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Las brujas de Auschwitz

Por Mario Wong
escritor peruano



.. .. .. .. ..

He shall live a man forbid:
Weary sev’nights nines times nines
Shall he dwindle, peak, and pine:
Though his bark cannot be lost
Yes it shall be tempest- tost
Look what I have.
SHAKESPEARE (*)

Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que
abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros.
Absorto en esas ilusorias imágenes, olvidé mi destino de perseguido.

J. L. BORGES

Al « Falso Salvajón »
& al « pirrónico » Sergio

in memoriam Tencha Písfil

Partí de viaje y dejé inconcluso el manuscrito de mi novela Muerte en la rue Igitur, que tiene como personaje principal a Mallén H. Roberts, el «escritor canibal», mi doble. Fue a comienzos de abril; en ese entonces leía, desordenademente, en la biblioteca de Beaubourg. Pocos días, antes de mi inesperado viaje, encontré, como por casualidad, Étant Donnés:1.-L’ Art, 2.-Le Crime…, un ensayo de J-M Rabaté sobre el arte y la modernidad como escena del crimen; e intenté concentrarme en la lectura de este libro. Cuento esto, porque en el lapso de las dos semanas (o dos meses, no logro precisarlo) que Maruja estuvo enferma me sucedieron cosas extrañas y…, entré en otro estado. Es una referencia el libro que leía porque, no lo sé, de alguna forma…, está ligado a la interrupción de la escritura de Muerte en…, mi novela; sobretodo, que a mi regreso no encontraba el libro por ningún lado (Maruja había muerto, pocos días antes de mi vuelta a París); busqué, inutilmente, en los estantes en los que pensaba que podía hallarlo. No lograba ubicarlo por ningún lado, las veces que reiteraba mi infructuosa búsqueda (cada vez que iba a la biblioteca); pero ayer (pasados ya algunos meses), lo hallé, inesperadamente, como si hubiese estado siempre ahí, y…

Me dije que era necesario que yo escribiese, que era una cuestión de vida o muerte, y que sino escribía terminaría suicidándome; que escribiese…, ¡cómo si acabase de despertarme de un mal sueño! Pero, ¡no! Ahora que escribo, esto de acordarme, obsesivamente, de todo, me devuelve a la pesadilla, de la que no acabo de despertarme aún, y…

 (I)

Soñé que caía, caía y…
Maruja se hallaba muy mal; ella tenía una «extraña enfermedad» (fueron sus palabras la vez que hablé con ella del mal que la aquejaba) que lastraba todo su cuerpo. Una noche (algunos días antes de que hablásemos de su enfermedad) soñé con Maruja; desde hacía varias noches que no dormía pensando en ella. Caí en el sueño (o la pesadilla): iba por calles espectrales de una ciudad desconocida, laberíntica. Entre las huidizas sombras alcanzaba a ver gente que se agazapaba, pegándose a los muros de oscuros callejones; sentía la presencia de una amenaza. La luz de las calles se atenuaba y yo temía -al atravesar las esquinas por donde iba- asistir a la puesta en escena de algún crimen crapuloso, ¡sin que yo pudiese hacer nada!  Deambulaba perdido, rodeado de fantasmas. Llegué a un cruce de caminos; seguí avanzando y, en un momento, todo se oscureció de súbito y comencé a caer y…; volví el rostro (como buscando un poco de luz), Maruja estaba ahí y, en el instante en que me aferraba a su cuerpo, sintiendo que caía y caía…, grité: «¡No veo nada, todo es negro!».

