El alma chilena de Pezoa Véliz
NADA Antología de Carlos Pezoa Véliz. Ediciones UDP, Santiago, 2012, 125 páginas.
Mario Valdovinos
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 1 de Abril de 2012
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La figura luminosa y sombría, a la vez, del vate Pezoa Véliz ha transitado por las épocas y las sensibilidades desde su muerte, 1908, y sigue ensanchando una huella que toca a la antipoesía y dialoga con la literatura actual, debido a sus indagaciones en el yo poético y, en particular, al asedio de la llamada cuestión social, plenamente viva y de urgente resolución en el momento cuando el infortunado poeta crea su propuesta en verso y prosa.
Precisamente estos dos géneros son los que la presente antología de Germán Carrasco recoge, sin pretender un carácter exhaustivo y tratando de equilibrar sus poemas fundamentales junto a textos periodísticos, con el carácter de crónicas, de la vida capitalina y porteña.
Son también estas dos ciudades las que recorrió de manera más asidua Pezoa Véliz. Su visión de la actividad de Valparaíso es crítica e incluso ácida; por su estilo salpicado de guiños a la picaresca y a la vida chusca; en suma, por la creación de un lenguaje muy personal, el poeta se vuelve, como Edwards Bello años después y del mismo modo vinculado con Valparaíso, un reprendedor, un tábano civil que cuestiona la incivilidad y trata de delimitar el carácter del chileno, desde su pensamiento e indumentaria, hábitos y costumbres, hasta su intrascendencia vital.
Por esta característica, que podemos denominar chúcara, levantisca, su prosa recuerda, en ciertos pasajes, el tono y el clima que creaba en sus Recados Gabriela Mistral.
No excluye el prólogo de Manuel Vicuña otra senda: el malditismo del poeta. Fue un sombrío aquejado de tedium vitae , presa, como el personaje de su espléndido poema "El pintor Pereza", del asco de vivir, de la náusea existencial, lo que no le impidió una tenaz expresión de la vitalidad de aquello que él denominó desde sus orígenes literarios el alma chilena. Sin duda vivió aquejado de nihilismo y con fuertes cargas destructivas en su interior, pero fue capaz de intentar el rescate de una humanidad desarrapada, aunque pletórica de espontaneidad y de humor: niños vagos, campesinos sin rostro, transeúntes urbanos, enfermos abatidos en tardes cenicientas que cavilan desde la sala común de un hospital, mercachifles, melancólicas empleadas de tienda, señoritas humildes, seres que buscan refugio en la calle de Viana y pasean por ella, tal como hasta hoy lo hace la sombra del poeta, quejándose de sus heridas, víctima del terremoto de 1906.
