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Rockabilly de Mike Wilson

Por Valeria de los Ríos
Texto leído en el lanzamiento del libro, presentado el martes 10 de mayo del 2011

Publicado en Revista Taller de Letras N° 49: 2011


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Conocí a Mike Wilson hace casi diez años, en Ithaca, un pequeño pueblo a orillas del Lago Cayuga en el estado de Nueva York. Ambos éramos estudiantes graduados de la Universidad de Cornell. Yo llegué un año antes a un lugar que imaginaba mucho más cercano a la Gran Manzana, pero que tenía el aura de haber sido el hogar y lugar de trabajo por años del escritor y coleccionista de mariposas Vladimir Nabokov. Cuando Mike llegó, su doble militancia como estudiante de postgrado y escritor era ya un secreto a voces. Nuestro profesor guía, el también escritor y académico Edmundo Paz Soldán, fue el primero en leer fragmentos de su inclasificable novela El púgil (Forja, 2008).

Comento esto porque Rockabilly (Alfaguara, 2011), la última novela de Mike Wilson, es un texto que está empapado de la cultura norteamericana o más precisamente de la de Estados Unidos. Si su anterior novela, la postapocalíptica Zombie (Alfaguara, 2010) se situaba en un suburbio difícil de localizar (la gracia de los no-lugares es precisamente que pueden estar en cualquier parte), Rockabilly se sitúa de manera indiscutible en Estados Unidos. La marca innegable de esta filiación es el fatídico aviso de neón de un Wal-Mart, que ilumina exudando un aire maléfico sobre el pueblo y sus habitantes.

Los personajes de la novela –Rockabilly, Baby-Face y Suicide-Girl– viven en un estado de vigilancia permanente, o más bien, son víctimas del voyerismo propio de un suburbio en donde no hay nada más interesante que hacer que espiar a tu vecino. Este voyerismo no es, curiosamente, virtual –como el que se da hoy en día en las redes sociales–, sino que literal: una dualidad de voyerismo y exhibicionismo que surge como resultado de esa extraña mezcla entre soledad y puritanismo, típica de los pueblos norteamericanos.

Es cierto que en la novela se produce un acontecimiento extraterrenal. Pero ningún Apocalipsis social o colectivo se desencadena, porque el infierno lo viven los personajes en soledad, prácticamente sin diálogos, encerrados en monólogos interiores desaforados. Como los personajes de la película de 1932 de Tod Browning, Freaks, los personajes de Rockabilly son monstruos naturalizados: son la regla y no la excepción. El más evidente –Baby-Face– sufre de infantilismo craneofacial, enfermedad que produce que quien la padece tenga la apariencia de un bebé. Suicide-Girl es una “lolita” con apariencia de pin-up que sufre de mastalgia: un dolor mamario que se le manifiesta en hinchazón y goteo de leche en un solo pecho. Se podría decir que Rockabilly, el personaje que le da el nombre a la novela, es una especie de “redneck”, es decir, un hombre blanco de clase baja, sin mucha educación, que tiene tatuada la imagen de una mujer en su espalda y este tatuaje parece tener vida propia.

El triángulo amoroso de Rockabilly, Suicide-Girl y Baby-Face es siniestro, casi en términos freudianos, sobre todo en la relación entre el pedófilo de 43 años con apariencia de bebé y la niña que parece mujer a punto de amamantar. El cuerpo de todos estos personajes está poseído por algo, por otra cosa, ya sea un tatuaje, una enfermedad o una hormona. Son personajescosas, de ahí que sus nombres sean funciones y tengan sólo lejanos indicios de humanidad. Curiosamente, Chuck, el lagarto-mascota de la chica pin-up, es el único que tiene nombre o seudónimo de persona. Bones, el otro animal dentro de la novela, es un perro que adquiere la capacidad de pensar luego de la caída de una especie de meteorito y se convierte en un narrador más.

Sin embargo, el misterio de la novela gira en torno al tatuaje de Rockabilly, que parece estar apoderándose de su portador como un parásito. La imagen de la portada, una especie de Betty Page en proceso de borrarse (es un dibujo, no una fotografía) es una elección bien pensada para la novela, ya que el tatuaje de la mujer fluctúa entre lo real y lo ficticio y muestra cómo la representación realista se va diluyendo poco a poco. La imagen del tatuaje de Rockabilly es la inspiradora de la apariencia de Suicide-Girl, de modo que su influencia podría ser leída como el foco de enfermedad que contagia sucesivamente a los personajes.

Como en la serie de vampiros de HBO, True Blood, la novela de Wilson nos sitúa en un paisaje que no es postapocalíptico, pero sí –quizá– posthumano. Katherine Hayles –la principal investigadora sobre el tema– ha afirmado que lo posthumano es ante todo un nuevo tipo de subjetividad que privilegia la información por sobre la encarnación, y que es radicalmente distinta a la interioridad clásica. Según Hayles, el cuerpo es el resultado de millones de años de historia evolutiva y resulta demasiado inocente pensar que esta historia no afecte los comportamientos humanos a todo nivel. Como en una película de Cronenberg, el cuerpo es la prótesis original que aprendemos a manipular, pero si extendemos o reemplazamos partes de nuestro cuerpo, continúa el proceso evolutivo. En la novela de Mike, el cuerpo de los personajes humanos y animales ha mutado inesperadamente y aunque no estemos seguros del destino de esa mutación, el simple hecho de enunciarla constituye un gesto de arrojo y de visión.


 

 

 

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Por Valeria de los Ríos
Texto leído en el lanzamiento del libro, presentado el martes 10 de mayo del 2011
Publicado en Revista Taller de Letras N° 49: 2011