II

La enfermedad de Maruja se me aparecía como pura magia negra, puro vudú, que ocurría en circunstancias tales que me hicieron perder el control de mí, y me vi sin saber qué…; donde alguien, ella, había sido pedida por las potencias oscuras del mal. Yo aparecía como un obstáculo a su muerte anunciada; así, su enfermedad, en esos aciagos días me expuso, también, a terribles fuerzas que amenazaron con destruirme (tuve caídas, agresiones, «accidentes»…); me hallé confrontado, las dos últimas semanas, a las divinidades coléricas y sedientas de sangre humana de los círculos del submundo. Y  me preguntaba dónde se hallaban las «brujas de Auschwitz», en todo esto; en su pacto siniestro que a ella y a mí nos anulaban; qué rol jugaban en su simulacro de verdad (bajo un nombre falso; ahí estaban las «buenas almas», hermanos, hijos, primos, sobrinos, yernos, etc., etc., en su conspiración siniestra, con los de la hipocrática ciencia, para…; ¿o, no? «No, ¡Auxilio!», no, no, «¡Socorro!», ayudar a…, alguien en peligro extremo, que se le condena a…; y los hospitales…, ¡las fábricas de la muerte estaban ahí!, funcionando a pleno régimen, y…, también, las practicantes de hechicerías, que me impidieron entrar, una noche, al apartamento de Maruja porque me dijeron que…), en su negación de lo que éramos ella y yo, de nuestra relación (y la fragilidad que le produjo el mal, que les sirvió a ellos de coartada, lo hizo posible); en su impostura, que no era otra cosa que terror, miedos ancestrales que…; intentando ocultar lo que no se podía ocultar, para qué…; el final a la que la condenaban (y, el siniestro ritual de la desaparición del cuerpo, incinerado, con marinera y resbalosa), y…, las ¡muy brujas! Me venía a la mente -en sentido opuesto (a lo que se intenta ocultar; tal vez, como elemento clarificador)-, el letrero de una casa funeraria que ya desapareció -«Pompes funèbres de la liberté»-, y que veía (a través de las vidrieras ahí aparecían los cajones de muerto, las lápidas y otros aparatos del ritual funerario; tiempo pasado que…) cuando corría, por las mañanas, hacia Saint Denis (pasaba por el cementerio de St. Ouen), y me decía a mí mismo la muerte permite que no logremos percatarnos de…; pero, ¿dónde estaban las «brujas de Auschwitz» en todo esto? Y ahí estaban, ahí estaban…, en todo lo que nos pasaba a ella y a mí y…

Maruja se hallaba muy mal, durante las dos últimas semanas, antes de su muerte. Yo no podía verla más; su familia me lo impedía. Me enteré, poco después, que ella se había suicidado, pero yo no podía creerlo. Algo en mi se negaba a aceptarlo y…; como que había asistido ¡a la mise en scène de un crimen! Con el inicio de su «extraña enfermedad» toda una maquinaria siniestra se puso en marcha y no podía ser detenida y esperaban sólo que yo…; todos ellos se hallaban ahí, en el teatro del crimen. Yo intento contar, ahora, el delirio de su muerte, que es mi delirio y…


III

«Estaban en mi casa, pero mi casa ya no era más mi casa. Mi muerte ocurrió en circunstancias que resultan inexplicables; todo pasó en esas dos últimas semanas de mi enfermedad. Hacía un viaje en la oscuridad; era todo tan oscuro, terriblemente oscuro que en ciertos momentos pensé que no podía acabar todo así y… Me sentía prisionera; como si me hallase atrapada y no pudiese… ¿Soñaba? Todos estaban ahí, mas yo me hallaba sola y…; el pasado, mi pasado, me angustiaba y…; se trataba de un viaje sin retorno y…, él… Los recuerdos se agolpaban súbitamente; en ciertos instantes confluían miles de imágenes; ya no quedaba mucho camino por recorrer y… ; caía un manto negro. Me encaminaba hacia el final, pero yo no podía aceptar que era el fin; la muerte mostraba su presencia a cada instante, y habían muchas cosas que no llegaba a comprender aún y… ; el manto… ¿En qué momento caí en la trampa? El engaño y la traición de los que me rodeaban y no…, fingían; máscaras cubrían sus rostros y… Era la fiebre que me producía estas pesadillas; el efecto de la droga que…

Y el Amor sería asesinado; el filo acerado de los cuchillos tajeaban ya el cuerpo del Amor con sangrienta y familiar ternura: le bouc émissaire y... ; las ménades corrían, se contorsionaban y lanzaban gritos agudos en la llanura soleada. Las voces del Oráculo anunciaban, otra vez, la muerte del gran Pan; del dios niño cuyo nacimiento -en los Himnos homéricos- hacía felices a todos los otros dioses: Pana de min kaléeskon, öti phréna pan sin etespse («Puis tous les Immortels se réjouirent dans leurs cœur et Dionysus Bacchus surtout. Et ils appelèrent l’enfant Pan (de pantes, «tous») parce qu’il avait réjouit tous leurs cœurs.»(1)

