Antonio Avaria lo definió alguna vez como el colchagüino universal. Y es cierto que el escritor Mauricio Wacquez —etiquetado según los majaderos dentro de una gelatinosa generación llamada los Novísimos, con seguridad el nombre más estúpido que alguien puede imaginar— es un autor de estatura mundial, hoy ignorado de modo inexplicable por casi todos los editores y autoridades académicas de Chile.
En 1972, Wacquez se avecinda en España, país donde da a la luz la gran mayoría de su originalísimo trabajo escritural, libros valientes casi hasta el suicidio, siempre al filo de perderse en el bosque, pero presto eternamente a reencontrarse con el ojo del huracán narrativo que lo empuja. Wacquez es tan fundamental en la literatura en castellano como prolijamente olvidado. La primera palabreja que se usa una y otra vez para intentar desafiar su trabajo es "transgresor", pobre concepto que nos habla más de una mentalidad pusilánime que de la lectura meticulosa hecha por lectores profesionales y eruditos
como hay más de un par en Chile. Dueño de una ambiciosa y formidable obra, donde la exquisitez estética marcha a la par con grandes saltos temporales o giros del torrente verbal, este hijo de un enólogo francés y una señora chilena bien puede cargar sobre sus hombros todos los modos y las maneras refinadas de un dandy decimonónico, donde lo estético juega el rol crucial. Como "erudito, refinado y excéntrico" se ha descrito también a nuestro autor, y al parecer su abierta y obvia elegancia estilística nos predispondrían a estar de acuerdo con esos calificativos, tan raros por lo demás en nuestra tosca prosa.
Escribió Wacquez para unos pocos, es cierto, pero a esos pocos les dijo en Frente a un hombre armado, por ejemplo, que las jerarquías del campo chileno se establecen a partir de un ethos violatorio, en el cual el patrón va imponiendo, como en las manadas de lobos, su jerarquía de sodomización sobre los subordinados, de un modo no siempre meramente figurado, sino de una manera bestial y repulsiva. Es la fuerte tesis que sostienen lectores inteligentes,
como la historiadora del arte colchagüina Manuela Riveros Camus y otro par de lectores del provinciano universal, hipótesis que bien puede haber emigrado del campo a la ciudad para reproducirse en otras mecánicas de subordinación y abuso social que todos conocemos.
Lo cierto es que nos estamos farreando a uno de los grandes escritores de la lengua española al olvidarnos de Mauricio Wacquez. Siempre despilfarramos lo poco que tenemos, donde hay también otras obras que buscan y rebuscan, pero como la suya todavía no surge ninguna que trascienda la literatura para contarle al lector agudo nuestro espantoso y vergonzante drama. Era de Cunaco, lo que explica bien al padre enólogo, pero se fue pronto de lo que Enrique Lihn llamó "el horroroso Chile", del cual, por lo demás, el poeta nunca se fue.
Mauricio Wacquez murió de sida el 14 de septiembre del 2000 en Alcañiz, España. Está atrás este autor, empolvándose. Vamos a ser claros: olvidarse de él es olvidarnos de nosotros mismos.
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Mauricio Wacquez: El colchagüino universal
Por Antonio Gil.
Publicado en Las Últimas Noticias, 4 de junio de 2020