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Mauricio Wacquez, Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848). Bruguera. Barcelona, 1981.

Por Joaquín Marco
Publicado en La Vanguardia. Jueves, 23 de julio de 1981


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La presencia de la literatura latinoamericana en España no se limita al fenómeno y exaltación del "boom", del grupo de narradores que alcanzan a través de las editoriales españolas una mayor audiencia en Europa y EE.UU. Durante los años sesenta Barcelona se convierte en una ciudad-clave para la comprensión de un determinado momento literario. Ya posteriormente, tras el alejamiento de García Márquez, de Vargas Llosa o de Donoso (por citar sólo tres nombres significativos), tras la crisis del "grupo" —porque así debería nombrarse el fenómeno antes que utilizar el término "boom" que nada tiene que ver con la literatura—, algunos escritores latinoamericanos vienen a Barcelona tal vez con el afán de encontrar las formas, las voces que aquel grupo supo transmitir y que, en ocasiones, utilizando la fórmula machadiana, resultaron ecos antes que voces. Mauricio Wacquez, el escritor chileno nacido en la provincia de Colchagua en 1939, llegó a la Ciudad Condal en 1972. De origen franco-chileno se había licenciado en la facultad de Filosofía de la Universidad de Santiago y posteriormente siguió sus estudios en la Sorbona, donde se graduó con una tesis sobre el lenguaje en San Anselmo. Permaneció en París hasta 1969, años en los que pudo vivir el significatiyo fenómeno del mayo del 68 francés. Pasó a la Universidad de La Habana en 1970 y de allí a Chile de la Unidad Popular hasta 1972, cuando se instaló en España. En 1963 publicó Cinco y una ficciones y, tambien en Chile, Toda la luz del mediodía (1965). En 1976 editó, ya en España, Paréntesis (Planeta), un excelente libro de cuentos, donde fácilmente descubriremos los temas («los demonios») de sus libros posteriores y su exquisito tratamiento del lenguaje. En 1975, con un significativo prólogo de José Donoso, su novela Paréntesis, finalista del Premio Barral de Novela en 1974, muestra ya su preocupación por la construcción narrativa.

Con su reciente novela Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848) Wacquez patentiza su capacidad para fabular y para eludir la simple narración. En su nueva novela descubrirá el lector algunas de las mejores páginas de la narrativa latinoamericana, pero para alcanzarlas deberá atravesar una complicada, deliberadamente confusa trama, donde el tiempo se confunde, donde los personajes son ellos mismos en su infancia, en sus ascendientes, sujetos a unas leyes del pasado como los nauralistas lo estuvieron respecto a la herencia.

