Maurico Wacquez, revisitado escritor
chileno, es un narrador de rara finura, con asombrosa sensibilidad
para los matices y un hábil constructor de relatos. En el caso
de Excesos, su primera recopilación de cuentos, encarna
el espíritu de los setenta en la sociedad chilena.
Mauricio Wacquez, nacido en 1939, pasó buena parte
de su vida fuera de Chile. Si antes del golpe militar residió
mayormente en Francia, después del mismo se radicó en
Barcelona, desde donde continuó su labor como traductor y narrador.
En 1971, la prestigiosa colección Cormorán, de la entonces
pujante Editorial Universitaria, publicó Excesos, su
primera recopilación de cuentos, escritos en Europa, pero situados
en diversos rincones de Chile y muy a tono con el espíritu
de los sesenta, quizá la década más abierta a
nuevas experiencias y a la revolución en todos los ámbitos
de la vida social, política y cultural.
Pero Excesos, tal como lo muestra la reciente edición
de Sudamericana, es algo más que el espíritu de la época.
Wacquez, como lo demostró más tarde en obras como Frente
a un hombre armado (1981, reeditada en 2002) y Epifanía
de una sombra (2000, editada tras su muerte), es un narrador de
rara finura, con una asombrosa sensibilidad para los matices (quizá
por ello fue muy cotizado traductor para importantes editoriales españolas;
tradujo, entre otros, a Gustave Flaubert, Jean Cocteau y Julien Green)
y hábil constructor de relatos.
En el caso de Excesos, hay que matizar el concepto de relatos.
Se trata a veces de viñetas, de momentos, de objetos narrativos,
por así decirlo, a caballo entre el cuento y la autobiografía
y articulados entre sí por personajes o lugares. Es decir,
se trata de una de esas colecciones de cuentos que son bastante más
que la suma de sus partes y, por tanto, difíciles de incluir
individualmente en una antología. A estos rasgos estilísticos
hay que sumar la voluntad de provocación contenida en la obra
de Wacquez, quien no se detiene ante la maraña de prejuicios
que rigen, de manera no declarada pero implacable, la sociabilidad
chilena y la corrección de la escritura.
Sin embargo, Excesos transita, se diría, por diversas
corrientes o profundidades dentro del mismo cauce; si por un lado
hay extremos, violencia, muertes; por otro, por debajo, o por arriba,
circula el recuerdo de la infancia, no menos feroz, pero en el sentido
de la voluntad de desnudamiento, de exploración hasta las últimas
consecuencias de las figuras paternas, del sumergirse en el yo con
una sinceridad implacable que no abunda en las letras chilenas.
En el prólogo, Carla Cordua destaca el carácter elusivo
de algunos relatos, que abordan mediante rodeos, mediante lo no dicho
o lo dicho a medias, temas como la bisexualidad o la homosexualidad.
Aquí también, y más que nunca, Wacquez recoge
el espíritu de los sesenta, pero no de la revolución
que recorría el mundo, sino del clausurado espacio de la sociedad
chilena.
* * *
El placer ante todo
Excesos de Mauricio
Wacquez
Por Alejandro Zambra
Las Últimas Noticias.
Miércoles 26 de enero de 2005
“La libido es la emoción sexual que nos da el impulso para
vivir y traspasar la barrera de los estúpidos, de los demagogos,
de los que tienen las armas y nos amenazan. Nada hay en el mundo que
me pueda apartar de la prosecución del placer y me he dado
permiso para todo”, confesó alguna vez Mauricio Wacquez, autor
de un puñado de novelas decisivas para la literatura chilena
y quien se pasó los últimos quince años de su
vida confinado en un pequeño pueblo español, dedicado,
exclusivamente, a escribir.
A cinco años de su muerte, parece que, por fin, la obra de
Wacquez comienza a alcanzar la difusión que merece: la reedición
de “Excesos”, un libro de cuentos de 1971, por parte de Editorial
Sudamericana (que en los últimos años publicó,
también, otras dos obras suyas, “Epifanía de una
sombra” y “Frente a un hombre armado”), coincide, felizmente,
con la aparición de “Hallazgos y desarraigos” (Ediciones
Universidad Diego Portales), un volumen de casi cuatrocientas páginas
que reúne los hasta ahora inubicables ensayos del autor.
Ambos libros confirman a Wacquez como un escritor esencial, alejado
de toda forma de facilismo y provisto de un humor reflexivo y voraz.
En los relatos de “Excesos”, predomina el recuerdo del campo
chileno, aunque, por cierto, se trata de imágenes borrosas
de la vida familiar y de la naturaleza, siempre cruzadas por obsesiones
cruciales sobre la identidad sexual y la evocación de un mundo
protegido y ambiguo. Destacan, sobre todo, los cuentos “El papá
de la Bernardita” y “El alba de ningún día”, y, muy
particularmente, la última sección del libro, construida
a partir de una serie de instantáneas autobiográficas.
“Hallazgos y desarraigos” es un libro importante e insospechado:
prólogos a obras de Borges y Jean Cocteau, una brillante y
en cierto modo desoladora relectura de Sartre, una acabada reconstrucción
de la relación de Hemingway con España, retratos humanos
y literarios de José Donoso y Julio Cortázar (“por primera
vez un escritor, un escritor de nuestros países, no quería
ser presidente de la república”, recuerda Wacquez), varios
artículos sobre política, algunas disquisiciones generacionales
y tres ensayos propiamente filosóficos son algunos de los más
de cincuenta textos recopilados y editados por Paz Balmaceda.
Si hay una obsesión recurrente en los ensayos de “Hallazgos
y desarraigos” es, justamente, la de calibrar la difícil
relación de la literatura con la historia. En un texto sobre
las consecuencias de mayo del 68, Wacquez concluye que la lucha está
viciada, porque los bandos en disputa invariablemente “terminan acatando
el orden, haciendo antesala, besando los pies del guatón que
tiene la plata”. En otro anota que la literatura es “una forma de
leer Historia y de no hacerla, la mejor manera de ser un cobarde”.
Sin el menor asomo de falsos pudores, Wacquez aborda la política,
la sexualidad y el lenguaje desde posiciones incómodas, sin
evadir las contradicciones y las vacilaciones.
Por lo mismo, ensayista y narrador tienden a confundirse: Wacquez
posee una sintaxis inimitable, donde lo mismo caben las digresiones
esteticistas que las violentas caídas a la realidad. Lo mejor
de la obra de Mauricio Wacquez queda, por fin, disponible para encontrarse
con sus lectores.