Proyecto Patrimonio - 2017 | index  | Malú Urriola   | Gonzalo Rojas Canouet   | Autores |
        
          
        
        
          
         
        Fugacidades e inanidades en Nada y Bracea de
Malú Urriola.
            
            Fugacities and Inanities in Malú Urreola’s Nada y
            Bracea.            
          
            Por Gonzalo Ignacio Rojas
Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Chile
grcanouet@gmail.com
            Publicado en CATEDRAL TOMADA: Revista literaria latinoamericana / Journal of Latin American Literary Criticism
            Vol 5, Nº 8 (2017)
            
 
            
        
          
        
         .. .. .. .. .. 
        
Resumen
  
          El presente trabajo propone analizar los dos últimos textos de Malú Urriola: Nada y Bracea,  los cuales son parte de una trilogía por construir. Para este propósito, se revisarán ambos  textos desde anclajes teóricos como el rizoma (Deleuze y Guattari) y el concepto de  differance (Derrida) para ver el discurso poético como agenciamiento en la representación  de la palabra poética en un otro; además de las mixturas de nociones estéticas como el  despabilamiento, rebote, fugacidad e intermedio. Estos anclajes y mixturas se ponen en  tensión en esta trilogía por hacer y así responder al cruce que se dan en estos textos entre la  expresión poética y su inanidad como representación del ser que habla.  
        Palabras clavess:   Fugacidad, Inanidad, Poesía chilena actual. 
        Abstract  
          This paper aims to analyze the last two textbooks from Malu Urriola: Nada y Bracea, which  are part of a trilogy to be constructed. For this purpose, we reviewed both theoretical and  anchor text from the rhizome (Deleuze and Guattari) and the concept of differance (Derrida)  to see the poetic discourse as an agent for representation of the poetic word in another,  besides the Blend aesthetic notions as the perky, rebound, transience and intermediate.  These anchorages and mixtures are placed in tension in this trilogy to be done and thus  respond to the crossing that occur in these textbooks between poetic expression and its  inanity as representing the speaking being.  
        Keywords:   Transience, Inanity, Present Chilean Poetry.
         
        Para el lector habitual de esta poeta, es sabido que su primera publicación  Piedras rodantes (Cuarto Propio, 1988) hasta Hija de perra (Cuarto Propio, 1998)  tiene un carácter heterogéneo desde su discursividad estética y política. Malú  Urriola ha propuesto, posterior a los textos señalados, una trilogía que condensa  una suerte de poética de su propio discurso. Esta trilogía comienza con el libro  Nada (2005), luego Bracea (2007). Queda en veremos el libro Vuela. Por lo tanto,  la finalidad de este trabajo es la de analizar los dos libros de esta trilogía en  proceso. Análisis que por lo demás, también, esta en proceso: por un lado, en  espera del tercer libro y, por otro, de aunar los posibles tres fragmentos de  análisis de cada libro en una mirada totalizante hacia una poética que se deslinde  de estos tres textos.
        Sobre el libro Nada[1]  se podría decir que es una condensación de las  temáticas que Malú Urriola ya ha tratado en sus libros anteriores. El título tiene  una “condición preñada”, es múltiple su significación y conexión con distintas  cosas. Nada de nadar en el mar de las palabras, en el infinito de lo que intentan  decir, del silencio. Esto conectado con la Nada de algo baldío, de ese mar de  palabras que es tan infinito que no se atribuye a ningún lado; una especie de vacío  (silencio) entre tanta palabra (“La poesía es una luz que deja a tantos ciegos”, 27).
        Desde el principio de conexión y de heterogeneidad del Rizoma (Deleuze  y Guattari, 1197), la palabra poética, en este texto, trata de hacer resonancia de las  experiencias de la sujeto que habla en la búsqueda de su propia palabra personal.  Esto provoca que el poema sea conexión del “pensamiento incoherente” de la  sujeto con el poema mismo: “Este libro es un espejismo, un reflejo, /un  pensamiento incoherente,/una silueta que me arranca del implacable día” (13). El  resultado de esto es el recuerdo: la palabra poética como evocación e, incluso, de  invocación, es decir, es la acción de ese “pensamiento incoherente” en la escritura. Esa “incoherencia” es múltiple, sin lograr un sentido más que el del  poema:  
        
