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Acá en el bosque
Leñador, Mike Wilson. Orjikh Editores, Santiago, 2013. 520 págs.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 28 de Abril de 2013
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La novela de Mike Wilson ofrece al lector una propuesta narrativa arriesgada y novedosa, pero ampliamente lograda. Leñador es de aquellas obras que sorprenden por su carácter, en principio, único e inclasificable, pero que cautivan por su sensibilidad, atmósfera, delicadeza en la reflexión y consistencia en su escritura.
La historia es mínima: el protagonista, cuyo nombre y rasgos biográficos desconocemos, salvo algunas escasas y vagas referencias a su pasado, huye a los bosques de Yukon, en Canadá, y se incorpora a un campamento de leñadores. Luego, en el último tercio de la novela, abandona el campamento y emprende un viaje solitario a través de los bosques en busca de una mujer que vio una sola vez. La razón de esta "huida" hacia un lugar y un oficio tan rudo, remoto y salvaje aparece escuetamente explicada en el primer párrafo: "Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, de la claustrofobia; necesitaba respirar. Veía cosas que me hacían mal, escuchaba voces, me estaba perdiendo, extraviando en mi cabeza". Si hubiese que incluir esta obra en algún tipo de género -lo cual puede resultar injusto-, se diría que es una novela de aprendizaje -la novela se estructura de principio a fin a partir de las cosas que aprendió ("aprendí cosas")- y de formación, porque a lo largo de "la huida" el protagonista va cambiando, va despojándose de su ser pasado y revistiéndose de un ser nuevo, transformación que opera, por cierto, en su interior. La narración se desliza por esa vía, ligera y brevemente jalonada en la novela, pero que posee su propia gradualidad y temporalidad, un fluir lento pero acompasado al ritmo de lo que acaece en los bosques de Yukon.
La estructura del libro es la de una suerte de enciclopedia sobre el mundo del bosque de Yukon y el trabajo de los leñadores. En efecto, toda la novela se divide no en capítulos o partes, como es la convención, sino que en "entradas" como las que se hallan en un diccionario, manual o enciclopedia. La primera de ellas es "hacha" y la siguen decenas de otras, tales como congelamiento, bosque, trozador, setas, escoplo, sismo, dendocronología, botas, barba, cartografía, xilografía, Guinness, leña, poliomielitis, manantial, miel, guiso, tormentas, etc. El orden que establece Wilson para hilar las entradas no es alfabético ni cronológico, sino que sigue una ilación sutil, más bien azarosa y orientada por los pocos elementos narrativos que se deslizan en los intersticios de las distintas entradas. Las entradas están redactadas en un lenguaje neutro que simula el de un diccionario o enciclopedia, con sus respectivas definiciones, clasificaciones, datos históricos y explicaciones científicas, sin eludir la terminología técnica cuando procede. Se diría que lo que se propone el autor es desplegar exhaustivamente el sistema de saberes que están implícitos en el trabajo y la vida de los leñadores del bosque de Yukon. Es claro que una parte de esos saberes son erudición, un conocimiento que los leñadores y habitantes de la zona no conocen, porque le es ajeno e innecesario, y que el narrador ha averiguado por su propia cuenta. Con todo, existe otra parte importante que corresponde a un "saber hacer", un conocimiento que surge de la experiencia, de la práctica de un oficio, del cuidado de sí en esas condiciones extremas, de la observación inmediata del entorno, de las tradiciones orales, cuya fuente sólo se puede encontrar allí, entre los bosques de Yukon y sus habitantes. Aunque todas las entradas son interesantes -muchas, fascinantes-, en la medida en que se adentran en la erudición no en pocas oportunidades el lector percibe que lo aleja de ese mundo, cuya presencia es lo que le otorga unidad a la novela.
Leñador, cuya estructura y prosa mantienen un alto nivel a lo largo del texto, por un lado describe un movimiento de aprendizaje (el movimiento más visible), pero por otro, por su envés, va describiendo una suerte de olvido, un desaprender, un despojamiento, que culmina en una vacuidad, en un vacío casi místico, un vacío de ese pensamiento que es agitación, duda y separación del entorno, la naturaleza y el ser. Este olvido de sí, o este desprendimiento de la parte más intelectual y subjetiva de la interioridad, concluye con una suerte de fusión con el entorno, una certeza de su presencia: el protagonista es bosque dentro del bosque. En el hermoso fragmento final -en que describe detallada y conmovedoramente la tala de un gran pino-, la supresión del "yo" egocéntrico se traduce, naturalmente, en la sustitución de la primera persona del narrador por una tercera.
Leñador es una novela serena, entrañable y delicada que de una manera oblicua e inteligente elabora un personaje y su mundo con realismo y cariño.