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La poesía es el único animal
que sobrevivirá al descalabro:
Cuerpos y hablas disidentes en la poesía de Carmen Berenguer
Edición de Juan Pablo Sutherland
(Piso Diez Ediciones, Santiago, 2016)
Por Malú Urriola
Publicado en Revista Nomadías. N°22 Diciembre de 2016
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Porque tiene la virtud de llegar antes que el viento, se huele antes que el perfume de los muertos y el recuerdo porta en sí la imaginación y el desperfecto de desvirtuar las cosas, más aún en la mente de un escritor, cuyos mecanismos se han adiestrado técnicamente para ficcionar. Tal vez si recordáramos, ésas cosas, con la exactitud en que acontecieron nos quedaríamos atrapados en la representación.
Pero recuerdo –Farabeuf- que fue en Plaza Italia que escuché estos versos de Boby Sands desfallece en el muro: “Yo no los quise amada Irlanda. Ellos los cuervos entran en los jardines y los destruyen todo”.
Ésos versos, eran la síntesis del futuro, venida de los años 80. Y de La Plaza Italia. El centro de la ciudad que divide al Santiago rico del pobre. Al Santiago donde el sol puede calcinar y al otro, el de césped, con sus frescas regaderas y el Forestal que se extiende como un pulmón que nutrirá los aires de los que miran hacia la cordillera.
Hablo del centro de la ciudad, de la ventana que da contra la ventana y no sé si del centro de la poesía en los años 80, ése gueto salvaje siempre al margen en un mundo donde escasea la gente que lee. En esto, los años de la barbarie fueron eficaces y despiadados. Porque todo se haya en contra de la poesía. Hasta los mismos poetas anhelan su muerte. El mercado la menosprecia, la burguesía ahora inculta ya no la necesita y ésa tal vez haya sido su salvación. Ganó la muerte, but la poesía sigue viva.
Hablo de los tiempos de las botas, de cuando uno a la semana desaparecían los desaparecidos, hablo del tiempo que se olvida. Del tiempo en que había todo por perder y nada por ganar.
Ser poeta era entonces y lo es ahora, la más grande de las pérdidas, hay que haberse atrevido a perder para tocar con los dedos de la ficción esa cortina iridiscente que a veces acontece en mitad de la nada. Hay que haber leído a Elizabeth Bishop y entrenarse en su arte, haber subido a una escalera solitaria en medio de un terreno baldío. O acunar una esperanza muerta con la ternura de un caimán. Un dedal de oro mistraliano creciendo entre dos pastelones de la acera. La persistencia de la belleza aconteciendo junto al descalabro.
Y en el descalabro, surgía como “una rosa” de Pasolini un registro de voces que se atrevían a acontecer y refutar el inamovible lugar de la poesía masculina, como si la poesía tuviera un género como todas las demás cosas que habitan y crecen en la cultura misógina de esta estrella fugaz que flota en el vacío.
Entre ése nuevo registro de voces, Diamela Eltit, Eugenia Brito, Marina Arrate, Carla Grandi, Soledad Fariña y por supuesto Carmen Berenguer que es quien nos convoca hoy, con sus Cuerpos y Hablas disidentes, le dieron desde mi subjetiva perspectiva un lugar con peso y solvencia a la poesía escrita por mujeres en Chile. Lucharon contras las palabras “poetiza” o “femenina”. Elevaron un discurso político y contestatario no sólo frente al poder dictatorial y la voracidad del mercado, sino también frente al poder macho de la izquierda para situarse en una trinchera poética que fue un hito para todas las que vinimos después.
Recuerdo –Farabeuf– las veces que la he escuchado leyendo en Chile y en Buenos Aires, mutando la voz, en la loca, la punk, la india, la bastarda, la gárgola, la hija ilegítima, recuerdo la imagen de los buzitos corriendo a los cerros, el deporte neoliberal que ya entonces nos entrenaba para el olvido.
Me detuve en la poesía de Carmen Berenguer especialmente en ésos tiempos grises y en los siguientes, hasta My Lai, y el retejido de la matanza en Vietnam en el que borda la muerte. Me detuve por varias razones pero hay una constante que se repite en todos sus libros y en su qué hacer poético y es la maldición de ver como Casandra el derrumbe. Desde Bobby Sands hasta My Lai se esconde el secreto temblor del derrumbe. No quise entrar por ésta puerta porque eso han hecho eruditamente los autores reunidos en Cuerpos y Hablas disidentes en la Poesía de Carmen Berenguer, desde Juan Pablo Sutherland su compilador y editor, Raquel Olea, Francine Masiello, Jaime Lizama, Luis Ernesto Cárcamo Huechante, José Salomón, Francisco García, Gilda Luongo, Héctor Hernández y Gonzalo Arqueros.
Y más bien quisiera seguir el deseo poético del descalabramiento y la herida, de la adversidad y los contratiempos, del infortunio, de la pérdida, del revés y del desastre. Porque cómo pudiese la poesía quedarse muda ante el desastre. Me detuve entre su poética porque “Se parece a Rusia, se parece a Hong Kong. Se parece a mayamicito en Bolivia. Se parece a Blade Runner. Se parece a los derrumbes”.