          Cuando las palomas han emprendido el vuelo,
  
            no queda del vuelo sino el recuerdo.  
            Este libro es un recuerdo.  
            Un recuerdo que quiere salir interface [...]
           La muerte y yo, por citar al recuerdo,
  
            de vez en cuando arrojamos la ropa por el suelo,  
            y mientras sus manos desabotonan mi camisa,
  
            yo acaricio los largos cabellos canos
            que cuelgan hasta sus caderas. (13)
        
        De ahí que el poema, en la generalidad del sentido en la escritura de Malú  Urriola, es un filtro (o una transparencia como se dirá más adelante) que se ubica  entre esos “pensamientos incoherentes” y la proyección hacia la “interface”. Por  lo tanto, el poema sería un filtro que ubica al recuerdo desde su categoría  mimética en un sin sentido: nace esa “interface” que multiplica el sentido de la  palabra poética. 
        Una posibilidad que podría existir en este punto es la apropiación de esta  sujeto en sí misma. La palabra poética, con su sentido múltiple, que REBOTA en  el propio sujeto. Sin olvidar que es esta misma quien lo genera. La sujeto que  habla trata de legitimar esa “incoherencia” múltiple en la palabra para que ella  misma trate de “traducir” lo que dice. Ese rebote podría ser la búsqueda de sí  misma (una autotraducción) desde la incoherencia. Este juego no es para dar  respuestas claras o, más aún, certezas para aliviar las incoherencias. Al contrario,  es la propia sujeto que complejiza sus visiones: el acto de escritura sería un ejercicio de búsqueda de ambigüedades; una “fotografía” (la palabra poética, la  imagen) que se saca y que se revela a sí misma:  
        
          Este es un libro tartamudo porque tútú, y yoyo,
  
            no somos los mismos,  
            nunca lo hemos sido,
  
            yoyo soy un extraño, que no sabe para dónde,  
            dónde, por qué, qué, qué fuerza hace llevar el yugo
  
            y trazar el arado de unos cuantos brotes de creatividad
  
            que da tumbos contra las paredes.  
          Las palabras que no escribo son las mejores,
  
            los vagabundos de metros,
  
            los proxenetas de bares de mala muerte,
            los adictos al margen como a las enaguas de una reina. (15) 
        
        La voz de esta sujeto hace rizoma con la palabra poética que al volver a sí  misma (el rebote) no resuelve sus problemáticas, sino que las agudiza –que sería  el sentido poético de este texto- para elaborar una travesía por el mar de las  palabras. El acto poético es el “nado”, un trayecto que involucra una cartografía  de la travesía: los poemas, el libro. Además, como ya se dijo, ese “mar de  palabras” en donde nada la sujeto que habla se inserta en el vacío de sí misma, en  la inutilidad de sí misma:
        
          Escribir es un ejercicio innecesario, las hojas secas del otoño  
            cuando un arremolinado viento las eleva,  
            escriben mejor que nosotros, [...]
            La poesía es una luz que deja a tantos ciegos. (27)
        
        Cuando la sujeto habla consigo misma (en el rebote de la palabra), se  distancia de sí misma: la sujeto habla con su yo, que es una de las tantas partes de  este sujeto fragmentado. La escritura es un destello de sí, es el flash que circunda  al yo. Pero es el mismo lenguaje (que sería la misma sujeto), que no consigue  hablar de sí misma. Por esta razón, existe esa “incoherencia”, esa multiplicidad de  flashes que tratan de asir a una sujeto esquiva hacia sí. Es decir, la sujeto retrataría  su transparencia para salir del silencio: la escritura como un aullido no plausible  que se transforma en tartamudez. El habla como rupturas (por ejemplo en la  página 15)) de lo que se quiere decir.
        En conclusión, a la sujeto sólo le queda la transparencia para sostenerse,  para no seguir interrumpiéndose en las incoherencias propias. Esa transparencia  que está al filo de ser nada: la sujeto que se da cuenta de su propia desaparición.  La transparencia aparece como aviso de ese filo. Es decir, la sujeto que no busca  significarse en nada (principio de ruptura asignificante del rizoma). Desde ese  lugar -la cartografía de su travesía- alterna su línea de fuga – en la escritura y  desde la escritura- para desplazarse en prolongaciones de sus contradicciones: 
        
          Ah, las palabras como miles de piedrecillas
  
            que si los juntásemos de una vez, lo dirían todo.
  
