En la novela femenina chilena de la primera mitad del siglo XX, el predominio de la vivencia interior presentada a través de un modo narrativo lírico, la aventura amorosa como núcleo estructurante de la obra y la ensoñación como acto de evasión reflejan una circunstancia histórica en la cual la mujer por su rol primario de madre y esposa carecía de toda participación en las esferas públicas de la sociedad. Como ciudadana de segunda categoría condenada a las cuatro paredes de una casa, como ser alienado en la rutina y monotonía del hogar, su acto de subversión no es más que una incursión en lo amoroso, una sublimación en su contacto con la Naturaleza de la actividad erótica reprimida por el código moral, intentos que luego deben claudicar ante la fuerza poderosa de las convenciones sociales. Y así como la acción se restringe a lo ensoñado o a la vivencia íntima sin intentar romper el Orden y producir un cambio en el devenir histórico, la elaboración de esta problemática se enmascara con un lenguaje poético que transforma el instinto sexual en calores enervantes, en esperas alucinadas, en deseos imprecisos. Eufemismos que transforman a la encarceladora convención social en "muros coloniales que emparedan"[1], en un "espejo sin imagen"[2], en una niebla de "inmovilidad definitiva"[3]. Y el regreso al Orden que implica una claudicación absoluta tiene su equivalente en la pasividad descrita de manera metafísica como el dormir y la muerte[4].
La subversión en la novela femenina chilena de este periodo debe ser catalogada, por lo tanto, como un acto sublimatorio al nivel de la escritura[5]; la insistencia en un erotismo enmascarado por la imagen poética viene así a confirmar ese acto marginal del placer caracterizador de la creación literaria de la mujer[6], un tímido traspasar de las convenciones fijadas por el orden burgués sólo para reconocer posteriormente la imposibilidad de modificarlo. Para ese momento histórico, mujer sin voto, no había otra alternativa que hacer de la escritura un murmullo sordo que soterradamente afirmaba que la mujer era un individuo diferente, aunque esa diferencia se concebía como cualidad inmutable sin tomar conciencia del hecho que la emotividad, la subjetividad y la pasividad son producto de un condicionamiento social y no biológico.
La brecha (1961) de Mercedes Valdivieso representa una abrupta ruptura en esta tradición femenina de la novela chilena. Escrita en una época en la cual la mujer chilena había logrado el derecho a voto y el acceso más amplio a la educación, la autora, con plena conciencia de las contradicciones de su sociedad, inquiere en su circunstancia histórica y rechaza el solipsismo enajenante presente en la creación femenina anterior. Se propone así superar la marginalidad, rescatar a la mujer del espacio alienante de la casa burguesa para incorporarla al devenir histórico, a aquel ámbito que hasta ese momento habla sido privativo de los hombres. Y a esta nueva visión del mundo corresponde un lenguaje despojado de aquellas sublimaciones y eufemismos poéticos que recibieron la aceptación paternalista de la crítica porque no iban contra el Orden y no amenazaban el supuesto equilibrio de la sociedad.
A diferencia de las novelistas anteriores las cuales intuían la problemática de la mujer mas no postulaban una solución concreta al nivel de la acción, Mercedes Valdivieso posee una ideología feminista que aboga por la liberación de la mujer, proceso concebido como el rechazo de los valores tradicionales y la incorporación activa en todas las esferas de la sociedad. La conciencia social de la autora se hace explícita de partida en su nota introductoria que señala: "El personaje de esta novela no tiene nombre pero podría ser el de cualquier mujer de nuestra generación".[7] Por lo tanto, la confesión íntima se transforma en un testimonio colectivo con un claro propósito social. Propósito que se hace aún más evidente en las propias declaraciones de la autora, meses después de la publicación de su libro. Para ella, su aporte a la literatura chilena consiste en: "La franqueza. Decir en voz alta lo que todos pensamos en voz baja, y nadie se atreve a expresar" pues la misión del escritor es: "Denunciar los males de nuestra realidad social, que está en profunda crisis, y abrir nuevos caminos"[8]. Es más, Mercedes Valdivieso estaba muy consciente del hecho que la subordinación de la mujer constituía asimismo un sometimiento al nivel del lenguaje, razón por la cual se propuso elaborar una prosa directa, despojada de subterfugios y máscaras que hacían del lenguaje femenino una expresión sentimental e inofensiva[9].
