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Aquiles o El guerrillero y…[1], o del « poder del lenguaje» de la ficción (y del « lector activo »
en la tragedia Colombiana como « un modelo por armar »)
Por Mario Wong
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Canta, inmortal, la cólera de Aquiles.
Homero
Murió la voz que les decía a los demás:
No sólo soy coraza de guerra,
También soy cabeza de paz.
Carlos Fuentes
A Ingd B. K. y a Gustavo Nieto
&, también, a Julio Carrasco Bretón
Encuentro en esta novela póstuma, Aquiles o El guerrillero y el asesino, de Carlos Fuentes, todos los denodados esfuerzos del escritor para dar cuenta del mal, del infierno -de la fragmentación y de la violencia- que es y ha sido siempre la realidad de Colombia (y de los otros países de América latina). Es como si a través del seguimiento de la vida de su Aquiles, el guerrillero Carlos Pizarro (uno de los jefes del M-19), se expresase todo su pesimismo (y también su revuelta!): « Es bueno inventarse una memoria reconfortante. Sobre ella se puede levantar todo un programa de acción. Pero la verdad es que el trópico es un mango con gusanos. Toda esa apariencia de libertad, de alegría, nos seduce hasta que descubrimos detrás del telón de palmeras las mismas crueldades, las mismas miserias, las mismas rigideces que nos gusta atribuirles a los culos apretados de la meseta. Mi madre fue socialmente aislada, la trataron como una apestada, sólo porque mi padre la abandonó. Era como si toda esa sociedad informal y bullangera necesitara, de vez en cuando, un punto donde detenerse a vaciar el odio, la represión, a fin de poder continuar siendo lo que quería ser, informal, despreocupada, pachanguera. Nos tocó la de malas… »[2]. El « dispositivo » social y político es, sin duda, sacrificial; hay que encontrar, siempre, una « chivo expiatorio », una víctima que « repare » los males.
La debacle social y política desde el asesinato del lider reformista Jorge Eliécer Gaitán, que condenó dicho país a la violencia, se halla como un telón de fondo en el entramado de toda la novela. Fuentes ha trabajado infatigablemente en ella, durante muchos años; han sido varios los intentos para encontrar la forma y, sobre todo, el lenguaje que le permitiese contar la historia de Carlos Pizarro (también asesinado; por un sicario en un vuelo de Avianca) e, indiscutiblemente, ha tenido más de un problema para organizar el manuscrito final. Ha sido el crítico literario peruano Julio Ortega, amigo del escritor, el responsable de su recomposición [3], siguiendo las indicaciones e incorporando, al cuerpo del relato, algunas notas que déjase el autor.
El asesinato de Carlos Pizarro, el « Cdte. Papito »: realidad y ficción e intervención del lector
Es un hecho real, o mejor, son hechos reales de la historia de la violencia en Colombia que ficcionaliza Fuentes. La del destino del guerrillero Carlos Pizarro, el del Aquiles colombiano de esta novela; que es y no es la del héroe de los cantos homéricos (o la del conquistador español del reino del Pirú o Virú), y no es, tan poco, lo qué « realmente » sucedió, lo qué historicamente pasó que interesa aquí. Las coordenadas espacio-tiempo de la novela no son las de la realidad histórica[4]. De lo que se trata es de lo réel de la ficción.
Nos hallamos, desde el comienzo, en el pleno terreno de la ficción, con el narrador que es testigo del asesinato[5]; de ahí las líneas entre lo real, lo simbólico y lo imaginario se entrecruzan en esta novela. Cito:
« Sino otra cosa -escribe Fuentes-, yo había sido testigo del asesinato. Su muerte me arrebató para siempre la posibilidad de hablar con él. No hubo tiempo de escuchar su voz, ni siquiera su grito agónico; los quince disparos de la mini-Ingram lo acallaron todo, hasta los motores del avión. Y la gritería, la confusión…
« ¿Tenía derecho a contestarle, entonces, escribiendo una novela, una historia que podría ser la suya, pero que lo sería menos por la veracidad biográfica que por la emoción de los hechos narrados, por la invención simbólica a la que su vida y su muerte daban lugar en mi ánimo, por la imaginación que la distancia misma de las personas y los hechos me otorgaba? »[6].