Como en Rayuela de Cortázar uno se siente tentado a recomendar una guía de lectura, unas muletas capaces de facilitar el acceso a una confusa historia, porque la confusión alcanza a la mezcla de tiempos históricos distintos (1846, 1848, 1946, etc.). No se trata aquí del "salto atrás" que hoy puede parecer ya un juego de niños, sino de una elaborada matización de tiempos y de personajes que vienen a confundirse en una memoria histórica individual que descubrimos en el planteamiento general del novelista. Recomendaríamos quizá que se leyera previamente el capítulo final (II). Allí Wacquez confiesa sin reparos que "no hay ficción inocente" (p. 241) y más adelante insiste en lo mismo: "Como siempre, soy la conciencia omnisciente de su curiosidad, y para bien o para mal, tendrá que contar conmigo. Aunque a estas alturas es dable esperar que el lector y el héroe sean uno solo, que juntos hayan mordido los mismos anzuelos. El diálogo entre el autor y el lector al final de la novela nos recuerda una tradición narrativa ya clásica y, a la vez, moderna. Porque el lector cómplice es el único lector posible. Juan de Warni, reconoce el novelista es un modelo romántico (p. 244). Tras la compleja trama, de la que más adelante descubriremos tan sólo algunos resortes, el protagonista, Juan de Warni, configura el modelo del héroe folletinesco. "El folletín revienta las costuras del texto" (p. 245) nos confiesa Wacquez. Sin embargo, el narrador se esfuerza por disimular tales efectos folletinescos.Como tantas novelas de hoy, la reflexión que prima en la novela es el comportamiento homosexual. A este respecto debemos decir que descubriremos en ella páginas excelentes, descripciones audaces, impensables años atrás. La crudeza de algunas situaciones llega a provocar al lector con una audacia mostrativa que algunos podrán tachar de pornográfica. Los límItes del erotismo han superado ya lo ordinario y alcanzan los límites de la escatología. Pero es fácil descubrir también que tales audacias no son gratuitas, que constituyen precisamente el meollo de un comportamiento que había sido eludido en la literatura, que se enlaza aquí con el tema del poder personal, del dominio individual del placer derivado de la oposición entre dominante y dominado, que ya el marqués de Sade y los escritores libertinos del s. XVIII habían definido. Los propósitos aparecen con claridad: "Hay algún secreto en el hecho de dominar y ser dominado. El hecho de dominar o su contrario deben provocar un placer que no se aclara del todo en mi cabeza. La docilidad del sométido ¿se debe sólo a una disposición del que lo somete? ¿No hay también un consentimiento previo aparejado a un goce secreto? Más allá de cualquier rebeldía ¿no hay una justificada sumisión en los ojos que aman y se deleitan permaneciendo bajos? (p.72). Una y otra vez los personajes de Wacquez atraviesan los límites del texto literario para formularse preguntas que proceden de la literatura moralista francesa. Y conviene aquí puntualizar que no debe confundirse la literatura moralista, con la moralizante. No existen coordenadas éticas en un texto en plena libertad, en el tiempo y en la historia.

Frente a un hombre armado (el título significativo) es también un regreso a la infancia, otra de las características de la "Modernldad" literaria. Descubrimos algunas escenas de la novela casi idénticas en algún cuento de Excesos. En uno y otro caso la infancia se relata no como el paraíso perdido, ni como la inocencia perdida, antes como el origen de las complejidades anímicas de los protagonistas. Una vez más el escritor pretende mostrar los demonios en la inocencia. "Cuando la fiebre decreció y pude ver las cosas sensibles como cosas y no como estados de ánimo, resolví que, puesto que nada había pasado, podía entregarme al bárbaro oficio de la inocencia. En el amanecer de aquel día oí cerrarse las puertas del Infierno" (p. 53). La capacidad para pasar de la realidad al sueño o a la pesadilla (una realidad obsesiva) se ofrece como natural en el relato, en la "crónica" —como prefiere designarla el narrador—; de modo que cuando se describe el disfraz femenino (uno de ellos) de Juan de Warni, éste confiesa: "Pero hay que aclarar que no iba disfrazado de mujer. Yo era una mujer" (p. 132). Y a esta realidad-ficción debe acostumbrarse el lector, incapaz en muchas ocasiones de descifrar si el relato ande en un estrato real o bien es una pesadilla imaginativa o ambas posibilidades ambiguamente se confunden.

Frente a un hombre armado no ofrece facilidades de lectura, a menos que el lector entienda y acepte el placer de deleitarse con lo que hoy se denomine "escritura"; es decir, con un lenguaje. unas formas literarias que alcanzan momentos de gran intensidad; una constante reflexión moral que sobrepase las descripciones que algunos podrán considerar irritantes, pero que convierten esta novela en un signo de nuestro tiempo. Como muestra de las posibilidades de narración liberada del complejo tiempo / espacio, citaría las páginas en las que el héroe, en los fragores de la Revolución (¿francesa?) asesina a un criado, se disfraza con sus ropas y pasa a convertirse, en mostrarse como portavoz de la nueva clase. Porque también en Frente a un hombre armado surge, con claridad el tema revolucionario, los tránsfugas de clase y la meditación sobre el significado de la violencia.


 

 

 

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Mauricio Wacquez, Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848). Bruguera. Barcelona, 1981.
Por Joaquín Marco
Publicado en La Vanguardia. Jueves, 23 de julio de 1981