"Excesos", Mauricio Wacquez. Editorial Sudamericana, 2005. 114 págs.
Exceso y sabiduría
Por Fernando Blanco
Rocinante, Nº 79. santiago, Mayo de 2005
La escritura del colchagüino Mauricio Wacquez (1939-2000) es considerada una literatura de culto a partir de la publicación de Cinco y una ficciones (1963), en el que sacerdocio, homosexualidad y muerte impregnaban los breves relatos del libro. Perteneciente a la misma generación literaria que Antonio Skármeta y Poli Délano, rápidamente fue acusado por los críticos de escribir con una "temática anormal e inmune a la situación política chilena". Para ellos, Wacquez lidiaba con problemas universales ajenos a las preocupaciones sociales contingentes, como la deshumanización del espíritu, o declaradamente inconvenientes, como la sexualidad anómala de sus personajes masculinos. Wacquez contestaba, consciente de su propia biografía y sin criollismos fundamentalistas, que "las mamás de mis libros hablan como las mamás chilenas, pero mis raíces están en Europa".
En Excesos, Wacquez madura rasgos centrales de su posterior trabajo novelístico: la melancolía del acidioso, el obsesivo amor por la infancia vivida en Chile y los confusos límites entre pasión, violencia y erotismo, junto con una pasión filológica y filosófica por el lenguaje en su capacidad para permitirnos el acceso a dimensiones desconocidas de la realidad.
En la primera sección, Excesos, destaca el cuento El papá de la Bemardita, en el que magistralmente aborda la homosexualidad masculina en el triángulo imaginario formado por Nacho, hermano de la narradora, su novia, la
Bernardita, y el padre de ésta. En apretadas quince páginas, esta protonovela excava en el pánico homosexual y las formas múltiples que adquiere la ignorancia como velo demonizador de la experiencia de una sexualidad adolescente multiforme. Paralelamente, el relato muestra el deseo dominante en la modernidad por el cuerpo masculino, expresado en los comentarios de la protagonista al describir a Marcos como "Anthony Perkins, pero en rubio". Sin estridencias morales, Wacquez despliega los extraños caminos del erotismo para alcanzar la satisfacción del propio deseo en la propuesta de inaccesibilidad del objeto amoroso, que se divide entre aquello que nos desespera por inalcanzable, pero también porque mantiene en su distancia la fantasía de la esperanza.
En las otras dos secciones, Transparencias y Secuencias, Wacquez explora el papel que la infancia juega en la formación del sujeto adulto y cómo esta dimensión originaria de lo humano puede ser pervertida. Sin duda, La Casa -el tallado perfecto del inicio de la tercera parte- es el mejor ejemplo de cómo la relación entre un padre y su hijo puede tornarse la más violenta y aterrorizante de las experiencias, a la vez que explora las formas que adquiere la alineación mental y la fantasía en la formación de la conciencia adulta.
Aventurarse en la lectura de Excesos, sin dudas y con placer, permite saldar la deuda con una de las voces mayores de la literatura chilena injustamente recobrada post mortem.