Monólogo de
la hembra tardía: prólogo
Por Adriana Valdés
Tratándose de
literatura, es brava cosa escribir sobre mujeres, y más sobre mujeres
bravas. Las censuras y los prejuicios
son muchos y antiguos. Las retóricas, tanto de los pro como de los
contra, se han vuelto un tanto aburridas, por un problema de
énfasis...
En un país pequeño, en la aun más pequeña república
de las letras chilenas, dos cosas parecen ser inevitables: una, cargar
con un rótulo en la frente —"escritura femenina" o "escritura
feminista", son ejemplos— que haga dar por leído todo cuanto un
determinado sujeto ha escrito y escribirá. La otra, ser a la vez quien
escribe, quien difunde, quien edita, quien promueve y hasta quien lee
los propios escritos. No es un panorama alentador. Ambas cosas le han
sucedido a Heddy Navarro. Hago en estas líneas un gesto de invitación
a la lectura de su poesía, un gesto que creo se le debe, en
reconocimiento. Reconozcámosla: conozcámosla de nuevo, es lo que
propone esta antología poética.
Como los anteriores libros de
Heddy, este tiene un título combativo: Monólogo de la hembra
tardía. Al escribir esto recuerdo inevitablemente el Canto del
macho anciano, de Pablo de Rokha, donde "el varón genital
intimidado por el yo rabioso se recoge a la medida del abatimiento"
(...) y "ahora la hembra domina, envenenada/ y el vino se burla de
nosotros..."; donde se dice "cae la tarde en la literatura y no
hicimos lo que pudimos, cuando hicimos lo que quisimos con nuestro
pellejo".
La "hembra tardía", queriéndolo o no, recoge el
desafío del macho anciano, y hasta una parte de su tono. Su
interpelación, su llamado, va desde la hembra hasta el macho,
identificado con esa palabra en muchos poemas. Una hembra que no pide
consideraciones especiales, no se achica, no se define de una vez como
hija, como amante, ni como madre, ni como objeto de nada. A pesar de
la "estructura milenaria encadenándome las nalgas (...) hileras de
conocimientos/ ensartados en una cuelga de años".
Como el macho
anciano, se agarra (en palabras rokhianas) "a la tabla de salvación de
la poesía/ que es una máquina negra"; como él, esculpe "el mito del
mundo en las metáforas". Asume su oficio. Y, en el último de los
paralelos que haré, también en nombre de un colectivo. De Rokha podía
decir "indudablemente soy pueblo ardiendo"; decir "escribo con
cuchillo/ y pólvora (...) los padecimientos de mi corazón y del
corazón de mi pueblo, adentro del pueblo y y los pueblos del mundo y
el relincho de los caballos desensillados o las bestias chucaras".
(Hoy nadie ya podría decir eso: estamos en tiempo de dudas.) En la
poesía de Heddy Navarro podemos encontrar un "nosotras" de "tórridas
mujeres", de "pájaras ardientes", de "marginadas de la tierra", "una
fauna que galopa / más allá de parques y zoológicos/ somos tal vez la
punta de lanza del oxígeno/ la anarquía imprescindible": otro
colectivo, más contemporáneo, no sé si igualmente dudoso. Se instala,
en el poema "Óvulos", un nuevo altar de las antepasadas, un "yo" que
asume a todas las mujeres bravas, resumidas al fin en "yo la
parturienta/ seguiré pariendo hombres para poblar/ el mundo/ a pesar
de la bomba de neutrones/ y de las verdades absolutas". Y un mensaje
más al macho destinatario: "No elegí esta naturaleza mía/ pero no te
la cambio/ por tu montón de huesos/ al galope".
Se trata del
colectivo de las mujeres, "el mujerío", palabra mistraliana que Heddy
ha adoptado. Ya nadie duda de que las mujeres hayan cambiado su
condición en el mundo: en la educación, en el trabajo, en las
costumbres. Pero lo que cambia más lentamente que esas realidades
medibles es la cultura, el conjunto de expectativas, creencias, roles
que sirven a una persona o a una sociedad para formarse una imagen
propia. En ese sentido, en las personas que son mujeres se da
cotidianamente el conflicto entre los mensajes que les entrega la
cultura, cuyas modificaciones son lentas —de ahí que ella hable de la
"estructura milenaria"— y los mensajes que les entrega su vida en el
mundo actual, que se modifican aceleradamente. En la escritura, ese
conflicto se aborda de muy diversas maneras.