La novela comienza de la siguiente manera: "Me casé como todo el mundo se casa. Ese mundo de las horas de almuerzo, del dedo en alto, guardián de la castidad de las niñas. Antes de los veinticinco años debía adquirir un hombre —sine qua non— que velara por mí, me vistiera, fuera ambicioso y del que se esperara, al cabo de cierto tiempo, una buena posición: la mejor posible. Todo el mundo estaba de acuerdo en que un marido era absolutamente indispensable". (p. 13)
Las reacciones hacia la novela tanto por parte del público como de la crítica reflejan de manera significativa el momento histórico en que fue publicada. Si, por una parte, tiene un inusitado éxito editorial —cinco ediciones consecutivas en un periodo de poco más de un año— simultáneamente produce escándalo y acerbos comentarios como aquéllos del Diario Ilustrado que en el artículo titulado "Proceso a la morbosidad" declara: "La venta de libros (morbosos) no disminuye: aumenta. Y los escriben, hecho sugerente, mujeres, mujeres que antes no habían hecho aparición alguna en el mundo literario, que mantenían discreto y dibujado silencio. Pero que ahora emergen para contar dramas conyugales, para hablar de "brechas" y liberaciones, de culpabilidades secretas y secretos de alcoba"[10].
Evidentemente, estas reacciones opuestas reflejan en la dinámica histórica un periodo de transición en el cual se distingue un incipiente descontento aunque aún predomina la ideología machista como conjunto de valores dominantes[11]. La supuesta morbosidad de La brecha reside en el hecho de que la protagonista en su anhelo por lograr la libertad se casa, tiene amantes, se hace un aborto, se separa y finalmente se incorpora al trabajo de manera exitosa poniendo de manifiesto la posibilidad de la mujer para ser un individuo independiente.
Llama la atención el hecho de que La brecha, a diferencia de las novelas de la generación anterior de escritoras, carezca de toda insistencia en lo erótico, ¿a qué se debe entonces su supuesta morbosidad? Como la escritora misma ha señalado, el escándalo producido por su novela se originó porque el triunfo de la protagonista alteraba de manera radical la verosimilitud autorizada al relato femenino[12]. La norma textual de la época permitía la subversión inofensiva puesto que la protagonista en la novela femenina precedente, no obstante se rebelaba contra el código moral, terminaba siempre sucumbiendo al Orden, trayectoria que concordaba con un tipo aceptado de representación de la realidad[13]. Por consiguiente, la ausencia de un castigo para la mujer que rompe con todas las convenciones de la sociedad y logra una independencia económica y una identidad autónoma venía a producir una ruptura para el sistema de valores predominantes de la época. Morbosidad para quienes se aferraban a los patrones tradicionales que pretendían perpetuar le subordinación y marginalidad de la mujer chilena, poderoso portavoz de las inquietudes sociales de la minoría femenina en cuya conciencia posible —siguiendo el concepto de Lucien Goldmann[14]— se vislumbraba la herrumbre de la institución matrimonial, la mitificación enajenante de la maternidad y la injusticia de un sistema social que aparentaba ser perfecto.
Rebelándose contra el lenguaje adjudicado a la mujer por la ideología masculina, Mercedes Valdivieso asume la confidencia desafiante, apropiándose de un territorio vedado, hecho que hace dudar a algunos críticos que el autor de la novela sea mujer[15]. Más importante aún, se propone, asumiendo una posición responsable frente a la Historia, denunciar el poder aniquilante de la moralidad burguesa y desenmascarar el mito, en apariencias inmutable, de la felicidad y la libertad en una sociedad de estructura capitalista.
