La Teología de la Desconfianza:
Acerca de las apariciones de la virgen en un pueblo sin futuro. Por Natalia Berbelagua (Alice Antoin) Publicado en revista virtual "La gran Arcada", 4 de julio 2011
Se puede nacer en Santiago, en Cachiyuyo, en Lebu o en Calama. Nacer en Villa Alemana es cosa rara, siempre hay que explicar donde queda, de qué se vive, porqué se llama así, qué significa vivir en una ciudad dormitorio. Este pueblo está podrido desde sus cimientos y eso que no me considero un fatalista. Gracias a las apariciones de Miguel Ángel ese trabajo lo ha hecho la televisión. De un tiempo a esta parte los hombres andan como muertos vivientes, las viejas como alucinadas. Ahora todos rezan el rosario, en el supermercado, en los pool, en las cantinas no se habla más que de la famosa virgen, de las nubes, de sacarse los zapatos, de comer tierra. Algunos exhiben las fotografías en grandes álbumes, las llevan en el maletín para mostrárselas a sus amigos que no creen en los milagros. Esos son los menos. Los más perspicaces, que generalmente son los más ebrios, hablan bajito y dicen que algo tienen que ver los milicos, que han estado muy callados, que porqué la virgen se aparecería en un pueblo tan ordinario como éste.
Yo no creo en nada. La virgen del cerro para mí es tan falsa como los retos de mi profesora, cuando mi hermana casada le dice a su esposo que le duele la cabeza en la noche, o que me saldrán pelos en la palma de la mano. Hasta a mi perro lo miro con recelo. Un perro no puede llamarse Lassie y tener la mandíbula hacia afuera, las patas cortas, la cola tipo plumero. Arturo Prat no puede haber sido tan bruto de lanzarse de cabeza al barco enemigo.
Siempre pienso que soy inteligente, que por más que me tratan de meter el dedo en la boca, soy más listo, voy un paso adelante. Así que del Montecarmelo ni me hablen. Lo peor es ser astuto y menor de edad, porque te humillan de la peor forma y si reclamas por un leve sentido del ridículo más encima te dan de correazos. Eso me pasó ayer, que me llevaron obligado al cerro, me pusieron ese chaleco de lana que tanto odio y me peinaron al medio para que me viera con pinta de retrasado, como tanto les gusta a las madres.
Cuando llegamos arriba, mi mamá se hizo camino entre la gente, se puso el velo en la cabeza y me agarró del brazo. Quedamos al lado del Miguel. Él gritaba, corría, sacaba la lengua, besaba el suelo, le daban espasmos, comía tierra, la vomitaba, todo en cuestión de minutos. Parecía un loco del psiquiátrico más que un iluminado. A mí no me vienen con cuentos. Me gustaría tener la atención de cientos de miles de personas para dar mi mensaje al mundo, mi teología de la desconfianza, pero con la mala suerte que tengo a mí sí que me internarían en la correccional.
En el segundo en que me descuidé mi madre me entregó al vidente de un empujón. Le pidió que orara por mí, me librara del pecado y aumentara mi fe. Miguel Ángel dio vuelta su cabeza como si se tratara de un comercial de champú, me miró con ojos penetrantes, buscó en su bolsillo, sacó una hostia, me la puso en la mano, me la apretó con la delicadeza de una niña, luego pestañeó tres veces. Tuve ganas de molerlo a combos ahí mismo.
—De tanto que te voy a sacar la cresta ahora sí que vay a ver a María, Dios y todos los ángeles hijo de puta— Pensé, haciendo sonar los dientes y apretando los nudillos mientras lo miraba con desprecio.
El vidente se dio la vuelta y levantó los brazos al cielo. Yo como un enajenado salí corriendo cerro abajo a lavarme las manos en la primera poza de agua que encontré. El barro era mejor que la santidad de esas manos repugnantes.
II
Mi progenitora se la pasa rezando. Hasta cuando se ducha cree que el altísimo la observa. Mi papá la mira sin entender en qué minuto le cambiaron a la mujer.
Con respecto a las apariciones dice que son todos unos histéricos que ven visiones de puro aburridos. Así como van las cosas no me extrañaría que viniera un grupo de pelotudos a decirme que vieron a mi abuela Juana vestida con su mañanita y la pelela de loza en la mano, dando el último de los secretos de Fátima.
Para escapar un poco de esta realidad tan absurda me junto con mi amigo Fernando, compañero del liceo y de andanzas. Su papá tiene un negocio de abarrotes en Calle Blanco, donde lo asaltamos cada vez que podemos. Nos robamos los chocolatines y los galletones, a los que somos completamente adictos desde cuarto básico. A veces, en vez de pruebas rotas o comunicaciones que nunca llegarán a destino tenemos en los bolsillos algunas monedas que gastamos en papas fritas. Cuando llego a la casa me viven retando porque tengo el uniforme brillante de tanta grasa y tanto planchado.