            La compasión de sí mismo, degolló al cordero. [...]  
          Y la habitación se ensancha como se ensanchan los días
  
            Y despiertas para olvidar
  
            Que sobrevives a la más alucinante de las pesadillas.  
            Quién anda afuera? Quién?
          Soy la nada, que nada dice y nada ve,
  
            La que nada recuerda
            La que recuerda todo. (70) 
        
        “El rizoma no se deja reducir ni lo Uno ni a lo Múltiple [...] No  tiene ni principio ni fin, siempre tiene un medio por el que crece y desborda” (3).  Ese medio al cual aluden Deleuze y Guattari es el deslinde o el filo que se quiere  construir. Deslinde que certifica y legitima a la nada como la tartamudez que  habla (la incoherencia, palabra ya sumergida en la sujeto). Despabila el estado  caótico en palabras en un orden. La palabra poética, quiérase o no, aquí, remece a  la sujeto a plasmar esa nada, esa travesía (esa cartografía del viaje) por ese mar de  palabras que se ordenan y construyen poemas: ese despabilamiento elabora un  ánimo en la escritura de los poemas, la ira de hacer conciencia de que las palabras  ordenan; el estado primigenio sería el silencio que la sujeto reverencia como el  campo o lugar perteneciente a la imaginación. Por este motivo, la poesía sería un  ejercicio contradictorio: por un lado ordena el caos imaginario -el silencio- a  través de las palabras y por otro plasma el rebote -las contradicciones y las  incoherencias- que la sujeto inscribe desde su transparencia que recorre el filo de  la nada: 
        
          Los días pasan aprisa y ni aún mis dedos
  
            consiguen rozar los pétalos de esta huraña entrega.
  
            Está a mi lado y su alma enteramente mía.
  
            Se aleja y mi alma es enteramente suya.
  
            La poesía es un invento cruel.  
            Pensamientos que de puro salvajes insisten,
  
            mientras los pájaros cantan magistralmente afuera.
  
            Ha amanecido y la ciudad despierta.
            Oh, welcome to reality.
  
            Nada soy,
  
            en ningún lugar,
            nadie. (75) 
        
        La idea acá no es la construcción de identidad, menos de dar perfiles de  verdades; sino que el lugar está al otro lado del puente, es la oposición, la nada. Y  es ese mismo lugar el que provoca ira: son las palabras las demostrativas de ese  estado y no las pulsaciones improvisadas -las incoherencias- de la imaginación.  Es el imposible de este proyecto: escribir el silencio. Es la crisis por no conseguir  la autonomasia de lo que se quiere decir. Un imposible parecido o ya visto en  Rimbaud y del que Mallarmé se da cuenta para construir sus poemas  característicos.
        Ese imposible de esta sujeto es la ira del orden que provocan las palabras:
        
           Que nada digan las palabras,
  
            que no mientan más,
  
            que no sobornen,  
            que no encubran.
  
            Que no mienta el silencio que cuando calla miente
  
            y esculpe la duda,  
            de si anochece, o anochezco (79)  
          
        
        Bracea: la fugacidad y la inanidad del ser
        “Soy Nada. / Nunca seré algo. / No puedo
  
          desear ser nada. /
          Más aún, llevo en mí todos los sueños del mundo”, Fernando Pessoa.
        Trato de entender la palabra bracea en el contexto de la lectura del libro de  Malú Urriola (2007). Bracea como acto del nado (antítesis de nada, el femenino,  el injerto metafórico que se desprende de su libro anterior). Ese acto que implica  cierto esfuerzo del cuerpo en el agua. Acto seguido: ese “cierto esfuerzo” como  una incomodidad del cuerpo al moverse en ese espacio. Bracea, la palabra en la  incomodidad de lo que uno es. Me parece que esta parte la dejaré por un rato.  
        Bracea, me parece, una acción que involucra un estado, más bien, un  estado fugaz y de inanidad del propio sujeto, de una vibración que está en  latencia, pero que también se mueve. Bracea como el intermedio, un entre en lo  que se pretende hacer y lo que se desea lograr. El intermedio de lo que se quiere  ser y lo que no.
         Para este texto, revisaré la figura del otro desde la perspectiva de un yo  que “quiere estar fuera del lenguaje” en relación a un tú: “decirse en otro”, lo cual  tiene directa relación con el concepto de différance de Derrida. La noción de  fugacidad como medio y estado del yo en su relación con el lenguaje, lo cual  rebota en que la escritura sea un reflejo del sujeto. Estos elementos conllevan a  distintas miradas, unas más parciales que otras para entender este texto como un  conjunto de discursividades en estado de construcción.
        