¿Cuáles eran los móbiles de esta muerte en repetición? ¿La muerte, acaso, del nietzchíano y dionisíaco Roberto H. Mallén? Busco las huellas de esta muerte anunciada; los indicios del crimen que se encuentran en un apartamento del 7° piso de La Cour de Dieu, rue du Temple, donde vivió Maruja la locura de amar a Roberto H. Mallén. Él la vio, algunos días antes de su muerte, y me contó lo que hablaron, en la breve conversación que sostuvieron, cuales fueron sus impresiones y…


IV

Soñaba dentro del vértigo, en el caos, bajo la tormenta en que me hallaba al saber que Maruja estaba enferma; el mundo se me aparecía, ahora, con signos indescifrables de amenazas (en mi propio desorden), que me acechaban y que no llegaba a precisar de dónde venían. El dolor, su dolor me penetraba y, ante su sufrimiento, mi malestar se acrecentaba día a día, asistiendo a su deterioro; y, en ciertos momentos, una sorda culpa de no sabía sé qué me invadía. Mis delirios de persecución volvieron otra vez; la vida le había puesto una trampa a Maruja y yo sentía que fuerzas ocultas, incontrolables, se habían puesto en movimiento; ante los inescrutables signos que anunciaban a la gran Dama de Negro, sumergido en la corriente ciega que me arrastraba, mirando el vórtice del maelström me asomaba al abismo y… Siempre se dice que la muerte es injusta; sobre todo, cuando nos arrebata a un ser muy querido. Oía en coro las voces de los lamentos, y seguían mis lágrimas corriendo por quien fuese en vida mi…

Yo no podía aceptar que Maruja muriese y…, con su enfermedad, esas dos últimas semanas (o, dos últimos meses), todos ellos se hallaban ahí presentes, esperando el desenlace fatal. Para mí esas dos últimas semanas (o meses), en que el apartamento de Maruja fue tomado por asalto, y el estado de fragilidad de ella (que produjo la «extraña enfermedad») les facilitó todo y… Me vi expulsado, como si fuese un apestado (no pertenecía a la familia; no era «sangre de su sangre», me lo dijo Ángelica María, la hija menor de Maruja) y… Las tres «brujas de Auschwitz» ya me lo habían anunciado y… Esto que intento contar ahora no es más que la expresión del caos de voces, del desorden psíquico en que me sumió la enfermedad y desaparición de Maruja.

V

Manola Pastora, la bruja mayor, conocida como la «Rabo Verde» de la Urb. Palermo, Trujillo (esto en los centros de brujería ubicados entre los valles de Moche y Jequetepeque, al norte del Perú), había impregnado de muerte a Antonia de los Ángeles (esto desde cuando era muy niña), la hija mayor de Maruja; ambas, con Fidela Socorro, la hija de la «Rabo Verde», constituían el trío de las «brujas de Auschwitz». Una noche de tormenta estas tres brujas tuvieron su aquelarre (donde la envidia, la codicia, las ambiciones y, sobre todo, los resentimientos contra Maruja y Roberto H. Mallén no dejaban de estar presentes), a media noche, en un edificio cerca a la Place de Fêtes, del barrio XX de París; se escuchaban truenos y la luz de los relámpagos atravesaba las ventanas del apartamento -en el ensemble N° 29-66-, en un noveno piso; convocaron allí al «Señor de las Tinieblas» y a su corte de demonios menores y súcubos para que… Este es sólo el comienzo de una larga historia (que no contaré aquí) de diablos y diablerías en el París de fines del S. XX y principios del XXI.

El diablo estaba con un brazo apoyado a la mampara que daba al balcón; aspiraba, de rato en rato, un pétard y arrojaba el humo, que invadía el salón semioscuro. La bruja mayor empezó el ritual metiéndole su lengua viperina en el culo al diablo, su rostro en éxtasis; las otras brujas se retorcían en sus deseos lúbricos y gritaban de placer. Luego, Satán penetró a Antonia de los Ángeles por detrás mientras ésta besaba el sexo violeta de Fidela Socorro. Los diablos menores se tiraban pedos, reían a carcajadas sueltas (el whisky «JW» que corría a ríos lo propiciaba; porque -como decía el gran Vinicius de Moraes- «nada bueno sale de una lechería», y la demiúrgica creación no podía pasarse de…), hacían gestos obscenos, mostraban sus lenguas puntudas, se culeaban entre ellos o se chupaban el sexo cubierto de mierda y semen; se escuchaban las notas de la canción de Serge Gainsbourg «Sous le soleil de Satan exactement» (me vienen a la memoria, ahora, las imágenes, de una entrevista en la TV, en que el cantante bohemio, ebrio, quema, con su encendedor, un billete de 500 E, sous le soleil des écrans exactement, exactement… )

