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Un recuerdo inventado

Mario Wong


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« … puedo ser ya la sombra de cualquiera. Soy tu sombra. Y la sombra también, por ejemplo,
de aquel que dijo: « Esa sucesión de sombras y difuntos que soy yo ». »
(Enrique Vila-Matas, « Recuerdos inventados »)

A Christian Reynoso (y sus « demonios »)
&, también, a Julián Garavito

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No fue al loro « Pepito » que -cada vez que veía a mi abuelo repetía « …che’su madre!, che’su madre!, che’su madre! »- estaba ya bastante viejo (y se caía de su cajón de madera, picoteada, que se hallaba frente a la puerta del comedor, colgado en la alta pared de barro, medianera con la casa vecina de la viuda Montero y su hija la « Muñeca de trapo »), sino a « Pochito » (un lorito silbador de la selva amazónica, de varios colores, y que no sé cómo apareció en la casa vieja, allá en Santa María de los Ángeles Guardianes; « Ángel de mi guardia, dulce compañia, no me… ») al que mi abuelo Gerbasio se le ocurrió… ; y, éste es otro de sus « crímenes contra-natura ». El « Viejo Gerbasio », mi abuelo, ya padecía de demencia seníl y…, me pregunto a qué viene hablar de…

Se me ocurrió contar este cuento, creyendo que fue al loro « Pepito » al que mi abuelo se le dio por… ; y repito, me repito… , y no sé cómo así, en mi mente, pudieron confundirse las cosas (hasta cierto momento, el lorito « Pochito » no aparecía para nada en mi memoria; esto durante los dos o tres días que me tomó escribir un relato. Me encontré con una amiga y le conté que escribía un relato para un concurso literario en España y…, de pronto  él apareció…)


(2)

En un comienzo (ese iba a ser mi relato para el consurso), pensé escribir sobre lo que le ocurrió al loro « Pepito »; es aquí que interviene el azar. Anoto, seguido, todo lo sucedido… ; yo estaba seguro de que fue a nuestro loro « Pepito » (ni siquiera me acordaba de que había existido el lorito «Pochito») al que el «Viejo Gerbasio » (« …che’su madre!, che’su madre! », repetía ) se le dio por…  (« Pochito » tenía  -este lorito de la selva amazónica que silbaba, el muy « mariconcito », aún no repetía « malas palabras »- un plumaje brilloso, amarillo, celeste y negro, el pico azulado, y se escabuía  por debajo de la mesa del comedor, dando saltitos por entre las sillas y las vitrinas, se introducía en el dormitorio de mi madre, el « cuarto de las mujeres », y derepente se escuchaba, al atardecer, su silbido hermoso: fuiíí, fuiíí,…,fuiíí, fuiíí…, fuiíí, fuiíí, fuiííí!).


Hacía un par de días que me habían puesto un diente postizo; y, yo, despotricaba, desde que me lo colocaron, contra el dentista y contra ese tipo de prótesis. Volví  a la clínica dental, el dentista limó -con un aparato eléctrico, y su diminuto cabezal (propicio para torturar, junto con toda la panoplia del instrumental siniestro que…; mi abuelo no llegaba a ese refinamiento)- el diente, pero la molestía que éste me producía persistía; así que, con la lima de un corta-uñas decidí, ya en casa - frente al espejo de afeitarme, junto a la ventana- ocuparme yo mismo, y empezé a limar, suavemente, la parte que me fastidiaba (horas antes había recibido, por la net, el mail sobre el « I Concurso de Relatos Gloria Fuentes », en España; por los cien años del nacimiento de la escritora). Fue este acto de comenzar a limar el diente mi « madeleine proustienne », para volver al pasado y acordarme de « Pepito »; no aparecía para nada, hasta ese momento, la sombra de la duda, de que no hubiese sido a este loro al que mi abuelo Gerbasio, que era « ebanista-carpintero » (figuraba así en las etiquetas de las guitarras y mandolinas que hacía), se le diese por…, ¡el muy criminal!


Ciertamente, este « recuerdo inventado », me permitía constatar que si bien el paso de los años habían afinado, en mi, algunos rincones de mi consciencia, también la habían expuesto al poder desvastador  del tiempo, que termina por congelar  y hacer desaparecer los recuerdos (o alterarlos; más, aún, en esta « era de lo virtual » que nos invade), como si existiesen  « otros yos » sepultados entre las sombras. Fue mi « magdalena prustiana  », la limadura de ese diente implantado, lo que habría activado mi memoria, haciendo que reapareciese el  recuerdo del « Viejo Gerbasio », mi abuelo materno, y del lorito selvático silbador, « Pochito », allá en la vieja casa del barrio sur, de Santa María de los Ángeles Guardianes, donde pasé mi infancia; como si este recuerdo fuese la punta de iceberg (la mayor parte, terrible, permanecía sumergida; y, este libro de relatos intenta hacerla aparecer), o el  detalle de un sueño, que yo me refusase a abandonar, porque es parte de un enigma que me atormentaba desde que era  un niño, y que me hacía, ahora, volver al pasado en busca de su revelación.


(3)

Volví, así, a los relatos que había escrito hace más de veinte años (a causa de limar el diente postizo, mi « magdalena prustiana »; que hizo que me percatase del « recuerdo inventado »). No recuerdo si mi abuela Enriqueta aún vivía, pero mi abuelo, el « Viejo Gerbasio » (así lo llamaba ella), ya estaba medio tronado  -« Coca-Cola », « Rayo-back », « rilly », etc., etc., como dicen por allá en Sta. María de los Ángeles…-, se le corría la teja, y sucedió lo que tenía que suceder con el loro silbador « Pochito », al que mi abuelo, « che’su madre!», se le dio por…

El « Viejo Gerbasio, mi abuelo, lo repito, era ebanista-carpintero, y decía que hasta diablos podía hacer él. « Pochito », el lorito multicolor, se paseaba por toda la casa vieja, bien campante, atravesaba el patio, se paraba a la entrada de la habitación de mi madre, presumido (doblaba la cabecita, como si nos mirase, con esos sus pequeños ojos brillantes, negrísimos y fijos, que tenían una circunferencia amarilla en torno), entraba y, súbitamente, se escuchaba su silbido luminoso: fuiíí, fuiíí…, fuiíí…, fuiíí, fuiííí, fuiííí! Pero, al « mariconcito » del « Pochito » se le dio por picotear las patas de los muebles (que había hecho mi abuelo); y el « Viejo Gerbasio », ¡qué tal viejo che’su madre!, que se dio cuenta, un día (no sé cuándo; yo no me hallaba presente cuando eso ocurrió) fue a su carpintería y cogió una lima -que utilizaba para pulir los puentes de las guitarras y mandolinas (y, también, las figuritas geométricas;  triángulos, círculos, etc. de concha nacar, carey y otros materiales que incrustaba en ellos)-, ya estaba loco, y no sé cómo atrapó a « Pochito » y empezó a limarle el pico curbado y… Después, ya nunca más escuché silbar al pobre « Pochito », que pasó, a mejor vida, ¡al « Paraíso de las aves canoras »!

París-Montmartre, 19 de mayo del 2017.
Mario Wong, escritor peruano.


 

 

 

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