El escritor reedita, ampliado y actualizado, su ensayo sobre "Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas", un libro que hace
pensar en la existencia; tal como se piensa en la vida y la muerte, en el tiempo y la eternidad, al leer
"Dios duerme en la piedra", la novela más reciente del autor.
Niño o niña, joven, adulto, no importa el tiempo que llevemos en el mundo, a veces nos ocurre que quedamos pasmados frente a algo que hace un instante era pura cotidianidad; un árbol, una persona, un poste, un juguete, un insecto, una nube, un semáforo, las propias manos. Es como una detención del tiempo, la rotura de la inercia, una extrañeza que se resume en una pregunta que, hagamos o no, ahí está, rondando: ¿qué es esto?
A Mike Wilson (St.
Louis, Estados Unidos, 1974) siempre lo ha inquietado esa pregunta; se la hacía ya a los seis o siete años, sin palabras, sí en actos, cuando se detenía ante cosas: "Eran momentos de pausa y claridad en los que miraba mis manos o brazos bajo el sol, intentando comprender `¿qué es esto'?, percibiendo momentáneamente que esto, el mundo, la experiencia, es algo indescriptible, que somos actores en un teatro que aceptamos sin cuestionar".
Algo más grande, a los diez, once, doce años, empezó a hacerles la pregunta a quienes lo rodeaban. ¿Por qué existen las cosas? O, en su versión más filosófica, "¿por qué existe algo en vez de nada?". La respuesta era que Dios o alguna otra divinidad lo habían querido así, o que todo comenzó con el gran estallido que dio origen al universo. Pero, claro, entonces la pregunta es quién quiso que Dios existiera, o por qué ocurrió ese estallido.
Que Dios o la deidad respectiva es infinita y eterna tampoco satisfacía a Wilson, "son conceptos que usamos para etiquetar lo que no comprendemos, dándonos una falsa sensación de entendimiento. Prefería un honesto `no sé'".
Y si la respuesta a por qué ocurrió el estallido habla de una "singularidad infinitamente densa", pues esa singularidad ya es algo y toca preguntarse de dónde provino. Y así. Y así.
Y así. "La ciencia terminaba en un callejón sin salida con mi persistente cuestionamiento".
La filosofía tampoco le dio respuestas, o no satisfactorias: "Desde no poder afirmar con certeza la existencia de un mundo externo hasta cuestionar la propia conciencia".
Si no hay respuesta a qué y por qué es "esto", ¿qué sentido tiene todo lo demás?, ¿para qué seguir?
En esa neurosis estaba Wilson hasta que se topó con Ludwig Wittgenstein (1889-1951), el filósofo austríaco, autor del "Tractatus logico-philosophicus" (1921), donde intenta reducir el lenguaje a un único lenguaje que sería expresión exacta del mundo; y de "Investigaciones filosóficas", obra póstuma que refuta a la primera, en la que afirma que el sentido de las palabras no es más que el que tienen en su uso cotidiano, en determinado contexto, o sea, el lenguaje es en realidad una pluralidad de "juegos de lenguaje".
La experiencia, no el conocimiento
Mike Wilson vive desde 2005 en Chile, es académico de la Facultad de Letras de la Universidad Católica y autor de aplaudidas novelas como "Leñador", "El púgil" y "Ártico".
Hace diez años publicó el ensayo "Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas", en el que afirma que, más allá de los cambios en sus ideas, la preocupación del filósofo siempre fueron las preguntas o problemas que nos complican la existencia o que quizás la estimulan. Cuestiones como la libertad y el sentido de la vida.
Y que, frente a ellas, lo que le tocaba a la filosofía, más que responder, era desanudar los problemas creados por ella misma al hacer un uso impropio de las palabras.
"Gran parte de ese 'esto' al que nos referimos al preguntar '¿qué es esto?' reside en la experiencia, no en el conocimiento, está ante nosotros cuando dejamos de forzar nuestro pensamiento hacia ella e imponer preguntas donde no se pueden formular, porque ahí reside una verdad que es tácita, es —como diría Wittgenstein— mística, pero a la vez es una Verdad con mayúscula", dice Wilson en el prefacio a la nueva edición ampliada y actualizada de "Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas" (UDP), una obra menos académica que personal y ensayada.
Según Wittgenstein, parece que el problema es que nos hacemos problemas. El propio filósofo austríaco llega a decir que sus proposiciones, que su filosofía es esclarecedora en cuanto a que quien la comprende reconoce que no tiene sentido y entonces sale de ella.
O sea, debe dejarla atrás, como quien usa una escalera y la tira luego de haber subido.
—¿Wittgenstein, su "terapia" para los problemas filosóficos, ayuda a responder las grandes cuestiones, que llegan a paralizarnos, o más bien ayuda a no hacer preguntas que no podemos responder?
—Hay respuestas, pero no en el sentido convencional; sería lo que se puede apreciar desde la cima de la escalera, la cual luego se debe desechar para no confundir el procedimiento con la respuesta. El resultado de esto es que las respuestas vienen en la forma de una disposición distinta ante el mundo, debido a esta perspectiva. La respuesta no es una unidad de conocimiento, sino aquello que matiza el conocimiento. Es esta disposición la que resulta en la disolución de las preguntas sin respuesta epistemológica.
