UNA ESPLÉNDIDA CIENCIA DEL SILENCIO Prólogo de Nibaldo Acero a "Un largo solo" de Bruno Montané Krebs
edición a cargo de Cristian Geisse. Bordelibre Ediciones, colección Paso de Agua Negra
junio 2024
Hace algún tiempo, en un capítulo del programa «Filosofía aquí y ahora», el ya fallecido José Pablo Feinmann expuso, a través de la televisión abierta argentina, una fascinante interpretación del cuadro Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, pintado por Rembrandt, en 1632. El conductor del espacio televisivo y, sobre todo, apasionado filósofo hizo un primer plano crítico de la imagen del brazo de Adriaen Adriaenszoon, un delincuente común condenado a la horca, y que surte de carne y huesos al cuadro del pintor holandés.
En el famoso lienzo, una serie de cirujanos-mecenas rodean el cadáver, escena que deviene brusca performance de una cátedra de anatomía de la época. Sin embargo, en aquella imagen de circunspección científica algo se mueve, algo se desenfoca o tuerce y acaba siendo el centro de atención para el ojo aguzado de Feinmann: el brazo diseccionado del malhechor. Pareciera que el filósofo hiciera de sí aquellas apreciaciones técnicas que reconocen anomalías o traspiés en la representación del brazo izquierdo que ilustró Rembrandt: la perspectiva del cadáver o el que una extremidad seamásextensa que su par o las pseudo incoherencias, en términos de la musculatura que ventilan aquellos trazos, pero no. Las palabras del filósofo desfilan sonrientes por el delgado hilo que separa las artes y las ciencias: aquel brazo que se mueve de lo real, y que ha sido holgadamente meditado por la ciencia y también por el arte, sería un gesto desafiante de Rembrandt, cuyo espíritu brinda gruesa voz al arte sobre el palimpsesto científico, desenmascarando la moral misma de un artista: la de tentar inalterablemente una poética, torciendo lógicas de cómo consensuadamente articulamos el mundo, y así auscultar verdades más profundas y complejas, por medio de un oficio en el que se imprimen todas las sensibilidades y fuerzas. Casualmente, Tzvetan Todorov dedica su ensayo ¡El arte o la vida! a Rembrandt, y hunde su pensamiento en cómo el pintor, mientras imagina y traza, es capaz de sondear los confines de su propia creación, desmarcándose de una labor mimética para examinar, desgarradamente, los límites del arte mismo.
Y mientras Rembrandt, frente al brazo de un hombre en ruinas, es rodeado de buitres que lo han contratado como ‘fotógrafo’, materializa lo invencible de una poética; Montané camina sobre las dendritas que comparten un pan, y que acaban siendo verso. Así como el pintor se hunde en cada trazo; en los siguientes versos, el poeta deja musitar al liquen, invistiéndose de naturalista, como Rembrandt, que transmite la bravía ternura al mundo. El bestiario de las palabras recolectadas por el poeta, después un sol a sol fuera de la caverna, son para ser compartidas alrededor de una fogata, cuya luz y calor nos ofrece todos los saberes. El oficio de Montané es para la ‘deriva colectiva’, para aquellas ‘dinámicas arbóreas’ que, como poeta o naturalista de la Palabra, desea traer día a día, y compartirlas alrededor de un fuego sagrado y, por ende, sencillo y cotidiano. Asimismo, labúsqueda declarada y espléndidamente profunda de este bestiario, además de ser convidada para otros canta, cómo no, y escudriña las fronteras de la Belleza, ciertamente por medio de las palabras, aunque siempre con sus brazos, como los de Adriaenszoon, con-moviendo mundo: «La realizzazione dell´opera pretende che l´artista impieghi tutte le sue forze rendendolo di conseguenza indifferente verso il mondo circostante, privandolo delle qualità a cui il mondo attribuisce valore».[1]
El poeta musita un «solo», cual liquen a la intemperie, que noes creación de su propio canto, y si lo fue en algún momento, no era, precisamente, su canto el que fue compartido. De igual forma ocurre con Hesíodo, quien detalla que el «canto» no es propiamente tal «“mi canto” como algo que “ellas enseñaron”» [las Musas]. El poeta, desde estos inicios de la literatura occidental, asume una transitoria condición hermenéutica, no de iluminado sino de salvaje exégeta, cuya madera es sumamente necesaria para traer el canto de la orilla humeante, inconmensurable, de la que también nos musita Montané.
A sabiendas de este canto-no-canto, la moral del artista exigiría invertir no solo todas las fuerzas, como señala Todorov, sino todos los afectos y todas las vulnerabilidades en el acto del arte; y en aquel claro, Montané ha atizado una conciencia crítica admirable. Por supuesto, tal moral de poeta, ¡admirable!, podría arrinconarnos hacia el camino de Héctor, cuyo cadáver se destroza mientras es arrastrado por la sociedad que lo mira estupefacta, porque, ¿quién posee suficiente coraje para dedicar su vida al arte? ¿Quién, en sus cinco sentidos y con su cabecita buena, perdería toda su existencia para dedicarse a recoger Palabras? Y, sin embargo, aquel recorrido, a ras de suelo y desgarrado de Montané, se hace imprescindible para echar luces sobre la poesía moderna, meditando los límites de la propia e invencible poética.