El relato entregado en un tono de denuncia se elabora a partir de la introspección en el pasado, acto que conduce a una autoevaluación de la existencia. Y ese inquirir en sucesos y situaciones ya superadas va delineando un cuestionamiento, una rebeldía, una acción que superó la angustia y la frustración. Este tipo de elaboración se define en la misma novela de la siguiente manera: "Asomarse al tiempo como a un túnel; se agolpan los rostros, se aprietan los momentos, se condensa la masa del recuerdo. Tan difícil, tanto dolor. ¿Qué camino tomar para saltar la verdad? Angustia, soledad, rebelión. ¿Es absurdo taladrar?" (p. 15)
Del mismo modo como la introspección resulta ser un abrir brechas en el cúmulo informe de recuerdos, la existencia de la protagonista ha sido también un taladrar, un ir socavando con violencia en un sistema social que ha hecho de sus convenciones un muro que troncha y limita a los seres humanos. Orden en el cual a la mujer se la condiciona desde la niñez a cumplir el rol primario de madre y esposa. Condición que se refleja en las palabras de la abuela: "Eres mujer y aprenderás a zurcir y a estar quieta; nadie querrá que a los diez días de casada te devuelvan por inútil". (p. 14) Un Orden que aún dentro de dicho rol posee contradicciones que hacen de la mujer una víctima de la represión puesto que, no obstante la función biológica de ser madre le adjudica una entidad ontológica basada en su actividad sexual, simultáneamente el sexo
para la mujer de esta sociedad es sinónimo de lo demoníaco. Represión reforzada por la religión católica que otorga al sexo en el matrimonio sólo la finalidad de la reproducción y no admite la posibilidad del placer. Significativamente, son los personajes femeninos, representados por la figura de la abuela y la suegra, los que sustentan y protegen una moralidad que aniquila en la mujer la posibilidad de Ser. Hecho que refleja la función tradicional de la mujer burguesa como portadora y resguardadora de los símbolos y valores de su clase.
Dentro de este Orden, la heroína se encuentra en la situación de poseer a priori una entidad otorgada por la sociedad que condiciona un modo de conducta, una ruta a seguir, un destino de Ser. Y la meta de este camino prefijado es el matrimonio razón por la cual se explica a la madre diciendo: "Yo había sido un problema: mujer primero, colocarme después; a pesar de su moderno concepto de la vida, sentía que debía protegerme del mundo con un marido: etiqueta de resguardo. Yo ya tenia mi etiqueta; después de eso todo resultaba normal". (p. 25)
La heroína asume ese Ser, sin embargo, sólo como la única alternativa de que dispone para lograr la libertad sin sospechar que el matrimonio para la mujer es únicamente el rito social de detalles falsos y artificiosos que la traspasa del tutelaje materno al tutelaje del esposo. Al recordar la decisión de entrar en el matrimonio, la narradora-protagonista reflexiona: "La perspectiva de salir de casa me parecía de posibilidades ilimitadas. Bajé la cabeza, me tiré por la ventana, sin pensar que junto a ella estaba la puerta por abrirse. Ciega entre ciegos. Porque intuía que ese mundo que me rodeaba no merecía crédito". (p. 17)
La entrada en la institución del matrimonio trae consigo una situación existencial que podría definirse como un no pertenecerse. Actuar frente a los otros según el modo de conducta asignado a la señora burguesa, ser una posesión del marido que la luce "como quien pasea un tigre, lleno del orgullo de la inquietante posesión". (p. 35) Participar en una jugada "con dados marcados" (p. 19) puesto que la mujer de partida está condenada a ser vencida.
