silbando. 


 

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