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Crimen y matemáticas en el policial de Mike Wilson

Por Amelia Carvallo
Publicado en SuplementoKU, 28 de Julio de 2019


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Doctor en Letras de la Universidad de Cornell, el estadounidense-argentino radicado en Chile, Mike Wilson, actualmente hace clases de Literatura Inglesa en la Universidad Católica. Y, de tanto en tanto, publica novelas singulares y renuentes a los moldes clásicos.

El repertorio del escritor ha versionado bajo distintas formas algunas obsesiones sobre lo racional, el caos y el poder de la palabra. Huellas por las que circula como autor y que están presentes desde sus inicios en 2003 con "Nachtrópolis". Esa obra fue una suerte de ucronía bonaerense bajo el signo del Tercer Reich. También suya es "Ártico: una lista" que en 2017 llegó a las librerías con su aire de nouvelle en verso. "El púgil" es otro de sus libros de 2008 y "Leñador" de 2013 ganó el Premio de la Crítica por su manejo de imágenes.

UN CIELO ABOVEDADO

Su más reciente novela tiene el formato de un policial que proporciona un ejercicio de lectura narcótica. Lo sostiene la descripción atenta y minuciosa de una habitación de cielo abovedado, con todo el inventario de sus muebles, libros y adornos. La voz que narra no pierde detalles y sensaciones de una inmersión pausada, en una estancia en cuyo centro yace boca abajo el cadáver fresco, sin heridas aparentes, de un hombre al que flanquean cuatro personajes que quizás sepan qué pasó: un perro, un chino, una joven y una anciana.

Construida en un solo párrafo sin puntos aparte, la voz que narra se detiene en los objetos y sus certezas que, a la vez, cuentan otras historias que desmenuzan otras realidades en lo que parece un pequeño espacio de tiempo suspendido.

Cuenta el autor que al momento de escribir hubo plumas que estuvieron presentes, como la de Lovecraft, Agatha Christie, Shirley Jackson y dos argentinos: Borges y Roberto Arlt. De hecho, abre el volumen un epígrafe de este último tomado de "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires", suerte de ensayo que Arlt escribió cuando tenía 20 años y su vida ya tomaba los cauces más periféricos. Arlt repasa allí su paso por una logia teosófica, "una junta de embusteros, ingenuos y desamparados que se congregaban para mixtificar arcanos que lograsen, de una vez por todas, enderezar sus desbaratadas existencias", como apunta ya descreído.


ARLT Y EL ADOLESCENTE

Para Wilson la presencia de Arlt, tanto en este epígrafe como en otras lianas de esta jungla que acomete en un solo párrafo, se explica porque es un autor que siempre ha estado presente en lo que escribe: "Más allá de la referencia explícita al tema, siempre me pareció que los espacios y los personajes de Arlt nacen de ese sustrato oscuro de la ciudad, que emergen de lugares ocultos. El Astrólogo en particular es de esta manera un brujo, un profeta de la metafisica peronista antes de que esta existiera. 'Los siete locos' y 'Los lanzallamas' fueron de las primeras novelas que me marcaron profundamente cuando era adolescente".


¿Cómo fue tomando cuerpo la voz del narrador?
—Quise partir con una mirada distante, casi clínica, como el ojo de un detective imperturbable.

Cuéntame en qué circunstancias fue escrito el libro.
— El origen no lo tengo tan claro. Sé que estaba pensando mucho en la fórmula del policial, de la falacia de que sea posible restaurar el orden una vez que un crimen lanza el mundo al caos. Lo del párrafo único se dio solo, escribí las primeras páginas sin parar y no encontré que era necesario fragmentarlo. La habitación de la novela es un continuo, creo que la mirada del narrador arrastra al lector con él. El borrador no se aleja mucho de la versión final.

¿Qué fue lo que te atrajo de esta forma de contar conectada a Imágenes?
—Creo que tiene que ver con pensar en la habitación como un puzzle. Tenía presente el género del policial de la habitación cerrada. Quería jugar con eso, pensar en contener un cosmos entero en un espacio limitado, y en una eternidad en pocos segundos.

Háblame de lo irracional que acecha en lo racional, por ejemplo en los números.
—Cuando era más joven dediqué bastante tiempo a leer sobre Georg Cantor, sobre números transfinitos e irracionales; el problema de los conjuntos de números; la paradoja de Bertrand Russell; la incompletitud de Kurt Gödel. Me interesa cuando la disciplina que se percibe como la más objetiva, la más dura, se cae. Y que en sus extremos también hay fisuras racionales: lo incognoscible. Ahí también se asoma Lovecraft quien colocaba el terror en geometrías imposibles.

Hay un párrafo donde hablas del entusiasmo de los doctos por significar/subrayar cada línea leída.
—A estas alturas es un fenómeno ubicuo, no solo de los doctos. La información cómo la vivimos hoy se ha vuelto tautológica. El mundo entero se pronuncia sin parar pero no se dice nada, o cuando se dice algo, nadie escucha, en el sentido de que nadie realmente desea escuchar. O quizás de pronto se quieren oír pero ya no se sabe cómo. Las redes sociales profundizan el vacío, como si todas las palabras y sus contrapalabras convivieran de manera simultánea, anulando todo sentido. En ese contexto lo auténtico y la verdad, para mí, están lejos del lenguaje.

¿Y cómo nace esa mirada sobre el Chaco paraguayo?
—Lo del Chaco paraguayo y los menonitas se relaciona a memorias de mi niñez. Viví en Paraguay entre el 83y el 87. El Chaco en esa época, y creo que aún es así, estaba bastante aislado del mundo, y Paraguay en sí ya es un país hermético. El Chaco es la bóveda dentro de la bóveda, y en el interior de ésta había comunidades aisladas de menonitas, grupos antiguos y otros que llegaron escapando del Holodomor (genocidio ucraniano). Son uno de muchos grupos mencionados en la novela, me interesa la persistencia de lo oculto en un mundo hiperconectado.



 

 

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Crimen y matemáticas en el policial de Mike Wilson
«Ciencias ocultas», Novela. Editorial Fiordo, Buenos Aires, 2019.
Por Amelia Carvallo
Publicado en SuplementoKU, 28 de Julio de 2019