Hace tres años que uso el mismo. Antes tenía una basta que me llegaba a la altura de la pantorrilla, ahora con suerte logro taparme los tobillos. He crecido más de 10 centímetros este año, tengo los brazos tan largos y flacos que aún no me acostumbro y se me cae todo. Todas las mañanas me doy vuelta el té encima, así que para no armar atados me voy mojado a la escuela.
Hoy me senté en el patio a hacerle cariño al perro y pensé que estas apariciones me tienen alterado de los nervios. Ya no puedo ver una nube con inocencia, un helecho con objetividad o una piedra como lo que es, todo se transforma para mí en imágenes deformes, en tigres rugiendo con sus colmillos sangrantes, en plantas carnívoras que despedazan exploradores, en el rostro infernal de mi madre cuando quiere golpearme.
Hasta mis sueños han cambiado. Antes eran lúcidos. Ahora puedo mezclar en una sola imagen a Flash Gordon, el Papa Juan Pablo II, una piscina con tiburones y a María Marta Serra Lima. Me siento ridículo. Si alguien no para con esto, creo que pisaré otro peldaño en la escalera de la demencia. Por el bien de mi familia, de la teoría de la desconfianza y Villa Alemana. ¡Viva Chile Mierda!
Después de mis reflexiones vespertinas decidí seguir los consejos de mi hermana y me puse a leer la Biblia esperando que me saliera un versículo reconfortante del estilo: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”, pero en vez de eso abrí la segunda carta de Reyes, donde el profeta Elías desaparece en un carro de fuego dejando como seguidor a Eliseo. Cuenta la historia que éste era Calvo y al llegar a la ciudad de Betel un grupo de jóvenes le salió al paso para molestarlo con la ascensión de Elías y le dijeron: ¡Sube Calvo!, ¡Sube Calvo!
Pero Eliseo les echó una maldición, y Dios escuchando sus palabras les mandó dos osos que en pleno desierto descuartizaron a los 42 niños que lo ofendieron.
Así como están las cosas en este pueblo, no me extrañaría que Dios nos enviara a dos osos a la línea del tren a despedazar gente por burlarnos de Miguel ángel. Mejor me dejaré de pensar y me acostaré, porque la lectura no me ayudó en nada, salvo en la risa, debo reconocer que hace tiempo que no me reía tanto. En el antiguo testamento no se andaban con chicas.
III
Le comenté a Fernando lo que me pasó con el vidente, él me contó que en su familia las cosas andan parecidas, con su papá todo el día en el negocio y su mamá cantando Santa María del camino como si fuera el himno nacional. A mi amigo no le importa porque no desconfía del mundo tanto como yo, a veces creo que se hace el tonto para no tener problemas. Para no aburrirnos en las tardes y sacarnos de la cabeza lo de la Virgen del Cerro, me invitó a participar en un grupo de teatro de jóvenes de la Parroquia donde va los domingos. Si bien yo nunca he actuado formalmente poseo un histrionismo digno de los genios. Puedo hacer 22 caras diferentes frente al espejo con solo levantar las cejas, cerrar los orificios de la nariz, hacer gestos con la boca o mover las orejas. Le dije que sí, que el público de Villa alemana esperaba por años mi actuación.
-Eso lo hizo Miguel Ángel. No hay actuación que pueda superar esa-Dijo Fernando
A veces preferiría que mi amigo no fuera tan honesto.
IV
El día que llegamos a la iglesia había un gran grupo de jóvenes que se conocía entre sí. Éramos los únicos que no teníamos familias de 9 hermanos, o pertenecíamos a los Catecúmenos, o a los carismáticos. Nos miraron raro, pero a mí eso no me importa porque pronto estaré loco y nadie podrá decirme nada. Seré un ídolo.
Nos preguntaron nuestros nombres. Luego nos explicaron de qué se trataba el grupo y cual era la obra que iba a montarse. Jesucristo Superestrellaen la versión de Camilo Sesto con Ángela Carrasco. Como todos cantábamos mal, quedamos en que doblaríamos las letras, pero con actuaciones creíbles dentro de nuestras posibilidades.
Nos pasaron unas hojas de roneo con un fragmento de cada personaje para recrearlo delante de todos. Cada uno tenía que elegir para qué papel quería audicionar. Sin duda el más fácil era el de María Magdalena porque se la pasa llorando, lavando pies, o siguiendo a Jesús, pero jamás caería en la humillación de hacerme pasar por mujer. No estoy tan necesitado.