Cuando esta orgía tenía lugar (siete días y siete noches; y, después del séptimo día, el demonio aún no satisfecho de…siguió al octavo o noveno día - « …sev’nights nine times nine»-, look what I have, con sus tropelías sin fin) -en un apartamento de un condominio, al lado de una pequeña calle parisina-, las fuerzas oscuras del «Léviatan imperial» se desencadenaban; estallaban, en distintos lugares del planeta, guerras, revoluciones; se daban golpes de Estado y se producían crímenes en serie…; catástrofes nucleares, terremotos, huracanes, tornados, maremotos…, y aparecían innumerables plagas…

VI

La vida sigue su curso y también en las circunstancias más dolorosas, en los momentos más críticos de la extraña enfermedad de Maruja, pensaba que ella iría hasta el límite de sus fuerzas, después todo terminaría para mí también. Mas de lo que se trataba era de poder llegar a contar la historia de «Maruja en el infierno», que se entrecruzaba, en buena parte, con mi historia que es la historia de un crimen; todo esto son cuestiones de escritura y muerte, y de la mise en scène du crime: fin de la arcadia, del paraíso perdido y…, «d’ailleurs c’est toujours les autres qui meurent.» (Epitafio en la tumba de M. Duchamp; frase escrita, aproximadamente en 1950, posterior a la muerte, producida por un cáncer, de Mary Reinold; el 17 de julio de este año, en una carta enviada a Henri-Pierre Roché, le dice: «Le tout est de mourir sans le savoir, ce qui d’ailleurs se passe toujours ainsi.»; Duchamp pensaba, como buen pirroníano que era, que la indiferencia frente a la muerte tenía…, pero era de evitar la angustia y el dolor. El ailleurs aparece en el texto; en ese entonces Mary luchaba, valientemente, contra el cáncer del que moriría dos meses después. El artista, algunos años más tarde, dedica Étant donnés, su última obra plástica, a su amante y modelo la artista brasileña María Martin; cuadro vivo éste, que tiene su doble en una naturaleza muerta, para conmemorar la pasión erótica de Duchamp por ella; se expone, actualmente, en el museo de arte de Philadelphia). Porque cuando el dios Pan dispara dos, tres (pan, pan, PAN!)..., siete u ocho tiros (ver la obra pictórica de Cy Twombly, dedicada a los dioses griegos), él nos hace acordar lo necesario que es el sacrificio del artista, esto es que muera para que quede su obra, como la rosa de la vida, la rosa inmaterial; la belleza de esta «primera modernidad», que surge -«Le temple enseveli divulgue par la bouche/sépulcrale d’egoût bavant boue et rubis…» (S. Mallarmé, «Tombeau de CH. Baudelaire»)- en la sordidez y degradación cotidiana, en esta etapa del capitalismo, de la poétique baudeleriènne du choc; ligando así,  programáticamente, la modernidad al hastío, la flânerie y el crimen; son cuestiones de floraciones en el arte, en la escritura (J. Genet, Notredame des fleurs); del enigma de la vida y la muerte de Mallen H. Roberts, el « escritor Caníbal »; sigo las huellas proliferantes, que constituyen el enigma mismo, y que se confunden con el crimen y…; intento armar las piezas del puzzle, los fragmentos dispersos que…; sabiendo que los tiros de Pan ponen de manifiesto la ruptura de la totalidad o, aún, una totalidad plural que no la absorbe un concepto o una idea reguladora; ella proyecta sus fragmentos dispersos (como restos después del naufragio), que brillan con un resplandor final, casi insostenible, un poco antes de su desaparición. Síncope más que síntoma, sístole y diástole (el corazón loco), ese «color que mata» (el amarillo del pan, en uno de los cuadros de Vermeer, sobre el que escribiese M. Proust, en La prisionera, …«un petit pan de mur jaune… était si bien peint qu’il était, si on lo regardait seul, comme une précieuse œuvre d’art chinoise, d’une beauté qui se suffirait à elle-même,…»), y/o, también la escritura que mata y es vida, que nos hace acordar que en el «crimen perfecto», en el asesinato de Mallen H. Roberts, el «escritor Caníbal», para la más grande gloria del arte y la literatura (más allá de las diversas coartadas estéticas que vinculan las obras creativas de Vermeer a Twombly, pasando, en la literatura, por Joyce, Beckett, Flaubert, Proust, Genet y otros), somos todos cómplices y, lo que es más, ¿cómo podemos serlo si la víctima es inmaterial (no como la «Material girl» de Madona o la «Chica plástico» de Blades, «recuerda se ven las caras pero nunca el…»)? Pero no, no; la muerte de Maruja y, posteriormente, del « Chino Mallén » son muertes completamente…

