FRAGMENTOS
Acerco su mano a mis labios, beso su palma; ansiosa de estrecharla contra mi pecho, desabrocho el corpiño, tiemblo, desesperada, respiro en los brazos de esta pasión violenta, que parece ponerme en peligro de morir. Viva y ardiente agitación, me despojo de mis ropas, como quien se despoja de sus huesos.
Luego, estando a solas en la habitación, nos acercamos, yo y la escritura, besándonos en las heridas, acariciando con los labios, la propia sangre.
Esta pasión está creciendo como si fuese un virus, escucho los quejidos del cáncer, me fui destruyendo en otros, para que la escritura no me destruyera, como si esos pechos fueran una daga donde pudiera abrazarme.
Entonces la sangre se fue enfermando, creó a sus propios victimarios.
Ya no tuve fuerzas para moverme.
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Ya no puedo más, todo cae dentro mío, no sé mirar más que a la ventana, como si mirara mis propios ojos idos, perdidos en un laberinto de dudas y permaneciera sumida en una niebla espesa, estoy mal, cada día peor, no sé si algo pudiera sacarme de este estado permanente, de dolor sordo y mudo, quisiera romperme en llanto, sin embargo ni una lágrima cae de mis ojos, ni un grito sale de mi garganta, tal vez permanezco en un estado de shock, estática y fría ante mi propio dolor, que gime en mis huesos cada vez que suelo moverme.
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Ya no recuerdo el rostro, apenas vagos saludos al ausente, apenas unos ojos que interrogaban mi presencia, unos gestos de afecto, unos brazos acariciando mi espalda, unos jeans, una camisa de seda roja, el movimiento de los pliegues que el aire acondicionado ponía en la camisa, la voz en el teléfono, llamándome por mi nombre, como si me hubiese devuelto mi propia esencia. El recuerdo es tan frágil, tan quebradizo que temo haberlo delirado, y despertar ahora con una soledad indescriptible, en la fiebre que desvaría, accesos de fiebre, que mi cuerpo en su invalidez prepara, para mantenerme viva, ahora que lees una breve fracción, del espejismo que la falta de agua me ha proporcionado, podrás saber qué pensaba este rostro duro, mientras acariciaba sobre la tela, tus piernas y me arrodillaba para contemplarte hablar.
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Algunos meses, algunas semanas pasaron, algunos días, algún tiempo, no lo sé, aún escribo incorregiblemente, ya no puedo parar, mi corazón entorpece todavía más las palabras que mi recuerdo no alcanza a retener, todo sucede tan rápido, sólo retengo pequeños, incesantes contenidos, siempre termino negándome a las palabras, harta, sin que el sonido se registre más que en los torpes trazos que mi mano escribe mudamente, los labios apenas mueven sus
músculos, este aparato animal; en el que conservo dientes y colmillos sanguinarios, apenas vestigios, de mi entera bestialidad, devora palabras, gestos, el amargor de la saliva, el humo de los interminables cigarrillos. Es parte de mi condena, llevar este cuerpo debilitado por los años, cansada, es el territorio que el agotamiento conquista, no siento sino un hueco en el corazón, una trizadura, marcando en mí una línea frágil, cortante, que puede producir el seco sonido del quiebre, la certeza de que la trizadura al más leve tope, fragmentará en cientos de pedazos el trozo de carne, que el ritmo de sus golpes cesará con apenas un gesto, una tensión en los labios.
Recuerdo, o ya ni recuerdo, pensar, palabras cubiertas por mentiras, o el vino, o los efectos del vino, apenas recuerdo, qué hay aquí dentro de la cabeza, que por más que la muevo, los recuerdos no se arman, recuerdos, apenas fragmentos de la mirada, es eso, lo que me separa de la imagen completa, la de afuera aburre, mediocre, habría que poseer aptitudes de mártir, para escucharla todo el día, la de adentro marea, marea de tenerse contenida, hordas de palabras rebotando dentro, la someten, eso, sometida, sometida a caminar, la calle que tome, tiene los mismos y horribles paisajes, por eso salgo, prefiero la noche, entonces son sólo luces, un escenario más, sentirme vieja, no tener ganas de seguir, contar lo que llevo, y parar un taxi para volverme, derrotada siempre por tantas palabras, que me repito constantemente, las palabras me confieren esta derrota, enfrentada a lo que siento por mí, a ésta, la que ve detrás de mis ojos, como si estuviera esperando salir por algún hueco, eso, consumida, parecida al triste fuego en el cordón de la vela, que se ha ido consumiendo por el centro, pareada, rodeada de una pared que duele si la toco con el filo de algo que me vacíe, ya no recuerdo otro estado, desde niña, recuerdo, caminaba pensando por los rieles del tren, no tengo certeza de lo que podría haber pensado, sólo recuerdo el ejercicio, pensar, pensar, hay un afuera tan grande, calles largas que se cruzan con otras calles, y sin embargo, adentro, sitiada, sólo conozco algunos vagos lugares, algunos rostros, algo que me mueve, que me empuja por las calles cuando camino, pero adentro estoy quieta, inmóvil, nada hay afuera que me sorprenda, y sin embargo, cuando me veo en tus ojos, pareces contenerme, yo parezco vaciarme en ellos, ellos parecen el lugar gris donde puedo desembarcar algunos de mis trastos de abandono, cuando acaricias por debajo del pelo mi nuca, y siento esas manos acercarse, me igualo en la conjunción de las pieles, paredes, eso, es como si acercaras la boca a mi pared, no es mi boca lo que buscas, es a mí, es a ésta, que yace encerrada tanto tiempo, eso recuerdo, la mirada, la iluminación gris de la mirada, en que presagio mi triste fraude, no esperes nada de mí, no te confundas, apenas recuerdo, pero es esa alusión al recuerdo, mi esperanza de vida, muevo mi cuerpo y digo: ahí está el recuerdo, puedo sentir su extraña forma, ficcionar los contornos, especular, imaginar el cuerpo del recuerdo, adecuar sus rasgos, tener la seguridad que frente al recuerdo estoy sola, nadie más podrá visualizar algunos momentos de angustia, algunas escenas de dolor, algunas tardes de abandono.
El abandono es mi tatuaje.
Empiezo a morir, como de costumbre, cercena mi cuerpo, un trozo mío gritará desde su charco, todo lo que callo está siendo dicho, los artefactos de mís recuerdos retienen de ti la última imagen, necesito, busco, necesito verte, toco el infierno entre haces de luz destellantes, para ser asida por alguno de tus brazos, no he podido expulsar el parásito que me carcome en lugar tuyo, la complicidad de pertenencia, me he desencadenado al oscuro sentimiento.
Reniega de mí . . . . . . . soy la deuda de mi escritura
(Dame tu sucio amor)