Finalmente me decidí por Judas, el antagonista de la obra, que pronuncia textos que no dejan de ser interesantes para un rebelde como yo:
“¡Jesús! Míranos bien, qué haz hecho de nosotros, de nuestros ideales que ya han muerto por ti. Y aún no es el final dejas que uno entregue igual que a un criminal como a un ángel desvalido, como a un héroe perdido, como un ángel, como un animal herido.”
Llegó mi turno. Era el tercer Judas en audicionar. Ya me había aprendido un párrafo para llegar seguro a recitar el texto. Habían corrido las bancas para tener más espacio. El director observaba libreto en mano desde el final de la sala de Velatorios donde era la prueba de talentos. Cargado de la fuerza vigorosa de la muerte, del llanto de los deudos, de las palabras divinas del cura, entré a escena haciendo sonar mis mocasines contra las baldosas. Comencé a abrir los ojos con exageración increpando al actor que hacía de Jesús, corrí por los rincones de la sala, me arrastré por el suelo, apunté al público, levanté los brazos.
Desde el fondo de la sala se escuchó:- ¡Mira se parece a Miguel Ángel Poblete!
Y una carcajada como una gran marea arrastró a los asistentes, al director, e incluso al mismo Fernando dejándome como un imbécil. Como soy perseverante, casi obsesivo, y como estoy tan seguro de mis aptitudes que jamás dejaría que se vieran empañadas por un neoprenero como el famoso vidente, hice oídos sordos a las risas de los cristianos y proseguí con mi párrafo. Ese sencillo gesto de estoicismo me devolvió la dignidad frente a los asistentes, y el Director Francisco Gómez, pidió un aplauso para mí cuando terminé mi performance. A la media hora dio la nómina con los personajes principales y los secundarios. Mi batalla contra el títere del gobierno y la iglesia tomó tintes de guerra, y con una estocada fina pero precisa, conseguí quedarme con el papel de Judas.
Llegué a mi casa con la moral en alto, con una cara digna de Al pacino hice mi entrada triunfal contando los avatares de mi tarde como actor. Mi padre no podía creerlo.
-Pensé que eras más inteligente-Me dijo.
En cambio mi madre, con los ojos como dos rayos de luz, me colmó de besos como no lo hacía desde que yo tenía siete años.
V
En el primer ensayo tan solo a dos días de la audición nos mostraron la película para que nos empapáramos del espíritu de la obra. Un Jesús turnio y disfrazado de hippie (Cosa que me horrorizaba más que el beso que recibe de Judas en la comisura del labio), bailaba como un idiota moviendo las extremidades arriba de una camioneta con colores sicodélicos. Queda claro que el mesías fumaba marihuana, de lo contrario no se explican sus milagros de convertir el agua en vino, multiplicar los panes y cosas por el estilo. Fernando, se me había olvidado contarlo, quedó como uno de los guardias romanos que vigilan el momento de la crucifixión. Él también quedó contento, porque hacer el ridículo no estaba entre sus planes, sino conocer chiquillas para pololear. Buen nicho el que eligió mi amigo porque el taller rebozaba de jovencitas, muy pacatas por cierto, pero niñas al fin y al cabo.
Ensayamos algo así como tres meses. Todos los lunes, miércoles y viernes después de clases debíamos partir a la parroquia, para que por tres horas jugáramos a ser los personajes del nuevo testamento. Durante ese tiempo, se comentó que alguien vio que un reflector con imágenes de la virgen era utilizado para que la gente creyera en las apariciones y así tapar el caso de los degollados. La policía política tenía aparentemente un rol fundamental, y la gente ávida de sentirse querida por alguien, o algo, en este caso una fuerza sobrenatural, poderosa y carismática, cayeron en la trampa. Esto me lo contó otro compañero de clases, el Justo Martínez, pariente de un poeta de villa Alemana, Juan Luis Martínez, que a pesar de lo bueno de su escritura no lo conocían ni en pelea de perros. Si lo decía él tenía valor. Los poetas son seres que conectan la superficie con el infierno. En Chile todos nos quemamos con las brasas.
VI
El día del estreno se programó para un sábado a las 8 de la tarde. Llegaron más de ochocientas personas. El fervor por la virgen nos cubrió con un manto de santidad, así que a nadie le costó donar los quinientos pesos de la entrada que gastamos en un gran asado de celebración. Esa jornada, antes de salir de mi casa, tomé una larga ducha, me restregué el cuello, las muñecas y los pies, cosa que no hacía nunca. Salí del baño con los dedos arrugados pero reluciente, listo para brillar.