En este largo solo, dichosamente inestable (como los primeros sonidos de Chet Baker, después de perder sus dientes), el artista asume y sublima (Aufheben) su rol de página que pasa, ya que su canto no se compone a partir de Palabras que piensan otras Palabras, sino que su actitud en lo sumo sensible y crítica permite que su objeto lírico, la Palabra poética, se transmita y transite, cual haz eléctrico, entre las neuronas del mundo y el arte del futuro. La quimera estética define una ruta de creación, en Montané la voz se nutre de las cuerdas de un poeta antiguo, haciendo tronar el mundo por medio de un silencio habitado de Palabras convidadas alrededor del fuego.
La ciencia de las formas, la ciencia de la Palabra poética define un largo solo donde la música no solo es deleitada por la lengua, sino también modulada por la memoria. En esta poesía, que es pura reverberación de madera que se cría para ser puente, el canto se orienta por la deriva y la nostalgia, la Palabra entona un cuento sencillo que devendrá mito. Las Palabras son genomas que el poeta desea descifrar, para percibir «los viejos latidos de la sangre». Con huesos y pigmentos traduce lo que un tambor de cuero canta en el corazón de un bosque. La ciencia de las Palabras de Montané, también puede ser la ciencia del sonido, del silencio o del canto más primitivo. El poeta se hace libro que abriga la Palabra poética, pero que no es dueño de ella, aunque sí la comparte y la acerca, pero que le es forastera, en términos de posesión, no así de tersura. El poeta se hace literatura, a sabiendas de los límites y el desgarro en ciernes, se unge de llaga por donde correrá la primera sangre de una boca.
Y así como Rembrandt traza la búsqueda de la moral del artista, por medio de una herida que se mueve; Montané provoca a las Palabras para que lo habiten, cual pulmón en carne viva, abierto: las deja que soplen aquellas músicas que cada una de ellas arrastra desde siglos y encienden un fuego y entibien y engarcen sus dedos, como gozosa sinapsis o una ciencia del silencio.
La moral del artista es transparentada en al menos un lienzo más del pintor: La meditación del filósofo (1632). En el pequeño óleo furtivo en los pasillos del Louvre, un viejo pensador yace desgarrado, como todo libro valiente y claroscuro, como una poética que ha sido derribada por sus propias Palabras; es en aquel cuerpo del que medita, donde la totalidad tropieza con una salida.
En la versión cinematográfica de Tous les matins du monde, escrita por Pascal Quignard y visualizada por Alain Corneau, el maestro Marin Marais musita, estremecido, a sus alumnos de viola: «Toda nota debe terminar muriendo». Es la poesía de Montané una espléndida ciencia del silencio, donde la Palabra encuentra una oportunidad de oro para ser descubierta, compartida y morir, maravillada de sí misma.
Octubre de 2023
[1] «La realización de la obra exige que el artista emplee todas sus fuerzas, haciéndolo indiferente al mundo circundante, privándole de las cualidades a las que el mundo atribuye valor» (Todorov, ¡El arte o la vida!) [trad. nuestra].
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________________________ Nibaldo Acero (San Miguel, 1975)
Poeta, narrador, docente. Doctor en literatura por la Universidad de Chile y profesor del claustro del Doctorado en Literatura Hispanoamericana Contemporánea en la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso. Investigador en Intermedialidad y Game Studies de la misma universidad.
Ha publicado los poemarios Melinka (2004), Por el corazón o la verga (2010), Principios básicos de Rabiología (2018); y en narrativa las novelas Guía Satánica de Gerona (2013) y Gol de Oro (2017). Fue uno de los editores y coautor del libro de ensayos Vestigio y especulación. Textos anunciados, inacabados y perdidos de la literatura chilena (2014); autor de La ruta de los niños rojos. La poética de Roberto Bolaño (2017), libro que analiza la lírica y prosa del escritor chileno; y, coautor junto a Rodrigo Carvacho Alfaro del libro homenaje ¿Qué hay detrás de la ventana? Letra/Imagen/Música/Arte x Roberto Bolaño (2023).
Su libro Gol de Oro, resultó la mejor novela de fútbol según el Instituto de Historia y Estadística del Fútbol chileno en el año 2017.
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Diseño de cubierta: Paloma Cancino.
Imagen de cubierta: (Duro) Corazón de las Visiones. Pintura de Helga Krebs. Técnica mixta, 2000.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com UNA ESPLÉNDIDA CIENCIA DEL SILENCIO.
"Un largo solo" de Bruno Montané Krebs.
Prólogo de Nibaldo Acero.
Edición a cargo de Cristian Geisse.
Bordelibre Ediciones, colección Paso de Agua Negra, junio 2024.