Otro pequeño logro, otro hito en la vida, otro paso hacia la tumba. Acabo de terminar "Guerra y Paz" de Tolstoy. Es una novela que tiene una fama particular: la de ser, de alguna forma, definitiva, el "non plus ultra" de su género. Y aunque no lo es, se entiende el mecanismo psicológico que ha producido ese juicio.
No es lo mismo ponerle a un libro "Guerra y Paz" que, por ejemplo, "Moby Dick". Como el título ya abarca la totalidad de la vida humana, el libro, para ser considerado un éxito, también tiene que hacerlo. Pero en ese caso es más que un éxito: es, necesariamente, la novela definitiva. Si no está a la altura de su título, en cambio, es un fracaso. ¿Será "Guerra y Paz" un libro fracasado? No; ergo, es la obra maestra de su género.
Pero, en rigor, no es ni el uno ni el otro. Más bien, es la "Moby Dick" rusa: una buena novela que sería mejor aún si algún editor la depurara de los excesos de su autor.
En el caso de Melville, son las infinitas digresiones que obstruyen la narración y impacientan al lector. En el de Tolstoy, son las especulaciones filosóficas, la explicitación de las ideas detrás de la obra. En la batalla de Schön Graben, por ejemplo, hay un episodio seminal.
El príncipe Andrei, un oficial joven y ardiente, se da cuenta que el general Bagration, máximo dirigente de las fuerzas rusas, en realidad no dirige nada: simplemente observa, alienta, aprueba acciones ya emprendidas por sus subordinados.
El lector comparte la confusión de Andrei: ¿las batallas se libran así? Pero en las mil páginas que siguen se produce una gran evolución de ideas, generada por los acontecimientos mismos. Se entiende que es precisamente esa capаcidad para alinearse con el movimiento de los eventos, para descartar las iniciativas más brillantes si son contrarias a éste, lo que constituye la grandeza en la vida y que después, personificada por el general Kutuzov, será la salvación de Rusia.
Pero hay algo que le quita fuerza a esa evolución: los comentarios de Tolstoy que, al explicarla con todas sus letras -como esas personas que te cuentan el argumento de las películas mientras se están dando- impiden que se imponga espontáneamente, que parezca un hallazgo del lector.
Pero la explicitación de la filosofía tolstoyana en "Guerra y Paz" es algo más que un defecto artístico: falsifica, inevitablemente, el argumento del libro. Entendí eso sólo hacia el final con la muerte del conde Rostov, destacado durante toda la vida por su descuido de las finanzas familiares. Su defunción no tiene nada de misterioso: es un anciano abrumado por la guerra, la quema de Moscú, la muerte de su hijo. Pero Tolstoy no se puede abstener de rematar con un comentario: "Fue justamente cuando las fortunas del viejo conde se habían enredado a tal punto que era imposible concebir qué pasaría si viviera otro año, que inesperadamente murió." Es el último refinamiento de su filosofía: el movimiento de los eventos, además de ser implacable, es inaccesible para la razón humana y, por lo tanto, más ineluctable aún de lo que se creía. Pero lo que dice Tolstoy aquí es falso.
La muerte no interviene de esa forma para resolver los problemas. Las situaciones "imposibles" siempre resultan ser posibles; se evolucionan, algo pasa. Y aquí se asoma el peligro para un autor de explicitar su "filosofía" y así comprometerse con ella.
La filosofía más acertada es como el teorema de Newton, que lo explica casi todo pero que deja un cociente ínfimo sin explicar; y en ese cociente consiste, precisamente, la vida.