Mi madre insistió en llegar conmigo para sentirse importante frente a sus viejas conocidas del Rosario Familiar. El cura corría de un lado a otro ayudando a montar el escenario, porque este también era un logro suyo, ya que desde su parroquia se daba que hablar a la escasa y poco ilustre sociedad Villalemanina.
Partió la obra a oscuras, luego fueron apareciendo junto con los personajes, luces de diferentes colores gracias a un iluminador que se consiguió el director. Cada vez que aparecía yo, me enfocaba una luz morada, cosa que me gustó tanto, que le terminé poniendo un papel celofán del mismo color a la lámpara de mi pieza para sentirme el actor de mi propia vida, por más que ésta fuera una basura.
Cuando me tocó salir a escena la gente aplaudió a rabiar, ya para ese entonces mis compañeros me felicitaban por mi arrojo y la pasión que le imprimía al personaje. Mi madre estaba sentada en la primera fila, a mi padre lo reconocí por sus pantalones de cotelé color Obispo, porque según vi, parecía estar enterrado en la butaca. Rodrigo, el actor que hacía de Jesús se había dejado crecer el pelo, y flaco como era funcionó perfecto para el papel, eso sí después de una técnica que nos enseñaron para sacar afuera las emociones. Todos te inmovilizaban de brazos y piernas, y luego uno comenzaba a insultarte en algo que a ti te doliera. A mí me gritaron esquizofrénico, loco, demente, distorsionado, aberración de la genética, e incluso recibí un par de patadas en el culo, hasta que el director señaló que se les había pasado la mano. Yo no me hice mayores problemas, ser un tipo resistente a las malas condiciones climáticas, me tiene orgulloso.
Las niñas del elenco se veían todas bonitas. La tía de la Ximena, la bailarina principal del “Pueblo” les cosió unos vestidos rosados en satín que les hacía ver con más años de los que tenían, sobretodo a las que no usaban sostén, marcando sus pezones. María Magdalena era una flaca de pelo largo que pintaron con rouge de vieja y le dibujaron un lunar en la mejilla. El abuso de la caracterización, el cliché de la prostitución. Uno de los problemas que sigue teniendo el teatro.
Terminadas mis escenas de provocación al salvador con un discurso más social que religioso, llegó uno de los clímax de la obra, el momento del suicidio de Judas. La escena la montamos con una pequeña escalera, yo vestía una chaqueta de cuero negra que me sacaron de la ropa usada y que me quedaba un poco larga, y bajo ella un arnés del cual debía engancharme discretamente de la argolla fijada en una viga. Una cuerda para simular colgaba del mismo sitio. Yo debía subirme al tercer escalón, enganchar mi correa para no caer, afirmar la soga con la barbilla y botar la escalera con los pies, para el efecto de un ahorcamiento real.
Cuando cumplí con todos los pasos que antes mencioné supe que algo había salido mal, debido a que la cuerda subió y me apretó el cuello. Durante varios minutos aguanté con mis manos el peso de mi cuerpo, hasta que esto no me fue posible. La primera fila de los invitados aplaudía y señalaba con fervor mi grandiosa actuación, pero debido al humo, la luz violeta y la música de la muerte, nadie se daba cuenta de que fallecería de un segundo a otro. En el momento crucial en que ya no había aire en mi tráquea, mi cabeza se nublaba con una densa neblina digna de Transilvania, y mi corazón latía como si se fuera a reventar me di cuenta que estaba todo perdido.
Cerré mis ojos, bajé la cabeza, vi como en un cortometraje (De bajo presupuesto) pasar a mis seres queridos; primero a mi perro, el Lassie, jugando con su huesito de cazuela, después a mi papá, leyendo el semanario con sus lentes redondos, después a mi hermana, con su infaltable trapo en la cabeza por sus interminables migrañas, luego al Fernando comiendo galletones, a mi madre cocinando zapallos rellenos y cantando ” El Señor hizo en mí…Maravillas…Grande es mi Dios” Y finalmente para arruinar mis últimos minutos de vida, Miguel Ángel, con su pelo al viento dando la vuelta para tomarme la mano y darme la hostia, pero esta vez, en la boca.
Ahí fue cuando escuché a lo lejos:- Bajen a Judas que se está ahorcando. Y dos compañeros de equipo me bajaron al suelo.
Quedé inmóvil por varios minutos, temiendo encontrarme en el limbo junto con los comunistas, los socialistas, los vagabundos, los ateos, los mentirosos, los que nunca dejaron que les metieran el dedo en la boca, porque el recelo es lo que mueve a tipos como yo, los teólogos de la desconfianza.
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Acerca de las apariciones de la virgen en un pueblo sin futuro.
Por Natalia Berbelagua (Alice Antoin).
Publicado en revista virtual "La gran Arcada", 4 de julio 2011