Dicha situación conduce a un aniquilamiento del Ser, razón por la cual la narradora-protagonista afirma: "Dejé de pertenecerme por fuera y me amurallé por dentro". (p. 21) Es precisamente esta metáfora del encarcelamiento la que funciona en la novela como metáfora extendida que define la problematicidad del mundo presentado y señala la trayectoria de la heroína. El motivo del muro tradicionalmente simboliza la imposibilidad de transir al exterior y expresa la idea de la impotencia, detención y resistencia, es más, dentro de la simbología masculina, se asocia con el símbolo materno de la casa que en el contexto femenino de la novela posee connotaciones negativas[16]. En La brecha, las imágenes del muro y la oscuridad funcionan como referentes simbólicos del Orden burgués que aniquila toda posibilidad de realización para la mujer. Por lo tanto, el embarazo no deseado viene a intensificar la situación opresiva que se describe de la siguiente manera: "El calor de esa tarde se hizo un círculo que me envolvió y del que no podía liberarme. Todo estaba oscuro dentro de mí". (p. 23) Asumiendo una actitud subversiva frente al mito de la maternidad que afirma que "los hijos son la corona de las madres" (p. 34), la protagonista se da cuenta que los augurios de felicidad en su día de bodas han venido a desembocar en "un callejón sin salida" (p. 28). Al mismo tiempo, el abandono del marido produce un cuestionamiento del amor que se hace explícito en el siguiente pasaje: "Se cerraba la puerta, y yo, con mis veinte años, con odio dentro, con aquel peso en el vientre, me preguntaba por el amor. La contestación sin respuesta interior se agitaba fuera, ciega, en el vacío". (p.30)
Y es precisamente luego de haber dado a luz para volver a estar sola con su cuerpo que la protagonista se incorpora en un proceso de liberación que implica ir contra las normas de la sociedad para buscar su propia identidad. En este proceso se destacan situaciones que en sí mismas no sólo constituyen una subversión social sino también actos subversivos que se oponen a la trama tradicional de la novela femenina en Chile. El motivo de la infidelidad conyugal propuesta anteriormente como producto de la ensoñación o como una acción condenada a sucumbir frente al rigor de la moralidad burguesa, se plantea en La brecha como una situación que inicia la trayectoria de liberación a nivel individual. Significativamente, la protagonista rechaza la posibilidad de casarse con su amante y asume conciencia de sí misma como individuo que no depende de su relación con el otro sexo para reafirmar su existencia. El rechazo de esta dependencia existencial pone de manifiesto una visión de la mujer que se opone a la concepción tradicional expuesta por Simone de Beauvoir como la subyugación del sexo femenino por el Absoluto representado por el sexo masculino[17]. La narradora-protagonista afirma: "Nadie se salva sublimándose en algo exterior, por muy amado que sea, sin haber abierto su propia verdad. Un largo camino por recorrer, pero debía recorrerlo sola. No sería, esta vez, un traspaso. Lo resolví en un instante, yo ya me pertenecía. Aquello era asunto mío, exclusivamente mío". (pp. 54-55)
El acto de asumir una individualidad propia frente al mando trae consigo la convicción de que como mujer la protagonista debe recuperar sus derechos por la violencia. Tipo de acción que troncha el segundo embarazo con un aborto que intensifica el conflicto entre la heroína y los supuestos valores de su sociedad ("Quebrantaba yo en esos momentos todos los cánones, las normas; me convertía en una réproba que merecía castigo", p. 68)
Se toma finalmente la decisión de eliminar el circulo asfixiante del matrimonio y la protagonista abandona el hogar para incorporarse verdaderamente en la sociedad. Acto de liberación que se expresa simbólicamente con la imagen de la luz, sinónimo de fuerza creadora, de la conciencia de un centro y de la adquisición de una fuerza espiritual[18]. Esta entrada en el mundo se describe de la siguiente manera: "Empezaba a ensancharse la retina como si me quitaran vendajes de mucho tiempo sobre los párpados. El sol era más amarillo y brillante, más alegre; algunos árboles brotaban rosados y blancos". (p. 80) En este pasaje, es interesante observar la ecuación simbólica entre las imágenes del ojo y el sol, ambas símbolo de la inteligencia y del espíritu, en otras palabras, del acto de comprender[19]. Simultáneamente, la alusión a la primavera, etapa de regeneración en el ciclo cósmico, viene a subrayar el nacimiento de una nueva vida que, para la protagonista, significa haber anulado los cánones sociales impuestos a la mujer para incorporarse a un microcosmos que antes le estuvo vedado.