VII

«No sé en qué momento me di cuenta que había equivocado el camino; me hallaba bajo el efecto de la morfina y…, ¿se trataba, acaso, de un momento de lucidez, antes del fin? ¿soñaba? El «Chino Mallén» me acompañaba y yo no tenía ya más miedo; caminábamos entre las sombras por los pasajes de un laberinto o ¿era el jardín de los senderos que se bifurcaban, en el sueño? Yo iba detrás de él y, en el trayecto, aparecían algunos duendecillos que me hacían muecas y piruetas divertidas con zumbaíllos y esferas de múltiples colores; me distraía porque ellos me invitaban al juego (y dejaba avanzar a Mallén), como cuando yo era niña y mis padres, vivíamos allá en el pueblo, me castigaban (no podían comprender) porque no hacía bien los mandados. En ciertos momentos me parecía que el «Chino Mallén» desaparecía, y yo me angustiaba pero, luego, volvía a aparecer en el sendero que habíamos tomado. Éramos, nosotros, sombras entre las sombras e íbamos…; sueños dentro de otros sueños que…, mariposas que..; fuegos fatuos, marionetas y… El «Chino Mallén», como por arte de magia, había hecho huir a las «brujas de Auschwitz» que me amenazaban y yo…; no sabía hasta cuándo duraría y…; nos perdíamos. Yo lo amaba, pero tenía muchas dudas que…; y, él, aparecía y desaparecía (como si se tratase de un teatro de sombras chinas) y…; nos extraviamos, aquí y allá, en distintos momentos, en ese jardín de los senderos que se…, ¿soñaba? Las «brujas de Auschwitz» volvían a aparecer en los recodos brumosos del sendero que había tomado; no veía más al Chino y…

Lo repito, me repito; yo no aceptaba que Maruja muriese; entré en un estado tal que me vi descendiendo en los infiernos de su enfermedad y su intenso dolor. Estaba con ella una noche; ella dormía con sobresaltos, de rato en rato, que le producía la fiebre; me daba la espalda y yo la abrazaba. Entré en el vértigo de las alucinaciones que se producen en el entre sueño (o las pesadillas). Me vi descendiendo escaleras de edificios abandonados (en ciertos momentos, miraba hacia el tragaluz, y no sabía si, realmente, bajaba o subía; el vértigo del maelström hacía presa de mi mente y…); veía larvas que estallaban en el aire caliente y se convertían en extraños insectos; aparecían trozos de reses sacrificadas, entrañas palpitantes, y sangre bullente a borbotones por las fisuras de muros escoriados… Me vi perseguido y perseguidor, en medio de la multitud de ojos, en los subterráneos de trenes y en las calles y grandes bulevares de la ciudad... Estuve en sórdidas estaciones y en antros donde quemaron mi piel con labios de fuego y, también, anduve perdido por carreteras sin fin, en los suburbios parisinos, persiguiendo el oscuro objeto de mis…

