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Un libro que narra mientras narra
Buenas noches luciérnagas, de Héctor Hernández Montecinos

Por Mike Wilson
Escritor
Publicado en Cartón Piedra, N° 303, 20 de agosto de 2017
Diario El Telégrafo, Ecuador


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Buenas noches luciérnagas (Ærea, 2017) de Héctor Hernández Montecinos (Chile, 1979) es un libro y es un artefacto, es a la vez el tiempo hecho materia, es el pasado, pero también es el ahora presente que se sigue escribiendo en voz alta, mientras siembra el futuro que inmediatamente habita.

Leer el libro es una experiencia, es pensar con Héctor, experimentar la poesía, la correspondencia, los intercambios, los viajes, las críticas, las entrevistas, el reconocimiento de campo, literatura todo, y teorías sobre ella, pero es sobre todo la consciencia permanente del acto de escritura.

En Buenas noches luciérnagas, Héctor Hernández despliega el tiempo y la experiencia de escribir como si fuese un diorama que se puede recorrer sin temporalidad, sin teleología, dándonos acceso a todo lo que hay detrás de este libro, y ahí en ese punto hay una genialidad, en que lo que hay detrás del libro es —a la vez— el libro, es leer el impulso prístino de escribir. En un párrafo dice:

Antes de la literatura está la voluntad de expresión, sin representación y pura intensidad de exteriorizarse. La escritura es previa a su adjetivización literaria, pero en esa función gramatical deberíamos comenzar a preguntarnos cuáles son sus límites y la posibilidad de convertirse en un sustantivo común.

Luego agrega:

La escritura no es acerca de algo, es algo en sí misma, un proceso.

Buenas noches luciérnagas es justamente ese proceso, siempre en flujo, no se detiene ni se deja fijar en un género literario ni en una finitud. Es de hecho un libro que cobra consciencia, es una máquina que se escribe a sí misma, es de cierto modo como la máquina de narrar creada por Macedonio Fernández en La ciudad ausente de Piglia. En esa novela, ante la muerte de su amada esposa, Macedonio decide hacer de su cadáver una máquina que cuente historias sin detenerse, para así seguir cerca de ella, y ella en turno narra y narra la ciudad contenida en la novela de Piglia.

Acá pasa algo similar, el libro de Héctor narra mientras narra, el libro se pregunta por qué escribe tanto, el libro cuestiona su propia edición mientras se edita, el libro se dirige a los editores, el libro pide detener su edición mientras se reevalúa, el libro se comunica con otros sobre su existencia, el libro duda sobre lo que debe o no debe incluir, sobre su extensión, el libro se enfrenta a su inevitable fin, donde se acaban las páginas pero el libro no pareciera aceptarlo, el libro sigue narrando aun acabado, el libro incluye una entrevista sobre el libro, el libro se observa a sí mismo desde afuera para luego encapsular ese momento, el libro anuncia anexos que vienen, el libro trae un sobre con material adicional. Me gusta pensar que su contenido no se contiene, que es como la consciencia, algo sin horizonte, o un horizonte que siempre se desplaza y que se observa desde ese lugar. Posee un afán hacia lo infinito, aunque tenga portada y contraportada, del mismo modo en que existe una infinitud de cifras entre el 1 y el 2.

Para cerrar, cito otro párrafo:

Leer de noche, bajo las estrellas, frente a ese bosque. Las luciérnagas revolotean, las palabras brillan con la luz de esos ojos sobre ellas. Leer es iluminar lo que se lee. Una forma de regresar desde donde no hay colores ni cordilleras. Solo voces, a lo lejos. Alguien imagina esto. Alguien se pierde en la línea del horizonte. Alguien.


 

 

 

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Un libro que narra mientras narra
​Buenas noches luciérnagas, de Héctor Hernández Montecinos
Por Mike Wilson
Publicado en Cartón Piedra, N° 303, 20 de agosto de 2017
Diario El Telégrafo, Ecuador