En consecuencia, se traspasa el muro de la marginalidad en la institución del matrimonio para adquirir la libertad concebida dentro de la visión del mundo entregada en la obra como la superación de los escollos impuestos por una condición social para poseer la posibilidad de elegir y de Ser[20]. Sin embargo, la superación de las regulaciones impuestas a la mujer no significa una liberación absoluta; por el contrario, la heroína junto con incorporarse a la esfera del trabajo descubre que, en este círculo más amplio, los seres humanos se mueven en "la ciudad amurallada de las represiones". (p. 101) En una sociedad capitalista que anula toda posibilidad de creación en la actividad del trabajo, ésta es solamente un medio para obtener dinero y valores de cambio. La alienación y la cosificación han hecho del mundo un ámbito injusto donde prevalecen las diferencias sociales y la explotación.
El descubrimiento de una problematicidad que arranca de la estructura económica sobre la cual se organiza la sociedad hace de la novela un cuestionamiento que trasciende el marco limitado de los valores específicos que determinan la existencia de la mujer y postula una posición feminista activamente consciente del devenir histórico. Si, en la primera etapa de la trayectoria de la protagonista, se producía una lucha dirigida al horizonte limitado del núcleo familiar, en esta segunda etapa se toma conciencia de una Totalidad caracterizada por el sometimiento de hombres y mujeres a un Orden aniquilante, la influencia enajenadora de los medios de comunicación de masas, la fascinación por lo bélico y la explotación imperialista de un país subdesarrollado.
En consecuencia, el acto de liberación de la protagonista constituye sólo una etapa en el proceso de adquisición de la libertad. Significativamente, las últimas páginas de la novela se entregan en el tiempo verbal del presente subrayando, de este modo, la problematicidad del espacio totalizante de la sociedad. Las acciones subversivas de la protagonista han logrado únicamente abrir una brecha en aquel muro que encierra a hombres y mujeres, razón por la cual la obra culmina de la siguiente manera: "Pongo más leños al fuego y pienso que soy como un recluso que hizo saltar la cerradura de su calabozo y a quien, después de ciertas escaramuzas, le está permitido pasearse por la enorme cárcel, conversar con los presos en sus celdas y luego sentarse a esperar frente a la puerta. Porque es allí fuera donde está la libertad..." (p. 142)
La imagen de la cárcel viene así a simbolizar el Orden de una sociedad que oprime a hombres y mujeres previniendo la adquisición de una auténtica libertad. La opresión de la mujer se concibe en la obra como parte de un sistema opresivo mucho más amplio que debe ser superado. En este sentido, el planteamiento de Mercedes Valdivieso debe ser comprendido en el contexto de un feminismo de izquierda[21] el cual, a diferencia del feminismo liberal que se limita a abogar por la liberación de la mujer en términos de conquistas parciales, propone la anulación de un sistema represivo y opresor para crear una sociedad basada en la igualdad y la verdadera libertad.
