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Simetrías

Por Mauricio Wacquez
Publicado en La Vanguardia, España. Lunes 16 de Septiembre de 1985



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Los conos sur de África y de América están viviendo situaciones sorprendentemente similares. Chile y Africa del Sur disfrutan de regímenes cuya obstinación en gobernar en contra de los gobernados se ha hecho peculiar —por lo excesivo de sus abuso, por la manera atroz de reprimir y matar, porque continúan negando los derechos que el individuo posee como persona natural—. En los últimos meses, sin embargo, se han intensificado las acciones que la oposición de esos países ejerce contra sus regímenes, hasta el punto que, en Sudáfrica, ya se ve a los blancos participando en las manifestaciones “anti-apartheid”. La televisión no es parca a la hora de enumerar muertos, de relatar arbitrariedades, de especular sobre las salidas posibles. Mas lo grave —y lo que estos hechos revelan— es que ambos gobiernos han como sobrepasado la noción misma de tiranía, que la palabra autoritarismo ya les queda pequeña y que, sin darse cuenta, se han transformado en bandas armadas que asolan —por acción o reacción— un coto lleno de ciudadanos asustados. Estas bandas, compuestas por formidables ejércitos de las tres armas, siguen a sus cabecillas en una labor que sólo su condición de militares ciegos puede hacer tolerable. Sí, lo grave, digo, es que, como en otros casos extremos —Cuba y Nicaragua antes de sus revoluciones—, pareciera que en ambos países la única justicia posible es la venganza. El crimen es un uroboro, se alimenta de sí mismo, crea un continuo vicioso que no descanse más que acrecentando sus acciones hasta el infinito.

Habiendo traspasado el límite entre la tiranía “normal” y el exterminio, ¿qué posibilidades tienen los pueblos degradados por los señores Botha y Pinochet de iniciar negociaciones para alcanzar una hipotética normalidad? En mi opinión, muy pocas. Se puede negociar con un dictador, muchos atropellos pueden ser olvidados, pero cuando se trata de este nuevo concepto de mal político, el crimen demográfico, cualquier negociación se hace difícil, cuando no imposible.

En ambos casos se ha traspasado el punto de no retorno, ya que cualquier posible arreglo debe implicar —según las implacables leyes de la venganza, estilo Nüremberg—, la pena capital para el negociador institucional. El problema comienza con la pregunta ¿cómo negociar? Los regímenes de facto de Chile y África del Sur se avendrían, a lo mejor, a una salida negociada si les garantizaran alguna seguridad de vidas y haciendas. Lo que ocurre es que cada vez se hace más difícil negociar en estos términos. Ellos se han colocado más allá del indulto y la única salida que tienen es continuar aferrados al poder, por mucho que la calle se mueva.

Entonces, por un lado hay un estadio legal en el que todavía se puede maniobrar, como ocurrió en Argentina, y en el que los tiranos se ponen a disposición de la  benévola justicia de sus víctimas. Por otro, el empecinamiento en una ilegalidad que a lo único que conduce es a la violencia civil, a la justa revolución.

Pero este período —entre la represión sangrienta y el previsible holocausto del régimen— es más difícil de vivir desde el punto de vista doméstico. Esos países necesitan cotidianamente héroes anónimos que puedan alimentar las cifras con que nos gratifica la televisión, en circunstancia que, por ejemplo, Chile, que era un país en el que los héroes eran bastante mal vistos, le ha tocado inventarlos tras su impetuosa entrada en la historia del siglo XX

Este “mientras tanto” es el más temible. Además, porque la solidaridad internacional no funciona y hasta los países más civilizados deben continuar vendiendo y comprando, y porque los bloqueos desequilibran, dicen, el peso real de los imperios.

 Sabemos que tras el derrocamiento de esas tiranías las salidas pueden ser muy violentas y retroceder incluso en la barbarie. Pero, ¿y ahora?, ¿cómo vivir dignamente el ahora? No veo más respuesta que la acumulación de los muertos y el engrosamiento del terror. Como en el drama griego, una fatalidad guía sin pausa los pasos de esos gobernantes hacia el necesario cumplimiento de sus destinos.



 

 

 

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Por Mauricio Wacquez.
Publicado en La Vanguardia, España. Lunes 16 de Septiembre de 1985