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NASCIMENTO. EL EDITOR DE LOS CHILENOS
Nascimento, de Felipe Reyes

Por Roberto Contreras Soto


 



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Afirma el historiador francés, Roger Chartier, que “las mutaciones de nuestro presente modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de la reproducción, de la diseminación y las maneras de leer”. Me tomo de esta cita para abordar el libro Nascimento, de Felipe Reyes, por varias razones que espero poder explicar. Hasta que me llamó para avisarme de que estaba ad portas de salir su libro, yo llevaba varios meses –llevo todavía– leyendo tal vez demasiado, sobre teoría literaria, en torno  a estrategias de lectura y modelos del fomento lector. Y como nada es coincidencia, descubro que se refiere en la solapa que Reyes “se ha desempeñado en cada uno de los eslabones de la cadena del libro”, apunta a eso mismo, al saber que no es cuestión de sacar no más un libro. Si mi memoria no me falla, nuestro primer encuentro con Felipe fue a mediados del año 2002 o 2003, junto a los mesones de la librería del paseo Huérfanos. De eso ha pasado bastante tiempo y creo que desde esa primera conversación, viene la misma inquietud, su avidez por la lectura, pero también sus ganas de hablar sobre la literatura. Porque si vale la infidencia, como dependiente de la librería, ostentaba la favorable cualidad de haber leído bastante, al ser capaz de recomendar y hasta de discutir con uno sobre autores. Mal que mal, me presenté entonces como profesor de colegio, y él me contó que estudiaba o había dejado de estudiar periodismo. Ahora ninguno de los dos se dedica a los títulos que nos colgamos, pero hemos seguido hablando de la familia, de música, de viajes, del país, de mujeres, de los libros que nos quedan por escribir, en definitiva, de lo que define nuestro concepto de literatura, pero sobre todo la condición de lectores de la realidad.

Tomemos tres ideas para continuar: una, cada treinta segundos se publica un libro en el mundo; dos, los libros no obedecen a un deber, sino que a un gusto por verlos publicados, y tres, los libros –al menos los autogestionados por editoriales independientes– no están determinados por el mercado sino por sus lectores. Jorge Luis Borges decía, que cada libro tenía su lector, pero creo que es más que eso. Los libros describen una posibilidad de lectura que es múltiple y apuesta a abarcar todo cuánto pueda, jamás una mirada reductiva ni inmediata o posible, se escribe para el futuro. Último dato, como dice el mexicano Gabriel Said: “La medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan”.

Felipe Reyes, llevaba años contándonos esta película sobre Nascimento. Solo le faltaba escribir el guión y comenzar a rodarla. El libro que estamos presentando es eso, más una suerte de documental, que la biografía de un editor, o peor, algo muy alejado de la pontificación y la hagiografía de un hombre de las letras. De ahí que cobre sentido, el subtítulo: Nascimento. El editor de los chilenos. Acaso porque en esa extensión se define uno de los motivos de su existencia, fijar las escenas que hicieron posible la publicación de autores como Neruda, la Mistral, Pablo de Rokha, María Luisa Bombal, Nicanor Parra, José Donoso, entre otros. Varios estantes de la biblioteca de la literatura chilena contemporánea.

Me resulta inevitable ahora referir a la figura de Carlos George Nascimento sin hablar de Mauricio Amster, o de Enrique Espinoza – Glusberg, inmigrante que forjaron la tradición literaria del siglo XX. Porque dentro de la decena de nombres que componen el catálogo de “Editorial Nascimento” se configura lo más granado y selecto de la cultura nacional. No olvidemos que, una de las razones de la existencia de un editor, es la de fomentar la cultura de una época y establecer con ello su noción de identidad, que define su ideología y describe la estética de sus publicaciones. Pienso ahora, puntualmente en la tipografía clásica de sus libros y también en portadas inolvidables.

Los libros son animales acariciables, pero también son armas que explotan, como advertía Carlos Droguett. Para seguir con la metáfora de la película sobre Nascimento, debo decir que me gusta la parte cuando sale Manuel Rojas, la narración de la polémica del premio de la SECH que descarta su emblemática novela y que luego Nascimento y Joaquín Gutiérrez deciden publicarla, sugiriendo de paso el nombre de Hijo de Ladrón, en lugar del Tiempo irremediable. Se cuenta que en el despacho de la editorial una de las pocas fotos que tenían de sus autores, era la de este gigante social y renovador de la narrativa, que con su librito en 1951 vino a inaugurar la novela contemporánea chilena, y en ese efecto estuvo la mano de este oriundo portugués que algo sabía de buenos libros.

Para justificar lo que decía en un comienzo, creo que el principal objetivo que debe tener un libro, y más todavía un libro que cuenta sobre alguien que permitió dar vida a otros libros, es aquella posibilidad que una lectura tiene de cambiar la vida de las personas, de incidir en su destino, en ayudar en la construcción de la subjetividad, y que me hace coincidir con la antropóloga Michèle Petit, porque: “Una de las mayores angustias humanas es la de ser caos, fragmentos, cuerpos divididos, de perder el sentimiento de continuidad, de unidades. Uno de los factores por los cuales la lectura es reparadora es que facilita el sentimiento de continuidad, que solo da un relato. Una historia tiene un principio, un desarrollo y un fin; permite dar una unión a algo. Y es, a veces, escuchando una historia, cuando el caos del mundo interior se apacigua y por el orden secreto que emana de la obra, el interior puede ponerse también en orden. El mismo objeto libro –hojas pegadas en conjunto– da la imagen de un mundo reunido”. Con esa idea me quedo, con la unidad que entraña este libro, y que es la de plantearnos que la mejor forma de enfrentar el caos de la lectura hoy, es describiendo la experiencia natural de un libro significativo para quien lo escribe y quienes lo leerán. Al hablarnos de un momento en nuestra corta vida como país, cuando se hacían libros con las manos, y al decir nuevamente de Chartier, se escuchaba a los muertos con los ojos. Esa es la invitación ahora, a escuchar a los muertos con los ojos.


Santiago, 17 de abril de 2014.



 



 

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