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NOTAS
[1] María Flora Yáñez. El abrazo de la tierra. Santiago, Chille Imprenta Universitaria, 1933, p.196. [2] María Flora Yáñez. Espejo sin imagen. Santiago, Chile: Editorial Nascimenlo, 1936. [3] María Luisa Bombal. La última niebla. Buenos Aires. Editorial Andina, 1973, p. 103. [4] En este sentido, se podría caracterizar la novela femenina chilena e hispanoamericana de este período como textos de la claudicación en los cuales la derrota de la protagonista sería un leit-motif que marca la anulación de su existencia. Por lo tanto, el personaje femenino pone de manifiesto una visión de la mujer como un ser mutilado por el orden patriarcal. [5]
Partiendo de la definición de Roland Barthes que concibe la escritura como una realidad intermediaria entre el lenguaje de un grupo y el estilo (sistema de un sujeto), o el doble reencuentro del Inconsciente y la Historia, en este tipo de novela la enunciación se caracteriza por la elección de un lenguaje metafórico que pone en evidencia el anhelo no consumado. (El grado cero de la escritura. Buenos Aires: Ediciones Jorge Álvarez, 1967 y "Responses", Tel Quel, 47 (1971), pp. 89-107). [6] Luce Irigaray. Ce Sexe qui n'en est pas un. Paris: Les Editions de Minuit, 1977. [7] Mercedes Valdivieso. La brecha. Santiago, Chile Editorial Zig Zag, 1961. [8] "Personajes al trasluz", Ercilla, 1961. [9] Mercedes Valdivieso ha dicho: "Cuando escribí La brecha yo estaba muy consciente que a la mujer se le había asignado un lenguaje, el lenguaje que el amo le supone al ser dominado. Por esta razón me propuse utilizar un lenguaje femenino directo, despojado de toda mentira y todo subterfugio". (Entrevista con la autora realizada en agosto de 1981). [10] "Proceso a la morbosidad", Diario Ilustrado, 27-IX- 1961. [11] El sociólogo Jorge Gissi Bustos comprueba en la sociedad chilena el predominio de una visión del mundo machista en su estudio "Mitología sobre la mujer" publicado en La mujer en América Latina, tomo I, editado por Carmen Elu Leñero, México: Secretaría de Educación Pública, 1977, pp. 85-107. [12]
Conferencia de Mercedes Valdivieso presentada en la Universidad de California, Irvine, e1 4 de abril de 1979. [13] Tzvetan Todorov define este término afirmando: "La noción de verosimilitud remite a la relación de la obra con una norma textual externa a ella, a saber, las reglas del género que naturalizan una
determinada representación de la realidad". (Poética. Buenos Aíres: Editorial Losada. 1975, p. 42). [14] Lucien Goldman distingue entre "conciencia real", aquel conjunto de valores presente en un grupo social, y "conciencia posible" definido como los cambios potenciales que están por ocurrir dentro de la ideología de un grupo en caso que no se produzca una modificación de carácter esencial. ("The Importance of the Concept of Potential Consciousness for Communication", Cultural Creation. Saint Louis: Telos Press, 1976, pp. 31-39). [15] Alone. Reseña de "La brecha", El Mercurio, 1961. [16] Juan-Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Labor S.A.. 1969. pp. 328-329. [17]
Simone de Beauvoir explica esta dependencia a partir de las categorías del Absoluto y el Otro. La mujer por su situación de inferioridad tradicionalmente logra, en su calidad de lo incidental e inesencial, la realización de su existencia sólo a través de su relación con el sexo masculino. (El segundo sexo. Buenos Aires, Ediciones Siglo XX, 1962). [18] Cirlot. Op. cit., p. 298. [19] Cirlot. Op. cit., p. 351-352, 428-431. [20]
Para Mercedes Valdivieso, la libertad no es un concepto abstracto puesto que emana de situaciones concretas. La autora la define como aquella acción que vence y anula los escollos de las condiciones sociales para adquirir la posibilidad de elegir y de Ser. Entrevista concedida a Virginia Trujillo en mayo de 1979. [21] Para un examen de las diferencias ideológicas fundamentales entre el feminismo de izquierda y el feminismo liberal, consultar, por ejemplo, el ensayo de Norma Chinchilla titulado "Feminismo e ideología" publicado en Mujer y sociedad en América Latina editado por Lucía Guerra-Cunningham (Santiago, Chile: Editorial del Pacifico, 1980, pp. 27-40)
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Feminismo y subversión en "La Brecha" de Mercedes Valdivieso.
Por Lucia Guerra-Cunningham.
Publicado en TEXTO E IDEOLOGÍA EN LA NARRATIVA CHILENA, Prisma Institute, 1987