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Un lugar con límites
Paréntesis, de Mauricio Wacquez.
Barral Editores, Barcelona, 1975
Por Luis Izquierdo
Publicado en La Vanguardia Española. Jueves 10 de Julio de 1975
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La novela sigue. Y los escritores latinoamericanos con ella. No importan los achaques que algunos observan a su respecto ni los reproches por la complicada interrogación formal que en su desarrollo plantea. El género mantiene la única dimensión posible: su propia metamorfosis. De la atención —cuando no vigilancia mutua— entre escritores del castellano de una y otra parte surge sin duda la continuidad del decenio inmediato anterior, un decenio que al fin y al cabo es preponderantemente narrativo. Y en esa continuidad, los latinoamericanos (dejando al margen la tómbola litúrgica. del boom) han convocado un tono cosmopolita —que ya la literatura española poseía admirablemente antes de la guerra civil— hacia el que se han orientado los impulsos renovadores conjuntos. Pero la balanza gravita sobre todo del lado de allá del Atlántico.
Dentro de las voces latinoamericanas, Paréntesis —del chileno Mauricio Wacquez— afirma una seguridad narrativa insólita. En primer lugar, porque en su trenzado discurrir la referencialidad directa a unos hechos se reduce al suficiente aparato formal: la escritura impone aquí sus derechos intrínsecos y esto no quiere decir si no que la operación de lectura ha de obligarse a una complementaria función también creadora. Como todo libro original, éste invita a una tarea saludablemente cómplice. Pero, además, Paréntesis resulta insólito por lo que supone en el conjunto de las voces ya mencionadas. (El mismo término voz postula una campechanía que no se compadece con las páginas de la novela.) No se da en lo referido información expresa, ni tampoco asistimos a una proyección más o menos directa de la historia; no hay, por ventura, intromisiones personales explícitas. El tiempo, abolido, se consuma en unas páginas que, a diferencia de otros títulos admirables quizá, no reflejan la voz sino el discurso. Se trata no tanto de referir una pasión como de registrar sus eclipses circulares, concéntricos.
Los cuatro personajes de la novela —Renata, Bruno, Roger, Isabelle— se engarzan según el juego combinatorio que supone la disposición de sus voces (única mediación por la que se revelan) y ello constituye ese "quinto personaje de la novela, que encarnaría al autor inclinado sobre Paréntesis para hablarnos en un discurso en forma de fuga a cuatro voces, sobre las permutaciones del amor". José Donoso, con estas palabras de su prólogo al libro, convoca puntualmente a E. M. Forster con esta alusión a la inclinación del propio autor sobre su obra. De ahí emana la impresión básica que la lectura proporciona; no obstante, las pasiones encontradas entre los personajes, su enfrentamiento no es tanto una lucha a cuerpo descubierto como la obstinación fatal por encontrarse. Y ello sólo puede conseguirse a través de los otros.
Aunque la anécdota arraiga en un núcleo de prolongaciones melodramáticas (Bruno aparece como un adolescente que, frustrado en su amor por Isabelle; su hermana, intenta luego atraerse a Roger, marido de Isabelle, para seducir luego a la amante de Roger, Renata), el tratamiento de dicho pretexto anecdótico liquida la aparente banalidad de un círculo familiar sacudido por la indeterminación en la identidad respectiva de los personajes. Pues el "argumento" podría esquematizarse de otro modo en la medida en que el solo discurso establecido por unos monólogos sucesivos (que a través de guiones introductorios dan paso a "otro" personaje o a su voz que refracta en mínima desviación lo inmediato referido anterior y prefigura lo que va a suceder) disuelve la autonomía de los personajes para mejor asentar la función del discurso. Tan importante como esto es el juego de espacios —Normandía, Paris, el Mediterráneo— que solidariamente se combinan también en Paréntesis. Novela de taller, es asimismo una exploración sensorial (a veces al borde de un patetismo sensitivo y frágil, lógica deuda a partir de un núcleo melodramático) que enriquece la problemática de las personas de la novela —esa persona con la que se enmascaran— a la vez que proclama la gratuidad de las cuatro variaciones bajo una pasión totalizadora. Prevalece, en definitiva, la escritura, el engarce de situaciones, la disolvancia sucesiva de los momentos distintos que configuran un solo momento, el acto de escribir.
La novela es una sucesión sin tregua de fases amorosas, de una luna variable que podría resumirse figurativamente en un eclipse. Y, sintácticamente, en un paréntesis. El
amor acosado por todos hace de Renata una figura cuando ésta explica un amor, qué es el amor (los personajes son también abstracciones respecto a la pasión), en la medida en que, además, Bruno explica otro amor. Así se anulan y se subliman todos en una dimensión lúcida pero lúdica cuya resolución final es el acto de unas páginas en delicado equilibrio.
En Paréntesis, recortado jardín francés de vericuetos aparentemente sentimentales, no es la esencia, sino las formas de simpatía del amor lo que sustenta la trama. Felizmente, nos encontramos ante una "voz" latinoamericana que no podríamos calificar de telúrica. Y es un alivio. Su proceso mismo de progresión, los guiones que enlazan voces en irrupción sucesiva, recordarían el encabalgamiento poético, el acto de dejar el verso abierto en un espacio que otro verso completará sin ánimo de rotundidad resolutoria.
De ahí en que insista, finalmente. en le sustancia misma de la obra, en su escritura. Donoso destaca la escena, y momento mágico, en el que Bruno "sorprende a la pareja haciendo el amor en el bosque de Saint-Valery, seguida de la lucha sangrienta del mastín y el hombre con la daga". Por supuesto, este episodio señala un climax. Pero es el clímax que delata hasta qué punto es otro el tono general de Paréntesis. En rigor, se trata de secuencias engranadas o, mejor, de una sola secuencia, de un paréntesis solo pautado con la sintaxis a que obliga la inteligibilidad de una primera e ingenua lectura. Y, cabalmente, pienso que el proceso seguido, de frase que se trenza (o de personajes que al hablar forman una trenza, como apunta Donoso), excluye en principio todo recurso a la obviedad de la escena. La sola secuencia de Paréntesis eliminaría esta visualización, análogamente a como la escritura asume e implicita la plasticidad sin referirla directamente.
La melancolía encendida de la novela está hecha de quejas amorosas al acecho de alcanzar la consumación, funciona como un "adagio" que convoca la carencia sobre la que Paréntesis asume su plenitud: esa rosa de los vientos en espacio acotado, personaje a cuatro voces o cuatro en uno que se verifica y anula por un intercambio agotador que atraca en la muerte.
La acotación de este espacio, esta calculada geometría de las pasiones como la condensación del vasto universo que emplaza el paréntesis, permite resolver sobriamente su desordenada precipitación. Reducir a figuración concreta la especulación amorosa es el logro certero de Mauricio Wacquez.