Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Mario Verdugo | Autores |

 

 


 

 




Las mil recetas del padre Bienvenido de Estella (1877-1953)

Estofado de gato con arroz

Por Mario Verdugo



.. .. .. .. .. .

Salvo que uno recuerde los planes de la Isapre, la colusión de las farmacias, los pacientes truchos de Curepto, la cara filo-nazi del traumatólogo top, el buqué del policlínico en enero, los efectos maleteros del ravotril, el precio de una resonancia magnética, el auge del bótox y los letreros de No escupir junto a la vieja sala de maternidad, salvo que todo eso vuelva repentinamente a la memoria, los textos del reverendo Estella podrían tenerse hoy por escandalosos, chocantes, anacrónicos. Misionero capuchino y etnógrafo amateur, Estella dedicó casi medio siglo a mitigar los dolores de un Chile que chorreaba pus y que se diluía en interminables diarreas. Los médicos lo ningunearon y algún desatinado amenazó con denunciarlo a tribunales, pero el “Padrecito de las hierbas” continuaría prescribiendo de todos modos sus cataplasmas de queso, sus pócimas con pebre y sus tortillas de ortiga. Para el sistema naturista que recomendó por años en Antuco y Dimilhue, en Río Bueno y Santa Bárbara, ninguna droga reemplazaría jamás las virtudes del matico, el paico o la manzanilla, pues en estas plantas humildes se ocultaba nada menos que “el dedo de Dios”.

Bienvenido de Estella –alias religioso de Felipe Calatayud Valencia– refinó sus saberes botánicos con ayuda de las machis y los curanderos que fue conociendo en el Alto Bío Bío. De tales correrías apostólicas, a las que llegaba en un carruaje tirado por caballos y siempre premunido de un altar portátil, saldrían acaso las mejores escenas y los más insólitos mejunjes de El galeno andino, su libro de 1945. Sin hacerle el quite a términos como “tiamina”, “prótido” o “digestibilidad”, y sin desconocer tampoco la eventual pertinencia de una cirugía, Bienvenido se inclinaba aquí, entre otros procedimientos, por la introducción breve pero reiterada de un diente de ajo en el conducto anal (para el alivio de ciertos malestares gástricos) y por el empleo de unas potentes gárgaras para disolver el “nido de insectos” que producía el bocio. Una mezcla de vinagre y toronjil cuyano, en tanto, contribuía en su opinión al combate simultáneo de la caspa, la calvicie, la desmemoria y la meningitis, dado que el líquido resultante era capaz de penetrar por los poros hasta las profundidades de la masa encefálica.

Nacido en España, el 1 de mayo de 1877, Calatayud tuvo el mérito de evadir la ortodoxia científica con una gracia y una modestia que ya se quisieran nuestros actuales gurúes, maharishis y psicomagos. Si no le alcanzó para agenciarse un puesto en el canon literario de Occidente, la prosa de lo que él mismo llamara su “opusculito” –o su “manual teórico-práctico”– sí pudo convertirse en una buena muestra del uso “ancilar”, accesorio o decorativo que Alfonso Reyes admitía de cuando en cuando para la literatura. El galeno andino alternaba así la descripción de tisanas y lavativas con el relato de anécdotas que transcurrían en aldeas de difícil acceso, en fundos aristocráticos o ante el fotogénico Salto del Laja. Llamado por enfermos que estaban a punto de ponerse la sábana de pasto y el piyama de palo, Bienvenido entregaba gratuitamente unos consejos que el tiempo ha ido desacreditando: tomar baños de sol, por ejemplo, entre las diez de la mañana y las tres de la tarde, o comer porotos durante dos semanas seguidas. Su sistema, aplicable también al cuidado de mascotas y bestias de carga, reconocía sin embargo el valor calórico de los gatos gordos y los perros lechones, sobre todo al cocinarlos en forma de guiso o de estofado antirreumático.

En los campos y ciudades del sur proliferaban horrendas patologías, de manera que Estella debía soltar a cada rato expresiones como “¡Oh por Dios!” y “¡Qué asquerosidad!”. Sabiéndose un “viejo con experiencia” y en ningún caso un especialista universitario, el capuchino tendría que vérselas con tumores de diez kilos, callos empedernidos y várices que arrojaban su sangre a medio metro de distancia. Algunas costumbres locales (como el consumo de hasta nueve platos al hilo o el gusto por la miel en desmedro del azúcar) no le parecían necesariamente reprochables, aunque había otras que precisaban de una pronta corrección. A juicio de Bienvenido, los chilenos no perderían nada con probar las albóndigas de cochayuyo y los azotes con litre, y de seguro ganarían si dejasen de encomendar al papel higiénico –o a sus precarios antecesores– lo que sólo correspondía al agua fresca.

Incompleta estaría toda reseña que excluyera los trabajos de Bienvenido en Rapa Nui. Por allá se preocupó de introducir las agüitas de menta y el cultivo de legumbres, con resultados que podrían medirse de acuerdo a la nueva toponimia que propuso por entonces: “La Isla de los Porotos”. Cada mañana, Estella congregaba a sus fieles pascuenses o “kanakas” con el fin de enseñarles el valor del dinero y disuadirlos de continuar con sus bacanales. Dichos cónclaves –que hacían rabiar al maléfico Jean-Baptiste Bornier y a su Sociedad Explotadora– apuntaban de paso al afán europeo por familiarizarse con el vocabulario, los ritos, la fraseología, la música y la historia de aquella etnia diezmada. El misionero y sus emilios polinésicos no tardaron en construir calles y oficinas meteorológicas, al tiempo que concordaban sobre los innegables beneficios de la confesión,la comunión, el castigo y la culpa. Festín para postcolonialistas faltos de pega, el encuentro entre catolicismo y paganismo se resolvería esta vez en el llanterío generalizado con que la comunidad kanaka despidió a su pastor, cuyo deseo de volver no decaería ni siquiera al tomar nota de cómo se alimentaban los isleños en alguna época: diablo-langosta (en forma de curanto) y carne humana(aunque sólo la de los enemigos caídos en batalla).

Dos libros escribió Bienvenido de Estella a partir de su experiencia en el Pacífico: Los misterios de Isla de Pascua y Mis viajes a Pascua, del ’20 y el ’21, respectivamente. En ellos incluyó un censo poblacional, un catastro de propiedades y varias partituras musicales. Ante el público de Santiago disertó sobre el arcoíris pascuense, sobre los vicios de la civilización y sobre el horroroso ajusticiamiento que acabaría con las infamias de Bornier. Después tomó sus pesados bártulos y se largó a recorrerla geografía malsana de Chile, para desgracia de los microbios y con severo perjuicio de su propia salud. La “limpiaplata”, su hierba predilecta, no pudo salvarlo de la ceguera que lo afectó en sus últimos días, ni de la muerte que terminó por llevárselo a comienzos de julio del ‘53.

 

* * *

 

PASAJE ESCOGIDO
“El perrito lechón y el gato gordito son recomendables para reumáticos y débiles, pues sus carnes tienen muchas calorías y son medicamentos para ellos. Y no tenga reparo en comer estos animalitos; son parecidos a la liebre, y, como están guisados, presentan rico plato. Por falta de costumbre repugnan al principio, pero, acostumbrado uno, se comen con afán, y se buscan cuando no hay. Para estos tiempos de precio subido, son de gran economía”



 



 

Proyecto Patrimonio— Año 2014 
A Página Principal
| A Archivo Mario Verdugo | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Las mil recetas del padre Bienvenido de Estella (1877-1953)
Estofado de gato con arroz
Por Mario Verdugo