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Mauricio Wacquez: Prosista de materiales nobles

Por Pablo Simonetti
Revista de Libros de El Mercurio. Viernes 14 de enero de 2005

 


Dos nuevos libros que recogen parte de su producción narrativa y ensayística reinstalan al escritor en la cultura chilena, de la que llegó a ser un conocedor agudo, a pesar - o gracias- a la distancia geográfica que lo separó del país.

Mauricio Wacquez nació en Cunaco, Colchagua, en 1939, hijo de padre francés (enólogo) y madre chilena. Este valle natal es el paisaje mítico al cual regresa una y otra vez en varias de sus obras: Excesos, Frente a un hombre armado, Epifanía de una sombra. Estudió pedagogía en filosofía en la Universidad de Chile, aun sabiendo que se dedicaría a la literatura. Luego se doctoró en La Sorbonne con una tesis sobre el lenguaje de San Anselmo o el Insensato. Deseaba que su prosa se impregnara del pensamiento intelectual; entendía las ideas como material literario. El lenguaje para él era un misterio: "La literatura es un arte que no se puede enseñar". Tal convicción lo llevó a estudiar disciplinas afines como filosofía, pintura y teatro, pero nunca literatura. Desde niño mostró interés por una amplia gama de materias, desde la botánica hasta la cacería. Su cultura y erudición causaban asombro en sus interlocutores y aún impresionan a sus lectores. Una de las virtudes de la prosa de Wacquez es la habilidad para adentrarse en los áridos mundos de las especialidades sin perder su belleza. Su ideal estético abarcaba el entendimiento del mundo natural: los pájaros, las plantas, los animales, la geografía, la geología, la astronomía, pero también gustaba de la historia, la caza y la pesca, la vitivinicultura y la crianza de caballos. Amaba el campo. Sin embargo, por sobre todo, Wacquez gozaba con la literatura, ése era su mundo. Entre sus amigos se contaban Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, José Donoso. En las crónicas de estos escritores o de otros más jóvenes que lo conocieron, como Arturo Fontaine, destacan la extraordinaria lucidez y el humor mordaz que exhibía en las reuniones sociales. Era un eximio esgrimista verbal. Detrás de una actitud obsequiosa podía estar agazapada la ira o el desprecio. Era un maestro del insulto. Su madre, una chilena de antigua raigambre rural, decía que debía ser actor "por lo gestero y lo maromero". Este hombre lleno de maromas, tanto gestuales como verbales, provocaba la hilaridad de quienes tenían la suerte de encontrarlo. Bryce Echenique decía que Wacquez, a pesar de ser excesivo, no resultaba molesto, como resultan ser en general este tipo de personajes: "Una palabra y un solo gesto de Mauricio contenían un sentimiento o un pensamiento, una impresión o una exaltación, y su estricta contrapartida. ¿Puedo decir que si afirmaba que era un día precioso afirmaba a la vez que era un día horrible?"... "Era un pesimista que deseaba que todo saliera perfecto".