En Chile no hubo,
en años sesenta y setenta, voces femeninas equivalentes a las de una
Adrienne Rich, por ejemplo, cuya obra poética y cuyo libro de ensayos On lies, secrets and silence(1) representan muy bien la
vertiente norteamericana del feminismo de esos tiempos. En los años
setenta estaba lejos el momento de decir, desde Chile, cosas como
esta: "Un ser humano hembra que trata de cumplir las funciones
tradicionales de la hembra en forma tradicional se encuentra en
conflicto directo con la función subversiva de la imaginación". O
esta: "la energía creadora del patriarcado se agota rápidamente; lo
que queda es su capacidad de generar energía destructiva. Como
mujeres, esto señala cuál ha de ser nuestro trabajo". El colectivo que
habría podido dar oído a esas palabras no se había formado todavía.
Tenía precursoras, que los colectivos actuales están rescatando, en un
afán ya descrito por la misma Adrienne Rich, cuando hablaba de leer
hacia atrás, haciendo una re-visión de los escritos de mujeres desde
una perspectiva crítica diferente. El tiempo ha cambiado el signo con
que inicialmente se leyó el gesto poético de Estela Díaz Varín, por
ejemplo, o una novela como La brecha, de Mercedes Valdivieso.
La re-visión escritos de mujeres en Chile es todavía una tarea larga,
que está por delante.
El surgimiento —explícito, programático—
de la poesía de mujeres que ya no quería llamarse "femenina" se ubica
en Chile más tarde, y uno de sus varios hitos fue Palabra de
mujer, de Heddy Navarro, en 1984. Tal vez la historia del mundo no
es otra cosa que la historia de unas cuantas metáforas; o de la
modulación de unas cuantas metáforas (2). Si así fuera, el matiz que
separa "literatura femenina" de "literatura de mujeres" tendría cierto
interés. La primera denominación apunta al pasado, a la distinción
histórico-cultural secular entre masculino y femenino: en esa
perspectiva, "el ejercicio de la letra" por parte de las mujeres (la
expresión es de Ángel Rama) tiene un matiz de transgresión. Ya sea
como artificio retórico, como maniobra de defensa o como cualquier
otra "treta del débil", hasta las mayores escritoras de América
—pienso en Sor Juana y en Gabriela Mistral, en este momento— dieron
sus disculpas por participar en ese ejercicio, por salirse de su
lugar, por meterse en territorios ajenos. "Qué sabemos las mujeres
sino filosofías de cocina (3)". Y qué va a darnos por hablar por
ejemplo de América, un tema que hay que dejar a "los mozos, es decir,
los que vienen mejor dotados que nosotros".
En esa encrucijada
de lugares que son propios o son ajenos, de lugares desde los que se
puede hablar y lugares desde los que se puede callar, los Poemas
insurrectos (1988) de Heddy Navarro muestran la voluntad de
mezclar territorios, de no "ponerse en su lugar". Lo público y lo
privado, la manifestación callejera y los gestos domésticos e íntimos
se hacen una sola cosa: los efectos irónicos de estos textos dependen
de la mezcla. Las "proclamas", los "comunicados", las "plataformas"
terminan por ser los de una "mujer de flor en pecho", que "hasta que
se desplomen los muros de esta cárcel" se declara "termita, abeja
asesina y marabunta". Hace la inversión de los gestos tradicionalmente
femeninos, su cuestionamiento y su ironización. "Exijo la conquista de
mis pasos soslayados/ el desagravio a mi mirada de gato/ [...] Estoy
armada con mis muslos/ calzo pies y uñas/ mi melena es el único abrigo
que soporta/ la irremediable conciencia de mis actos".
La
escritura de mujeres en Chile tiene hoy manifestaciones varias, de
signo muy distinto y hasta opuesto, que van desde la sofisticación
verbal de los textos de Diamela Eltit, pasando por una escritura
crítica también sofisticada, a las expresiones más directas, menos
ambiguas, más socializables (pienso en novelas como la de Marcela
Serrano, por ejemplo, un libro reciente, un notable éxito de venta).
Difícil tema, este de las mujeres. Un tema que —en palabras de Cioran—
no se vuelve normal impunemente, al menos en literatura (4). Un
tema que invita ambigüedades, previeniéndose tal vez de otro dicho de
Cioran: "todo lo que se puede clasificar es perecedero. Sólo sobrevive
lo que es susceptible de diversas interpretaciones".
