Excesos, de Mauricio
Wacquez
Santiago, Editorial Universitaria,
1971
Por Antonio Skármeta
Revista Chilena de Literatura. Nº 5-6,
1972.
Por disposición natural o voluntariamente, los personajes de
Wacquez accionan motivados por su desvalimiento. Afirman su existecia
poseyendo o siendo poseídos por otro ser. Existen en tensión
hacia otra persona y en el tiempo de cada relato consumen su vida
en esas relaciones.
Muy, claramente es el amor la relación que predomina. Sólo
que este amor es practicado de manera tan desesperada que asume sin
alerta y con furia manifestaciones opuestas. El amor de estos personajes
se parece mucho a la desesperación al no concretarse en forma
plena una sostenida relación de intensa pertenencia.
En "El Coreano" se expresan patentemente estas
alternativas. El amor excesivo del muchacho hacia el padre no concibe
la convivencía con la mujer traída a la casa. Amenazada
su exclusividad arriesga su destino, su futuro, empujando el rostro
de la mujer en una batea donde quedará horrorosamente quemada.
Esto le vale años en el reformatorio. El relato situado a años
de distancia del acontecimiento, confirma valorativamente el acto
del protagonista. Los siete años de reformatorio repiten infinitamente
el acto de la batea en la mente del muchacho.
Estos actos significativos definen y centran sus vidas.
El amor asume una forma íntima, secreta, asocial. Conviniendo
a esta concepción, los protagonistas de Wacquez velan sus móviles,
cultivan silencios. Alimentan la pasión que los consume y nutren
con activo odio lo que intenta intervenirla o distraerla.
Depender, ser poseídos, ser centros de pasión,
son sus anhelos. En este sentido el amor se acerca a la obsesión.
El amor asume una forma peculiarmente intensa: el odio a la libertad
del prójimo.
Motivo reiterado en estos relatos es el incesto, que aparece
como el grado máximo de la dependencia, y a partir de "Secuencias"
como el origen de la disposición sentimental de protagonistas
de otros cuentos. En la tensión al incesto la dependencia entre
los personajes los hace más cerrados, doblemente cómplices,
tanto por la forma de su amor, como por incurrir en el tabú,
en la secreta complicidad de lo clandestino. Como contrapartida a
esta tensión se insinúa apagadamente en los relatos
de Excesos la nostalgia por un mundo irrestricto: "Todo
era asombroso, sin prohibiciones ni medidas" (p. 96).
Relato a relato se confirma que es la pertenencia lo que
da sentido a la vida de estos héroes. No pertenecer los abruma,
los angustia, los obsesiona y los transforma en agresores de insospechados
recursos. En "Ilsemedeayocasta" el niño que ve la
feroz alegría donde su madre destruye todas las mujeres reflexiona:
"Incluso si hubieras sido un dragón o una serpiente, la
mano que apretaba mi
manó te pertenecía" (p. 27).
La pertenencia alcanza formas exacerbadas o degradadas.
Una de estas últimas es la manifiesta en "Los Domingos"
bajo la forma del tedio. Aquí la dependencia aparece domesticada
en la rutina
del desencuentro. "Permanecemos, yo sentado, tú eternamente
tendida en el sofá, yo queriendo hablarte, queriendo desplazar
ese silencio, mordiéndome de rabia contra ti, contra ese sueño
tuyo que no es más que un pretexto para quedarte sola"
(p. 105).
Estos personajes son capaces de excesos, pero en verdad
no conocen la libertad. Llevan a límites sus obsesiones, y
sin embargo, insaciables, no atisban salidas fuertes de esas relaciones
que si bien le
producen una sensación de intensidad al mismo tiempo los fagocita.
La búsqueda de la complicidad, la sugerencia de
lo vedado, que fluye de vidas y situaciones de sus personajes lleva
a Wacquez a adecuar el modo narrativo a estas existencias. Su recurso
más notable es la elipsis. Evitando la línea gruesa
de la anécdota, y acentuando la imprecisión de ciertos
móviles en los protagonistas, conduce al lector a participar
también en el juego de veladuras y complicidades.
Luego es eficiente en el manejo de la gama de narradores
en primera persona. Acotando con rigor la perspectiva de los protagonistas
consigue nebulizar y al mismo tiempo sugerir. Ejemplo relevante de
una perspectiva adolescente muy bien fiscalizada por el narrador es
la del cuento "El Papá de Bernardita". La confusa
historia de las relaciones de un hombre maduro con el adolescente
Nacho, narradas por la hermana de este otorga al relato una sospechosa
ingenuidad, que lo hace extrañamente tenso. La relación
homosexual queda suficientemente sugerida en el cuento de la
niña, sin que ésta, aparentemente, comprenda la materia
con que está trabajando. Sin embargo, hacia el final del relato,
movida también por la certeza del instinto de pertenencia,
por una sorprendente y poética intuición de que su hermano
Nacho ha sido descartado por su maduro galán y sufre, desata
un mundo de invenciones e incertidumbres que no hacen sino trasladar
el centro de
la atención del personaje Nacho a la narradora. Por cierto
que la anunciada relación preincestuosa con su hermano se acentúa.
Doblemente compleja es la situación si se tiene en cuenta que
la relación incestuosa que desea la narradora es con el padre
a través de la imagen del hermano.
Todo este cuadro escabroso es artísticamente mitigado
por la elipsis y la perspectiva acotada de la narradora. Mediante
la ingenuidad y también por obra de lo onírico, cuyo
material es aceptado
sin culpa por el mundo de la vigilia (p. 26), Wacquez comunica "una
manera de conocer el mundo, una de tantas maneras y uno de tantos
mundos" (contratapa).