Adelantado a su época

En 1972, poco tiempo después de la publicación de Excesos, decidió irse de Chile. Según cuentan, nuestro país, Santiago en especial, lo asfixiaba. Hacia 1973 se radica en España. El pueblo de Calaceite, en la frontera de Aragón y Cataluña, se transformó en su nuevo hogar. Es un pueblo medieval de singular belleza, con edificios y calles de piedra derramándose en la ladera de un cerro, desde cuya cima se domina la árida llanura que desciende hacia el Mediterráneo. Los habitantes en su mayoría son lugareños. Su llegada al caserío se debió a un artista francés que lo invitó a conocer su casa; más tarde vinieron José Donoso y otros artistas. Entre otras cosas, en España se dedicó a la traducción del francés al castellano. Tradujo a Apollinaire, Cocteau, Flaubert, Green, Mérimée, Stendhal y el best-seller De parte de la princesa muerta de Kenizé Mourad. Su conocimiento de la tradición literaria francesa era superlativo. Para ese entonces ya había publicado Paréntesis (1975), finalista del Premio Barral 1974, una novela a cuatro voces que se superponen, entramadas por pasiones amorosas. Esta novela inaugura el camino experimental que emprendió el autor, que más que un experimento fue una necesidad. Él requería de nuevas estructuras para darles cabida a las múltiples dimensiones que se cultivaban en su imaginación. Wacquez no narraba historias: si existía una trama, era más bien una excusa para dar a conocer el poderoso órgano de su sensibilidad. Los órdenes temporales y formales se le presentaban como un obstáculo para narrar su experiencia. En 1981 vio la luz su obra más conocida, Frente a un hombre armado. Fue recibida con entusiasmo por la crítica española y constituye tal vez la cumbre de su carrera. En ella cuenta la vida de Juan de Warni, desde sus primeros años de infancia en una propiedad rural de la aristocracia francesa hasta llegar a convertirse en un mercenario. El orden temporal está por completo trastocado y el narrador, el mismo Juan, en muchas ocasiones se transforma en otros personajes que están actuando en un estrato narrativo paralelo, que a cada tanto se confunde con la línea principal. Pronto los personajes suben y bajan a los distintos niveles de narración urdiendo un telar de imágenes superpuestas que se leen a un tiempo. Si en el inicio el lector debe avanzar a tientas, poco a poco comienza a revelarse un orden nuevo que le permite el avance sin brújula ni reloj. Lo guía una intuición, una forma de conocer el mundo desde variadas perspectivas: míticas, psicológicas, dramáticas. Es difícil explicarlo en palabras simples: Wacquez exige un salto al vacío para despertar en nosotros una habilidad de orientación que hasta entonces no teníamos conciencia de poseer. Esta novela le valió el respeto de sus pares, pero al igual que Paréntesis, no tuvo eco en Chile. Si llegó a manos de algunos privilegiados, fue de manera clandestina en la maleta de algún viajante. Afirmar que un escritor talentoso se adelantó a su época es un lugar común, pero resulta evidente que fue el caso de Wacquez. Y lo digo por varias razones: Chile estaba ciego bajo la dictadura. España, en medio de su destape, tampoco supo recibir la mirada implacable de Wacquez con respecto al sexo. En Frente a un hombre armado, el sexo se presenta como una forma más de la búsqueda del poder, pulsión esencial del hombre. Es decir, todo está en poseer o ser poseído, en dominar y ser subyugado. Esta visión sadomasoquista no respondía a un discurso políticamente correcto y menos constituía un aliciente para una sexualidad desaprensiva como la que deseaban experimentar los españoles en esos años. Otro de los factores de su marginación fue su homosexualidad. Explícita en casi todas sus narraciones, le fue reprochada de manera directa o solapada. Si bien su universo narrativo se ocupa de cuestiones filosóficas sobre los límites de la existencia, el "chispazo entre dos oscuridades", el hecho de que retratara la sexualidad entre hombres y explorara sus metáforas bastó para ser estigmatizado como "escritor homosexual". Si todavía hoy los escritores que tocan estos temas son puestos en un saco y expulsados de los parnasos artísticos e intelectuales, cómo sería veinticinco o treinta años atrás. Por último, desde sus comienzos se dijo que Wacquez era un escritor difícil, abstruso, antipático: "Escribe de espaldas al lector"; "Quizá a su prosa le faltó la gracia que tenía en persona". Pero el tiempo ha jugado a su favor y ya no es tan difícil de leer como antes, sus intrincadas narraciones se enlazan con la lectura más informada y a la vez más compleja que hoy tenemos de nuestras vivencias. Sobre todo, ha perdido relevancia la pregunta de cuán difícil es leerlas; el paso de los años le ha dado a su prosa el lustre de los materiales nobles. El lenguaje de Wacquez está libre de anacronismos. En comparación, las obras de muchos de sus contemporáneos se añejan de modo irremediable. ¿Cuál es la explicación de esta belleza que perdura? ¿De su juventud? ¿Del interés de las editoriales? Una sola: la prosa de Wacquez es deslumbrante. Independientemente del sentido de la frase, la conjunción de las palabras es magistral, nos admira su musicalidad, las vibraciones que provoca en nuestra imaginación. Después de leer una página de Wacquez podemos pasar un largo rato inmersos en alguna ensoñación inducida por la lectura. Después de leer una página de Wacquez, los proyectos literarios, narraciones, ensayos, se despiertan en la cabeza del creador. Después de leer una página de Wacquez, las posibles derivaciones de una aguda observación se multiplican en la mente de los lectores ocurrentes. En suma, es una fuente generosa de espacios para la imaginación, a partir de los cuales otras creaciones cobran vida. Vista su obra desde este punto, se revierte la majadera afirmación de su dificultad. Una vez traspasados los umbrales y las veladuras, las obras de este autor tan chileno como cosmopolita se transforman en obras procreadoras, incluso se podría decir que se convierten en obras fáciles, por su don de facilitar. En ellas abunda la luz de sus hallazgos.