«Yo amaba a Roberto.H. Mallén, pero yo no sabía qué hacer frente a la enfermedad extraña que atacaba todo mi organismo y…, los médicos estaban ahí, las enfermeras y…; tenía que resolver mis cosas, el tiempo apremiaba. Y ellos estaban ahí, todos, convocados para…; y yo pensaba, al verlos, en el cuento «Casa tomada», de Julio Cortázar, que leí cuando estaba en la universidad y conocí a mi primer amor. Él se hallaba, también, entre ellos ahora, cómo que era el padre de mis hijos, ¿no? Sin embargo, el tiempo había pasado y…, no comprendía qué hacía él aquí (después de nuestra separación y divorcio, hacía ya tantos años…); y Roberto H. Mallén que se hallaba lejos y, yo, sin poder verlo, sin poder hablar más con él; las cosas se aceleraron y el tiempo que…; y mis últimas peleas con Roberto. H. Mallén, queriendo alejarlo, que no asistiese al deterioro de mi cuerpo y…, la enfermedad…; a la mentira que se imponía…; «Mi primer amor, el único hombre de mi…»; toda la impostura y yo que tenía dificultades para respirar, que me ahogaba y…

«La vida misma esa…, esa puta asesina y yo, yo…; yo que caí en la trampa. Ahí estaban todos ellos para asistir a mi muerte, a la cremación de mi cuerpo y…; me decía a mi misma que nada tenía sentido (lo absurdo de recibir, en mi trabajo, una «medalla de condecoración», poco antes de que supiese lo de mi enfermedad). Me parecía, tenía la sensación que…, que lo que me ocurría…, no, no…, auxilio, socorro; ¡como si me hubiesen sacado de la sala de cine antes de que el film acabase! Y mis lágrimas corrían al pensar en R.H. Mallén, en mí y toda la devastación…, de la realidad de mi vida, de mi realidad y…; toda la basura, el desecho y…, los cuerpos, mi cuerpo condenado a…, y…, el manto negro que…, los hornos de…, y…; ¡las «brujas de Auschwitz»! Soñaba esa noche con Dios no sé qué, y aparecía entre las brumas el Chino Mallén, iba adelante y… Seguían mis lágrimas corriendo…; ¡puta vida criminal!

Llovía el día de la cremación del cuerpo de Maruja en el cementerio de Père-Lachaise; de pronto cesó de llover, las brumas se disiparon y la claridad del cielo resplandecía sobre las tumbas del cementerio. Abandoné el lugar del ritual cuando una gorda cantante peruana, de pelo crespo, oxigenado, de rubio, ex-amante del «primer y único amor de Maruja» y amiga de Manola Pastora, la «Rabo verde», comenzó a interpretar un vals peruano, acompañada por un guitarrista; no sé por qué sentí, en ese momento, algo falso en todo eso (y más con las oleadas de los asistentes, en torno al féretro de Maruja, con marinera norteña y resbalosa, algo conmovedor; y las promesas de amor eterno de una parejita gay, el « Salvajón » y su amante argentino el puto Fabrizio; « ¿Les decimos que somos argentinos, che ? » «¡ No, no…, que se jodan! »; «¡La puta madre -y la más « Puta Hija »-, más falsos que billete de trece soles! » como decía mi amigo Pocho Ríos, que en paz descanse, en los bares de Lima). Empecé a caminar, perdido entre la multitud bullente, por los bulevares y callejuelas del barrio XX (eran casi las 12 p.m.); contemplaba la luz cada vez más brillante, que resplandecía sobre la ciudad y transformaba los edificios en inmensos cristales, semejantes a largas llamas de oro que se elevaban y se aproximaban, las unas de las otras, confundiendo insensiblemente sus fuegos fatuos... Sin embargo, junto a un muro ocre (lo precedía una extensión de arena color rosa, dorada), una mariposa amarilla voleteaba, sobre las suaves corrientes de aire tibio; y ahí estaba otra vez Pan (que, según una leyenda griega, era el fruto de los amores adúlteros de Penélope y todos sus pretendientes). Era un bello día de mayo, pero yo me hallaba con fiebre; había sentido súbitamente un mareo y un sudor frío comenzó a cubrir mi frente y mis piernas no me resistían más; aún, así, seguí caminando y, me dije, como si asistiese a un memento mori, el de mi muerte anunciada, «no quisiera hoy, sin embargo, verme convertido en uno de los hechos en los periódicos de la tarde.»

