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El camino del exceso
Mauricio Wacquez, Frente a un hombre armado, Bruguera, Barcelona, 1980.
Por Jorge Edwards
Publicado en Revista de la Universidad de México. Noviembre de 1981
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En una colección de relatos escritos a fines de la década del sesenta, relatos de sus treinta años de edad, Mauricio Wacquez pone como epígrafe un verso célebre de William Blake: "El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría". El epígrafe también habría podido servir para la última novela de Wacquez, Frente a un hombre armado, que lleva el subtítulo de " Cacerías de 1848".
La idea de exceso, sin embargo, no se relaciona en absoluto con la estructura novelesca y con el lenguaje que utiliza Wacquez. Nacido en 1939 en Colchagua, hijo de un francés experto en vinos y emigrado a comienzos de siglo, Wacquez da la impresión curiosa de combinar el realismo de la tradición narrativa chilena, incluso de la novela regionalista, con la medida y el tono reflexivo de la novela francesa del siglo XVIII. Los narradores anteriores a la generación de Wacquez somos todos, en alguna medida o por lo menos hasta cierta etapa de nuestro trabajo, epígonos de la novela europea del siglo XIX, incluyendo las ramificaciones americanas representadas por un Blest Gana o un Machado de Assis.
La generación de los que ahora tienen alrededor de cuarenta años marcó una ruptura en este aspecto. En algunos casos, fue una ruptura inspirada en autores norteamericanos posteriores a Faulkner y Hemingway, tales como Jack Kerouak. En el caso de Wacquez, sospecho que se trató de una ruptura más consciente y en cierto modo más ambiciosa, que se alimenta de un espectro literario más amplio.
He hablado del siglo XVIII, del siglo de la Ilustración, y compruebo que, Frente a un hombre armado reúne elementos de la parábola moral o filosófica, con otros que pertenecen, y en esto no guarda mesura ni recato de ninguna especie, a la novela libertina .
Este chileno radicado en Barcelona, miembro de la que podría llamarse "generación del sesenta", no sólo ha husmeado el tono elegante de Scott Fitzgerald o el vitalismo muscular de Kerouak. sino que también conoce a fondo al Marqués de Sade, y tiene, por añadidura, una formación filosófica que le permite comprender los dilemas ideológicos del mundo moderno. El resultado literario es bastante desconcertante, de una audacia erótica desusada en nuestras latitudes (sin el "destape" español es difícil que el libro se hubiera podido publicar en nuestra lengua), y de una fuerza de lenguaje, un ritmo y una pasión verbal, poco frecuentes en la novela castellana.
En una entrevista hecha en Barcelona, Mauricio Wacquez sostiene que el subtítulo de su novela, "Cacerías de 1848", alude a esos subtítulos de las novelas de comienzos del XIX que eran muy del gusto de Stendhal y de Balzac. Es posible que Wacquez sea un cronista que se toma las libertades propias de un sucesor de la "nueva novela" francesa y del boom latinoamericano. El protagonista de su libro atraviesa épocas diferentes: vive sucesos del reinado de Luis Felipe, de los años cuarenta en Colchagua y de la ciudad del Burdeos al final de la segunda guerra mundial. En este aspecto, Frente a un hombre armado pretende ser un "pastiche", una crónica de Stendhal en versión de 1981. De esta manera. la novela participaría de tres géneros: la parábola moral o filosófica, la novela libertina y la crónica novelada.
Lo interesante es que Mauricio Wacquez, al apuntar en esas direcciones tan dispares, consiguió componer un texto extremadamente ceñido y coherente desde el punto de vista estético. Hizo una historia de familia que parece pasada por el tamiz de un sueño. Los antepasados de Burdeos, las fotografías familiares, las cacerías, las conmociones revolucionarias, la guerra, la orgía, el recuerdo del modo de hablar de una nodriza de Colchagua, todo se ensambla en un texto que toca situaciones extremas: el sexo como agonía y dominación, el asesinato y la muerte. La homosexualidad aparece aquí como una de las expresiones claves de la dialéctica del poder: humillación, sometimiento, destrucción y autodestrucción. En alguna medida, la pasión del autor se rebela contra la inutilidad del placer sexual puro. "Debe haber algo más -escribe el narrador-. por lo menos algo distinto, que desencadene todo un sistema de caprichos que a su vez sugieran la extravagante posibilidad de no morir."
La novela de Wacquez corresponde a ese "sistema de caprichos", pero en lugar de sugerir, deniega aquella posibilidad extravagante. Es una obra que ya está lejos de la seguridad narrativa de generaciones anteriores, lejos del realismo mágico de un Asturias o un García Márquez, o del relato fantástico practicado por Borges o Bioy Casares. Uno desearía que el autor no se deje arrastrar por la tentación del magma verbal, en que algunos escritores de su edad. sobre todo en Francia, han naufragado. Hasta aquí incorpora el "exceso" intelectual y erótico a un mundo novelesco de un equilibrio bien logrado, que no recurre nunca, para citar un ejemplo, a los neologismos o a la incoherencia. Wacquez probablemente pensaría que introduzco aquí una reserva conservadora, y quizá tenga razón, pero en lo que pienso, al decir esto, es en su posibilidad de seguir escribiendo novelas. Frente a un hombre armado, es un libro "radical", en el sentido estricto de la palabra; por eso pone la posibilidad misma de la novela en tela de juicio, y por eso su resultado es extremadamente inquietante.