Si tomamos en cuenta lo que Julio Ortega denomina « la fábrica misma de estos trabajos », que ha conllevado sumas, interpolaciones, transcripciones y, también, barajar secciones, y encontrarse, lo dice él, « recomponiendo un rompecabezas »; pero, que no era cualquier puzzle sino que éste « carecía de una imagen matriz, cuyas partes se supone que arman una figura. Un rompecabezas sin modelo para armar… », esto implicaría que todo lector deba intervenir, como posible editor, en la interpolación (de los « capitulillos » del manuscrito que dejo Fuentes, rehusándose a que ellos « sumaran una pintura reconocible y nombrable »), lo que sería más que una mera suma de secuencias, y le permitiría armar, « postulando su propio documento, una figura refundadora propia y distinta… » [7]. Y eso no es posible, pienso, sin tener muy presente lo « real-ficcional » en esta « novela inconclusa » de Fuentes.
« No hay colombiano indocumentado » (Gabo), o de una pregunta, por Colombia (que incluiría al lector-editor « cortazar-orteguíano » ante un espejo restituido)
… Y no se trata de La malédiction des anges (de los ángeles que se ocultarían entre nosotros y que, contrariamente a lo que se piensa siempre, no desearían nuestra felicidad sino nuestra perdición; Fleuve Noir, www.fleuvenoir.fr). Así, el manuscrito del Aquiles de Fuentes sería también (como el manuscrito de El matadero, del escritor argentino Esteban Echeverría), y cito aquí in extensius a Ortega, « un documento desfundacional de nuestras repúblicas de legitimidad alarmada: la historia de Pizarro es una parábola extrema de sacrificio y muerte, en la que se pierde la guerra para ganar la paz; y para que las elecciones sean legítimas. Se trata de la paradoja de lo postnacional sin nación. Con una guerrilla envejecida que no tiene hoy otro futuro que negociar no la paz sino la guerra, y con un narcotráfico que podría ser sustituido por una empresa multinacional más implacable aún, la refundación moderna de Colombia, que tuvo en Carlos Pizarro su breve fuego perpetuo, y su novela que convierte ese sueño en trágico relato, son paralelas: la vida y la novela se alimentan de esa protesta esperanzada, y apuesta por un país imaginado como un territorio organizado por la Ley. Como postula el jurista Hernando Valencia en un territorio de los Derechos Humanos. Aunque en los esquemas iniciales de la novela aparece un capítulo octavo sobre… » [8].
De lo « real-ficcional », o de la restitución del espejo (o, ¿se trata de « un prisma » que refracte le réel?) donde poder mirar(se)…
Los problemas de la realidad colombiana (y mexicana, peruana, argentina y de todo el resto de países de A. L.) son complejos; y no se trata de reducirlos -en cuanto a la historia de la violencia político-social (sobre todo, a las épocas del terror y del narcotráfico) concierne-, a un relato maniqueo de héroes y villanos (o de indios y vaqueros en una serial de la TV). Además, la cuestión que se plantea a nivel literario, lo repito, no es en si la de la « historia verdadera », sino la de lo « real-ficcional », la de « la verdad de las mentiras » (M. V. Ll.); y no se trata, pues, de la novela como reflejo de lo real; del espejo restituido.(por interpolaciones), que interpela al « lector-editor », sino que interviene, y es esencial, el aspecto transformativo (que incluye la combinación de géneros e intervenciones meta-literarias), de « refractación prismática » [9], por lo que el novelista no se ha limitado a reproducir la realidad (y no creo, para nada, que Ortega lo piense). Así, ha jugado con lo real, lo simbólico y lo imaginario creando una entidad diferente, paralela a la realidad, que es su Aquiles, y que, incluso, la suplanta.