Yo en el corazón oscuro del submundo de los seres y las cosas, sumergido en lo más profundo de la negra noche preguntándome cómo contar la…, y…; miró hacia atrás y no veo sino ruinas, devastaciones y ¿cómo contarles la historia de «Maruja en el infierno»? Historia que sucedía al mismo tiempo que continuaba la guerra en el mundo -después de la caída de las torres gemelas del WTC el 9/11-, que es la historia del amor y el odio y que es, también, la historia de la locura amorosa (y esto es un pleonasmo u otra de esas figuras) y de sus celos enfermizos, sobretodo después de…; de la pasión sin límites y…, tus locuras te llevaron a… y…; ¡casi matas a Maruja! Recuerda, recuerda…, « se  ven las caras, se ven las caras pero… »; acuérdate para no acordar…; con la mentira e impostura; con toda la falsedad del rito que… ¿Qué pueden saber ellos del amor de Maruja y Mallen H. Roberts y…, de la pasión? Nada, nada de…; ¡absolutamente nada! Sólo retienes -de las imágenes de un video del funeral de Maruja en Père-Lachaise- la oleada de pañuelos junto al féretro (un poco antes de la cremación) y, después, el vacío inmenso que… Mis lágrimas corrían por el triste fin de Maruja.

Muerte, muerte…, muerto yo, yo…, ¡qué ya no soy más yo! ¿Estoy muerto? ¿vivo? Incertidumbre de la muerte, de mi muerte…; « suicidado de la sociedad » y…, « ¡todas son formas de morir! », le dije al poeta J.Q. ; toda (separación) una cuestión del arte de navegar (J. Ojeda), de las formas de la desaparición. Y Todo esto escrito a ciegas; «Quieres tú saber de vida, véte a mirar el…» (M.A.); en el estado de fiebre, de extrema lucidez, cuando descendía a buscarla a ella en las profundidades… Náufrago en el Infierno, en la noche sin término, en que daba vueltas y vueltas siendo devorado por el fuego; In girum imus nocte et consumimur igni (entre los restos de un mundo en ruinas)…; en la indeterminación…, y el no saber que ella…; y, yo había vuelto a mirar hacia atrás y, ella, ella desapar…, y la culpa que me persigue. Y, al final, ¿no morimos todos acaso, ahora, de «enfermedades extrañas», sino es de vida que es… y nos…? De la fiebre de Maruja, esa noche en que…; de su «extraña enfermedad» y su…; y mi profundo dolor. Tan lejos y tan cerca de ella…; sin poder hacer nada contra la muert…; en la más completa impotencia, en mi desnudez y… Los fogonazos de las imágenes de la TV, en los edificios de apartamentos a la hora de los informativos (puras catástrofes, pestes, serial killers y…, toda la tormenta de mierda de las drogas, del terror y la tortura)… Las brujas de Auschwitz (« Sabbath’s postmodern theater »…; el simulacro del crimen perfecto…; con la complicidad de ti, de mí, de todos nosotros y…, de ellos, los de la «hipocrática» ciencia cuyos fieles servidores que…, según M. Proust no saben distinguir  bien entre esto y lo otro y…; y «¡todo está muy bien, muy bien!»…) que…; los hornos crematorios de Père-Lachaise… Las cenizas de Altamira (es el título de un libro del poeta Domingo de R…, « Mingus Revulgus…, no importa nada… »); el polvo que vuelve al polvo (del desierto y los valles costeños del norte peruano, entre los ríos de Reque y Jequetepeque, región de donde era ella), …que lo que queda de Auschwitz, ¿que de qué?, y…; y seguían mis lágrimas corrien…, y el amor es…, es más…; y, y…

 

 

 

(*) « Vivirá como un hombre vetado/Nueve meses nueve durante/Siete tristes noches/Se derretirá, padecerá, perecerá/Y sin que su barca zozobre/Será quebrado por la tempestad. /¡Mira lo que tengo! » Ver: W. Shakespeare, Macbeth, Manchecourt (France), GF Flammarion, bilangue, 1993; 1 Witch, I, 3, p. 58; traducc. de Miguel Rodríguez Liñán.

(1)Ver «The Homeric Hymns», in Hesiod, the Homeric Hymns and Homerica, Cambridge, Loeb, 1977, p. 446-447; Cit. en: Jean-Michel Rabaté, Étant donnés: 1. L’Art, 2. Le Crime. La Modernité comme Scène du Crime, France, Les Presses du Réel, 2010, p.211; nota 20 al Cap. V: “Qui a tué Bergotte? Du pan de mur au cadavre exquis”).


París-Monmartre, 17 de mayo del 2009
(13 de septiembre del 2011-07/03/13)




 

 

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