          El otro, la fugacidad y el intermedio
         A lo largo de todo el texto las presentaciones de dualidades se van  conformando en un ejercicio situacional. Esto es: cada personaje que participa del  discurso -incluye a la hablante, la cual va creándose desde esos otros-. Los más  visibles en el texto son:  
        
          - La hablante con su hermana  
            - Las dos madres
            - El perro partido en dos con J.P Junior  
            - La hablante con Gabriela Mistral  
        
        Dejo para más adelante una otredad menos visible, la de la hablante con  una de las dos madres. 
        Si contamos con todo el taller de herramientas del postestructuralismo, en  especial, la de la noción de différance derridiana (Derrida, 2005), puedo, en un  pequeño pestañeo, advertir el sentido ontológico que convocan los versos en la  noción establecida de “crearse en otro”. Ser a partir de lo que no soy invita a una  acción de reflejos múltiples. Para el caso de este texto, dichos reflejos parten de  una negatividad. Dicha negatividad puede mirarse como un “decirse en otro”  como dice Pessoa, es decir, en un deshabitarse que deviene de una alteridad que  refleja una inanidad del ser, el complemento de esa negatividad sería el otro, el  heterónimo como cuestionamiento del sentido humano en la palabra poética para  ficcionalizarse en ese otro. Lo importante acá es cómo ese yo es escéptico de sí  mismo y cómo nos muestra esa distancia consigo mismo: el escepticismo desde  sí, el yo vuelto a ser repetido para superar o acentuar la inanidad.
        La hermana que sonríe en la foto, mientras la otra no; ambas como  siamesas mentales que van al mismo paso, al mismo paso de su imagen grotesca  de sí mismas. El perro cercenado en dos partes por un tren, las cuales dependen  una de otra como vidas independientes que tiene la misma “mirada temblorosa”  cuando J.P. Junior “quedó con los ojos fijos al cielo viendo algo que/ nuestro  perro también vió” (96). La hablante que asume, en parte, la cosmogonía de la  Mistral al representar el espacio colindante. Pero ese espacio representado es la  sobra de lo que de lo que la Mistral reflejó: “El poema (que la hermana le lee a  la hablante) dice cosas que suenan a las aguas del río, / cuando arrastra las piedras  y las ramas de los sauces […] La mujer que lo escribió está enterrada aquí/ Ella se  fue de aquí/ Aquí sólo regresó un esqueleto” (95). Son la sobras que la hablante  rescata para confirmar algo que se fue, habla desde el esqueleto de la Mistral. Esto  es: la hablante como voz abismal de una representación grotesca y disminuida en  su identidad: el otro que contiene lo que no es. Un significante mistraliano que repara en la vacuidad que se hereda de un esqueleto. Por otro lado, las dos  madres: una que sueña con su constante escape a Barcelona en busca de un viejo  amor y la otra como funcional a las labores domésticas.
         Todos estos ejemplos se van entramando, se van conteniendo unos con  otros para promover un ejercicio de la otredad desde la negatividad ontológica:  “crearse desde lo que no soy”, podría volver a repetir, crearse desde otro, es lo  que muchos pueden decir. Lo importante, creo yo, en estas différances es hacia  dónde van estas otredades. Mi primera impresión es que apuntan al lenguaje. Este  lenguaje como fugacidad y como estado intermedio.
        La fugacidad se manifiesta aquí a través de la adquisición del lenguaje. En  este caso, dicha adquisición está ligada con los recuerdos, ya sea de la familia, el  padre y sus apariciones, en especial con el abandono que éste hizo con la hablante  y su familia. Por otro lado, lo fugaz de la memoria que repite una y mil veces lo  que uno es (redacción). Es el ejercicio de bracear, de esa incomodidad de ser parte  de una representación en el lenguaje y a su vez de representar, en el mismo  lenguaje, lo que se vive. Bracear consigo mismo sobre las palabras que quiero  usar para dictar el mundo. Repetición tras repetición de las palabras para apelar a  un recuerdo, a una memoria de sí mismo: sujeto y palabra, elementos que tratan  de cruzarse para tratar de decir algo. El sujeto que quiere hablar, pero la fugacidad  de su ser plasma palabras que quedan como un recuerdo distante de lo que una  vez quiso ser. Por lo tanto, las palabras tratan de volver a habitar a esta sujeto para  que recuerde lo que dice y recuerde que existe, ya sea, en este caso, en un otro, el  doble de sí. Ese bracear que está entre lo normativo de la lengua y lo que estima  para crear otros mundos que la memoria dirá: el acto de bracear es el balbuceo  entre las palabras instaladas en el mundo y las palabras que uno puede instalar  aquí. Constituir un horizonte distinto de las palabras para cambiar su sentido. Ese  ejercicio poético demuestra que la poesía es un acto fugaz: las palabras  establecidas en el aquí y en el ahora, mientras las otras palabras que se quieren  que aparezcan están en el trabajo de la búsqueda poética. El braceo sería la  palanca que impulsa, desde lo que está, un nuevo horizonte de representación: 
        
