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EL PARÉNTESIS DE MAURICIO WACQUEZ
Por Carlos Ruiz-Tagle
Revista Qué Pasa, Julio de 1975
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De vez en cuando vale la pena hablar de los escritores nuevos, por ejemplo de este Mauricio Wacquez, nacido en Colchagua en 1939. Pertenece a la que un día Juan Agustín Palazuelos, fallecido tan tempranamente, llamara la Novísima Generación. Es decir, la Generación que viene después de la del 50.
Abriendo el paréntesis, José Donoso
Conviene recordar que antes de marcharse a España, Mauricio Wacquez, que posee el mejor estilo de su generación, ya había dejado dos libros entre nosotros. Ellos son Cinco y una ficciones, editado en pequeño formato, colección de cuentos que llamaron la atención de la crítica por su prosa, tan luminosa, y Toda la luz del mediodía, novela. Esta última obra fue publicada en 1965 por Editorial Zig-Zag, y desde entonces no se había vuelto a saber del autor. Hoy nos llega Paréntesis, regiamente editado en España, por Barral, con un prólogo de José Donoso.
Donoso compara la obra con la de Virginia Woolf, discrepa con el autor sobre la antojadiza puntuación y concluye señalando una escena, que califica de la más inolvidable del libro: "Aquella en que el muchacho sorprende a la pareja haciendo el amor en el bosque de Saint-Válery, seguida de la lucha sangrienta del mastín con el hombre con la daga. Dos notas le bastan al autor para elevar a la categoría de gran literatura romántica e irreal esta escena y todo el libro: el hombre ha llegado jinete en un caballo blanco, e, inolvidablemente, la mujer sorprendida huye, no cubriendo su desnudez con un realista abrigo, sino con una capa".
Esta nueva obra se abre con un paréntesis y se cierra con otro. En su transcurso, un centenar de páginas, no hallamos ningún punto seguido o aparte, lo cual, por motivos que desconocemos, desagrada a Donoso, quien declara que "las idiosincracias de la puntuación me parece quizás lo más débil de esta novela".
Amores raros y otros amores
Es increíble las veces que Wacquez usa el verbo amar en su relato. Echamos de menos la sencillez y la naturalidad del verbo querer, especialmente los que pensamos que en la vida diaria se dice "te quiero", pero se escribe "te amo". Los personajes son cuatro: Renata, Roger, Isabelle y Bruno. El centro de la novela son los amores entre Renata, de 40 años, y Bruno, de 19. Pero también Bruno ama a Roger, y éste es el amante de Renata. Como si no bastara para hacer la atmósfera irrespirable con este extraño triángulo, hay amores entre hermanos. Citemos a Bruno: "porque anoche en Saint-Germain supe la verdad: Roger ama a esta mujer que camina a mi lado, ella lo representa todo para él, como él lo representa todo para mí".
Es notable cómo pasa Wacquez del punto de vista de un personaje al de otro. Para estos cambios no necesita más que una coma. Hay en todo este relato de amor torturado e incompleto repeticiones intencionadas que le dan una rara calidad poética. Paréntesis es una novela experimental en la que el autor se juega hasta las últimas consecuencias. Pero leamos cómo escribe este nuevo Wacquez que nos llega de España: "Ese día domingo quedaron de encontrarse abajo, en el estanco cerca del parque, el mismo camino, la misma pendiente de la calle y otra yo, el parque comenzaba a unos pasos, pero ya no era el parque de ayer ni aquellas preguntas, ¿usted ha amado alguna vez?, tenían el mismo sentido..."
La visión de Wacquez
Los personajes de este autor son desgarradores, saturados de tensiones como pilas eléctricas.
No hay en este largo pero interesante Paréntesis una proyección sobrenatural; puede decirse que la visión de fondo es un existencialismo estético. A veces se echa de menos una mayor trascendencia, y ocurre que el autor pareciera, también, notar dicha falta. Desgraciadamente es un problema que resuelve mal. Decimos esto, porque de tarde en tarde el pensamiento de Renata, por tratar de ser profundo, sólo consigue confundir al lector, le falta claridad y no da en el blanco. ¿Un ejemplo? Abramos la página 37 y leamos lo siguiente: "recordar es la razón de que la vida se malgaste en la traición, la venganza y el odio".
En suma, se trata de una novela experimental, donde Wacquez hace gala de un inimitable lenguaje, rico en matices y cadencias musicales, suelto y novedoso en busca de lo impalpable, luchando por dar a conocer lo sutil, lo delgado, lo que aparece y desaparece, indeciso entre la luz y la sombra.
Su obra es un alarde de técnica literaria, acezante más no cansadora, sin un respiro, pero, también, sin desmayo. Hay mucho de fuga o de contrapunto musical en este relato donde se dicen muchas, muchísimas cosas sobre el amor, entre otras "que los seres humanos en el amor forman cadenas de medios eslabones..."