En 1982 publicó su tercera novela, Ella o el sueño de nadie, que pasó sin pena ni gloria. Ese año comenzó a brotar en él la ambición de escribir una gran novela, la novela que abarcaría todas sus novelas, que llamó "La oscuridad". Sería una autobiografía en clave, como lo son todas sus narraciones. Él mismo afirmó en una entrevista poco antes de morir: "Y para que te lo diga de una vez y no me vuelvas a preguntar, todos los libros que yo escribo, o casi todos, tienen el 95 por ciento de autobiográficos". Este es el material de su interés, la mirada subjetiva recayendo sobre su experiencia. Recién en 1992 dio inicio a un trabajo metódico y para 1999 tenía unas ochocientas páginas escritas. Por la extensión y como una forma de separar las etapas de su vida, hasta los 20, de los 20 a los 40 y de los 40 a los 60 años, decidió transformar "La oscuridad" en trilogía. Alcanzó a trabajar el primer tomo hasta el último detalle: Epifanía de una sombra, Sudamericana, 2000. Del segundo tomo existe un primer borrador completo y del tercero sólo algunos trozos y apuntes. Para esos años había enfermado de Sida y un ataque cerebral le impedía la lectura y sufría graves problemas de vocalización (Una vez dijo echándolo a la broma: "No es problema de cerebro, es de vo-ca-li-za-ción"). A finales del verano europeo de 2000, Wacquez murió en el hospital de Alcañiz. En sus recintos también agonizaba Francesc, su pareja durante veintitrés años, quien murió sólo veinticuatro horas más tarde. Los restos de Mauricio Wacquez descansan en Calaceite. La familia de Francesc decidió llevar sus restos a Lérida, contra la voluntad de los amantes que deseaban ser enterrados juntos.

La deuda de su generación

El lanzamiento de Epifanía de una sombra en la Feria del libro de ese año estuvo marcado por la tristeza que causó su muerte entre amigos y familiares y revestida de una solemnidad que desbordaba la modesta sala de la Estación Mapocho. Se rendía el tributo debido a un gran artista que su época había ignorado. Creo que todos los que estaban ahí tenían conciencia de que se hacía justicia, pero tarde, demasiado tarde. La presencia del autor se podía presentir, especialmente por el testimonio de Germán Marín, gestor de la publicación y las reediciones posteriores, que contó el entusiasmo que provocaba en Wacquez la idea de venir a Chile y luego a Argentina a presentar su obra. Era un incentivo para permanecer con vida. Epifanía de una sombra se haría acreedora del premio Altazor y la crítica la destacaría como una de las cumbres de la literatura chilena.

Desde entonces la figura de Wacquez no ha dejado de crecer. Y nos preguntamos entonces ¿por qué el reconocimiento llegó tan atrasado a la fiesta de sus talentos? ¿La coyuntura histórica? ¿El autoexilio? ¿Prejuicios? Esta sombra perdurará en el tiempo y por más que se llenen páginas de alabanzas su generación no podrá saldar la deuda.

 

Sus libros:
Cinco y una ficciones (colección "El viento en la llama"), 1963.
Toda la luz del mediodía, Editorial Zig-Zag, 1965.
Excesos, Editorial Universitaria, 1971.
Paréntesis, Barral, 1975.
Frente a un hombre armado, Bruguera, 1981. Reedición de Sudamericana, 2003.
Ella o el sueño de nadie, Tusquets, 1983.
Epifanía de una sombra, Sudamericana, 2000.


 

 

 

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Mauricio Wacquez: Prosista de materailes nobles.
Por Pablo Simonetti.
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio.
Viernes 14 de enero de 2005.