          Lo que extraña mi hermana es pronunciar la palabra padre.
  Yo extraño las palabras que no conozco. (101)
        
         Las expectativas del juego poético en este texto sería la de contaminar el  mundo de las palabras fijas y normadas con palabras que desde esta misma  normativa convencional adquieren distinto sentido en el ejercicio poético. Lo  central de este llamado ejercicio es que esas palabras, con distinto engranaje de  sentido, se dan en la fugacidad del estado, condicionamiento y contención de la  palabra poética: 
        
          La mariposa bracea, y braceando se retira tan lejos del cardo blanco,
  
            Que se ha quedado vibrando como queda el alma cuando el dolor con
            ella hace lo suyo. (11)
        
         Esta fugacidad relatada está acompañada de otra figura, la del intermedio.  Ambas son complementarias y dependientes. Un intermedio como un entre, un  vaivén que se resiste a mantenerse fijo (al igual que el epígrafe de Juan Gelman  del capítulo “La casa”: “Hay que aprender a resistir. / Ni a irse, ni a quedarse. / A  resistir”). Este intermedio es lo actitudinal, al igual que lo fugaz, de la hablante,  pero distintamente desde la conciencia del acto poético. Esta conciencia nace  desde la negatividad del ontos en no querer ser lo que es, como antes había dicho:  el intermedio es la bisagra que comparte lo que se intenta ser con lo que no. Este  vaivén que posa su nariz en ambos lados hace que la sujeto que habla no esté en  ningún lugar fijo. Es una “intrusa” que fisgonea distintos planos para acondicionar  la fugacidad de la palabra poética. El intermedio que recoge las palabras y las  modifica para constatar el descontento de lo que la hablante es:
        
          Soy una intrusa de la relación que mantiene el cardo con el viento y la  envidio:
            Pues yo quisiese ser ese cardo abrazado por el viento y no ser lo que  soy. (11)
        
         Como decía anteriormente, ambas figuras, fugacidad e intermedio, son  complementarias y dependientes. Ambas producen una interrupción en el mundo  normado por palabras funcionales. Ambas contaminarán a esas palabras. ¿Acaso  será la pretensión huidobriana de crear mundos nuevos? ¿Acaso será un  dialogismo con Nelson Goodmann sobre las maneras de hacer mundos?  (Goodman, 1990) A primera vista puede sonar a eso, pero creo que acá hay una  distinción: es el carácter que asume la palabra (aquí vista desde su nacimiento en  la fugacidad) más el alcance de la sujeto que emite desde sus ontos dispersos de  representación (aquí llamado como intermedio). Se puede discutir, entonces, que  sujeto y palabra (y viceversa) son lo mismo. Pero, por ahora, dicha discusión no la  asumiré para este caso. Creo si, acercarme y, por lo tanto, distanciarme, que en la  relación sujeto/palabra hay un espacio o, siguiendo la lógica que aquí se plantea,  un estado de relación y dependencia mutua como lo plantee anteriormente, pero  creo, también, que está sujeto a una situación intermedia, y dependiente sólo de  esta situación, no afloraría la fugacidad de las palabras. Estoy queriendo decir que  la relación sujeto/palabra merece, en este caso, una discusión sobre el estado en  que se encuentran la sujeto y sus palabras para hacer funcionar el ejercicio  poético. De lo que en el fondo estoy hablando es de la crisis de la experiencia que  Benjamin dibujó en su texto El narrador (1991), pero, en este caso, visto desde la  incapacidad de compartir experiencias desde sí, por eso la salida es hacerse de  otro que supere la inanidad y que la constate como algo que de ante mano siempre  va a estar. Siguiendo a Benjamin en este texto, el ejercicio poético sería el  testimonio de dicha crisis de la experiencia. Como ejemplo de lo dicho es el verso  que sigue a la cita anterior: “Un cardo contra el viento, no es lo mismo que la  condena de /ser dos” (11).
        
