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Apología de la droga.
Mario Verdugo A. Poesía, 37 páginas.
Editorial Fuga 2012
Por Juan Mihovilovich
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“Según diaz- casanueva, el hombre nace, crece, se
desarrolla, se vuelve fascista y muere.” (pág. 9)
Partir quizás, y como un mero alcance referencial, que la idea oculta en esta “trama” poético narrativa, sea la de desmitificar ciertos símbolos de la literatura nacional, de la cual han dependido o siguen dependiendo, sectores importantes de seguidores y/o repetidores con una enfermiza u obcecada obstinación. Y digo quizás, porque también se puede dar lectura a este interesante texto desde la óptica de los vínculos, más o menos secretos (en el sentido consciente o inconsciente de cofradías mentales ¿?) que llegan a establecerse por seguidores incondicionales de algunos poetas o narradores que terminan por asumir un discurso machacador y “cansador.”
Pero claro, la poética de Mario Verdugo tiene otras variables que exceden esa primera aproximación. De hecho lo coloquial del lenguaje empleado va dando cuenta, de un modo paulatino y no sesgado, de una parte de la poesía y narrativa provinciana inédita (¿?) achacados a escritores que sí son o que ya fueron. Desde esa perspectiva, se construye un armado de intrincadas combinaciones literarias y la fuerza del lenguaje va evidenciando una “historia” de la literatura nacional, una historia algo mordaz, con algún grado de ridiculización, pero también, y en eso puede que resida una cuota significativa del volumen, de realzar a aquellos autores “dejados de la mano de dios,” apocados en los confines ignotos de la comarca, desde donde se dispara con la fuerza de la tímida osadía en la expectativa del reconocimiento y en desmedro de un centralismo bendecido por sus propios cultores, que en gran medida, (la tesis del resentimiento) reiteran la consabida panacea de lo citadino, de la cultura superior o acotada, en desmedro de las voces subterráneas que, quiérase o no, van haciendo a la larga y a la corta, la literatura de fuste.
“Para que una obra de arte sea tal, debe pasar inadvertida en su tiempo” (atribuida a Parra), y por ello pululan en lo recóndito los buenos y malos escritores, la mala o buena poesía, los libros de vitrina y los de “librerías de viejos.” Sin embargo, el rescate que Verdugo hace de esta polifonía pareciera contradictoria, no siéndolo: por un lado, un leve tinte de descredito a lo que se personifica en exceso y se reitera con un sonsonete memorioso, y por otro, el “descubrimiento” de voces genuinas y señeras que re-construyen el verbo nativo. (“Cuando dos manos sin carne se acercaban/ y una sombra caminaba hacia su cama/ cuando el susto le apretaba la garganta/ en el nudo de una vida timorata/ víctor castro lo logró”.) (pág. 37)
Luego, ha conseguido estructurar, así o de cualquier manera a que otro lector se arrime, una obra sólida, un discurso que defiende, que alaba y que, paradójicamente, desmitifica: droga y sometimiento, sencillamente, que en forma ocasional elimina el dolor, pero aumenta la conciencia, a riesgo, naturalmente, de crear la fatídica dependencia.
De ahí que, por lo mismo, o por nada de eso, esta significativa obra pretenda dar cuenta del término de esos linajes, de esa especie de ius sanguini literario que, más que elevar el nivel del “repetidor”, lo coloca en entredicho hasta que la sospecha es evidente.
En suma, un libro sarcástico, inteligente, de un condensado humor negro, lúdico a ratos, extraordinariamente bien escrito y que no puede dejar indiferente a un lector, igualmente, serio y reflexivo.