… Y las cuestiones de la verosimilitud -de la novela como género, para « hacer creíble » (esta etapa de la historia de la tragedia colombiana)-, lo cual corresponde a la invención misma de la obra literaria, se convirtieron, para el escritor, en un trabajo con el lenguaje mismo[10]. Fuentes -y aquí, citando a Ortega, concluyo (lo demás, pienso, corresponderá a la participación activa del « lector-editor »)-, « …encontró a Carlos Pizarro en el lenguaje y pudo sentarse, como narrador, en la misma fila de asientos del último viaje del héroe. Y pudo hacerse testigo de su asesinato, reescribir la historia acompañando a su personaje herido y seguir los pasos (cosa terrible, dijo Vallejo) del niño que sería el asesino. »[11] Y, desde el Cap. 1, en ese seguimiento (que es de la novela para dar cuenta de la tragedia) encontró el novelista (esto en relación al asesinato de Santiago Nasar, personaje de Crónica de una muerte anunciada, novela de Gabriel García Marquez), « una variante no menos diestra », la de dejar para el capítulo final la muerte del joven sicario, que lo liquidan en pleno vuelo los guardaespaldas de Pizarro[12]. « En el zapato del asesino -escribe Fuentes- encontraron un pedazo de papel que decía : « Recuerden que prometieron darle dos mil dólares a mi mamacita » [13].
Mario Wong, escritor peruano
París-Montmartre, 7-11 de Oct. Del 2017.
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Notas:
[1] Carlos Fuentes, Aquiles o El guerrillero y el asesino; Ed. de Julio Ortega, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, Alfaguara Eds., 2016.
[2] Ob. Cit., Cap. 18, pp. 169-170.
[3] « (…) En un momento dado, entre más dudas que alternativas, me di cuenta del drama textual del manuscrito; sus varias etapas eran sustituidas unas por otras sin acabar de definir un diseño final. Quizá, pensé, la forma quebrantada de la historia sólo podía ser ensamblada como una memoria y cedida como un tributo » (Ob. Cit., «Prólogo », p. 23).
[4] « (…) Que el Pizarro de turno sea el guerrillero colombiano o el conquistador español es quizás lo de menos: lo importante es que un avez más la realidad histórica, que en su miopía sólo puede hablar de épocas, volverá, por espacio de una novela, ha hablarnos de destinos individuales. El lugar y el tiempo, estas coordenas inevitables de la novela, existen para servir al novelista, no el novelista para servirlas a ellas » (Véase Juan Gabriel Vasquez, Nexos; Cit. contraportada de la novela de Fuentes).
[5] Véase Ob. Cit., Cap. 1.
[6] Ob. Cit., Cap. 3, p. 49.
[7] Ob. Cit., véase « Prólogo », pp. 25-26.
[8] Léase « Prólogo », Ob. Cit., p. 25 (también pp. 23-24).
[9] Sobre esto, véase J.R. Ribeyro, « Del espejo de Stendhal al espejo de Proust »; In: Antología personal, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 142-143.
[10] « (…) Para Fuentes era la novela el género que podía asumir la historia no sólo en tanto lección verasímil, también como proyección verdadera. Pero no se trataba del género más conveniente para asumir la historia, sino del drama más íntimo de encontrar un registro del habla. Por ello, al final de estos trabajos de recuperación, he llegado a concluir que Fuentes buscó largamente a Pizarro en el lenguaje mismo » (Véase J. Ortega, « Prólogo », Ob. Cit., p. 20).
[11] Ob. Cit., « Prólogo », p. 21.
[12] Véase « Prólogo », p. 22.
[13] Líneas finales del Cap. 19, Ob. Cit., p. 191.