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Mauricio Wacquez: Dolor y forma
Por Agata Gligo
Revista Mensaje Nº 371, Agosto de 1988
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Dolorosa, perfecta en su forma, la novela Paréntesis del escritor chileno Mauricio Wacquez, publicada en Barcelona en pleno año 1975 trata única y exclusivamente del amor. Al terminar la lectura, una asociación inevitable y espontánea trae a la mente ciertas obras que en el siglo veinte han abordado el tema con parecida concentración y prescindencia del mundo circundante: La última niebla, de María Luisa Bombal, y El amante, de Marguerite Duras. Quizás también Sinfonía Pastoral, de André Gide. En mi opinión, la novela de Wacquez afronta airosa cualquier comparación.
Entre un "vacío sobrellevado y secreto desde hace veinte años" y "una noche más fría y profunda que el invierno que se avecinaba", el paréntesis que da el título a la novela no sólo limita en el tiempo la relación de tres meses entre Renata y Bruno, incesantemente modificada por las conflictivas pasiones de los demás protagonistas, sino separa y magnifica el sentimiento del amor -aun desdichado, o más bien, fundamentalmente desdichado- como única, inalcanzable y fugaz posibilidad de existencia completa: "¿hasta cuándo durará esta ventura?, llegará el momento en que algo me obligará a descender esas escaleras, algo hará de mí una persona ciega y desajustada, no tendré el amor que ahora me individualiza como un objeto nunca repetido".
La obra trascurre en un espacio determinado -la terraza de la villa de una isla italiana del Mediterráneo- espacio al que se agregan por evocación el barrio parisino de Saint-Cloud y el bosque de Saint Valery, imprimiéndole el misterio de una confusión deliberada; en muchos momentos el lector no sabe claramente dónde está, sea por la anunciada voluntad de identificación del autor en la primera página "el aire aquí se asemeja al de Saint Cloud, al amanecer, cuando la neblina sube desde el río y se enreda en los árboles perplejos y solitarios", sea porque percibe la existencia de un lugar auroleado de magia, casi irreal, quizá debido al modo de introducir el pasado con su entorno espacial en un presente que da cuenta de la terrible historia de amor compuesta por las pasiones de los cuatro personajes -Renata, Bruno, Isabelle y Roger- quienes, según expresa José Donoso en el prólogo, atomizados en mil posiciones e instantes diversos se componen, se separan y vuelven a componerse infinidades de veces.
Cito: "...nadie me amará, es decir, Roger no me amará nunca, debe estar inclinado sobre un libro y de reojo mirará a mi hermana, reprochándole en silencio el hecho de no estar con esta mujer que está conmigo, él no querrá estar con mi hermana ni conmigo sino con esta mujer que cavila a mi lado...".
No existe en las cien páginas un punto aparte ni un punto seguido -lo que, como sabemos, no es novedad en la literatura- pero sí es mérito en cuanto a la tensión mantenida, al logro de un ritmo limpio e incansablemente parejo, que jamás decae y a lo que sobresale como una marcada característica de estilo, las frases de unión que parecen referirse al presente y a la isla y se refieren al pasado y a Saint Cloud o viceversa -o a ambas situaciones a la vez- y que al permitir un desplazamiento suave y permanente entre tiempos y lugares, contribuye (junto al dosificado papel de los elementos de la naturaleza: el mar, la luna, el aire, la lluvia, la neblina) a crear el clima de irrealidad de la relación amorosa, "porque el amor es incapáz de arrancarnos a los diálogos inútiles, debemos enfrentar solos la pasión y la muerte y sobre todo el desprecio de los demás por lo que nos parece insustituible".
Tal irrealidad del ambiente concuerda con la verdad escurridiza y cambiante del relato. Confieso no sentir predilección por cierto tipo de narraciones semejantes a puzzles, que ha estado muy de moda escribir. Sin embargo, en este caso, en acuerdo perfecto entre forma y fondo, la sucesiva apertura de velos va descubriendo sentimientos cada vez más escondidos y en definitiva, la aceptación dolorosa y la intensidad de los distintos rostros del amor -incestuoso, homosexual, no correspondido- convergen en una meta principal: hacer prevalecer la aplastante, reconocible e inasible realidad del amor.
Quisiera insistir en este punto, ya que en alguna oportunidad leí -sin comprenderlo del todo pues no conocía su obra- una especie de reproche al escrtor chileno Mauricio Wacquez por sus temáticas completamente ajenas a nuestra realidad nacional. En mi modesta opinión, ninguna obra de arte -y sin duda esta lo es- que profundice de manera tan universal en el alma humana, en el desconcierto del hombre frente a lo que no es capaz de manejar, puede ser extraña a nadie.
Antes de radicarse en España, Wacquez había publicado en Santiago un libro de relatos, Cinco y una ficciones (1963) y una novela, Toda la luz del mediodía (1965). Luego los cuentos de Excesos, en 1971, en Barcelona.
Su obra mayor es Frente a un hombre armado (Editorial Bruguera, 251 pp. Barcelona, 1981). La contratapa del libro expresa que el autor lleva aquí hasta sus últimas consecuencias el aprendizaje del dolor y de la humillación que supone asumir la homosexualidad sin concesiones. También califica al texto como uno de los más irreverentes, escandalosos y provocativos de la actual literatura en lengua castellana.
Es cierto, pero es también más.
Es una novela sobre el poder. Engarzada en un relato de cacerías ocurridas a mediados del siglo pasado, el personaje adolescente destinado a ser amo vislumbra en un segundo -frente a las armas de caza y la presencia de la seducción- la realidad del poder, contrapartida del anonadamiento y la indefensión; imagina, elabora mentalmente sus excesos, sus crímenes, sus traiciones, se convierte en mercenario, explora la posibilidad de cambiar de lado, de pasar de débil a poderoso, de poderoso a débil, de amo a servidor; a través de la metáfora fundamental de la sodomización, encarnada en reiteradas y dolorosas escenas, profundiza en el ser humillado, penetrado, poseído: no ser el dueño. En esta novela Wacquez desarrolla y trabaja el elemento de sumisión en el amor, que ya aparecía con carácter de fatalidad en Paréntesis, estableciéndolo como un componente de la relación homosexual.
El espacio principal de esta obra es Perier, una posesión campestre en la Dordogne, ambiente en cierto modo fantasmagórico, amenazante. La forma narrativa, en general, no es tan perfecta como en Paréntesis: se podría decir que es una novela menos hermosa, pero más amplia en su planteamiento básico, de más crudas e incisivas descripciones y más rica en reflexiones. A través de la humillación, Frente a un hombre armado pone al lector ante lo implacable del poder: "se confirmaba sin embozos que la fuerza es sólo la fuerza, que fuera de la imaginación o del sueño, no puede pensarse como complemento o adorno de la delicia, que finalmente la fuerza no se propone sino como mal absoluto, ineludible, para huir del cual debió urdir un futuro en el que todos los peligros, al tiempo de amenazarlo, se vieron exortizados".
En una época en que los textos -cada vez más frecuentemente- suelen establecer un juego intelectual sobre el tema de la homosexualidad o lo utilizan como elemento decorativo de la literatura, el lector no puede sino estremecerse ante la desgarradora verdad y necesidad que trasunta la obra de Mauricio Wacquez.