Dejan de tener sentido, así como si uno se planteara la pregunta: "¿Cuál es la velocidad kilométrica de la tristeza?". El dejar de preguntar esa clase de preguntas, en un plano existencial, resulta del cambio de perspectiva y disposición.
—¿Cómo lo ayudó o "terapió" a usted Wittgenstein?
—Creo que me dio un punto de apoyo implícito que me libera, una suerte de red de funambulista que me permite existir sin sentir que transito sobre un abismo. No es que siempre ande pensando en eso, pero es algo que permanece ahí detrás de las cosas cotidianas, a fuego lento.
Eso no significa que dejé de hacerme preguntas erróneas, me gusta demasiado hacerme esas preguntas, pero ya no siento el vértigo que me provocaban cuando era más joven.
—¿Está presente Wittgenstein en sus ficciones?
—Sí, Wittgenstein y varios filósofos más, pero no de manera consciente, salvo quizá en la escritura de "Leñador", pero es una parte importante de mi identidad y se cuela en todo lo que escribo de una u otra forma. Trato de no introducir estas ideas de manera explícita, lo más importante es la historia que quiero contar y lo demás se subordina a esto. Si estas ideas aparecen, es porque surgen de forma orgánica. Si no, se vuelve didáctico, y eso no me interesa.
De la piedra al hombre
Un hombre que camina y mata, acompañado por su caballo y su rifle, que recorre desiertos y montañas, mares secos y enfermedades, pistoleros y sectas, que ve naturaleza y muerte, un "trashumante solitario", como se lee en la contratapa de "Dios duerme en la piedra" (Fiordo), la novela más reciente de Mike Wilson.
El título del libro sale de unas palabras de Ibn Arabi, el filósofo, poeta y viajero musulmán andaluz nacido en 1165 y muerto en 1240, quien dijo: "Dios duerme en la piedra, sueña en las plantas, se agita en el animal y se despierta en el hombre". Es uno de los epígrafes de la novela.
En medio de su errancia, y a medio camino de la novela, el protagonista, luego de jornadas extenuantes, pasa la noche en un precipicio cuya pared tiene unos pictogramas. "Se queda así un rato, descansando la mano en la piedra", leemos. "Se siente conectado a algo, es consciente de su presencia reducida en el esquema mayor de las cosas, la roca pintada, el precipicio, el valle y la estepa, un continente y un planeta, el vacío eterno y los astros remotos con un fulgor fantasma".
No lo hace, pero no es difícil imaginar que el hombre se pregunta o podría preguntarse "¿qué es esto?". Y que, quizás, prefiere callar y seguir.
Hay trascendencia en el mundo que teje la novela, o eso parece, pero es aquí y ahora, más acá, no más allá.
"En semejante escala, el tiempo desaparece, no tiene incidencia, y en esa pausa entre los segundos, mientras sigue ahí con la palma contra la piedra, él también es eterno".
—¿Diría que ese hombre, el protagonista, es una persona religiosa?
—De cierta forma sí, pero rehúyo de la palabra "religioso", porque me hace pensar en creencias y dogmas sistematizados. Así como evito la autoayuda, astrología, coaching y cualquier cosa que involucre incienso o panderos. El protagonista es un hombre que sabe algo trascendente; más que una creencia, es la certeza de algo que a la vez es incognoscible, y él acepta esa dicotomía.
No se puede dar el lujo de simplemente creer.
—¿La literatura es el lugar y momento en el que se puede hablar o hay que hablar de "eso", de aquello sobre lo que, para decirlo con Wittgenstein, habría que callar?
—Creo que la literatura y el arte en general transitan ahí, dibujan alrededor de aquello, lanzan al lector, observador u oyente en esa dirección sin transgredirlo. Pienso en la capacidad que tiene la música o la poesía para conmovernos de una manera que no logramos racionalizar.
Sus procedimientos son identificables: lenguaje, letras, palabras, fraseos, notas, tonos, ritmos; sin embargo, el efecto producido por el conjunto trasciende sus partes.
—Y la filosofía, ¿también podría ser lugar y momento para eso, como literatura y hasta ficción de las ideas?
—La filosofía puede ser más problemática porque es propensa a caer en la trampa de querer abordarlo todo, especialmente en la clave de los grandes esquemas metafísicos como, por ejemplo, Leibniz, Hegel o Kant, que por lo mismo me encantan.
—No hay que renunciar a ellos, entonces.
—No hay que perder de vista el pensamiento monumental y el valor estético de sus cosmogonías.
—¿Todavía se pregunta "qué es esto"?
—Sí, todo el tiempo. Creo que últimamente con más frecuencia. Durante los últimos diez años, la realidad se ha vuelto muy extraña y me es inevitable cuestionarla.
Me hago la pregunta sabiendo que no desemboca en algo codificable, pero hay respuestas que se manifiestan en la experiencia misma.
—Y, ¿qué es esto?
—Es una contradicción asignarle respuesta a esto, pero si tuviese que decirlo de alguna forma, sería: "Esto" es lo que ocurre sobre un escenario tácito e incontestable que permite que "esto" ocurra. Suena tautológico y circular, pero es la única forma que se me ocurre deletrearlo.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Mike Wilson: “La realidad se ha vuelto muy extraña”.
"Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas"UDP, 2024, 118 páginas
"Dios duerme en la piedra", Fiordo, 2023, 114 páginas
Por Juan Rodríguez Medina.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 7 de julio de 2024