          El texto como reflejo de sí mismo  
        De acuerdo a la historia de la literatura moderna occidental, hay una  noción (de varias) que se refiere a que el texto literario muestra su propio proceso  de creación. Esto es: en el periplo del relato hay alguien al interior del texto que  escribe lo que ya se está contando. Ese alguien no es el narrador propiamente tal,  sino un personaje que intercede en el relato. Ejemplos ocurrentes para el caso: el  moro Cide Hamete Benengeli en el Quijote o el viejo gitano Melquiades en Cien  años de soledad. En palabras postestructuralistas, sería el significante tras otro  significante –un otro narrante- que va relatando o construyendo el relato a contar. 
        Para el caso de Bracea pasa algo similar. La sujeto que habla (un  significante) continúa el relato de la segunda madre (otro significante) que ella  misma dejó. Justo, después del invierno: “Nuestra madre guardó la Oliver y  dedicó sus días a cuidar a nuestra madre, / a la siembra del choclo, a los chanchos,  a batir la nata de la leche/ y a enseñarnos a escribir. /Pero nosotras ya habíamos  aprendido” (98). En la Oliver, esa otra madre iba escribiendo los sucesos  familiares (incluyendo las cartas a su amado en Barcelona); la máquina, al ser  guardada, la continúa, en su uso, la hablante: “Volví a sacar la Oliver, el papel,  coloqué la cinta./ La madre deja de padecer la historia para escribirla” (107). La  segunda madre era la voz que relataba la historia contada en el texto, pero dejó de  contar para cuidar a la otra madre: dejó de teclear la máquina para funcionar en  las labores domésticas. Se formalizó. La hablante, por lo tanto, continúa la  escritura dejada de lado. Hay un matiz: la hablante asume la voz de la segunda  madre. Ambas son una en la escritura. Ambas son las enajenadas, las brutas de la  familia que no se han formalizado. Por un lado, la segunda madre cuida a la  primera y sigue la hablante la escritura hasta su supuesto suicidio. Por otro lado,  en ambas se entiende que la escritura es un ejercicio de exorcización de los  padecimientos. Aquí la escritura tiene un sentido depurativo –catártico- de la  negatividad del otro y viceversa: “La madre deja de padecer la historia para escribirla” es la consigna que establece la poesía como medio de dualidades de  sujetos hablantes (segunda madre y hablante): es el otro que salva a la primera.  Entre esas dos voces circula la escritura como unión o bisagra de esas dos voces  que son una a la vez.  
        
        
        * * * 
        Bibliografía  
        - Urriola, Malú. Nada. Santiago: LOM, 2005.
  
          --- Bracea. Santiago: LOM, 2007.  
          - 
          Deleuze y Guattari. Rizoma. Valencia: Pre- textos, 1997.
          -  
          Derrida, Jacques. De la Gramatología. México: Siglo XXI, 2005.  
          - 
          Goodman, Nelson. Maneras de hacer mundos. Madrid: Visor, 1990
          - 
          Benjamin, Walter. El narrador. Madrid: Taurus, 1991. 
         
        * * * 
        Notas
        [1]  Numeraré las páginas utilizadas entre paréntesis para ambos textos de Malú Urriola de acuerdo a  las siguientes ediciones: Nada. Santiago: LOM, 2005; Bracea. Santiago: LOM, 2007.