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Las teorías antisistémicas de Jorge Alcayaga (1924-2009)
Cuando todos se transformen en Fidel
Por Mario Verdugo
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Su tema principal fueron las ganas: ganas de extraviarse o de botarse a flojo, ganas de escribir obras maestras o de llegar tarde a la oficina, ganas de no pagar los impuestos, ganas de tener amantes, ganas de trabajar por bolitas de dulce, ganas de liderar industrias, de descubrir continentes, de pisotear flores, de ver películas de terror, de batir marcas, de drogarse o de morirse. El siempre ganoso intelecto de Jorge Alcayaga Vicuña se volcó por más de medio siglo a “eso que realmente sentimos como vida”. La educación formal lo tuvo sin cuidado y los congresos académicos le importaron casi nada. En cambio leyó como poseído y fue perfeccionando una extraordinaria habilidad para intuir lo que en el fondo movía a los ricos y los pobres, a los padres y los hijos, a los lindos y los feos. Empresario brillante, con una sólida trayectoria en los tentadores rubros del pisco y el ají, Alcayaga postuló que el ser humano no obedecía sino a una suerte de chispero interno, un invisible acumulador de carga al que propuso llamar “Pila Emotiva”. Para el sabio de Peralillo, “las razones 100 % razonables sólo tenían cabida en mentes razonadoras”, y la verdad de nuestros actos había que buscarla por lo tanto en los turbios flujos de la sensación, la emoción y la excitación.
El autor de Éxito, caos y genética nació en Viña del Mar aunque forjó su fortuna y su filosofía en el Valle del Elqui. A los veinte años anduvo por Estados Unidos junto a su familia, y cuando se esperaba que regresase para iniciar estudios universitarios, prefirió quedarse laborando como peón en el puerto de Manhattan. La intemperie neoyorquina –según recuerdan sus amigos Francisco Peñafiel y Sonia Estay– le enseñó al chileno lo difícil que era conseguir un par de dólares, sobre todo para quien había contado hasta entonces con el estimable auxilio de dos mozos personales. Fortalecido en cuerpo y alma, Jorge sólo deshizo el camino en cuanto se consideró listo para sacarle rendimiento al predio que los Alcayaga poseían en el norte chico. Allí se convirtió en presidente de la cooperativa Capel, construyó su propia casa y dio impulso a la venta de esa pasta deliciosamente picante que hoy por hoy lleva el rótulo “Diaguitas”. Su chispero interno, sin embargo, consagraría las mejores de sus llamas a la formulación de un concepto que parecía extraído de una muy sesuda lengua europea pero que en realidad provenía de una sigla: la “Nusen” o “Necesidad Urgente de Sentir”. En la biblioteca del empresario parronalero –dicho sea en abono de su genio–, no figuraban Jean-Franҫois Lyotard con su economía libidinal ni Gilles Deleuze con sus máquinas deseantes.
La Nusen actuaría como punta de lanza teórica en el primer libro de Alcayaga. Otros términos involucrados eran los de “zona de grabación”, “madurez neoténica”, “imperativo de principalidad”, “elongación valorativa” y “hormona del dinamismo”; nociones que se “perfundían” e “interfluían” en una prosa que por momentos sonaba a los trabalenguas de las viejas novelas de caballería o a las parodias de Cervantes. Gracias a la Universidad Diego Portales, La acción en el comportamiento del hombre natural se publicó en 1990, con un elogioso prefacio de Rubén Villanueva. El aporte de este sociólogo (que de joven había sido guerrillero en las montañas de Nahuelbuta) podía atribuirse con algo de veneno a su condición de yerno del autor, si bien aquellas líneas introductorias exhibían un aprecio puramente ilustrado y nada de nepótico o de chupamedias. Que se dejara prologar por un marxista-leninista, en cualquier caso, era un hito que refrendaba la enorme tolerancia de Alcayaga, a menudo visto como un hombre de extrema derecha, y entre cuyos cercanos –como es posible comprobar en un video que circula por Youtube– se contó al nieto más devoto y famoso del país: Augusto Pinochet Molina.
Se diría que el interés básico del pensador elquino fue responder por qué diablos no se derrumbaba el sistema, máxime teniendo en cuenta a las masas que insistían en desviarse de la buena senda, ya fuera entregándose a placeres rebuscados o propugnando el cambio por el cambio. Durante su etapa apocalíptica, Alcayaga imaginó un mundo donde el rostro de Fidel Castro se multiplicaba por millones, al punto de poner en serio riesgo la supervivencia de la especie. Su estrategia para salir de esa pesadilla consistió en afirmar que no todos nos rebelaríamos o nos transformaríamos en Fidel al mismo tiempo, y que por ende la humanidad aún se encontraba a salvo. Pese a esta sentida reivindicación del establishment, las páginas de Éxito, caos y genética quisieron ir en contra de algunos protocolos científicos y de no pocas normas sociales. Lo que en la ópera prima se expresaba a través de complejos diagramas acerca del sexo (producidos por lo general de puño y letra), aquí se tradujo en unas tipologías conductuales casi infinitas, como la que distinguiría al “Hombre Caótico” del “Cosmótico” y el “Cosmocaótico”, sin dejar de matizar con el “Caótico Permeable”, el “Caótico Moldeable”, el “Caótico de Ultramar”, el “Caótico Mestizo” y, ya en el clímax clasificatorio, el “Caótico tipo A” o el “Caótico Rango B. Núm. 16 P/2 Mc”.
Tras volver de Norteamérica con un potente jeep que enseguida reacondicionó como arado, Jorge logró que sus ideas se comentaran en periódicos de Santiago (como La Época o Diners Club) y que parte de su obra se imprimiese en Netzahualcóyotl. Habiéndose familiarizado con Schopenhauer y las corrientes etológicas –para lo cual inventó un aparato que le permitía seguir leyendo, cuando el frío arreciaba, sin tener que sacar las manos de la cama–, el de Peralillo subrayó la heterogeneidad de la psiquis y estimó injusto que se midiera con la misma vara a los caóticos y los mijitines, a los europeos y los amerindios, a los que botaban la plata viajando al Mundial de Francia y a quienes vegetaban en “la acción de la no acción”. Una cantidad inmensa de fenómenos (el consumismo y el fracaso de las pymes, la filatelia y el arte rupestre, los choques de Fórmula Uno y los deslices de Bill Clinton) podían ser esclarecidos a partir de su teoría del tedio y las ganas, esa Pila Emotiva que a él no pareció agotársele ni siquiera en las fotos que lo mostraron ya enfermo y hospitalizado. De suyo reacio al pensamiento parroquial o corto de horizontes, aunque soliera ejemplificar con las travesuras de sus colegas, sus obreros y sus hijas, Alcayaga legó por último una vastísima concepción del amor, explicándolo en términos de “adquisición filogenética”, “penetrabilidad fulminante” y “mutua avidez de las respectivas Nusen”.
PASAJE ESCOGIDO:
“No olvidemos que bajo esa delgada piel de barniz cultural palpita el hombre originario y muchas veces, en cualquier momento, aflojan los tensos preceptos que exigen las buenas maneras u otros frenos impuestos por la sociedad... El aburrimiento es el demonio del hombre”.