Los textos
excesivamente clasificables, desde esa perspectiva, están amenazados
de muerte: de muerte, si evocaran de antemano oposiciones
preconcebidas, una "contracultura" que fuese sólo el negativo o el
reverso de las femineidades convencionales, y se agotaran en esa
re-presentación. Y la representación, cuando se cuaja, cuando se
coagula, cuando se enfría, es la muerte. En literatura, sólo interesa
el tema de las mujeres —o el de cualquier grupo de sujetos— cuando
éstas se transforman en sujetos inesperados, inclasificables; cuando
su escritura esquiva las certidumbres, cuando descoloca otras
escrituras. (Pueden citarse estos versos de Heddy: "tus latos informes
de estratega/ ya no sirven/ y sólo los uso para encender la barricada/
que no estaba prevista".)
En ese sentido es que intento
celebrar aquí versos de Heddy Navarro. Hay una especie de distancia
que permite una mirada al "mujerar" o "mujir" (son verbos suyos) como
hechos curiosos que le acontecen a la conciencia. La poesía registra
esas extrañezas, porque entre otras cosas la mujer es "sismógrafo/
registra movimientos sensoriales". Los recoge en cuanto consciente de
los encontrados sentimientos que su situación provoca, e intentando
siempre ir más allá de esa situación; mujer es "contradictoria
instancia que aletea", que "suele servir el desayuno/ aún con las alas
desplegadas". Se multiplican los signos de ese "servicio" en la
domesticidad: también los signos de lo inesperado y cósmico en la
existencia cotiidiana.
La mujer que se va delineando en estos
escritos no renuncia nunca a esa segunda dimensión, pero la aborda
"desde la cocina", "desde la azotea" o"desde la piel", que son lugares
donde ella sitúa los poemas que llama "crónicas". También desde la
piel, y desde todo el cuerpo. El tema erótico es muy tratado, con
profusión de imágenes audaces. Yo confieso debilidad por la última
estrofa del poema "Hijito", en la que encuentro una experiencia
corporal expresada de manera convincente y verbal de veras (estas últimas son palabras de otro crítico). Aquí va: cuando de
nuevo/ sea la ermitaña/ la ajena/ mujer que gime a la luna/ y mi
vientre se vuelva/ plano/ transparente/ como un sobre
abandonado".
Al hablar de la poesía de Heddy Navarro, se me
viene a la mente el recuerdo de una frase de una escritora muy
distinta. Virginia Woolf habla de "la diferencia de mirada, la
diferencia de criterio" que puede provenir de la escritura de las
mujeres, una vez pasada la etapa de sólo "hablar por la herida", sólo
hablar en contra de los pesados estereotipos seculares. Retomando una
idea, las mujeres interesan en cuanto sujetos poéticamente
inesperados. Y el tema es complejo, porque tomarse la palabra desde
sujeto definido como mujer es una tarea al menos doble. Por una parte,
apela a una experiencia vital y corporal que se supone compartida por
el resto de las mujeres, que ha de ser re-conocida por las mujeres: es
decir, se apela a algo dado, a una experiencia que otorga cierta
autoridad, a las que los sujetos no-mujeres supuestamente no tienen
acceso. Pero, por otra parte, se trata de construir culturalmente (en
la palabra, tratándose de poesía) una diferencia que no está hecha, no
está configurada; que está descubriéndose no ya en la experiencia
vital, sino en la cultura compartida por todas las personas, sin
distinción de género. En este último sentido quisiera rescatar el
título Monólogo de la hembra tardía. Tardía: porque en la
cultura, las mujeres, con todas las excepciones y matices que sean del
caso, son recién llegadas, y tienen que armar, tramar, explorar un
posible lugar.
NOTAS
(1) Adriene Rich, On lies, secrets and silence, Selected
Prose 1966 - 1978, W.W. Nortonand Company, New York, 1979.
(2) Un recuerdo de una frase de Borges, pasada por un lector
italiano que cita a un ilustre lector francés, y que no logré ubicar
en las Obras completas.
(3) Las
citas son respectivamente de Sor Juana Inés de la Cruz, en su
"Respuesta de la poetisa a [...] Sor Filotea de la Cruz", y de
Gabriela Mistral, en sus notas a Tala.
(4) Las palabras
están citadas fuera de contexto. Cioran habla en general cuando dice
que uno no se vuelve normal impunemente. E. M. Cioran, Ese maldito
yo,Tusquets, Barcelona, 1987.