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"Excesos" de Maurico Wacquez


Por Rodrigo Pinto
Revista El Sábado, de El Mercurio. Sábado 29 de enero de 2005


Maurico Wacquez, revisitado escritor chileno, es un narrador de rara finura, con asombrosa sensibilidad para los matices y un hábil constructor de relatos. En el caso de Excesos, su primera recopilación de cuentos, encarna el espíritu de los setenta en la sociedad chilena.

 

Mauricio Wacquez, nacido en 1939, pasó buena parte de su vida fuera de Chile. Si antes del golpe militar residió mayormente en Francia, después del mismo se radicó en Barcelona, desde donde continuó su labor como traductor y narrador. En 1971, la prestigiosa colección Cormorán, de la entonces pujante Editorial Universitaria, publicó Excesos, su primera recopilación de cuentos, escritos en Europa, pero situados en diversos rincones de Chile y muy a tono con el espíritu de los sesenta, quizá la década más abierta a nuevas experiencias y a la revolución en todos los ámbitos de la vida social, política y cultural.

Pero Excesos, tal como lo muestra la reciente edición de Sudamericana, es algo más que el espíritu de la época. Wacquez, como lo demostró más tarde en obras como Frente a un hombre armado (1981, reeditada en 2002) y Epifanía de una sombra (2000, editada tras su muerte), es un narrador de rara finura, con una asombrosa sensibilidad para los matices (quizá por ello fue muy cotizado traductor para importantes editoriales españolas; tradujo, entre otros, a Gustave Flaubert, Jean Cocteau y Julien Green) y hábil constructor de relatos.

En el caso de Excesos, hay que matizar el concepto de relatos. Se trata a veces de viñetas, de momentos, de objetos narrativos, por así decirlo, a caballo entre el cuento y la autobiografía y articulados entre sí por personajes o lugares. Es decir, se trata de una de esas colecciones de cuentos que son bastante más que la suma de sus partes y, por tanto, difíciles de incluir individualmente en una antología. A estos rasgos estilísticos hay que sumar la voluntad de provocación contenida en la obra de Wacquez, quien no se detiene ante la maraña de prejuicios que rigen, de manera no declarada pero implacable, la sociabilidad chilena y la corrección de la escritura.

Sin embargo, Excesos transita, se diría, por diversas corrientes o profundidades dentro del mismo cauce; si por un lado hay extremos, violencia, muertes; por otro, por debajo, o por arriba, circula el recuerdo de la infancia, no menos feroz, pero en el sentido de la voluntad de desnudamiento, de exploración hasta las últimas consecuencias de las figuras paternas, del sumergirse en el yo con una sinceridad implacable que no abunda en las letras chilenas.

En el prólogo, Carla Cordua destaca el carácter elusivo de algunos relatos, que abordan mediante rodeos, mediante lo no dicho o lo dicho a medias, temas como la bisexualidad o la homosexualidad. Aquí también, y más que nunca, Wacquez recoge el espíritu de los sesenta, pero no de la revolución que recorría el mundo, sino del clausurado espacio de la sociedad chilena.

 



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El placer ante todo

Excesos de Mauricio Wacquez

Por Alejandro Zambra
Las Últimas Noticias. Miércoles 26 de enero de 2005


“La libido es la emoción sexual que nos da el impulso para vivir y traspasar la barrera de los estúpidos, de los demagogos, de los que tienen las armas y nos amenazan. Nada hay en el mundo que me pueda apartar de la prosecución del placer y me he dado permiso para todo”, confesó alguna vez Mauricio Wacquez, autor de un puñado de novelas decisivas para la literatura chilena y quien se pasó los últimos quince años de su vida confinado en un pequeño pueblo español, dedicado, exclusivamente, a escribir.

A cinco años de su muerte, parece que, por fin, la obra de Wacquez comienza a alcanzar la difusión que merece: la reedición de “Excesos”, un libro de cuentos de 1971, por parte de Editorial Sudamericana (que en los últimos años publicó, también, otras dos obras suyas, “Epifanía de una sombra” y “Frente a un hombre armado”), coincide, felizmente, con la aparición de “Hallazgos y desarraigos” (Ediciones Universidad Diego Portales), un volumen de casi cuatrocientas páginas que reúne los hasta ahora inubicables ensayos del autor.

Ambos libros confirman a Wacquez como un escritor esencial, alejado de toda forma de facilismo y provisto de un humor reflexivo y voraz. En los relatos de “Excesos”, predomina el recuerdo del campo chileno, aunque, por cierto, se trata de imágenes borrosas de la vida familiar y de la naturaleza, siempre cruzadas por obsesiones cruciales sobre la identidad sexual y la evocación de un mundo protegido y ambiguo. Destacan, sobre todo, los cuentos “El papá de la Bernardita” y “El alba de ningún día”, y, muy particularmente, la última sección del libro, construida a partir de una serie de instantáneas autobiográficas.

Hallazgos y desarraigos” es un libro importante e insospechado: prólogos a obras de Borges y Jean Cocteau, una brillante y en cierto modo desoladora relectura de Sartre, una acabada reconstrucción de la relación de Hemingway con España, retratos humanos y literarios de José Donoso y Julio Cortázar (“por primera vez un escritor, un escritor de nuestros países, no quería ser presidente de la república”, recuerda Wacquez), varios artículos sobre política, algunas disquisiciones generacionales y tres ensayos propiamente filosóficos son algunos de los más de cincuenta textos recopilados y editados por Paz Balmaceda.

Si hay una obsesión recurrente en los ensayos de “Hallazgos y desarraigos” es, justamente, la de calibrar la difícil relación de la literatura con la historia. En un texto sobre las consecuencias de mayo del 68, Wacquez concluye que la lucha está viciada, porque los bandos en disputa invariablemente “terminan acatando el orden, haciendo antesala, besando los pies del guatón que tiene la plata”. En otro anota que la literatura es “una forma de leer Historia y de no hacerla, la mejor manera de ser un cobarde”. Sin el menor asomo de falsos pudores, Wacquez aborda la política, la sexualidad y el lenguaje desde posiciones incómodas, sin evadir las contradicciones y las vacilaciones.

Por lo mismo, ensayista y narrador tienden a confundirse: Wacquez posee una sintaxis inimitable, donde lo mismo caben las digresiones esteticistas que las violentas caídas a la realidad. Lo mejor de la obra de Mauricio Wacquez queda, por fin, disponible para encontrarse con sus lectores.

 

 


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"Excesos" de Mauricio Wacquez.
Por Rodrigo Pinto.
Fuente: Revista El Sábado, de El Mercurio.
29 de enero de 2005.