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Mauricio Wacquez, Paréntesis, Barcelona, Barral Editores, 1975.

Por Carlos Meneses
Publicado en Hispamérica, Año 4, No. 11/12 (Dec., 1975), pp. 184-185



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El amor como eje, como motor, como elemento básico e incomunicado de todo lo demás. El amor encerrado en sí mismo, o cerrando compuertas para evitar presencias extrañas. En ese incontaminado, en esa zona sagrada, transcurre la novela de Mauricio Waequez, verdadero Paréntesis con relación a todo lo demás. Cuatro personajes, ni siquiera claramente definidos en cuanto a su configuración física. Cuatro seres colocados de pronto en ese escenario único, sin que de ellos se conozca nada más que su preocupación sentimental, solamente la tragedia o la maravilla de amar, por la que transcurren.

Leer Paréntesis es algo así como escuchar música dodecafónica. El autor ha querido prescindir de lo anecdótico, al máximo. Ha querido alejarse del factor tiempo. Eliminar los contactos que el amor tiene o puede tener: con la sociedad, la psicología, la estética, la psiquiatría. Los personajes son símbolos, son como las notas musicales en el pentagrama. Ayudan a arrancar los sonidos que se precisan. En este caso, ayudan a que se escuche, con impresionante sonoridad, la dramática sinfonía del amor, que eso, en definitiva, es todo cuanto trata de ofrecer esta narración, que bien podría calificarse de poema en prosa, por el claro y fluido transcurrir del lenguaje, por la melodiosa armonía del conjunto.

Esta oración al amor encerrada en Paréntesis, está forjada a base de un lenguaje lúcido que avanza al ritmo que impone el amor. Se adensa, calma ímpetus, cuando las circunstancias lo determinan. Se vuelve torrencial, vibrante, en los momentos en que es preciso, pero generalmente, mantiene un tono intermedio, dentro del cual los cuatro personajes pasan como si lo hicieran delante de una cámara fotográfica, recitan su breve parlamento y, luego, se desplazan hacia la penunmbra, para que sea el dios Amor el que llene la escena, el que señala la actuación que corresponde a cada uno.

La rapsodia del amor no acepta interpretaciones ajenas al propio amor. Excluye todo tipo de observaciones. No interesa, en absoluto, la reflexión moral que, en este caso, seria como el jaspe que desentone en el conjunto. Las voces, las escasas voces que forman las lentas y breves conversaciones de los amantes —los cuatro personajes, dos mujeres y dos hombres— parecen por momentos, como no emitidas por gargantas humanas, como brotadas de ese ambiente de tonalidades decadentes, y también incomunicado del resto del mundo. que es el decorado en el que se mueven los cuatro amantes, por momentos incestuosos o falsamente incestuosos; adúlteros; angustiosamente apasionados; tristemente esperanzados. Todo ese mundo quieto, inmóvil que se describe sin necesidad de recargar el lenguaje, limpia, pura, concretamente, ayuda a señalar el ritmo a este cuarteto de intérpretes del amor, a dar una sensación de soledad, de aislamiento total.

No obstante, Paréntesis no puede considerarse dentro del tipo de literatura que huye de la realidad, que se evade de toda responsabilidad. No es ese su objetivo. La pureza literaria con que está escrita, la limpieza argumental que la anima, no son fuerzas centrífugas. En ese clima de evidente comodidad, de quietud asfixiante, donde las voces se adosan al paisaje, y las escasas escenas a los perfiles de los castillos o la sombra de las casonas, se está desarrollando el amor como un dios de dos caras, de doble finalidad, del placer y la maldad; de la paz y la angustia. Utilizando para ese delirante movimiento, cuatro símbolos solamente. El amor penetra en ellos, les enloquece, les reúne, les induce al rechazo, les lleva a transitar de la alegría al dolor y del dolor a la alegría, con igual intensidad y rapidez. En las primeras páginas ya aparece planteado el problema, que no es más que el amor que les domina: "habían dado un largo rodeo por las avenidas húmedas, lo recuerda bien, antes de que se miraran y Bruno preguntara: ¿usted ha amado?, Renata no pensó mientras se miraron en el silencio del parque que una vez se sentaría arrimada al murito de la terraza, de cara al mar, mientras la mañana se volvía clara y la bruma delgada por el sol mostraba el perfil de la playa, no pensó que lo amaría como ahora, aunque no quedaba nada del amor, apenas la miserable certeza de que en la soledad persistían en ella las imágenes truncas de su rostro". Este es el ritmo que predomina, salvo en dos o tres escenas, donde la pasión o la violencia obligan a quebrar la cadencia.

En Paréntesis, no hay cabida para la reflexión, pero su lectura determina una reflexión. El amor es una llamarada que todo lo arrasa, que confunde, desorienta, que crea la ilusión, la fe en otro ser, a la vez que causa el estrago de la decepción. Este magnífico poema en prosa, no pretende (a pesar de que es terriblemente ambicioso) otra cosa que captar toda esa rica gama de matices. Toda esa desesperada ansia que invade al ser humano, que lo aflige, lo conmueve hasta sus cimientos. Le hace entrever la maravilla y, también, lo sume en la total amargura. Aún en los momentos más impresionantes, aun ante la muerte o la cruda desesperanza, los personajes obedecen fiel o resignadamente, a los poderosos hilos del dios Amor.




 

 

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Mauricio Wacquez, Paréntesis, Barcelona, Barral Editores, 1975.
Por Carlos Meneses
Publicado en Hispamérica, Año 4, No. 11/12 (Dec., 1975), pp. 184-185